sábado, 31 de enero de 2009

El pez que no nadaba

Colorines era un pez que no nadaba. Pero, no porque no supiera, sino porque no le salía de las aletas.

Su vida acababa de cambiar de forma radical e inesperada y había decidido que no valía la pena volver a nadar ahora que volvía a estar solo.

Hasta hacía poco no había tenido mucha suerte en la vida y cuando conoció a su novia creyó que la suerte le había cambiado para siempre. Se convenció, ingenuo, de que ya había sufrido suficiente y que por fin le tocaba ser feliz. Como si la felicidad se comprara con un boleto de lotería y te pudiera tocar así como así. Por eso, cuando su novia le dejó en el que él creía era su mejor momento, la nueva vida que había empezado a construir en su mente se le desmoronó en un instante.

Alguien le había dicho una vez que los peces no tienen sentimientos porque son animales de sangre fría, pero eso, no se lo dijo un pez.

Por supuesto que Colorines sufrió cuando su novia se enamoró a primera vista de un emperador azul. Sin duda, su nombre y su aspecto fueron los que la hicieron quedarse prendada del nuevo visitante y dejar de lado a su amado.

-No puedo seguir contigo, no es culpa tuya, pero ya no te quiero- le dijo.

Lo que no sabía la novia de Colorines y, por desgracia, no llegaría a saber nunca el propio Colorines, es que el pez no era Emperador de nada, ni siquiera de aquel rincón de la pecera a la que se fueron a vivir al poco tiempo. Y, aunque era cierto que era azul, nunca llegó a ser el príncipe azul con el que la novia de Colorines había soñado; porque lo que ella no sabía, pero Colorines sí, es que los príncipes azules destiñen, sobre todo cuando están en remojo. Y eso, tampoco se lo contó otro pez.

Colorines vivió durante un tiempo con la esperanza del retorno de su amada, convencido de ser capaz de un perdón inmediato. Pero eso nunca llegó. Ya había pasado demasiado tiempo y se tuvo que hacer a la idea de que la había perdido para siempre. En ese preciso instante fue cuando decidió que no valía la pena seguir nadando.

Conocía las más que previsibles consecuencias: deterioro físico y mental y, en poco tiempo, la muerte. Se cumpliría aquello que le dijeron en una ocasión: “La vida en la pecera es como cualquier otra: la gente entra y se muere”.

Pero no os pongáis tristes ni os preocupéis por Colorines. Por suerte, los peces tienen una memoria de cinco minutos y los últimos cinco minutos estaban a punto de cumplirse.

Ya casi había olvidado que su novia le había abandonado hacía apenas cuatro minutos y casi no recordaba haber tenido novia. Ya no importaba. Lo realmente importante era que en unos segundos miraría de nuevo al futuro, sus próximos cinco minutos, y empezaría una nueva vida. O, al menos, una parte de esa nueva vida servida en raciones de cinco minutos.

Así que, de repente, como movido por un resorte, Colorines se puso en marcha y empezó de nuevo a dar vueltas en su pecera. Volvía a nadar y eso le hacía lo suficientemente feliz como para sobrevivir todos los cinco minutos más que hicieran falta, totalmente ajeno a lo que le había sucedido.

-!Quien fuera pez!- le dijo alguien que no creía en los príncipes azules, pero sí en los sentimientos.


Mariano Salvadó (Curso Escritura creativa)

