miércoles, 29 de abril de 2009

LOS ABRAZOS CASTIGADOS

¡Ojalá seamos siempre conscientes de lo que somos y tenemos como seres sintientes y este relato se quede tan sólo en una hipótesis fantástica! ¿Qué pasaría si por una especie de ley marcial estuviera prohibida cualquier manifestación de amor?
Mar Solana


Errare humanum est. Pero apenas quedaban sabios ya para reconocerlo. Y a los que aún no les habían cortado la coleta, que era como se llamaba a su deceso, estaban en la cárcel, como ella.

Pris llevaba en aquella desapacible celda ya varios meses por haber amado en público, por no haber podido resistirse al calor de un abrazo. Vivía privada de cualquier libertad, por pequeña que esta fuera. Sumida en la indolencia, sucia y mal avenida; oyendo las arengas de su consejera que, diariamente y a modo de actividad carcelera enriquecedora, le inflamaban el alma como los moretones la piel tras los golpes. Pris era una hermosa mujer de apenas veinte años. Alta y de formas atléticas. Su piel, otrora del color del melocotón, ahora oscilaba entre el amarillo y el morado. Estaba sentada en su camastro, sus estilizados brazos cogían sus contorneadas y largas piernas. Inquieta, se balanceaba de un lado para otro. De sus enormes ojos color verde miel, se fugaban algunas lágrimas poblando de un brillo líquido sus lánguidas mejillas. Se rumoreaba que hoy la dejarían en libertad, pero ya no tenía ganas de seguir caminando por la opacidad de un mundo tan gris. Al fin y al cabo, sólo eran rumores.

Aquella funesta mañana, estaba recordando Pris, de camino a su rutinario, frío y mecánico trabajo, se había encontrado con la mirada de una hermosa mujer de mediana edad, complexión delgada y ojos verdes como la esperanza de sus sueños, unos ojos, así lo sintió Pris, que contenían todo el amor del mundo. Sin pensarlo y de forma instintiva, se acercó aún más a aquella mujer. Ambas detuvieron su marcha y continuaron mirándose, frente a frente, sin mover un solo músculo, algunos minutos más.
De repente y sin mediar gesto o palabra alguna, las dos mujeres abrieron sus brazos, cual alas de mariposa y se fundieron en un comprimido y comprometido abrazo durante lo que a ambas les pareció una eternidad. Instantes después, la policía de la MEE: Manifestación Expresa de las Emociones, se las llevó en un furgón de camino al EBMC: Encierro para el Bien Moral y comunitario. Sin embargo y a pesar de todo por lo que estaba pasando, seguía creyendo que había merecido la pena saborear aquella infinita ternura, aquel afecto sin límites, una vez más. Porque por mucho que el gobierno se empeñase en quitar algo de en medio para que dejara más libertad a sus cretinos y siniestros planes, lo único que estaba consiguiendo es que, en general, muchas personas lo desearan, si cabe, aún mucho más.

Pris vivía en un mundo donde la familia, tal y como la hemos conocido, había dejado de existir hacía ya más de una década, o más exactamente, había dado paso a una forma de vivir monocorde y egocéntrica: las personas vivían solas y ocupaban espacios de apenas veinte o treinta metros cuadrados.
El gobierno se había encargado de que nadie quedara sin vivienda, eso sí, a costa de hacer terribles apartamentos en serie cual panales uniformados de lo que antes era, por ejemplo, una sola casa. Y así, los edificios multiplicaban como por arte de magia su espacio y donde antes había cincuenta viviendas, ora había doscientas.

Las relaciones personales eran frías y distantes, como si de máquinas se tratara. Eran atañas puramente funcionales y mecánicas: “quieres esto… dame aquello… pásame aquel tubo… gracias y hasta mañana”. No existían las actividades sociales donde la gente se reunía para divertirse como antes. Por supuesto, a fuerza de ser tan impávidos y yermos los unos con los otros habían conseguido eliminar, aunque aún quedaban algunos supervivientes camuflados, los afectos, el cariño y la sensibilidad, antaño motores primordiales de la vida en la Tierra.
Cualquier gesto que contuviera el mínimo de afectividad entre dos o más personas estaba penado con meses de cárcel y la policía de la MEE se encargaba de que así fuera con su excelso celo vigilante, siempre velando por la seguridad del ciudadano. Siempre y sin tener en cuenta cualquier otra alternativa, era mejor no dar con los huesos de uno en la cárcel, ya que en aquel lugar las torturas mentales de toda clase campaban a sus anchas.

Toda la población tenía sus necesidades más básicas y, a veces, no tan básicas, cubiertas.
Había trabajo y comida para todos y también, el mismo salario mensual, 276.98 ajes, per cápita. El trabajo era siempre comunal, o sea, tareas para y en pro del gobierno, repetitivas, monótonas y mecánicas, pero al fin y al cabo era trabajo. Algo con lo que mantener ocupadas las cabecitas y las almas, ahora que por fin habían conseguido que dejaran de quejarse y tenían a raya todas las revueltas callejeras y a los sediciosos y sus organizaciones, bien atados en corto.
“Pan y circo” para el pueblo, esa era la máxima imperante.

Por lo que respecta al pan, hacía ya tiempo que no existían los alimentos frescos y casi toda la comida era prefabricada, envasada y enlatada. No era necesario ir a comprarla, además ya no existían los supermercados, el gobierno distribuía sendas raciones semanalmente.
Y en cuanto al circo, las únicas o más destacadas, por decirlo de alguna manera, actividades de ocio con las que la población contaba para pasar el rato después de una dura y larga jornada laboral eran los LRG (libros regularizados por el gobierno) y las MS (máquinas para el sexo).Los LRG eran textos corregidos, ampliados, algunas veces y descomunalmente censurados, la gran mayoría, por gente especializada que el gobierno tenía en sus más altas esferas para tamaños fines. La novela había desaparecido y aquellos libros tan sólo contenían frívolos pasajes carentes de sentimientos y sin apenas significado. Describían gente haciendo actividades frusleras como si de prensa rosa se tratara. No pensaban y menos, sentían ninguna clase de afectos o similares. A veces, los libros hablaban de cosas, paisajes o animales domésticos como si de cualquier enciclopedia se tratara. Para pasar el rato, vaya.Estos divertidos y amados objetos del ocio los distribuía el gobierno cada medio año, cambiando cual cromos, los que ya había por otros que ellos mismos decidían. Cinco libros por vivienda y persona, es decir, unos diez libros cada año.

Las MS o máquinas para el sexo eran artefactos destinados a proporcionar placer al ciudadano, incluso mientras repasaba un LRG. Existía uno por cada vivienda.
El gobierno había prohibido cualquier tipo de contacto entre las personas, incluido por supuesto, el sexual.
Tres años atrás, sin embargo, se permitían hasta cuatro coitos al año entre los ciudadanos que así lo demandasen y se les asignaba una pareja al azar, distinta cada vez, para cada uno de los contactos sexuales.
Pero con tantas restricciones y prohibiciones emocionales como existían, la gente acababa enamorándose perdidamente de su pareja sexual y cuando planeaban escapar o vivir juntos, el gobierno les descubría y eran inmediatamente confinados a una celda de castigo del edificio del EBMC (Encierro para el Bien Moral y Comunitario), o sea, la cárcel de toda la vida. Porque eso sí, a este gobierno le encantaban los protocolos, la burocracia y todos los nombres, títulos o palabrería rimbombante.

Cuando llegaban a la pubertad, los chicos eran sometidos a sendas vasectomías y las muchachas a un ligamento de trompas, de esta forma controlaban los embarazos que ya no eran en modo alguno deseados. Tras las intervenciones médicas, los púberes rellenaban unos cuantos formularios con los que el gobierno tenía conocimiento sobre aquellos individuos que ya podían demandar sus coitos anuales.
Pero hacía ya tres años que este servicio no era contemplado en los funestos planes de sus dirigentes por considerarlo peligroso para la “estabilidad emocional” del individuo y de la incauta población en general.

El CRA o Centro de Reproducción Asistida era una mezcla entre hospital y guardería, a la par que uno de los edificios más descomunales de todos los que albergaba aquella extraña ciudad. Era lo más parecido a un hogar que veían los ojillos recién abiertos de los bebés que allí nacían o más exactamente, de los bebés que de allí salían, porque nacer, lo que se dice nacer, no nacían. Más bien se desarrollaban en probetas y los seguían controlando en otras dependencias cuando se cumplían las treinta seis rigurosas semanas de fría gestación tubular. A los siete años eran enviados al gran HC (Hogar Comunitario), que era como un enorme internado donde vivían y recibían su instrucción académica hasta los catorce años para las chicas, y quince para los chicos, edad en la que eran intervenidos quirúrgicamente, o sea, castrados para ser más precisos. Y tras la aburrida y pertinente burocracia, les asignaban su apartamento de veinte metros cuadrados, donde vivirían hasta el final de sus días, como el resto de la población.

Antes de proceder a los sendos ligamentos y vasectomías responsables de acabar de un plumazo con la tasa de natalidad, los especialistas de el CRA se aseguraban concienzudamente la extracción de óvulos y espermatozoides no sólo de aquellos, previas pruebas, que albergaban niveles más altos de fertilidad y viabilidad, sino también de los más dotados genéticamente hablando, previos test de Inteligencia y Capacitación.
De forma, que uno podía cruzarse por la calle con su padre o con su madre y no enterarse.
Eso era lo que normalmente ocurría si todo estaba en orden.

