martes, 1 de julio de 2008

ADRIANA

¿Me das tu número?


Llevaba siete horas trabajando de pié sirviendo cañas, cafés y pinchos de tortilla. Solo me quedaba una hora. Tenía los pies machacados. Podría haber sido por la pérdida de costumbre ya que había estado suspendido de empleo y sueldo esta última semana. Y tampoco había dormido nada anoche…
Miré una vez más la pantalla en verde y negro de mi móvil; nada. Y había sido nada en siete horas que llevaba trabajando y mirando el móvil.

-¡El móvil a la taquilla!¡Os tengo dichos que el teléfono guardadito cuando estéis trabajando!- me gritó Manolo, el metre del bar.
-Vamos Manolo, ya te he dicho que estoy esperando una llamada muy importante…-le contesté.
-No me vengas con tonterías Martínez. O lo guardas o coges la puerta y te vas a tomar por culo, que suficiente tengo ya contigo…

Esa es la relación que tengo con él. El motivo de mi sanción había sido llegar tarde al trabajo reiteradamente. Manolo se hartó y pensó que de esta forma escarmentaría. El motivo de mis llegadas tarde reiteradas había sido Adriana.

-¡Una caña!
-¡En seguida!-grité
-¿Me pone unas patatas bravas por favor?
-¡Una de bravas!-grité


A Adriana la conocí un domingo por la mañana en una rave de psicodelic trance a las afueras de Parla. Nos habíamos descubierto así como a las doce del mediodía y estuvimos bailando y dejándonos llevar juntos el resto de la tarde. No hubieron muchas palabras más que las que hicieron falta para intercambiar nuestros números de móvil. Ese día consistió en miradas entre el uno y el otro. También hubieron sonrisas y abrazos. También droga y alcohol.
Ella llevaba un vestido largo al estilo psicodélico de los hippies de los sesenta. Llevaba colgados todo tipo de collares y pulseras con amuletos pacifistas, budistas e hindúes. Tenía el pelo moreno ondulado y larguísimo. Al terminar la fiesta le llamaron sus amigos hippies con los que se marchó en la vieja furgoneta de uno de ellos. Intercambiamos una última mirada y una última sonrisa. Ella se fue. Yo me quedé un rato mirando como se alejaba la furgoneta. Cogí el móvil y en la agenda busqué “Adriana”. La encontré. Volví a guardar el móvil y me fui con mis amigos.


Adriana era poeta. O eso es lo que siempre he pensado desde el primer sms que me mandó. Yo se los respondía como malpodia y luego esperaba un nuevo “¡piiiiii-piii!” de mi móvil con el último mensaje de ella. Me pasé una semana entera acostándome con ella, y no lo digo literalmente, si no que nuestras conversaciones vía sms se desarrollaban por la noche cuando yo ya me había acostado para madrugar el día siguiente. Ella me mandaba sus geniales poesías y yo le respondía con mediocres cursiladas que parecía que le gustaban o, cuanto menos, le hacían gracia.
La primera noche solo dormí dos horas pero aguanté bien en el trabajo. La segunda volví a dormir dos y a duras penas aguanté de pié en el bar las ocho horas. La tercera, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima me quedé dormido y llegué tarde al trabajo. De aquí mi suspensión de empleo y sueldo.

Lo primero que hice cuando me dieron la noticia de la suspensión fue pillar un pollo de eme, otro de speed, llamar a los colegas e irnos a otra rave de psichodelic trance en la Casa de Campo.
Efectivamente; Adriana estaba ahí. Ese día tampoco hablamos. Nos miramos, nos sonreímos, nos abrazamos, y, al final de la fiesta, nos besamos…

Pasé una semana acostándome con ella, y lo digo literalmente. Pasé prácticamente toda la semana de suspensión de empleo en su casa, un antro de artistas que compartía con otros hippies en Lavapiés.

La última noche que pasé con ella fue como las cinco anteriores. La mañana no:
Sonó el timbre de su casa. Ella pegó un salto de la cama y salió disparada hacia la puerta de entrada. Yo me incorporé y pude ver por la abertura de la puerta de la habitación a Adriana abriendo en el hall de entrada.

-¡Lorenzo!-gritó ella.
¡Hola nena, he vuelto!-dijo Lorenzo.

