miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fotos de pasión

La cámara de fotos digital le llegó a Amapola después de ocho años de matrimonio. Vino, o así le pareció a ella, como un regalo de consolación. Su marido se la dio justo después de que empezaran las visitas al psiquiatra. Las habían acordado tras mantener una larga conversación, en la que él se quejó de sus muchas ausencias, de sus frecuentes salidas con sus amigas para ir de juerga; de su abandono práctico en una palabra, aunque su cuerpo siguiera levantándose cada día en el dormitorio común.

La cámara ofreció fascinantes posibilidades a su propietaria desde el principio, para su propio asombro. Se leyó las instrucciones de cabo a rabo, algo inusitado en una persona que ni siquiera era capaz de centrarse para leer un folleto publicitario hasta el final. Se lo había reprochado su flamante psiquiatra y era verdad. El aparato fotográfico se lo llevó a la consulta un día, aunque cuando intentó explicarle al especialista cómo la hacía sentir, como una florecilla en primavera, vio en sus ojos la incomprensión. Entonces arrinconó el estuche cuidadosamente a un lado de su sofá, casi ocultándolo a su espalda, y rápidamente cambió de tema y le expuso todas las tristezas y soledades de la semana, como él quería. Un campo cómodo para los dos.

Mario en cambio un día vio el paquete desecho encima de la mesa, con la funda sobresaliendo por un lado, y en seguida se entusiasmó, tanto o más que ella. El hombre gozaba de una energía vital y una ilusión infantil que Amapola había perdido con los años, o quizá nunca había tenido a fin de cuentas. Ahora sólo le quedaba la plomiza tristeza de lo cotidiano. Mario insistió en probarla en la cama, y en el baño, y ella, más que nada por complacerlo, hizo fotos. Fotos relucientes, y divertidas, e incluso eróticas en una forma extraña. Porque la barriga de Mario era lo que más destacaba el aparato en cada toma que producía. Y aún así Mario se reía, y parecía encantado, y pedía más, y poco a poco se fueron enzarzando en el juego, y acabaron ellos tres en el lecho: con el dispositivo en el centro, en modo manual, y ellos dos mirándose con deseo en los extremos, hasta que cedieron al deseo y todo se volvió sobreexpuesto y difuso, nubes y manchas, ruido y sensación bruta.

Pero al día siguiente ella volvió a su pozo negro y entonces decidió huir. La cámara que aguardaba en una mesa fue el primer objeto que cupo en la maleta. Con cuidado, y bien protegida en su envoltorio, a salvo de golpes. Sólo salió cuando llegaron al pueblo, y entonces recorrió las veredas, las montañas y los altos, y las fotografías se volvieron alegres, a medida que Amapola renacía alejada de la gran ciudad.

Su marido acudió a visitarla al cabo de una semana. Entró en la casa y ella no estaba. En la mesa reposaba su regalo y decidió echarle un vistazo. Nunca hasta entonces se había dado cuenta de lo dotada que estaba Amapola para la fotografía. Pasó alegres paisajes en el visor, y luego caballos pastando en un prado, más vistas y… se quedó clavado en el sitio, paralizado en la instantánea de su vida. Porque allí estaba el barrigón de Mario, su animado amigo, tendido desnudo sobre SU cama matrimonial, mientras hacía señas obscenas a la dueña de la cámara. Tres fotos más adelante, cambiaba el encuadre y era entonces Mario duchándose en SU ducha. Oyó entonces un ruido y se volvió. SU esposa estaba en el umbral de la casa del pueblo, con una mirada de horror. Y él sentía que se hundía y que no respiraba, la escena se congeló. Sólo tras unos minutos recobró algo de la consciencia perdida. Y un fuerte estruendo retumbó en la vivienda, al estrellarse la cámara contra el suelo y esparcirse todos sus componentes, mientras se apagaba para siempre la luz verde de encendido.
Autor: María Rosario López

De ésta no paso

De ésta no pasaba: iba a suicidarse. El director del banco le había mandado la última carta conminatoria a casa, su crédito ya no daba para más y había otros cientos de miles de euros pendientes que sumar a la lista de deudas. Rebuscó en los cajones de la cocina, pero aquello era una labor imposible, porque estaban llenos de cuchillos tailandeses sin desempaquetar -de los que “cortan todo lo que se les ponga por delante”, según la publicidad- y de otras varias chucherías a las que no se había podido resistir en la teletienda. Pero cortarse las venas con los cuchillos tailandeses no le parecía, le daba muchísima grima sin saber por qué, así que ni intentó quitarles el envoltorio. El resto de objetos acumulados en los armarios tampoco presentaba condiciones para su propósito.