Sin embargo, eso no fue lo que le sucedió a Pris, ahora con la mirada perdida en aquel húmedo y lóbrego rincón de su celda donde rebotaban y caían sin gravedad las palabras huecas de la perorata que le estaba dedicando en estos momentos su consejera, antes de abandonar hoy la cárcel. Por fin, la libertad se iba colando como una cálida brisa marina por todas las oquedades de aquel pequeño habitáculo.
Y aunque alguna que otra lágrima continuaba nublando su frágil ánimo, seguía creyendo que había merecido la pena. Es más, se había prometido a sí misma aferrarse a aquel abrazo con todas sus fuerzas, como un niño a su juguete. Revivir su calor, su dulzura, para poder sobrevivir en aquel medio tan hostil.
Y es que el gobierno no podía evitar que la gente se mirase, y que algunas de esas miradas se penetraran de tal forma, que despertaran los más tiernos instintos y la necesidad de amor y de ser amados que tienen los seres con alma, por más métodos y restricciones infernales que emplearan.

Cuando se suponía la ausencia de un sol en un horizonte yermo y gris, Pris abandonaba el EBMC: Encierro para el Bien Moral y Comunitario. En el furgón policial y durante el trayecto hacia su minúscula vivienda, Pris se aferraba cada vez con más fuerza a la afable ilusión de aquel recuerdo, como una corriente de aire fresco en medio de un día de calor sofocante. Una tímida sonrisa se iba dibujando en su rostro mientras leía en una pantalla gigante de publicidad, había miles de ellas por toda la ciudad: “No os améis los unos a los otros como Él os amó… por si acaso” había dicho el jefe de estado a sus ciudadanos, pensando que su amarga realidad había ganado la partida a la dulzura de cualquier memoria.
Pris volvió a sonreír sabiéndose portadora de algo que jamás nadie le podría arrebatar.

Villalba, 21 de septiembre de 2008








La mesa

Cuando la guerra, mi amiga Fátima y yo, tan pronto oíamos sonar las sirenas, corríamos asustados a mi casa a refugiarnos debajo de la vetusta mesa de roble. Una de esas veces, después de un duro bombardeo que duró horas, me quedé dormido y soñé que generales y mandatarios de ambos bandos firmaban la paz sobre esa misma mesa. Al despertar, Fátima seguía conmigo y el brillo de sus lágrimas en la oscuridad encendieron mi corazón. Nos amamos por primera vez, sin importarnos qué ocurría ahí fuera.




Ignasi Raventos
Curso de Narrativa. Ejercicio de microrelato

domingo, 26 de abril de 2009

Virus

Nada más encender el ordenador, beep, beep, ¡ya estamos! qué demonios le pasará ahora. Oh, oh, es un virus “Hola soy el virus generoso” ¿generoso? Desenchufo el ordenador, espero un ratito, vuelvo a enchufar y ahí sigue. “Como te decía soy el virus generoso, pulsa siguiente para saber más” en fin, de perdidos al rio, sigo sus instrucciones “Cómo soy un virus generoso vamos a repartir el botín, te podrás quedar con la mitad de la información de tu equipo la otra mitad me la quedaré yo y la usaré a mi discreción. Si tienes unos minutos procederemos al reparto. Tú tranquilo te dejaré escoger” vaya si que es generoso, sólo me va a joder la mitad de mi información y además yo la elijo. “¿Qué prefieres A) Los documentos del proyecto en el que llevas 3 meses trabajando y que te proporcionará un ascenso fulgurante o B)los emails de tu amante?” joder, joder, la A. ”¿Qué prefieres A) las credenciales para entrar a tus cuentas bancarias o B) los emails en los que insultas a tu jefe?” ,¡madre mía!, la A. “Hemos concluido el proceso, paso a informarte de los resultados de tus decisiones: Los emails de y a tu amante serán reenviados a tu esposa. Los emails insultando a tu jefe serán reenviados, ¿lo adivinas?, efectivamente, a tu jefe, seguramente te despedirá por lo que el fantástico proyecto puedes borrarlo tú mismo. Has salvado tu dinero así que tu mujer podrá darse el gusto de desplumarte. Gracias por tu colaboración”

Sonia Sánchez Ortiz

ERNESTO

Si mira por la ventana de su cuarto, Ernesto solo ve un descampado feo y árido, y a lo lejos, la autopista. A pesar de la distancia y de que los barrotes de la ventana se lo ponen todavía más difícil, Ernesto cuenta coches según sus colores. Cada día busca coches de colores diferentes, hoy tienen que ser rojos. En su cuadernito verde, el que guarda en la mesilla de noche, anota, por colores, los coches que cuenta. Ya tiene varias páginas llenas de cifras para el color rojo.

Es la hora de la siesta y no se escuchan muchos ruidos. Ernesto se cansa de contar coches, se retira de la ventana y anota en su cuadernito verde la cifra de hoy: 147. Guarda el cuadernito en la mesilla y se dirige hacia su taquilla. En la cama de al lado el viejo Pablo ronca de lo lindo. Ernesto se ríe. El viejo Pablo siempre le hace reír. Comparten la pequeña habitación desde hace casi tres años. Pablo duerme en la cama que está al lado de la puerta, Ernesto prefiere estar en la que queda más cerca de la ventana. Abre su taquilla y elige ropa para cambiarse, una bata limpia y otros pantalones. Todo de color blanco. Hace buen día. Ha decidido darse una vuelta por el jardín. Coge también la caja de bombones. Es una caja de lata, redonda, de color azul. Ya no tiene bombones, pero Ernesto siempre se la lleva cuando da paseos por el jardín.

Abre la puerta y sale al largo pasillo blanco. No hay nadie, todos duermen. Pasa por el puesto de control y la enfermera que tiene la verruga en la nariz le sonríe. Ernesto también. Llega al otro extremo del corredor, atraviesa la sala de la tele donde algunos roncan en los viejos sillones mientras se escucha el tiroteo de una peli de vaqueros, y baja las escaleras que van a parar a la puerta principal, la que da al jardín. Saluda también al guarda de seguridad, que sentado tras su mesa, apenas levanta la cabeza del Interview que está leyendo, y sale al exterior.

Atraviesa el paseo de pinos y después la rosaleda, a Ernesto le gusta sentarse en el banco más lejano del jardín, desde allí no se ve la valla que rodea el centro y los árboles tapan la silueta del feo edificio de color verde claro. Allí Ernesto se relaja. Allí puede estar totalmente solo y por unos momentos puede dejar de simular. No tiene que contar coches, ni reírse sin motivo, ni ponerse a gritar sin venir a cuento. Porque Ernesto no está loco. Se lo hace. Porque con el paso del tiempo Ernesto se ha acostumbrado al centro, al fin y al cabo, ¿dónde iba a ir si saliera de allí? Sin familia, sin amigos… Cuando mató a su hermano le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Y muy bien. Así no tuvo que ir a la cárcel. Así la gente le dio de lado. Con el paso del tiempo se olvidaron de él. Nunca le gustó la gente. Un caso sin remedio. Eso dicen los psiquiatras. Y Ernesto tan feliz. Chilla de vez en cuando, cuenta coches y… casi se le olvida, recoge bichos para su caja de bombones. Eso siempre da un toque de locura irrefutable. Lo vio en una película.

Ernesto recoge un par de arañas, las guarda en la caja junto al resto de bichos, algunos ya muertos, y vuelve contento hacia el hospital psiquiátrico. Las voces le preguntan qué hay de cenar, Ernesto les dice que no sabe, aunque le apetecería un buen filete con patatas. Las voces son sus amigas. Es lo único que le hace mantener algo de cordura entre tanto loco como hay allí dentro.


Texto: T. Vaquerizo

lunes, 20 de abril de 2009

LAS NUEVE ROSAS




A Marien y a Milagros

Oscar, el chico con el pelo teñido de rubio y con algunos mechones de punta, se dirige con gesto taciturno a la floristería de Isabel, la más antigua del barrio. Se ha peleado con su novia y quiere sorprenderla con flores para pedirle perdón.
─Buenos días. Me gustaría enviar un ramo de nueve rosas rojas─ dice Oscar visiblemente impaciente y emocionado por la decisión que, sobre la marcha, acaba de tomar. “¡Rosas rojas para recuperar de nuevo a mi chica! Nueve, el día de nuestro encuentro; rojo, su color favorito…”, piensa Oscar entusiasmado con su ocurrencia.
Isabel se levanta de su taburete, deja encima de la mesa las tijeras de podar, y con una amplia sonrisa se dirige al lugar donde tiene las rosas y comienza a escogerlas para elaborar el ramo. “Seguro que es un regalo para una primera cita”, piensa la florista. Y siente la ilusión del primer amor, la vehemencia de una primera cita se cuela por sus recuerdos y se emociona casi hasta el llanto.
─Por favor, Liliana, toma nota a este chico del nombre y dirección de este bonito envío.
Liliana lleva apenas unos meses trabajando en la floristería de Isabel, pero lo que más le gusta de su perfumado y colorido trabajo son los encargos de amor. Y aunque sabe que también forman parte de la vida, detesta las coronas para los funerales. Con un gesto rápido y coqueto, Liliana se retira un mechón de su morena y rizada melena de la cara y comienza a recordar su primera cita: “¡fue tan excitante, qué guapo era aquel hombre!, un venezolano muy alto, tostadito como el café y elegante como este delicado y cuidadoso ramo de rosas rojas…”. Con la mirada lejana y soñadora, le pide los datos de envío a Oscar, que le va dictando a Liliana, la romántica:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: María Pérez Baluarte
Avenida de los Sauces, 39,
De: Oscar Martínez López

─ Pero con mis iniciales es suficiente para que ella sepa… Por favor, ponga sólo “De: O.M.L.”, gracias─ le dice Oscar pensando en todos los detalles.
Más quiso el destino o el emotivo recuerdo de su primer amor, o ambas cosas, quién sabe, que Liliana se equivocara en dos letras. Darío, que así se llamaba su guapo venezolano, acostumbraba a hablarle a Liliana, así era él, del “cauce” que seguían las cosas en el momento en que dos personas se sentían atraídas de aquella manera.
Así que cuando Alfonso, el repartidor, recoge el ramo y la tarjeta de entrega, ésta reza así:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: Daría Pérez Baluarte
Avenida de los Cauces, 39,
De: O.M.L.