Lorenzo era el compañero de piso de Adriana que llevaba fuera seis meses de viaje por la India.
Adriana se tiró a los brazos de aquel hombre barbudo y con rastas que le llegaban por el culo y le dio un beso como el que me había dado a mí anoche; y las cinco noches anteriores.

-¡Te tengo que contar tantas cosas nena!¡No te imaginas las ganas que tenía de verte!
-¡Ay Lorenzo! Cuánto esperaba este momento.¡Espera un momento!-dijo ella y vino corriendo a la habitación donde yo miraba ahora las sábanas de la cama

-Paco corre, ha llegado Lorenzo. Me temo que tienes que irte, queremos estar solos,¡tiene tantas cosas que contarme! Dúchate antes de irte si quieres. ¡Vamos, vamos, levanta!

Yo me levanté, no me duché, me vestí, saludé a Lorenzo y me fui.

Esto fue ayer por la mañana. Me pasé todo el día de ayer frente a la tele. Horas y horas de tele con el móvil en la mano a modo de mando a distancia. De vez en cuando lo miraba. Por la tarde-noche decidí apagar la tele. Leí todos los mensajes guardados que tenía de Adriana. Luego decidí escribirle uno y esperé… Nada.
Después mandé otro y esperé… Nada de nada.
Me acosté pero no podía dormir. Al rato volví a leer todos los mensajes guardados de Adriana y, al rato, volví a enviarle otro.
Pasé toda la noche con el móvil en la mano y mirándolo cada cinco o seis minutos. Todos los sonidos de noche me recordaban al “piiii-piii” del aviso de “mensaje recibido” y siempre miraba rápidamente para descubrir, siempre, que era imaginación.
De repente sonó mi alarma. No había dormido nada y era mi primer día de curro después de la suspensión.
Miré el móvil. Nada…


Siete horas cincuenta y cinco minutos llevo sirviendo tercios, cortados y bocadillos de calamares. Quedan cinco. Miro el móvil; nada.

-¡Martínez!
-¡Vamos Manolo, que ya me voy, dame un respiro anda!
-Te la estas jugando conmigo Martínez. Anda, vete ya y llamas a tu novia o a quien tengas que llamar, pero como vea la mierda del móvil contigo mañana, vas a la calle, ¿entendido?
-¡Que siiii Manolo! Venga,¡hasta mañana!


Me he cambiado, he cogido el metro, he llegado a casa y he encendido la tele; he mirado el móvil y nada. Vuelvo a mandarle otro mensaje a Adriana.
Tengo hambre, ayer no comí nada en todo el día y hoy tampoco. Más que hambre es sensación de ardor en el estómago. Dejo el móvil, por primera vez en 48horas en la mesilla del salón y voy a la cocina a prepararme un sándwich mixto, que es lo único que se me ocurre preparar ahora.
Pan, queso, jamón de york y pan. No voy a calentarlo.
- “¡Piiii-pii!¡Piii-pii!”

“¡Un mensaje, oh dios, un mensaje!”

Al correr al salón he tirado el sándwich al suelo, roto una botella que había en la encimera, tropezado con el cubo de la fregona y vertido su contenido por el suelo, resbalado con el agua y caído dándome un golpe bestial en la cabeza, pero ya tengo el móvil en mis manos.
“1 mensaje recibido” pone en su pantallita.
Aprieto “leer” y espero durante medio segundo, mas largo de lo normal,y puedo leer por fin:

“El saldo de su tarjeta está agotado.”






D.G.F.

2 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Muy buen relato. Mantiene al lector atento de principio a fin y demuestra que cómo contar una historia es tan importante o más que la historia contada en sí. Narra hechos tan habituales en la vida de cualquier persona que uno enseguida se siente identificado con el protagonista. ¡Quién no ha podido dormir pensando en alguien, quién no ha pasado horas enteras esperando recibir un mensaje ansiado! Me gusta mucho cómo se entremezclan los pensamientos del personaje y su narración de diversas situaciones con los diálogos de éste y su jefe. El agridulce final te deja con una sonrisa en los labios y resulta muy creíble.

Ángela Alonso Amador

Anónimo dijo...

Me gustó como se cuenta el relato, si bien es extenso mantiene atento al lector. Felicitaciones!! Laura Trotta