viernes, 11 de julio de 2008

Premonición

Por Laura Trotta

“Sólo si eres capaz de entrar en relación con la irrealidad y con lo inapropiable te será posible apropiarte de la realidad y de lo positivo”. Juana abría sus ojos lentamente, temerosa de ver a quien oyera en sus sueños. Se incorporó en su lecho y por la ventana el sol quemaba haciendo brillar su piel húmeda por el calor. Pensó que podía ser su padre, de Arco, ya muerto, quien le hablara, pero no reconocía esa voz. Una vez escuchó que unos soldados ingleses hablaban del demonio meridiano, que aparecía sobre el mediodía. Era una de las figuras de orquesta del séquito espectral de Hécate, que aparece a esa hora, y escoge a sus víctimas entre los de alma pura, los asalta cuando el sol cae sobre el horizonte y les transmite la acidia, uno de los siete pecados capitales. En la acidia está la tristeza.

La acidia genera malicia y el ambiguo odio-amor por el bien. Y rencor, el revolverse de la conciencia malvada contra aquellos que buscan el bien; y la desesperación, la terrible certeza de estar condenado por anticipado y hundirse complacientemente en la rutina como si ni siquiera Dios pudiera salvarlo.

Juana desesperadamente no quiere ser ella misma y desesperadamente quiere ser ella misma.

Juana se incorporó y salió. Sintió sus pechos húmedos, miró su ropaje, y había una aureola a la altura de ellos. Rozó con su mano derecha la prenda y subió sus dedos hasta los labios, los lamió. Una secreción desconocida que le aparecía como las voces de los sueños. En el infinito campo, con el sol del mediodía sobre su cuerpo la sombra de su figura en el pasto formó una línea eterna, no veía el fin. “Un límite” le dijo esa voz. Juana quiso ver dos bandos, uno a la derecha, otro a la izquierda, podían ser Francia e Inglaterra, podía ser Hombre y Mujer. Y su secreción, marcando el límite niña, mujer la horrorizó.

Había que buscar alguien que aclarara tanta confusión, el rey de Francia.

Partió hacia él y sus voces la guiaban “eres como las sibilas, estarás inspirada por los dioses, sólo que tú responderás a Cristo. Cortarás tu cabello, vestirás como un hombre, y en la liberación de Francia encontrarás tu liberación. Morirás en la hoguera y sólo tus entrañas y tu corazón resistirán a la llama que ya arde en ti y no podrás frenar, eso harás con la mujer que nace en ti, serás la única en la historia de la humanidad que la Iglesia condenará, rehabilitará y canonizará, sólo deja que tu bilis, abundante y caliente te vuelva guerrera”.

En su camino a Francia, en algunos instantes pensó, cómo sería si sus entrañas se quemaran como las de cualquier mujer que fuera a una hoguera. Debía alejar ese pensamiento, Dios ya la había elegido y no quería el camino de la acidia para ella. Cuando llegó y le abrieron las puertas para encontrarse por fin con “El Delfín” se sintió un poco triste.

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