Ese día no hay demasiados repartos y Alfonso se alegra de poder llegar algo más pronto a casa. Sus dos hijos de once y trece años, se han marchado a casa de la tía Ruth a pasar el fin de semana con sus primos. Es viernes y… ¡tiene toda la noche por delante para estar a solas con Mónica, su mujer!
Alfonso es un tipo bajito, calvo y con una sonrisa entrañable. Ha alquilado “Nothing Hill” y además ha comprado una botella de Moët&Chandon junto con una tonelada de helado de chocolate. “La noche promete”, piensa imbuido por un intenso y repentino soplo romántico, como hace tiempo no siente. Mira el resplandeciente ramo de las nueve rosas rojas, y entonces el amor le parece el sentimiento más noble y digno que un ser humano pueda albergar. Le invade una sensación de inmensa alegría.
Al otro lado de la puerta, una anciana con la mirada interrogante y el ánimo harto sorprendido, contempla sin dar crédito el ramo de las nueve rosas que Alfonso le está entregando. No se fija en esos dos apellidos que no son los suyos. Sólo lee en aquella florida y juvenil tarjeta que le trae el amor a la misma puerta de su casa, ese amor con el que tantas y tantas veces ha soñado y después de tantos años:

“Rosas rojas para la flor más hermosa”
Para: Daría
De: O.M.L.

Una lágrima se desliza, sutil, por una de sus descarnadas mejillas, mientras su vecino de enfrente, Olegario Montes Laberna, recoge en silencio su correo al tiempo que cruza con Daría una mirada que vale más que mil palabras. Una mirada que cristaliza y musita: “bendita equivocación”.


Mar Solana. Villalba, 9 de abril de 2009.










la novia

LA NOVIA
 Evidentemente iba de blanco. Ese color tan puro que en el fondo odiaba. Hubiera preferido ir de color champán pero no encontró vestido de su talla. Este era bonito, un poco cursi. Ceñido en el pecho y amplio de falda con caída agraciada que disimulaba los gorditos.No quiso velo, escogió una tiara tipo princesa, discreta y con unas florecitas repartidas por el largo cabello pelirrojo. La verdad es que estaba muy guapa. Se veía juvenil. Elegante pero sin exagerar.
Las medias eran de la mejor calidad, suaves y de una talla mayor a la necesaria. Así no tuvo problemas al ponérselas. Resbalaron fácilmente por sus piernas, un poco gordas pero firmes.
Los zapatos al final fueron de raso. Sus amigas le dijeron que mejor de charol, que era lo que este año estaba de moda. Pero se negó en rotundo, no le gustaba para nada el charol y era su día, su boda, se pondría lo que ella quisiera aunque el vestido fue forzado porque no había su talla en color champán.
No quería ponerse encima más cosas. De por si se sentía un árbol de navidad. Se miraba en el espejo del local y se sentía como la muñequita del pastel. Felizmente el pastel era de chocolate, negro, lejos del blanco que tanto odiaba.
Es que es el color de las novias le había dicho la asistente del departamento de vestidos de novias del Corte Inglés. Vaya gilipollez, el color puro. Tradición de tiempos de las abuelas, hoy en día lo único puro que llegaba a una boda era el cheque del restaurante. Eso si que le había dolido, el menú, las flores, el fotógrafo….todo una estafa legalizada.
Sin embargo se seguía mirando al espejo y se gustaba. Parecía una princesa, cursi pero hermosa. Vaya ironía, despotrico toda su vida contra estos estereotipos y ahora se gustaba. Se veía delgada, juvenil, guapa, elegante. La tiara le quedaba fantástica. Lástima del blanco.
Incluso llegó a imaginar qué pasaría si teñía el vestido. Un poquito gris, un poquito champán, algo que eliminara el blanco de la ecuación. 
Y mientras pensaba en esto su amiga Nuria le dijo, acaba de marcar el Barca. Y como un milagro, el espejo le reflejo su maravillosa pose de color blaugrana!
 
Libertad Ordovás Joven
Abril 2009

domingo, 19 de abril de 2009

LA CORTA VIDA DEL LIBRO DE TONI CAMPANARIO

El primer ejemplar de “La Caja de los Sueños” llegó a sus manos envuelto en un sobre marrón. Su editor ya le había avisado de que el libro estaba en camino. Se preveía una primera edición de 50.000 ejemplares, aunque de momento la cosa estaba parada. La dichosa crisis. Toni Campanario había llegado a un acuerdo con su editor, imprimirían un primer libro de muestra y Toni se encargaría de que el mismo llegara a unos cuantos allegados para ver qué aceptación tenía. Solo que el primer ejemplar no iba firmado. Nadie sabría que era el libro que Toni llevaba escribiendo tantos años, ese proyecto que había mantenido en secreto tanto tiempo… La idea fue del mismo Toni, no quería que eso influyera en las opiniones de sus primeros lectores. Así que, abrió el sobre, cogió el libro y llamó a su mejor amigo, Alfredo Méndez. Se reunió con él horas más tarde, en la cafetería de siempre. Hablaron de esto y de lo otro, de aquello y de lo de más allá… y ya cuando se disponían a pagar la cuenta y marcharse, Toni, como quien no quiere la cosa, sacó de su cartera el libro y le dijo a Alfredo que se lo había dado un amigo escritor para que le diera su opinión.

- Yo ya lo he leído – le dijo Toni – pero mi amigo necesita más opiniones. ¿Te importaría leerlo y decirme qué te parece?
- ¡Claro! No hay problema. ¿De qué va?
- Bueno, prefiero no contarte nada, mi amigo es un poco pesado, insistió mucho en que no nos contaminemos los unos a los otros con nuestras opiniones personales.
- Vaya… bueno, pues le echaré un vistazo y te cuento. Me voy corriendo que Rosario tiene que haber llegado ya a casa y tengo que ayudarle a preparar la cena, hoy tenemos visita.

Toni se marchó a casa satisfecho y Alfredo se dirigió hacia su coche. Pero el coche no arrancaba. Después de un par de patadas que le dejaron el pie hecho polvo y de unas cuantas maldiciones, Alfredo decidió dejar el coche allí aparcado y coger el metro hacia su casa. La línea 2 no iba muy llena a aquella hora y encontró sitio fácilmente. Llevaba “La Caja de los Sueños” en la mano, así que aprovechó que no había nadie en el asiento contiguo para dejar allí el libro. Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó a su parada, bajó, y el libro siguió su camino, esta vez, en solitario.

En Opera subió Gonzalo Pacheco, un estudiante de veterinaria al que le llamó la atención el libro abandonado. Miró a su alrededor pero no parecía pertenecer a nadie así que decidió cogerlo. Lo abrió y le echó un vistazo por encima, le pareció curioso que el libro no fuera firmado, no contenía información alguna acerca del autor. Lo guardó en su mochila y bajó del metro en Noviciado para dirigirse a la residencia de estudiantes de la calle San Bernardo, donde compartía habitación con un checo que estudiaba Bellas Artes. Dejó el libro sobre el escritorio de su habitación y salió a cenar algo por la zona. El checo llegó minutos más tarde atormentado. Necesitaba urgentemente una buena idea para la escultura que tenía que entregar al día siguiente. De repente reparó en el libro de Toni Campanario y lo tuvo claro. Despedazó el libro y lo utilizó para empapelar una de las sillas que había en la habitación. En honor al título del libro lo llamó “La Silla de los Sueños”. La pieza obtuvo muy buena nota y el checo decidió ir un paso más allá. Organizó una performance callejera, construyó una plataforma de madera y puso “La Silla de los Sueños” en lo alto. Enchufó un iPod a unos altavoces bastante potentes para llamar la atención. Una canción de Sonic Youth sonó a todo trapo, y una vez que tuvo el público suficiente, el checo roció con gasolina la silla y le prendió fuego. La performance duró poco, enseguida llegó un coche patrulla de la policía a quien ese día acompañaba un equipo de televisión. Toni Campanario cenaba en casa tranquilamente cuando vio la noticia en el telediario… Sintió un extraño desasosiego cuando el locutor dijo que la obra del chico se llamaba “La Silla de los Sueños”, pero enseguida el pensamiento pasó fugaz por su cabeza y siguió cenando mientras, impaciente, contaba las horas para llamar a su amigo y preguntarle qué le habían parecido las primeras páginas del libro.


Texto: T. Vaquerizo

LA CAJA

LA CAJA

Soy marrón claro, de cartón rugoso, resistente, de forma cúbica con laterales que ensamblan a la perfección. Toda yo de material reciclable, más que nada por estar al día. De tamaño mediano tirando a grande, soy amplia y cómoda, doy facilidades para el correcto embalaje de todo tipo de objetos. Aunque no soy resistente al agua aguanto bien las humedades. Mi único defecto es que necesito la ayuda de cinta de aislar para no desfondarme.                                   Vivo plegada en cualquier almacén, debajo de una cama, en un armario, y no tomo mi forma corpórea hasta que me necesitan. Estoy orgullosa de mi misión en la vida, facilitarle la vida a los humanos, permitirles trasladarse con comodidad, almacenar o simplemente arrumbar la más variada y rica colección de objetos. Soy la guardiana de los recuerdos más personales de una vida, la chófer de un sin fin de artefactos necesarios para la misma, la amiga útil en todo momento.                                                                                                                                                    Mi vida es relativamente larga y me permite conocer a profundidad los más recónditos pensamientos y sentimientos de mis dueños. Según el contenido puedo saber con certeza qué es lo que está pasando a mi alrededor. Por eso soy feliz.                                                                  Tengo además montones de hermanas. Unas más grandes que yo y otras pequeñitas que requieren mis consejos y atenciones. Sin embargo, de mis hermanas menores aprendí muchas cosas. Ellas guardan objetos pequeños en tamaño pero inmensos en valor, también suelen contener accesorios muy necesarios como agujas, botones, clips, etc… ellas me enseñan la importancia del orden en el quehacer de cada día.                                                                            Por todo esto estoy orgullosa de mí misma y de mi especie, y, a diferencia de otros recipientes, mi vida no suele contener grasos elementos. Ni qué decir que espero mi muerte serenamente. Yo no voy a ser enterrada y olvidada. Seré reciclada y por lo tanto tendré vida eterna en cualquier otra forma de existencia, pero siempre útil y servicial.