miércoles, 28 de enero de 2009

PUNTOS DE EXPERIENCIA

Pongamos que esto es un juego de rol. Se trata de imaginar. Siente por un momento que te metes en mi piel.Tranquilo , te voy a poner en situación.Piensa que estás en una fiesta universitaria, si ya sabes, una de esas en las que todo el mundo va con la intención de acabar borracho. Estás ahí plantado en una lugar prudencial (entiéndase camuflado tras un ficus mustio del salón) , conteniendo la respiración y viendo como yo veo a un tío en el centro del comedor. No es un tipo cualquiera, pero corresponde a un patrón concreto de entre la fauna que acude a cualquier fiesta.Digamos que él se encuentra en lo alto de la pirámide evolutiva. Imagínalo como el jodido Miguelangel enfundado en unos pantalones tejanos G-Star y una camiseta negra ceñida de Emporio Armani. Mira atentamente sus ojos y comprueba que está completamente seguro de sí mismo, que cuando decida entrarle a una chica no será para intentar acabar con ella en la cama sino para acabar con ella en la cama.
-Uff mírale, ¿está o no está cañón?- Gracias Laura.A esto me refiero. Es un macho alfa, si pudieras recoger en un frasquito los millones de minúsculas feromonas que emite podrías venderlo a precio de oro, serías irresistible.Como lo es él.
-A mí no me marees, yo que sé si está bueno o no.-Le respondo a mi amiga Laura. Como si no lo supiese, como si fuese tonto.He nacido con ojos en la cara. Aunque los tíos nos escudemos en nuestra virilidad para despistar , si otro esta bueno lo sabemos, por supuesto.Y si te quedan dudas,
si no estas seguro de si ese tío tiene un “polvo” mira la cara de tu amiga al contemplarle.

Bueno, como te decía, imagina que tu también le estás viendo, que compruebas desde la distancia que cualquiera de sus brazos es tan ancho como tu cabeza.Puedes observar que la mayoría de las féminas que se encuentran a menos de cinco metros de él caen en su radio de influencia.Intentan beberse su cubata, atender a la conversación con su amiga, luchan para ponerse de acuerdo sobre cual es el color que se pondrá de moda esta temporada, jugar a oráculos con las tendencias. Pero si lees entre líneas verás que en realidad sólo quieren cruzar su mirada con la de ese tío. Cazarlo. En el lenguaje no verbal establecer contacto visual y mantenerlo es para ellas el equivalente a tirar un cebo al río esperando que lo muerda una carpa. Exactamente lo mismo. Pero el tío del que hablamos no pica los anzuelos, en realidad les hace creer que pescan sin saber que ya han caído en sus redes. Fíjate, apenas levanta la cabeza y mira despistado por la ventana, a veces saluda a algún amigo que se le acerca, le toca con su halo mágico,con dirigirte la palabra te revaloralizas.Y sus colegas lo saben. Yo le conozco, es un maestro del despiste, consciente de que para suscitar interés entre las chicas debe pasar de ellas, ofenderlas en una conversación, escupirles a la cara. Si tienes antecedentes penales ganas puntos, claro. Aunque esta vez es diferente.Sigue ignorándolas pero porque espera a otra. A una que ha ido al lavabo y que ha llegado con él al local. A una chica rubia y delgada que al volver le planta un beso poniéndose ligeramente de puntillas. A una chica que hasta hace una semana era mi novia. Mi novia está con ese tío
-No dejes que te afecte-Me dice Laura.No tranquila no me afecta, para que a uno le afecten las cosas debe tener pulso y a mí ahora mismo me han arrancado el corazón, lo han puesto entre sus bocas y han tirado de él como si fuera un bistec crudo.No tranquila no me afecta.
-¿Que me afecte el qué?-Le digo mientras intento sonreír, aunque sólo consigo dar miedo.
De esto se trata.De enfrentarse a un monstruo final con solo un punto de vida, tu personaje tullido y la magia agotada.Aunque como en todo juego de rol tengo compañeros.Y un plan. Mis colegas le distraerán y yo hablaré con ella.Para pedirle una última oportunidad.Piensa entonces que debes reorganizar a tu grupo, soys un tridente, hay que equiparles con su mejor arma y su mejor armadura y prepararles para el ataque.¿Dónde coño se han metido?
Pego un barrido y me encuentro a mi paladín cerca de un altavoz, dando palmas.
-Pepelu, eh Pepelu!-Le grito intentando remontar a la musica.Pepelu sigue con las palmas.
-Que pasa tío!Ponen buenos temas eh!-Me grita sin dejar de dar palmas.Pepelu no sabe bailar.Si buscas el adjetivo “arrítmico” en el diccionario probablemente encontrarás una foto al lado, fíjate bien en el tío que sale en ella, en esa cara regordeta y esos ojos sin inteligencia aparente, es Pepelu.
-Oye macho ¿No habíamos quedado en que me echaríais una mano?-Le recrimino poniendo cara de mala leche, es la mejor que me sale esta noche.
-Dame un minuto que esto ya casi lo tengo-Lo que en realidad significa que va a pasarse el resto de la noche pagado al altavoz y con el casi lo tengo se refiere al grupito de tres chicas de al lado
que tras verle dar palmas han empezado a pensar que tiene algún tipo de trastorno obsesivo-compulsivo.Pero eso no le importa, él sigue a lo suyo, cuando la música es más cañera da palmas rápido y cuando ponen una lenta aplaude más despacio.Como le conozco se que de aquí a un par de minutos iniciará el asedio al grupito de tres, dirigirá las palmas hacia ellas y sonreirá, y aunque para el resto sólo serán palmadas para Pepelu significarán versos de amor: Clap “Hola cariño”, Clap “me gustas tanto”, Clap “Tienes unos ojos que me hipnotizan”, Clap “Quiero follarte”. Con trastorno obsesivo-compulsivo quizá me quedo corto.
-Te espero con Laura-Le digo.
-Tío donde vas con esa cara, anímate, baila un poco-Me dice sin despegarse del altavoz. Bailar me dice, búscalo en el diccionario Pepelu, busca a un tío dando palmas.