La mesa de la comida, pegada a una pared, aún parecía más inservible que lo anterior. En el borde mostraba una docena de copas de cristal de Bohemia envueltas en plástico. Las había comprado durante su última visita al centro comercial lejano. Un gran paquete envuelto en papel de regalo ocupaba otro tercio de la tabla. Se lo habían regalado hacía unos días por Navidad unos amigos, había echado un vistazo sin mucho interés, y lo había dejado a medio abrir. Parecía una cubitera, y él ya tenía dos.

Pese a todos los problemas su fabuloso piso de soltero lo enorgullecía. Lo había hecho remodelar apenas llegó, e instaló un jacuzzi en el baño. De hecho, tuvo que unir los dos baños en uno para poder construirlo y lo mismo hizo con las dos habitaciones. Una vez acabadas las obras se hizo un gran vestidor a lo largo de toda la pared, con dispositivos giratorios que le permitían ver todos sus zapatos como en una exposición. Era su orgullo, aquel vestidor. Quizá conviniese que lo encontrasen allí, enfrente, mirando con sus ojos ya sin vida hacia el guardarropa, que estaría abierto mostrando todas sus maravillas.

Buscó pastillas en la cómoda de la habitación. O quizá estuvieran en el pasillo, donde se amontonaban varias maletas Samsonite grandes que obstaculizaban el paso. Las había traído hacía cinco meses de una expedición a Venecia, con suntuosos ‘souvenirs’ italianos, y aún no había podido deshacerlas. Pagó una elevada tasa por sobrepeso en el aeropuerto, compensada por el inefable placer de saber que las bellezas que acarreaban esas maletas ya eran suyas.

No tenía pastillas. Su invariable salud de hierro las había hecho innecesarias. Y dormía usualmente como un lirón, que se dice. Recordó entonces que en su mesa de la oficina guardaba Valium, cortesía de su secretaría, que de siempre había estado enamorada de él. Como en los clásicos folletines. Corrió al garaje. Su BMW arrancó con la suavidad de siempre. Tampoco había acabado de pagarlo, al igual que su chalé en la sierra, o que tantas otras cosas. No importaba, ya que iba a suicidarse.

De camino a la oficina, la radio se encendió automáticamente, y saltaron los números de la lotería Primitiva. Uno, siete, nueve, diecinueve, treinta y uno, cuarenta y cuatro. Bonita combinación. ¿Las pastillas de Valium, estarían caducadas? Se rió de su propia estupidez, ¿Qué importaba que hubieran caducado o no, si lo importante era que lo matasen cuanto antes? Su jefe iba a echarle de menos, lo apreciaba como a su mejor esclavo, siempre dispuesto a cerrar un nuevo trato. Cierto que le había recompensado bien. Su despacho era lujoso, las vacaciones frecuentes y las bonificaciones, numerosas. Ambos habían comentado entre risas su manía común de llenar todo su espacio de papeles obsoletos. En sus respectivos despachos habían tenido que añadir una segunda mesa, y luego una tercera, y todas las habían llenado.

Uno, siete, nueve, diecinueve, treinta y uno, cuarenta y cuatro. La radio reiteró la combinación de la Primitiva y él de pronto se llevó la mano al bolsillo. Todos los meses de forma compulsiva gastaba varios cientos en los juegos de azar. Eso, sin contar el casino. Y le sonaban esas cifras. El uno, el siete y el nueve componían su fecha de nacimiento: Enero de 1979. ¡Y el diecinueve era el día en que había visto la primera luz! 19 de enero de 1979. Treinta y uno eran sus años, ¡y cuarenta y cuatro los de su jefe! Parecía una señal, y así era. Allí estaban, marcados en uno de los boletos. Con una mano conducía y con la otra contemplaba, atónito, la combinación ganadora. ¡Dos millones de euros! ¡Y eran suyos!