Libertad Ordovás Joven            

Un garbanzo en una enorme silla


Lorena rompió a llorar cuando colgó el teléfono. Esperó unos instantes, se secó las lágrimas con el delantal y se dirigió al sótano, donde su jefe estaba sacando una hornada de pan.
- Señor Mateo, lo siento pero me han llamado del colegio de mi hijo, por lo visto se ha peleado con un compañero. El director quiere verme, me ha pedido que vaya lo más pronto posible –mientras se lo decía, sus uñas iban escarbando en el fondo del bolsillo, de la misma forma que lo hacía cuando era pequeña y la llamaban a la pizarra, o cuando le hacían el examen oral que ella tanto odiaba.
- Vaya, vaya –le dijo su jefe sin mirarle a la cara. Pero no tarde mucho, que hay trabajo.
Lorena le dio las gracias, se puso el abrigo y cambió su calzado de trabajo por sus zapatos de tacón que se había comprado en las rebajas el mes anterior. Mientras se dirigía hacia el metro iba mirándose los pies, se sentía una intrusa en esos zapatos que no iban con ella; maldijo la ocurrencia que tuvo de ponérselos esa mañana, era como si estuviese en un escaparate, y ella fuese el maniquí al que estaban decorando. En su trayecto hacia el colegio intentaba evitar pensar en el tema que le preocupaba, el causante de su pérdida de sueño de las últimas noches, de las últimas semanas.
Hacía exactamente un mes y una semana que había encontrado en el bolsillo de un pantalón de su hijo de dieciséis años dos pastillas pequeñas envueltas en papel aluminio. Cuando le preguntó con toda sospecha que era aquello, su hijo le contestó con una expresión mentirosa que ella conocía perfectamente en su rostro, le dijo que pertenecía a un compañero de clase y un montón de patrañas añadidas. A todo esto se sumaba un comportamiento violento hacia ella que en los últimos días se había acentuado.
Entró en el recinto del colegio con una sensación de impotencia, con una necesidad vital de desaparecer por un tiempo del mundo, o tener un largo sueño, como en La Bella Durmiente, y al despertar que sus conflictos, o mejor dicho, su conflicto se hubiese esfumado.
El conserje le acompañó hasta el despacho del director. Intuyó su mirada curiosa como quien mira a un bicho raro, se sintió observada y posiblemente hasta juzgada por aquel individuo.
- Siéntese, por favor –le señaló la silla libre que había en el despacho, al lado de su hijo. Lo que tengo que decirle me duele, pero no tengo otra salida. El comportamiento de su hijo en este curso está siendo cuestionado por todos los profesores y por parte del alumnado, que son víctimas de su agresividad verbal y hasta física en dos ocasiones este mes. Esta mañana ha agredido a un compañero suyo, que ha tenido que ser asistido por algunas contusiones.
El director seguía hablando. A medida que él iba creciendo en su argumento, ella iba disminuyendo en su tamaño, hasta sentirse como un garbanzo en aquella enorme silla. Su corazón había encogido y sus zapatos habían pasado por el zoom de aumento hasta llenar aquella habitación.
- Esta mañana hemos tenido una reunión y hemos decidido expulsar a su hijo durante un periodo no inferior a un mes. Le recomendamos que le trate un psicólogo. Más adelante se pone en contacto con el colegio para estudiar su vuelta a clase, siempre y cuando haya una mejoría en su carácter o esté siguiendo un tratamiento –concluyó el director con un punto y aparte en sus palabras.
- Mi hijo no está pasando por un buen momento, desde que su padre y yo nos hemos separado ha adoptado una actitud rebelde. Entiendo su decisión y la respeto. Lamento mucho lo de ese compañero, jamás pensé que mi hijo llegara a agredir a nadie. Le llamaré –se despidió con un apretón de manos y con su autoestima por los suelos.
Salieron sin pronunciar palabra alguna. Su hijo la seguía a unos cuantos centímetros de distancia, arrastrando la mochila y los pies, esperando la reprimenda de su madre. Pero no la hubo, en ese preciso instante no podía hablar, estaba tan enfadada como asustada. Enfadada consigo misma por no haber dado la talla como madre, por no saber comunicarse con su hijo, por no poder protegerle de las malas compañías. Asustada por no saber por dónde empezar, por presentir que se le estaba escapando de las manos la situación.
Después de recapacitar durante largo rato, concluyó que no solo su hijo necesitaba ayuda, ella también.


Milagros Herrero

sábado, 18 de abril de 2009

Eva

A mis treinta y tres años había roto totalmente con mi vida anterior e iniciaba una nueva en todos los aspectos: laboral, personal y sentimental.

Me encontraba perdido y desorientado, había sufrido un desengaño amoroso, aunque no en el sentido habitual del término y sin duda por culpa mía, pero quien puede controlar al amor, sea del tipo que sea: siempre es libre de ir, venir o quedarse.

Eva tenía 27 años cuando la conocí y el aspecto de poder enseñarme todo lo que yo ansiaba saber de este mundo y que hasta ahora no había estado a mi alcance. Era atractiva, pelo negro a media melena, ojos oscuros y expresivos, en muchas ocasiones no necesitaba hablar para hacerme saber lo que pensaba. Su boca me esclavizó desde el primer momento.

Yo era inexperto, no sabía cómo comportarme delante de ella, si hablar o callar, si moverme o estarme quieto. . . poco a poco me fui acostumbrando a estar a su lado. Me trataba con cariño, creo que al principio tenía curiosidad por mí, me trataba como si fuera una especie en extinción, mi pasado reciente no es lo que se puede decir normal, pero tampoco era un bicho raro.

Sin darme cuenta fui transformándome, cuando sonaba el teléfono el corazón me daba un brinco en el pecho solo de pensar en que era Eva quien llamaba, era incapaz de centrarme en nada que no fuera Eva, mis manos temblaban cuando pensaba en ella y si no pensaba en ella me venían a la cabeza imágenes fugaces de su rostro, su voz y su cuerpo: me había enamorado.

Sin embargo yo era incapaz de insinuarle mis sentimientos y mucho menos pensar en tener una relación con ella, sencillamente estaba fuera de mi alcance. Afortunadamente para mí, yo sí estaba a su alcance. Una tarde en el cine Eva tomó la iniciativa. Nos sentamos juntos, me cogió de la mano y como si un rayo me hubiera alcanzado, mi brazo se encogió para intentar evitar su contacto.

Acercó su boca a mi oído y me preguntó si me ocurría algo. Su voz susurrante me erizó todo el vello de la nuca, me cogió la mano por segunda vez y de nuevo un cosquilleo electrizante me invadió y recorrió mi cuerpo desde el estómago hasta la cabeza. Nunca antes había sentido algo así. Más tarde me avergoncé de mí mismo porque el pelo no fue lo único que se me erizó.

Después de la mano, su boca me regaló el primer beso de amor en mi vida, y digo bien, porque fue un auténtico regalo, y desde luego para mí fue de amor, no podía ser nada más. Su boca me enloquecía, por fin era mía, me pertenecía y podía sentirla dentro de mí, estaba entrando en un éxtasis como nunca había conocido.
Aún hoy, años después y felizmente casado, cuando recuerdo aquel beso, todo mi ser se llena de una pequeña histeria que me resucita.

Eva notó en mí el nerviosismo típico de la inexperiencia, pero continuó besándome hasta el final de la película como si de una clase magistral se tratara. El sábado siguiente me invitó a su casa. Me enseñó la cocina, el comedor y al llegar al dormitorio mis nervios me delataron, ella me tranquilizó:"No te preocupes, no estás obligado a hacer nada que no quieras, lo que tenga que llegar, llegará en su momento".

Yo era, aún soy, una persona mucho más espiritual que carnal. Estaba enamorado de ella, amor puro y virginal, al menos para mí. Podría estar con ella toda mi vida sin ninguna necesidad de relaciones carnales. Por otro lado pensar en el contacto de toda su piel con la mía, en su cuerpo desnudo junto al mío, hacía crecer en mí sensaciones que desde luego me resultaban muy agradables, pero al mismo tiempo me producían desasosiego, esta era la disyuntiva a la que me enfrentaba.

Nos sentamos en el sofá y noté cómo mi inquietud inicial se transformó en excitación sexual. Eva cogió mis manos y las guio por debajo de su camisa, recorrió todo su cuerpo, me llevó a explorar lugares inaccesibles, recónditos e inimaginables para mí hasta entonces.
Del sofá pasamos a su dormitorio y continuamos haciendo el amor. Borracho de sensaciones, bajo mis pies había desaparecido la tierra, me sentía caer al vacío una y otra vez, y Eva siempre estaba allí, conmigo, acompañándome en mi camino por el placer sexual.

Nuestra relación duró un año, ocho meses y tres semanas, lo suficiente para recuperar gran parte de lo que me perdí durante los veinte años que dediqué a la Iglesia, de los que no me arrepiento, pero las vocaciones no siempre son eternas y en esta vida hay tiempo para todo.

Mi relación con Eva fue un proceso de reinserción, seguramente el mejor que pueda existir. Después de Eva me enriquecí con otras relaciones más o menos efímeras, más o menos profundas, hasta que finalmente encontré a la persona con la que decidí compartir el resto de mi vida. Y ahora pasado el tiempo, me doy cuenta de que una vez encontrado el primer amor auténtico, todos lo demás son bisutería, falsificaciones que coleccionamos, abrillantamos y exhibimos para rellenar el hueco vacío de un diamante que tuvimos y perdimos tiempo atrás, un diamante cuyo brillo nunca podremos olvidar.