Ahora tenemos una baja,ya no somos un trío, pero aún nos queda el hechicero. Edgar debe estar en alguna parte. Regreso junto a Laura que ya tiene a un par de moscardones revoloteándole.
-Cariño ven un momento-Moscardones espantados.
-Oye ¿tú eres tonto o que te pasa?Estaba hablando con esos dos.-
-Deberías darme las gracias por haberte salvado de ese par de sosos-Le digo pellizcándole en la cintura, eso siempre consigue quitarle el mal humor.
-Como compensación me tienes que invitar a una copa-Me suelta con cara seria, aunque veo en la comisura de los labios que ya se le ha pasado.
-Esto va en serio Laura, dime que has visto a Edgar-Laura me gira la cara y señala con el índice en dirección contraria.Directamente a los lavabos.
Montar una fiesta en casa de alguien cuyos padres se han marchado implica que el orden natural de algunos elementos de la misma se alteran. Uno de esos elementos son los lavabos.Para empezar no hay distinción de sexos, es imposible determinar que el del piso de arriba sea de chicas y el de abajo el de chicos porque una fiesta universitaria conlleva anarquía.Además de que sería aburridísimo. Normalmente el lavabo del piso inferior está a reventar y la gente suele limitarse a esperar para hacer sus cosas.En el de la planta superior es donde se forjan las leyendas.
-Edgar donde te metes?Qué haces en el lavabo de arriba?-Le digo hablándole desde atrás y mirándole a la cara a través del espejo.
-El espacio es algo relativo colega, el lugar en donde estás lo determina tu mente, es la magia de la subjetividad-¿Sabes cuando te llega el olorcillo de algo que se está quemando sin saber que es?,
pues ahora mismo ese tufo me está llegando.
-Me tenías ayudar, esta tarde lo hemos estado comentando con Pepelu-
-¿Ellos también te persiguen?-Me dice estirando los brazos y agarrándome los hombros con las dos manos.
No debo haber escuchado bien.
-¿Tú también crees que ellos nos observan?- Me dice mirándome en el reflejo del espejo.Ellos.Se que no debería preguntarlo, que se convertirá en la típica pregunta de la que uno se arrepiente en cuanto sale de la boca.
-¿Quienes son ellos?-Te doy unos segundos para que recapacites Edgar,dime que te refieres a tus vecinos del quinto, a ese grupo que no paran de poner en la radio, no me importa si hablas de la policía o que son los de la mañana de la Cope.
-Ehhhhh- Borbotea completamente ido.
Te permito incluso que sea la CIA, o a los mormones, me vale con que sean los adventistas del séptimo día o los habitantes de raticulín.
-Ellos-Me dice señalando a nuestras imágenes en el espejo.En él veo los ojos inyectados en sangre de Edgar, las ojeras de palmo y la boca moviéndose de lado a lado.Va hasta el culo, por la forma en la que aprieta la mandíbula imagino que deben ser anfetas, aunque esos ojos... quizá se trate de LSD, aunque lo más probable es que sean ambos y algo más de lo que no me sé el nombre.
Aferrarse a un clavo ardiente. Es la expresión más adecuada que se me ocurre mientras cojo su cabeza por las greñas hasta la pica del lavabo y empiezo a tirarle agua en la cabeza. Casi parece una escena bíblica :”A partir de hoy serás un nuevo Edgar dejarás la senda de la perversión y volverás a ser un hombre de provecho”.