Lo primero que se le vino a la cabeza fue el Rolex última generación que le habían ofrecido el lunes pasado y que él, por una vez en su vida, había rechazado porque el medio millón que pedían sobrepasaba todas sus posibilidades, presentes y futuras. ¡Pero qué maravilla de reloj!

María Rosario López

viernes, 10 de diciembre de 2010

NIEVE SANGRIENTA

Nieve Sangrienta
Autor : F. Villergas

Sólo se oyen los jadeos de los esquiadores de fondo y los aullidos cada vez más cercanos de los lobos.

El terror flota en el ambiente.

Lo que comenzó como un plácido día de esquí familiar está a punto de convertirse en una tragedia.

Nos internamos en el bosque al inicio del día. No era el día idóneo, muy nubosos, pero se podía practicar el esquí de travesía.

Unos cuantos kilómetros después, cuando estábamos lejos de todo y de cualquier sitio habitado, una espesa niebla nos abrazó con una fuerza agobiante. No se veía ni a un metro de distancia.

Avanzamos durante horas, totalmente perdidos, muertos de frío y de terror.

Perdidos en medio de las montañas, en plena noche, sin ver nada con una linterna cuya pila se acaba por momentos.

De repente, al oír aullar a los lobos, comprendimos que nuestros peores miedos nos habían hecho nada más que empezar.

Ahora corremos, a la desesperada, jadeando sin aliento, mientras los aullidos cada vez suenan más cerca.

Ya escuchamos el aliento ansioso de los depredadores a nuestras espaldas mientras agotamos nuestros últimos esfuerzos.

Nos atrincheramos con la espalda contra unas rocas. La linterna nos pone al descubierto. Doce pares de ojos, rojos, diabólicos, sostenidos sobre unos colmillos, que destilan maldad y ansias de matar.

Ya se lanzan al ataque.

Un estruendo suena en la noche, y después otro y otro.

Tres demonios yacen muertos sobre la nieve, que se tiñe de rojo sangre.

Los guardias forestales nos salvaron en el último instante.

Los diablos regresan al infierno helado del que salieron… hasta la próxima oportunidad… mientras nos dedican una última mirada teñida de odio rojo…

EL CALCETÍN TIN Y LA ZAPATILLA ZAP

El calcetín TIN y la Zapatilla ZAP

AUTOR: F.Villergas

El calcetín ama con pasión ala zapatilla, pero esta le ignora. No logra despertar su pasión.

El pobre Tin está desesperado, loco de amor. Como conquistar a la distante ZAP.

Tin estaba al día siguiente colgado del colgador, secándose cuando en el parque al que de su ventana observa, observa a un perro cortejando a su pareja. Observa como ella le huele. Observa como el la huele. Observa como la pasión se desata…

¡Ya tengo la solución! - Grita Tin.

Se retuerce en el colgador, hasta que se suelta. Se va volando hasta el parque, justo a los pies de un mendigo, al que pide ayuda.

Como no amigo – le dice el mendigo.

Se refriega una y otra vez en los pies del indigente.

Ahora es un calcetín con personalidad.

Ahora tiene un olor irresistible. Un olor de calcetín en celo.

Tin va decidido al encuentro de Zap.

¡Es un autentico flechazo!

Tin penetra a Zap en un oloroso orgasmo interminable.

Amor resuelto. ¡Ah! ¡Cupido tan solo era una cuestión de fragancia!

LA ISLA LIMÓN

La isla limón

Autor : F. Villergas



En la isla limón se acabó la comida y la diversión. La población discute asustada como resolver sus problemas.

Finalmente, deciden afrontar la peligrosa travesía por el oscuro mar burbujeante que rodea a la isla.

Salen en sus embarcaciones improvisadas y frágiles.

Atraviesan el mar oscuro y tras una larga navegación topan con un muro invisible, impenetrable y resbaladizo.

Erigen un alto pilar de cuerpos para ver desaparecer el muro invisible.

No logran ver la forma de superar el muro, porque las hormigas que están en la cima del pilar de hormigas gritan con terror:

¡Caímos en un limón de un vaso de coca cola!

El pilar se derrumba y se hunde en el oscuro, azucarado y burbujeante líquido.

Se acabó la colonia limón.