Pedro.

jueves, 16 de abril de 2009

En el tren

Cómo cada día cogí el tren para volver a casa después de un largo día de trabajo, pero aquel trayecto iba a ser diferente, aquel día, en aquel tren me encontré a mí misma.
Subí al vagón ayudada por los empujones de la gente que, deseosa de llegar a casa con los suyos y volver a sentirse alguien, pierden el respeto por sus congéneres. Divisé un asiento libre y corrí para llegar hasta él antes que la persona que había al otro lado del pasillo y que también le había echado el ojo. En esa ocasión gané yo, me senté satisfecha de mi hazaña.
Al lado había una señora mayor que me miró y me sonrió, cosa extraña a esas horas en el tren, la saludé con la cabeza y acto seguido abrí mi libro para evitar conversaciones inoportunas, pero a la señora mi libro no le pareció suficiente impedimento y empezó a hablar, presuntamente conmigo:
- ¿Estás cansada, verdad?, claro, hoy en día todo va demasiado deprisa, nadie tiene tiempo de sentarse a conversar, ni tan siquiera tienen tiempo de mirar a la cara del de al lado –no pude evitar darme por aludida y sentirme un tanto maleducada así que cerré el libro.
- Sí, estoy muy cansada, trabajo muchas horas. Ya sabe el que algo quiere…–dije intentando sonreír a la pobre abuela.
- Ahí hija, en mis tiempos era fácil realizar tus sueños, había menos distracciones, si trabajabas duro y tenías claro el objetivo, triunfabas seguro. No teníamos el plato de comida asegurado así que arriesgarse era gratis. –tenía la voz serena y la mirada cálida.
- ¿Y cuál era su sueño? –pregunté con sincero interés.
- Bailar. Bailaba como los ángeles desde bien pequeña. Mi madre cantaba muy bien y en casa nunca faltaba música sin necesidad de tocadiscos. Yo bailaba y mama cantaba. Eso ayudaba a engañar al hambre. Algunas veces nos acercábamos a la plaza del pueblo y montábamos un pequeño espectáculo, conseguíamos algunas monedas y eso nos daba para comer algunos días. –la mujer sonreía, parecía rememorar esos momentos con dulce nostalgia.
- Debieron ser momentos duros –eso de pasar hambre por mucho que lo amenizaras con cante y baile no me parecía a mí una situación para recordar con alegría.
- No, al contrario fueron momentos muy felices, recuerdo a mi madre con su falda de los domingos, sentada en el taburete de madera que le hizo mi padre, con su larga melena suelta, su olor a lavanda y su voz, esa voz que me mecía. –cerró los ojos y empezó a mecerse abrazándose al mismo tiempo.
- ¿Pudo cumplir su sueño? ¿Triunfó bailando?
- Si
- ¿Actuó en grandes teatros y cosas así?
- Bailo cada domingo para mi marido, mis cinco hijos y mis ocho nietos, también lo hago para mis amigos en ocasiones especiales. Me aplauden, me abrazan, no faltan ni un domingo. Es un momento muy especial para todos.
- ¡Ah bueno! –exclamé casi sin darme cuenta.
- ¿Decepcionada?
- A decir verdad, un poco. Esperaba que hubiera sido usted una gran bailarina, que hubiera conocido a personas importantes, que hubiera alternado con apuestos caballeros y que hubiera ganado dinero a espuertas.
- Soy una gran bailarina porque bailo desde el corazón, he conocido a las únicas personas realmente importantes, mi familia y mis amigos, y he alternado con mi marido que ha sido siempre un apuesto caballero. En cuanto al dinero, nunca ha sido mi prioridad. ¿Quizá el problema está en tu percepción del éxito?
- Bueno, no sé a qué se refiere.
- Para mí el éxito es hacer feliz a los demás haciendo lo que me gusta, y lo he conseguido, así que puedo decir que he tenido éxito en la vida.
- Bueno, hoy en día el concepto de éxito es un poco distinto. La sociedad es muy competitiva –dije haciéndome la interesante aunque realmente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo.
- Jaja, los jóvenes siempre acabáis echándole la culpa a la sociedad, la cultura o la tele. El éxito no es algo social es algo personal, íntimo. Cada cual debe encontrar su éxito. No existe la sociedad, la sociedad no es más que la suma de muchos individuos. Si cada uno se compromete con encontrar su felicidad, la sociedad dejará de ser un elemento opresor y se convertirá en la red de seguridad que nos evite desfallecer en nuestra búsqueda.
La verdad es que costaba contradecirla. Mi vida era cada vez más gris, me pasaba 10 horas en el despacho, llegaba a casa de mal humor, le daba un beso a mi marido por costumbre más que por ganas, cenábamos sin apenas cruzar palabra y me acurrucaba en el sofá a ver la tele esperando que los días pasaran lo más rápido posible. Hacía tiempo que no me planteaba que es lo que realmente me hacía feliz.
- Por cierto, ¿Tú tienes algún sueño? Bueno seguro que lo tienes ¿Cuál es tu sueño? –preguntó dirigiéndome una sonrisa.
- ¡Escribir!
- Pues escribe con el corazón, el éxito está garantizado.

Sonia Sánchez

miércoles, 15 de abril de 2009

SABOR A MELOCOTÓN

El maletero permanecía abierto esperando a que depositaran la caja cuidadosamente, su contenido lo merecía. Con las primeras horas del día Simón y su padre cogieron los melocotones que como todos los veranos llevaba consigo al regresar de sus vacaciones.
El progenitor le insistía poniéndole el brazo por encima de los hombros:
- Un puñado para tu Superior, que esté contento, a ver si te manda pronto para casa. Que no suframos más.- Dejando como punto final el sonido de un suspiro desde lo más profundo.
- No te preocupes, papá. Estaré aquí muy pronto.
La noche antes se había despedido de sus amigos haciendo la típica zurra, mezcla de melocotón troceado, vino y gaseosa, como ya era costumbre. Simón disfrutaba de sus vacaciones estivales siempre en su pueblo, con la familia y los amigos de toda la vida, coincidiendo también con las fiestas patronales. Todos sabían que era Guardia Civil, y que trabajaba en un grupo especial de información o algo relacionado con el terrorismo, no daba nunca demasiadas explicaciones, pero si que contaba a veces anécdotas y vivencias, omitiendo datos precisos, miedos y tropiezos. Los primeros días en el pueblo todavía permanecía muy tenso, miraba por encima de su hombro si oía pisadas y revisaba los bajos del coche cada vez que lo aparcaba en la calle. Volvía a Madrid a esperar instrucciones de desplazarse al norte, para continuar con la vigilancia y seguimiento del caso que le asignaran.
Sus padres permanecieron de pie, despidiéndole con la mano, mientras el coche se alejaba con su preciada carga. Atravesó el pueblo por la calle principal donde ya los primeros paisanos comenzaban su faena, cruzó el puente de hierro sobre el río cuyo cauce discurría casi seco, hasta llegar al cruce para coger la carretera principal. Todo a un lado y a otro era huerta, en los melocotoneros las ramas se doblaban por el peso bajo el sol, eran los mejores de toda Europa.
Pronto el dulce olor de la fruta invadió el vehículo, su tentador aroma arrebataba los sentidos y le revolcó la memoria. Cuando era un crío correteaba con los amigos por los bancales,cogiendo la fruta del árbol y comiéndola sin lavar, simplemente frotándola contra el pantalón. Su primer beso de amor fue un día de marzo bajo un melocotonero en flor,con ocho años. Y que hubiera sido de él si cuando se precipitó al río, que entonces pasaba caudaloso, no le hubieran arrojado una rama para sacarlo antes de llegar a la presa. Definitivamente aquel perfume le traía muy buenos recuerdos, aromas de verano, de juventud, de vida. Había planeado que cuando se jubilara plantaría un huerto con una casita con soportal desde donde vería amanecer y por la tarde la brisa inundaría la casa con el delicioso olor de los frutales. Se encontraba cansado de no disfrutar una vida normal, con veintiocho años no tenía novia, aunque en estos días se reencontró con un amor de juventud y ya veríamos lo que pasaba hasta que regresara para el puente de Todos los Santos. Debido al mutismo que imponía su trabajo era difícil entablar relaciones personales y estaba hastiado, le faltaba sólo un año más.
Todo el trayecto lo hizo embriagado por el aroma dulzón que emanaba del maletero. Su compañero de fatigas era un palentino que esperaba impaciente su regreso, o precisando mejor, el del rico manjar que traía siempre de vuelta de sus vacaciones. Nada más llegar a su destino salieron de viaje a cumplir una misión de investigación, con la promesa a su compañero de no olvidar cargar los melocotones en el coche. Darían buena cuenta de ellos en las tediosas horas de espera.
En la madrugada del 10 de Agosto, conducía el palentino por los vericuetos caminos de la montaña, Simón acababa de sacar la bolsa de los melocotones, preparada para aquella noche, y la dejó abierta sobre sus piernas mientras le daba el primer bocado al melocotón, jugoso y crujiente, al tiempo que cerraba los ojos y aspiraba su fragancia. “No hay otro sabor igual”, dijo, mientras le ofrecía uno a su compañero y ambos asintieron con un leve movimiento de cabeza. La ráfaga de metralla impactó en los cristales del vehículo por sorpresa, sin tiempo para reaccionar ante la emboscada terrorista. El volantazo hizo que se detuviera al estrellarse sin control contra un roble junto a la carretera. Al abrir la puerta del Jeep para intentar salir, un intenso olor a muerte se escapó de su interior, los melocotones rodaron por el suelo, salpicados de sangre caliente y quedando esparcidos junto a su cuerpo agonizante en el asfalto, en su boca permanecía todavía sin tragar el último mordisco a la vida. Cuando los encontraron, amanecía en la mejor huerta de Europa.


