miércoles, 9 de julio de 2008

El árbol con bigotes

Por Ángela Alonso Amador

Érase una vez un gigantesco árbol que vivía en la plaza de un pequeño pueblo. Se decía que tenía más de 300 años y era el orgullo de todos sus habitantes. El árbol no se aburría nunca y era feliz viendo pasar a la gente, generación tras generación. Al igual que las personas, los gatos merodeaban por la plaza a cualquier hora del día e incluso de noche, cuando sus amos dormían. Al árbol le divertía verles acercarse con sus andares majestuosos.
Sin embargo, había alguien que detestaba a los pequeños felinos. En el subsuelo del árbol, vivía un viejo brujo al que un mal conjuro había convertido en topo. Cada vez que hacían sus necesidades junto a la base del árbol, la tierra se impregnaba de un olor de lo más desagradable del que ni la lluvia lograba deshacerse y cuando se afilaban las uñas en el tronco del árbol las clavaban con tal fuerza que araban grietas en su corteza por las que se colaba la luz, que dañaba los ojos del topo. Harto de esta situación, el topo ideó una maléfica solución y una noche salió de su escondrijo para plantearle su idea al árbol.
- “¿Qué te trae por aquí?”-preguntó el árbol con desgana.
- “He venido a verte porque no hay quien viva ahí abajo. Como sabes mis ojos no soportan la luz del día y las grietas en tu tronco son más grandes con cada día que pasa por culpa de los malditos gatos” –se quejó malhumorado-. “Así que he ingeniado un plan perfecto para que dejen de molestarnos”.
- “A mí los gatos no me molestan. Les he visto crecer y sé que me aprecian y respetan”- contestó el árbol.
- “Sea como sea, tengo un plan infalible para que dejen de molestarme a mí. A partir de ahora, cada gato que se te acerque quedará atrapado para siempre en tu tronco”.
- “Pero no puedes hacer eso. ¡Morirán!” –replicó el árbol horrorizado.
- “Esa es la idea, viejo amigo” –dijo el topo mientras regresaba al subsuelo entre maléficas carcajadas.
Y así, para sorpresa de sus dueños, los gatos del barrio fueron desapareciendo uno a uno. Con cada gato que engullía, el tronco del árbol iba engordando hasta que en su interior, el espacio fue tan reducido que los gatos maullaban desconsolados mientras arañaban las paredes produciendo unos chirridos que sólo aumentaban su angustia y se retorcían como contorsionistas para no ser aplastados por otros.
Una noche, alarmados por los extraños sonidos que procedían del exterior, los vecinos del pueblo se asomaron por las ventanas de sus respectivas casas. Finalmente, decidieron salir en pijama a la calle y recorrer las calles del pueblo para dar con el lugar del que procedían aquellos ruidos. Al sentir sus pasos aproximándose, los gatos maullaron con más fuerza y los vecinos se dirigieron al centro de la plaza. Perplejos ante los maullidos procedentes del árbol se miraron los unos a los otros. Entonces alguien exclamó “talemos el árbol” y todos gritaron a una “¡sí, talémoslo!”. Minutos después, un vecino forzudo regresó a la plaza con un hacha de la mano.
Al cortar el árbol, decenas de gatos salieron corriendo despavoridos en todas direcciones y sus dueños brincaron de alegría al reconocerlos. Derrumbado en medio de la plaza, el árbol lloró amargamente. Al oír su llanto, uno de los gatos se acercó a su base y comenzó a escarbar hasta extraer al malvado topo que permanecía escondido en su interior. El topo comprendió sus intenciones e imploró clemencia: “No, por favor, no me comas. Todo esto ha sido un malentendido”. Pero el gato, ajeno a sus súplicas, lo engulló de un bocado. En ese preciso instante, una luz cegadora surgió de la base del árbol, que volvió a regenerarse ante la mirada atónita de los habitantes del pueblo hasta ser incluso más alto que antes. El árbol dio las gracias al valiente gato que había acabado con el pérfido topo y agitó sus ramas emocionado. De ella brotaron entonces nuevas hojas en forma de largos y finos bigotes que pasaron a simbolizar la eterna amistad entre el árbol y los gatos del pueblo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encantó tu relato. Me pareció muy bien redactado, muy fácil de leer y con mucha imaginación. El final es hermoso y tierno. Y al estar redactado con un lenguaje claro y sencillo hace que uno no quiera parar hasta llegar al final.
Carla Lopresti

Anónimo dijo...

El relato es bueno y me parece que está bien armado para que un chico pueda estar interesado hasta el final, no es demasiado largo y tiene los elementos justos para que uno no se disperse en la lectura. Te felicito!! Laura Trotta

Anónimo dijo...

¡Muy lindo! Y muy visual la parte en la que todos los vecinos del pueblo salen a talar en árbol.