UN GRAN PUENTE I y II

UN GRAN PUENTE (I)

AUTOR:Ferran Villergas

El puente de la purísima tenía que pasarlo en un viaje organizado a Croacia.

La hora D eran las 3h aun en las que el despertador rompería mi sueño para iniciar una maratón sin descanso de cinco días. Placer y cansancio a partes iguales.

Me acosté a las 18 horas del viernes, tal como estaba previsto, pero la hora D fue las 22h cuando el taxista llamó a mi puerta para decirme que el espacio aéreo estaba cerrado por la huelga encubierta de los controladores aéreos.

Algunas horas ante el televisor esa noche y la mañana siguiente dictaron sentencia. El viaje se fastidió.
Discusión con la pareja para evitar lo inevitable. Se fastidió.

Mientras veía en el televisor el espectáculo tercermundista de nuestros aeropuertos, de los controladores, de nuestros políticos… solventé el tema, con pragmatismo.

Unos amigos del pirineo mitigaron el disgusto mejor que las gestiones de Aena, los controladores o el gobierno.

¿Quién no se conforma es por no quiere? ¿Se puede militarizar a los brokers especuladores subprime?

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UN GRAN PUENTE II

AUTOR F.Villergas

La mujer de FER había planificado un viaje el puente de la purísima.

Un puente que iba a ser la puntilla al agotamiento profesional que arrastraba FER en el marco de un viaje fantástico.

La huelga salvaje de los controladores explosionó el viaje y secuestró un país.

De nada sirvió la enérgica reacción de un gobierno repetidamente ineficaz.

Al final explosionó y a saber que otras consecuencias traerá…

¿Tal vez FER como otras miles de personas se negaría a viajar en avión salvo fuerza mayor? ¿Quién sabe?

En un país en el que pasa cuanto pasa ¿qué son seiscientos mil rehenes?

Se depurarán responsabilidades…. Tal vez… o tal vez no, ¿quién sabe?

En la cresta de la ola de este disparate colectivo de país… FER arregló una estancia para poder descansar en los pirineos. No viajó mucho pero descansó un montón… y tomó fuerzas para afrontar el siguiente disparate nacional.

Sí, decididamente, no hay mal que por bien no venga, y, quien no se conforma es porque no quiere.

domingo, 5 de diciembre de 2010

CRIA CUERVOS...

El vecino del ático primera antes o después nos dará problemas... Este mes es la segunda vez que le he visto entrar en su piso con una jaula repleta de ratolines profetizó la Sra. Reme que vivía en el mismo rellano y en la puerta contigua.
Qué hombre tan extraño, yo creo que le falta algún tornillo recalcó Francisca, amiga de Reme y propietaria del cuarto segunda.

Los vecinos que residían en el bloque B-2 de la calle Verdi en pleno corazón del barrio de Gracia empezaban a preocuparse por las rarezas de Damián, el inquilino del ático.
Ya hace algún tiempo que el presidente de la comunidad estuvo a punto de llamarle la atención prosiguió la Sra. Reme. Creemos que hizo reformas en su vivienda a escondidas y sin autorización. Durante varios días y en horas diferentes subió por el ascensor placas metálicas y unos cristales que parecían ventanas.

Aquella tarde fría y lluviosa la Sra. Reme se hacía la remolona, era una persona mayor con los achaques propios de su edad, y desde que enviudó cada vez le apetecía menos salir de su piso para hacer las compras. Al final se decidió, abrió su puerta y al mirar al rellano casi le da un patatús, en ese preciso momento su vecino el “rarillo” salía del ascensor con una gran jaula, pero esta vez ¡horror! llena de hamsters. La Sra. Reme no se pudo contener, desenfundó su lengua y le disparó el interrogante a bocajarro.
¿Qué vecino, ahora se va a dedicar a la cría de hamsters?
No Sra., me los voy a comer crudos replicó Damián burlonamente, y sin dar más explicaciones entró en su vivienda.

Como era comprensible la noticia corrió como la pólvora por toda la escalera. Cuchicheaban en pequeñas tertulias improvisadas y las conversaciones siempre giraban sobre el mismo tema. ¿Qué hará ese hombre con los ratones? Cada persona tenía su propia teoría, desde que hacía sacrificios con animales vivos en ceremonias de magia negra, pasando por los que afirmaban que lo suyo era la reproducción para luego venderlos, claro que esta teoría quedaba desmentida al preguntarse unos a otros si había visto alguna vez a Damián salir de su piso con los roedores. Al final, la opinión mayoritaria seguía siendo la más peliculera, el vecino era un vampiro venido a menos y se conformaba con la sangre de los pequeños animalitos.