Marien
Taller Escritura Creativa

Mirando al mundo

El mundo es una auténtica mierda.
Todo es gris, el cielo, las calles, la gente, los árboles del parque, los pájaros. Y este olor, está por todas partes, la ciudad apesta. Las fachadas de los edificios están sucias, los coches circulan expulsando un irrespirable humo gris, la gente deambula por las calles, sus caras están difuminadas, borrosas.
Subo al autobús para ir a casa, le pido el billete al conductor, no puedo evitar fijar la vista en lamparones de su uniforme. El autobús está lleno de pequeñas manchas en los cristales, en el suelo, en los asientos, en la barra, estiro la manga de mi jersey para agarrarme… la gente apesta, es el mismo olor que envuelve la ciudad.
Llego a casa y busco a mamá. El olor de mamá siempre me reconforta. La encuentro en el jardín, al verme sonríe.
- Hola cariño ¿qué tal el día? – viene hacia mí, necesito que me abrace, que su olor anule este apestoso olor que me acompaña y que el brillo de su mirada borre el sucio gris de la ciudad.
- Mamá, el mundo es una mierda. Todo es gris, sucio. Y apesta, la ciudad apesta –me abraza, ya estoy a salvo, mamá lo arreglará.
- Hijo, siempre te he dicho que el mundo es un reflejo de nosotros mismos. Es un espejo, sólo te devolverá tu imagen. –me acaricia el pelo.
- Mamá, ¿estás diciendo que soy sucio y apestoso?
- Cielo, límpiate las gafas y cámbiate de zapatillas. El mundo te lo agradecerá.

Sonia Sánchez Ortiz

En la consulta

- No sé para que hemos venido, yo me encuentro perfectamente.
- Vamos, entra, llevas una temporada un poco rara, mejor será que te miren. –dijo Boni mientras empujaba a Raquel hacia la sala de espera.
- Bah que chorrada, no sé por qué dices eso.
- Sabes que desde que murió Harry, no quieres salir de casa, apenas te relacionas -Boni miró a Raquel de reojo, sabía que recordarle a su peludo y muerto perro la haría claudicar.
- Echo de menos a Harry, eso es todo. Además, me relaciono contigo.
- Harry era un buen perro, pero era un perro al fin y al cabo. Tienes que relacionarte con gente, con hombres sobre todo, un poquito de mambo y se te curan todas las penas.
- No me gustan nada los médicos –Raquel intentó cambiar de tema, hablar de hombres la ponía un poco nerviosa.
- A nadie le gustan, anda, sentémonos ahí que hay dos sitios.
- ¿Por qué no decoran estos sitios de una forma más alegre? –Raquel miraba las asépticas paredes de la sala de la que colgaban posters informando de diversas campañas preventivas que te hacían recordar la cantidad de enfermedades que se pueden pillar en la sala de espera de un ambulatorio.
- Bueno es que si te animas antes de entrar igual te curas y se quedarían sin trabajo -Boni rio, y Raquel sonrió.
- Ay Bonifacia, ¿Qué haría yo sin ti? –estiró la mano para alcanzar la de Boni.
- ¡No me llames Bonifacia! –levantó la voz y apartó la mano bruscamente –odio ese nombre.
- Pues a mí me gusta, cuando era pequeña había unos dibujos que me encantaban en los que salía una niña monísima que se llamaba Bonifacia, era muy lista, siempre resolvía los misterios.
- Si ya recuerdo esos dibujos, una niña moníiiiisima –dijo Boni irónicamente.
- Creo que deberíamos callarnos, la gente nos mira –la gente de la sala que las miraba con mala cara.
- Si, es verdad, mira aquel que cara, parece que esté estreñido –Boni miró al hombrecillo gris, con cara pálida y ojerosa, que no paraba de mirarlas y menear la cabeza de un lado a otro– Ábrete un poquito el escote a ver si le suben un poco los colores que el pobre parece un difunto.
- Sshhh, calla.
- Y aquella señora, parece que se haya tragado el palo de la escoba –Boni intentó imitar la postura tiesa de la señora que se sentaba justo enfrente de ella.
- Boni, por favor, cállate, no me hagas pasar vergüenza –Mascullo Raquel.
- Vale, vale, ya me callo. Voy a coger una revista –se levantó y en ese momento llegó una chica y ocupó su asiento.
- Perdone –dijo Raquel dirigiendo hacia la chica que se acababa de sentar a su lado –aquí está mi amiga.
- Pues a mí me parece que el asiento está libre –La voz de la chica era casi tan repelente como su cara.
- Tranquila Raquel, que la gente está un pelín irritada hoy. Esta debe venir mal follada de casa .
- ¿Señorita Raquel García? –Una enfermera asomó la cabeza desde la consulta de la Doctora.
- Si aquí –Se apresuró a responder Raquel, a la vez que recogía su bolso y su chaqueta.
- Buenas tardes, hacía tiempo que no venías por aquí –La doctora la recibió de pie y extendiéndole la mano.
- Si, hacía un tiempo.
- Cierra la puerta y toma asiento, por favor.
- Si un momento que vengo con una amiga –Raquel se asomó a la puerta y llamó a Boni que se había quedado rezagada. –Vamos Boni que hay mucha gente esperando.
- Ya voy, ya voy. Hola! –Boni saludó a la doctora que no levantó la cabeza del historial de Raquel.
- Bueno doctora, yo realmente me encuentro bien, pero Boni ha insistido en que viniera. Harry, mi perro murió y he estado un poco triste, no tengo muchas ganas de salir de casa, nada grave.
- Ya veo –la doctora miró a Raquel con cara de preocupación -me alegro de que te animaras a venir. Te sentirías muy sola cuando murió Harry, supongo.
- Si, fue muy duro. –Una lágrima escapó de sus ojos pese a sus esfuerzos por contenerla.
- Todos necesitamos amigos y cuando los perdemos nuestro mundo se tambalea, ¿verdad? –La doctora recorrió cariñosamente la cara de Raquel secándole la lágrima furtiva.
- Cierto.
- Toma estas pastillas que te relajaran un poco y pide hora para el psiquiatra lo antes posible, yo le pasaré tu historial.
- Bueno, creo que con las pastillas es suficiente, por una pequeña depresión no voy a ir al psiquiatra. No pienso volver al psiquiatra. Además me comprometo a salir más y a intentar conocer gente, de verdad, Boni me ayudará.
- Raquel, Boni no puede ayudarte en esto.
- Si, doctora ella me ha estado apoyando y me ha animado mucho. Díselo tú Boni.
- Raquel, en esta habitación sólo estamos tú y yo.

Sonia Sánchez(Ejercicio de Diálogo)

martes, 14 de abril de 2009

El caracol iluminado

A Cuernecitos largos lo raptaron un día mientras hibernaba en la montaña. Su vida hasta ese momento, como la de cualquier caracol silvestre, no había estado exenta de peligros. Los ciempiés, las aves, los sapos, las pisadas humanas o de caballos, los escarabajos e incluso las hormigas eran una amenaza constante que había ido sorteado no sin dificultad ni sin cierta dosis de buena fortuna.
Nada ansiaba más Cuernecitos largos en esta vida que vivir sin miedo y en paz, sin depredadores ni peligros. Por eso, cuando una fina y refrescante lluvia le despertó del letargo, y se vio en medio de un campo de césped cubierto, en un ambiente cálido y húmedo, rodeado de suculentos y tiernos brotes de hierba y de otros caracoles que le informaron de que ya nada tenía que temer, lo primero que pensó es que había muerto y estaba en el cielo. Su misión consistiría desde aquel momento en comer hasta reventar y en reproducirse al máximo. Aquello era lo más parecido al paraíso que podía imaginar, el sueño de cualquier caracol y de cualquier especie de ser vivo que se precie de serlo.
-Qué suerte hemos tenido de caer aquí, ¿eh?-comentó Cuernecitos a un compañero de cópula un día.
-Sí, supongo que sí…
-¿Supones?-dijo Cuernecitos mirándole atentamente con sus cuatro cuernos- ¿Acaso te imaginas una vida mejor?
-No… si está muy bien todo esto… Es sólo… bueno, se oyen cosas por ahí.
-¿Cosas?
-Sí, cosas…-respondió el compañero abatido, mientras disparaba su esperma en dirección a Cuernecitos- cosas malas. Desapariciones.
-¿Desapariciones?-repitió éste.
-Sí… ¿Tú te acuerdas de los caracoles veteranos, aquellos tan gordos que siempre se comían los mejores brotes?
-Sí, claro que me acuerdo, ¿por qué?
-Ya no están.
-Y qué te crees, ¿que se los ha tragado un trébol? –Cuernecitos rió su ocurrencia mientras en esta ocasión era él el que disparaba su esperma- Se habrán cansado de este campo. No te habrás enamorado de alguno, ¿no? Aquellos caracoles estaban ya de vuelta de todo.
-No… es sólo que… no sé, es tan raro que no estén… dicen por ahí que una noche estaban y por la mañana ya no.
-¡Bah! No te creas todo lo que se dice… Te habrán querido meter miedo- dijo Cuernecitos no sin cierta inquietud en la voz mientras se separaba del compañero-. Ya está. A ver si nos salen huevos sanos.
-A ver.
A Cuernecitos aquella conversación le afectó mucho más de lo que hubiese deseado y a partir de aquel momento empezó a fijarse obsesivamente en todos sus compañeros. Sobretodo en los más gordos. Y se dio cuenta de que, efectivamente, algunos desaparecían de la noche a la mañana mientras dormían.
Su temor se convirtió en terror cuando el caracol miedoso compañero de cópula que le había advertido, desapareció misteriosamente.
-Oye, ¿tú te has dado cuenta de que aquí faltan caracoles?- le preguntó a un compañero que mascaba ruidosa y despreocupadamente uno de los trozos de lechuga que de vez en cuando caían del cielo.
-Por mí pueden faltar todos. A más tocaremos- dijo el caracol, concluyendo con un eructo y una sonora y grotesca carcajada. Y es que en aquel campo había caracoles de todas las condiciones, educados y no tan educados.
A partir de entonces, Cuernecitos largos ya no fue capaz de disfrutar de la comida, y cada vez se reproducía menos. Vivía atemorizado. Dormía poco y mal, con constantes pesadillas. Analizó con tanto detenimiento la situación y a todos sus compañeros, que pronto fue capaz de predecir las desapariciones, pues éstas seguían ciertos patrones. Más o menos cada ocho soles desaparecían los caracoles gordos y marrones oscuros. Mientras que más o menos tres soles después, desaparecían los más grandes de otra especie más pequeña y de color beige.
-¿De qué color soy?- preguntó Cuernecitos a un caracol de los beige de cuernos bastante atractivos.
-Beige claro. ¿Por qué?
Cuernecitos le explicó a su compañero sus temores.
-Creo que más pronto que tarde nos va a tocar -dijo temblando a su nuevo amigo.
-Creo que deberías relajarte y disfrutar. Si nos toca que nos toque, pero por lo menos nos vamos de este mundo contentos- dijo el caracol atractivo, rozándole con sus cuernos suavemente.
Pero Cuernecitos no estaba para rozamientos. Necesitaba saber qué iba a ser de él. Añoraba sus días en la montaña, donde los riesgos eran conocidos, donde sabía qué podía esperar de la vida. ¿Dónde iban a parar los caracoles que desaparecían? ¿Qué había después de ese paradisíaco campo?
En ese estado de angustia y zozobra se sucedieron las semanas que podrían haber sido las más felices en la vida de Cuernecitos largos. En lugar de disfrutar de la comida y de la compañía, del bienestar de la humedad cálida del ambiente, de las lechugas que repentinamente caían del cielo, de los compañeros atractivos y complacientes, se dedicaba a sufrir por miedo a un futuro que se le perfilaba demasiado incierto.
-Debe tratarse de un castigo –llegó a la conclusión finalmente en un afán desesperado por encontrarle una explicación a las desapariciones-. ¡Claro! ¡Eso es! Un castigo, un castigo por todos nuestros excesos. Son los caracoles más gordos los que antes desaparecen. Nos estamos dejando llevar por el vicio, cuando es en realidad a través de la constricción como llegaremos a salvarnos.
Y Cuernecitos con esta explicación se quedó mucho más tranquilo. Tan seguro estaba de que un ser superior a ellos les estaba poniendo a prueba, que se dedicó a predicar su teoría al resto de caracoles para intentar salvarles. Los más débiles y temerosos, pronto acataron como ciertas todas las suposiciones y fueron divulgando el mensaje de Cuernecitos por toda la comunidad. Como Cuernecitos gracias a la observación era capaz de predecir quién iba a desaparecer, empezó además a ser temido. Muchos le tomaron como el representante del ser superior en el campo, alguien a quien obedecer si no querían ser los siguientes en caer en el juego macabro en el involuntariamente estaban participando. Y Cuernecitos, en pleno trance iluminatorio ocasionado por la falta de alimento, empezó a creerse él mismo el líder del campo.
-¡Compañeros! –gritaba Cuernecitos a su público- Mirad a esos caracoles gordos de ahí, que comen y se reproducen sin descanso… -decía con voz apocalíptica, señalando con sus cuernos a los caracoles que hacían caso omiso a sus advertencias y disfrutaban de la vida sin miedo al mañana- ¡Miradlos bien, porque pronto dejaréis de verlos!
Y algunos caracoles atemorizados dejaron entonces de comer del todo para contentar al ser superior y no desaparecer del campo, produciéndose entonces las primeras bajas por inanición. Las conchas de los caracoles muertos desaparecían días después misteriosamente, pero Cuernecitos, lejos de pensar que podía estar equivocado en su interpretación del divino castigo, concluyó en que aquellos que en vida habían renunciado a los placeres del campo, abandonaban al irse de él las ataduras de la carne, dejando la pesada carga de su concha detrás, para acompañar al ser superior en un mundo mejor, donde no habría ya nada que temer, donde la paz del alma, alejada de las pasiones del cuerpo, reinaría proporcionando la estabilidad y la seguridad que tanto ansiaban.
Entonces empezaron a caer del cielo alimentos mucho más tentadores y suculentos.
-¡No caigáis en la tentación! - gritaba Cuernecitos fuera de sí mismo- ¡es una prueba! ¡Tenemos que superarla! ¡Pronto obtendremos nuestra recompensa!
Algunos caracoles no pudieron resistirse y comieron hasta reventar, dándoles igual lo que decía Cuernecitos y lo que vendría después. Él mismo estuvo a punto de sucumbir a la tentación cuando una rodaja de un tomate maduro y brillante le cayó del cielo justo delante de su boca. Sin embargo se mantuvo firme en sus convicciones, dando ejemplo a todos sus fieles, a todos aquellos que le seguían incondicionalmente y a los que se debía.
El día del juicio final no tardó en llegar. Y ese día los pocos caracoles sanos, gordos y felices que quedaban fueron extraídos de golpe del campo y separados de los débiles y hambrientos. Los primeros se reunieron con los compañeros que anteriormente habían desaparecido en otro campo igual de frondoso y bien acondicionado, donde clasificados por tamaños y especies, marrones y beige, fueron destinados a la producción de la más pura de las babas para la industria farmacéutica y cosmética, y donde vivieron felices y alimentados hasta el final de sus días. Mientras, los caracoles débiles, enfermizos y hambrientos que no servían ni para reproducirse, fueron triturados y vendidos como abono para fertilizar estanques. Entre ellos Cuernecitos largos y todos sus seguidores.

Sonia Ramírez

viernes, 10 de abril de 2009

Cartas de amor

-Estoy muy nerviosa, papá.
-Tranquila, en cuanto empiece el acto te sentirás mejor. ¿Qué quieres tomar?
-Una cerveza.
-Camarero, por favor, una caña y un zumo de piña.
-Enseguida, señor.
-Papá, quién me iba a decir que hoy estaríamos aquí, en la casa de América de Madrid, presentando mi primera novela.
-Lástima que tu madre ya no pueda vivir este momento con nosotros.
-Aquí tienen, una caña y un zumo de piña.
-Gracias, pero es al revés, la caña es para ella.
-Mamá estaría orgullosa de tí, como lo estaría el abuelo. Ya conoces la afición que tenía el abuelo por la literatura.
-Sí, todavía recuerdo las historias que me contaba de pequeña, cuando vivíamos en Chile.
-Pues hay algo de tu abuelo que nunca te he contado.
-¿Qué es?
-Es algo que sucedió hace muchos años. Tu todavía no habías nacido. A tu madre y a mí siempre nos ha costado hablar de eso. Es una historia que tiene que ver con el hecho de que tú estés en este mundo y con lo que va a pasar dentro de un rato aquí.
-Cuéntamelo ya, me tienes en ascuas.
-Como sabes tu madre tuvo una hermana que nunca llegaste a conocer, ya que murió poco antes de que tu nacieras. Pues bien, cuando a tu madre y a tu tía les llegó la edad de casarse, ya ambas con novio formal, su padre las reunió un día y les dijo: “Mirad hijas, nosotros somos una familia muy humilde y yo no puedo aportar dos dotes, así que una de vosotras tendrá que esperar un tiempo a casarse”.
-¿De cuánto tiempo estaba hablando?
-Pues el abuelo les dijo que una de ellas debería esperar cinco años para casarse.
-!Que injusto! !¿Y cómo decidió quién de las dos, a cara y cruz?!
-No hija, eso es lo que te quería contar. El abuelo les dijo a sus hijas que se casaría primero la que recibiera de su novio las más bellas cartas de amor. Igual no te parece justo. A mí tampoco me lo pareció en ese momento. Pero es lo que hizo que yo me casara con tu madre y la razón de tu existencia.
-!Vaya historia!¿Por qué no me la habíais contado nunca?
-Seguramente, porque el resultado de aquella decisión tuvo una consecuencia que ni tu abuelo ni nadie podíamos adivinar en aquel momento.
-¿Y cuál fue?
-¿No te la imaginas? Tu tía no llegó a casarse nunca.
-No me lo había planteado. Claro, ella murió dos años después de casaros vosotros.
-Sí, y es algo que tu abuelo nunca se perdonó. Siempre se sintió culpable de haber impedido que su hija viviera feliz los dos últimos años que le quedaban, sin poder compartirlos con el hombre de su vida.
-Pero, el no podía saberlo.
-No, ninguno de nosotros podíamos, pero eso no quita que todos recordársemos aquel episodio cuando ella murió.
-Es una historia muy triste. Mamá nunca me habló de ello.
-Sí, y quizás yo no he elegido el mejor momento para contártela.
-No te preocupes, para estas cosas nunca hay un buen momento. Me tienes que explicar esta historia con más tranquilidad. Por cierto papá, ¿conservas esas cartas?
-Sí, tu abuelo nos las devolvió el día de la boda. Nunca he querido deshacerme de ellas. A veces, me sorprendo sentado en la cocina leyéndolas, pretendiendo volver a aquellos tiempos.
-Papá, si mañana me paso por tu casa, ¿me las dejarás leer? Se me está ocurriendo algo.
-Claro hija.
-Tengo que preguntarte muchas cosas.
-Acábate la cerveza, Isabel, ya falta poco para empezar. ¿Sabes?, adivino que me va a encantar leer tu segunda novela.


Mariano Salvadó (Curso escritura creativa: ejercicio de diálogo)

jueves, 9 de abril de 2009

¿Qué es la mentira?