Evidentemente llegado a este punto la intranquilidad de los vecinos se multiplicó. El bloque se convirtió en un gigantesco gran hermano, con docenas de ojos vigilando al díscolo vecino cuando entraba por la portería. A su paso, automáticamente todas las mirillas se transformaban en mini cámaras que escudriñaban todo lo que portara. Así detectaron que Damián había introducido en su piso como mínimo treinta hamsters más en los últimos tres meses.

Ya los vecinos empezaban a tener miedo hasta de cruzarse con él, los más fantasiosos incluso decían que los colmillos le habían crecido. Pero lo “gordo” estaba por llegar. El servicio de vigilancia siempre atento a las mirillas y al ascensor, detectó transcurridas tres semanas de aparente tranquilidad lo que se consideró la noticia “bomba”. Fue visto a su paso por la portería, y mientras esperaba el ascensor con una jaula sospechosa y disimuladamente cubierta. El temor fue confirmado por la confidente del ático. ¡El contenido de la jaula eran conejos!


Aquello fue la revolución vecinal, todos a una se dirigieron al presidente de la comunidad exigiéndole una reunión urgente. La asamblea general se celebró a las veinticuatros horas. Ni los vecinos más viejos del bloque recordaban una reunión tan breve y unánime. (Alguno irónicamente comentó que para cambiar la instalación de los contadores del agua tardaron dos años en ponerse de acuerdo). La junta vecinal refrendó al presidente para que en nombre de todos exigiera explicaciones al vecino del ático en lo referente a la acumulación de animales en su piso, y en el supuesto de que no fueran satisfactorias denunciarlo a las autoridades sanitarias y municipales. El día elegido para la cita fue el sábado a las doce del mediodía.

No les dio tiempo. El jueves por la tarde tronó en todo el bloque la voz de Damián gritando como un poseso ¡Socorro, auxilio! A continuación varios fortísimos golpes, pasados unos minutos apenas se oían balbuceos. Apresuradamente algunos vecinos colindantes, al escuchar las llamadas de socorro subieron velozmente. La puerta del ático primera estaba cerrada, repetidamente llamaron a Damián, al otro lado los gritos continuaban implorando auxilio, pero cada vez con menos intensidad. Aquello tenía mala pinta pensaron los vecinos, y rápidamente llamaron a la policía. En pocos minutos llegaron varios coches patrullas y los agentes se hicieron cargo de la situación.

La policía inició su protocolo de actuación: primero llamaron a la puerta notificando que abrieran en nombre de la autoridad, no hubo respuesta. La segunda fue la más efectiva, un certero golpe con un gran mazo abrió la puerta de paren par. Los agentes entraron con precaución en la vivienda, ya los vecinos les habían puesto al corriente de los antecedentes del inquilino.

En el comedor no había rastro de violencia, a continuación ojearon la habitación más próxima al comedor, la puerta estaba entreabierta y en el interior permanecía silencioso. Al fondo del pasillo estaba la siguiente, al acercarse escucharon gemidos muy débiles. Intentaron entrar, pero la puerta estaba cerrada por dentro. Los agentes ejecutaron la segunda opción del protocolo sin contemplaciones. Una vez abierta la puerta dos policías entraron con sigilo, pero apenas dieron dos pasos tuvieron que retroceder a toda velocidad. La escena que contemplaban les cortó la respiración y un escalofrío recorrió sus cuerpos. Al fondo de la habitación había un gran terrario transparente con la puerta entreabierta; en el suelo y al lado del mismo permanecía Damián fuertemente inmovilizado. Sus ojos, completamente abiertos parecían que se iban a salir de sus orbitas revelaban el pánico que sentía. Su jadear lento y entrecortado pronosticaba una inminente asfixia. Por todos los rincones de la habitación reptaban libremente un ramillete de pequeñas y variadas serpientes. Mientras tanto, Damián seguía vigorosamente atrapado entre los anillos de una colosal Boa constrictor.

Noviembre de 2010
Sebastián Romera.