La mentira es la heroína de los cobardes. Envuelve la dignidad y la nobleza humana en su capa de superpoderes y se la lleva al planeta Ruindad. Nos creemos salvados por ella, ocultos tras un parapeto de ilusionismo tránsfugo, invisible, cuando en realidad todo el mundo acaba por ver a través de él. Todo el mundo menos su dueño, porque al final, cuando las luces caen, el único engañado es él. Hay manera de poner fin a esa vida solitaria? Quizá. Tal vez si asumimos que los verdaderos héroes afrontan la realidad, dejemos de escondernos bajo metros de tierra, diciéndonos a nosotros mismos que el barro y la miseria que nos echamos encima son algodón de azúcar.




Juanmi, Taller de Escritura Creativa

(Dedicado a Irène, Judi, Sonia, Mariano, Joan e Ignasi)

Mi impactante suerte

Mi padre solía decir que estábamos a merced de la suerte; yo le respondía que forjaría la mía. Aprendí esgrima con grandes maestros, monta con los más diestros jinetes. Cuando conseguí destacar entre las filas de nuestro ejército, y la propia reina me reclamó ante su presencia, elegí con el máximo cuidado traje, peluca y sable. Ya ante ella, le dediqué la más profunda de las reverencias, de tal guisa, que el extremo de la vaina de mi sable tuvo a bien ascender trazando un arco, deteniéndose abruptamente en las más nobles partes de mi dolorido rey.


Micro-relato para una cena

(Dedicado a Irène, Judi, Sonia, Juanmi, Mariano e Ignasi)

Joan Villora Jofré


Micro-relato para una cena

(Dedicado a Irène, Judi, Sonia, Juanmi, Joan e Ignasi)


Clarisse estaba contenta aquella tarde, iba a poder volver a hacer la colada. Se acababa de preparar otro gin tonic con mentiras para quitarse esa manía de masticar chicle. Ya se había olvidado de la última vez que metió, por equivocación, un paquete de tabaco en el lavadora. Casi le da un ataque al corazón. Sí, ese corazón que un día se comería un perro. 

Días después del accidente, frente al espejo del peluquero, su marido, un soplador de vidrio, pensaba: “me dejé una vida”. No sólo por haber perdido a su mujer, sino también por haber matado al pez que no nadaba. Se había convertido en un asesino por disgusto, que observaba el azul de sus venas, iluminado por una partícula de luz que se colaba, cada atardecer, por la puerta entreabierta de un aula de escritores. 

Mariano Salvadó (Curso escritura creativa)


domingo, 5 de abril de 2009

¿El crimen perfecto?

Departamento de Atención al Consumidor
Denuncia nº 5.783/2009

El demandante declara que, tras haber leído el anuncio expuesto a continuación, recibió una respuesta que no cumplió sus expectativas, denunciando a la empresa anunciante con cargos de publicidad engañosa.

Anuncio aparecido en el número 256 del semanario “La dimensión desconocida”, revista especializada en freakismos y encuentros en la tercera fase.

“¿Esta harto de que le ninguneen? ¿Odia a su marido y no sabe cómo librarse de él? ¿No soporta a su jefa? ¿Desea eliminar a esa persona odiosa e indeseable que le hace la vida imposible?
¡Enhorabuena! ¡Nosotros podemos ayudarle a cometer el crimen perfecto!

1. Envíe un sms con las palabras CRIMEN espacio PERFECTO al 77X88.
2. Recibirá en su móvil un mensaje de texto con la premisa principal para ejecutar el crimen perfecto*.
3. Borre el mensaje de texto para eliminar cualquier pista.

* El sms se enviará automáticamente desde un centro de mensajería instantánea no rastreable. No habrá pruebas de contacto entre nuestra organización y usted.”

Detallamos a continuación la respuesta recibida por el demandante a través de sms:
“El crimen perfecto es aquel que NO se comete”.


Por Marta Navarrete Ardanuy, para el curso de Escritura Creativa (grupo Miércoles).

miércoles, 1 de abril de 2009

EL CORAZÓN QUE UN DÍA SE COMIÓ UN PERRO

Manolo se quedó sin corazón porque vino un perro y se lo comió. Y no estoy hablando en un sentido figurado y metafórico, que daría a entender que a fuerza de golpes en la vida, Manolo se habría quedado incapacitado para el amor o para cualquier otro tipo de emoción atribuido a este órgano. No. Pero tampoco lo hago en un sentido estrictamente literal. No es que un perro rabioso saliera de la nada, se le echara encima a Manolo, le mordiera el esternón y le arrancara el corazón de cuajo para después comérselo. Tampoco. Estamos hablando de que un perro de orejas largas y rizaditas, un perro peludo de color marrón y carácter bonachón, se comió el corazón que iba a serle transplantado a Manolo.
¿Cómo pudo darse tal desafortunada circunstancia? Se preguntará el lector, acaso sorprendido, acaso intrigado. Bien, tal desafortunada circunstancia pudo darse debido a una serie de pequeñas y fatales coincidencias, que tengo hoy a bien relatar.
Ricky, el perro de las orejas largas y rizaditas, a parte de gran aficionado a las vísceras en general y a los corazones en particular, cumplía con una noble misión en la vida, que no era otra que la de ser la luz en los ojos de un invidente. Era, en otras palabras para los poco avispados y los que no pillan las ideas al vuelo, un perro guía o un perro lazarillo. Dándose la circunstancia de que su dueño, aparte de invidente, era enano, y aparte de enano, hipocondríaco y de que como enano sufría de los males típicos de los enanos, y como hipocondríaco, de todos los males que acertaba a oír nombrar, Ricky y su dueño se pasaban en la sala de espera de urgencias del hospital todas las tardes de sábado que podían, así como todas las de los domingos en las que la madre del dueño de Ricky no les invitaba a merendar por encontrarse jugando al bingo con las amigas.
No es de lo más habitual, en efecto, encontrarse en la sala de espera de un hospital a un perro, ni siquiera a un perro lazarillo o guía como Ricky. De hecho, suelen ser las normas de los hospitales en este punto en extremo rígidas e inquebrantables. Pero en este caso concreto y teniendo en cuenta que la directora de urgencias era amante de los animales, y que además tenía una madre ciega, y que además ella misma también era madre, y que además lo era de un niño enano, las normas en el servicio de urgencias de aquel hospital se relajaban y hacían una excepción con Ricky y con su dueño.
Aquel domingo, el dueño de Ricky se encontraba en la sala de espera aquejado de una uña del pie negra. Algún lector perspicaz podría decir, que siendo éste ciego, para él todas lo eran. En efecto, nunca hubiera el dueño de Ricky adivinado el color de su uña, si no hubiese sido porque esa mañana, una prostituta rusa con la que solía alternar, así se lo había anunciado. “Tienes una uña del pie negra” le dijo mientras recogía su dinero de la mesita y se marchaba, dejando al dueño de Ricky hundido en la más profunda de las miserias. Seguro como estaba de que aquello era el síntoma de una enfermedad en su fase terminal, quien sabe si un cáncer o incluso algo peor, no dudó en perdonar la merendola en casa de su madre para presentarse en el hospital.
Dado que era diciembre y que la epidemia de gripe estaba en su más virulento apogeo, Ricky y su dueño tuvieron que esperar durante muchas horas sin ser atendidos, y sin que las más básicas necesidades del perro, tales como alimentarse o evacuar se vieran satisfechas.
Ricky, adiestrado en una de las más prestigiosas escuelas suizas de perros guía, aguantó estoicamente hasta no poder más, momento en el cual empezó a anunciarle a su dueño mediante pequeños aullidos, y tironcitos de correa que necesitaba orinar.
El dueño de Ricky, sensible a las necesidades de su perro, se dirigió al exterior del hospital por una puerta que daba a la zona por donde las ambulancias entraban y salían, para que con disimulo, el perro desahogara sus necesidades. Siendo como era ya de noche, y siendo los dos, perro y amo de la misma pequeña estatura, y siendo que el encargado de llevar la nevera con el corazón de Manolo, estaba recién operado de miopía y no enfocaba demasiado bien por la noche, era inevitable que se produjera el fatal tropiezo que causó que la nevera saliera volando, el corazón por los aires, y Ricky detrás cazándolo al vuelo, mostrando así las cualidades del perro de caza que llevaba dentro y que le hubiese gustado ser, si no hubiese dedicado su vida a la loable actividad de ser la luz en los ojos de un invidente enano e hipocondríaco.
No se le puede pedir a un perro guía o lazarillo que distinga entre un corazón humano listo para ser transplantado, de un suculento corazón de vaca. No entra dentro de sus responsabilidades, nadie nunca en la escuela Suiza se lo había pedido.
Así fue como Manolo se quedó, después de dos años de espera, sin su tan ansiado corazón.
Si no hubiese sido de noche, si el encargado de llevar la nevera no se hubiera operado de miopía, si no hubiese habido una epidemia de gripe, si Ricky no hubiera tenido ganas de orinar y hambre, si no hubiese tenido dotes de perro caza, si la prostituta no le hubiera dicho que la uña de su dueño estaba negra, si la directora del hospital no hubiese sido amante de los animales, si no hubiera tenido una madre ciega y un hijo enano, y si el dueño del perro no hubiese sido hipocondríaco, Manolo podría volver a sonreír con un nuevo corazón instalado en su pecho. Cualquier cambio en las variables anteriores, cualquiera, hubiera marcado la diferencia entre un Manolo con un corazón nuevo en el pecho, y un perro con un corazón en el estómago.
Aunque puestos a reflexionar, si al verdadero propietario del corazón no se le hubiera cruzado un perro en la autopista, si no hubiese pegado un volantazo para evitar atropellarlo, si no hubiera dado cinco vueltas de campana, si un camión no lo hubiese rematado y si no hubiera sido donante de órganos, no hubiese habido ni un corazón en una nevera, ni un Manolo ilusionado, ni un perro alimentado, y ni tan siquiera una historia que contar en esta aburrida tarde de lluvia.

Sonia Ramírez