-¿Te encuentras mejor?- Le digo una vez le incorporo dándole unas palmaditas en la cara. La pregunta es cerrada. De sí o no. Por eso no me cuadra su cara de asombro, esa especie de pensamiento contenido. ¿Por qué frunces el ceño y te pones una mano en la frente?
-Broaghhhh-Ah vale, para vomitarme encima.De la boca de Edgar sale disparado medio litro de
una sustancia compuesta por la hamburguesa con queso de la cena, media fanta de naranja, un sundae de fresa con sus correspondientes cacahuetes y unos veinte mililitros de bilis.Todo ello sobre mi camiseta beige. Ahora es mucho más beige.
Quemarse la mano con un clavo ardiente. Es la expresión que se me ocurre cuando me veo lleno de tropezones y me huelo las manos.
De nuevo más escenas bíblicas, la marea de gente se abre a mi paso.Sí yo soy Moisés! Liberad a mi pueblo!me dan ganas de gritar de una punta a la otra. La gente se aparta al verme llevándose las manos a la nariz .Laura se limita a taparse la boca y a mirarme con los ojos muy abiertos.
-Mira esto es lo que ha cenado Edgar- Le digo a Laura estirándome la camiseta.
La boca tapada y los ojos muy abiertos.
-Creo que es una Big Mac- Continuo sonriendo y sintiéndome observado por el grupo de curiosos que ha hecho un círculo, a una distancia prudencial, a mi alrededor.
La boca tapada y los ojos muy abiertos.
-¿Crees que se nota?- Y paso a su lado en dirección a mi objetivo.Ahora nos vemos Laura.
Están allí justo al otro extremo del salón y aún no se han dado cuenta de nada. Quizá les haya llegado algo de mi tufo. Yo en su lugar empezaría a oler que algo ha empezado a quemarse en alguna parte. El asunto está mas fácil de lo que parece. Para empezar no tengo que abrirme paso para llegar hasta ellos.
El plan te preguntarás. ¿No tenías un plan? Sí, pero era rudimentario y además tú le has visto, ¿Crees que con palabras lograría convencerla para que volviese a mi lado? Sé un poco realista por el amor de dios.
Aunque haya perdido a mi paladín y a mi mago aún tengo un as en la manga.Cuando te lo cuente no me creerás. Resulta que tengo un poder. Sí ya sabes ,como los personajes de DC o Marvel. Spiderman se engancha a las paredes, superman vuela, la masa puede aplastar un coche con las manos, flash corre a la velocidad del rayo.¿Y yo?Yo puedo absorber la vida.Es algo extraño, de alguna forma succiono el alma de lo que me proponga.Es simple.No me mires así, ya te dije que no me creerías cuando te lo contase.
No es algo que me guste hacer, de hecho no es algo que haga habitualmente. Lo descubrí de niño, por casualidad, y casi me parecía divertido hasta que un buen día mis padres dejaron de comprarme nuevas mascotas.
Ahora ya sabes cual es mi as en la manga, el ataque definitivo, la invocación más demoledora.

La multitud me mira a medida que avanzo y se quedan paralizados. Están viendo una de aquellas cosas en la vida que hacen que dejes a un lado cualquier otra que estuvieras haciendo.Los buitres olvidan por un momento a su presa, las leonas dejan de angustiarse por su rimel , los frikies dejan de preocuparse por su desdicha para regozijarse en la existencia de alguien más frikie que ellos. Yo.Y el hilo mental de los presentes me llega nítido, calidad 5.1:
“Sí va a ver a su ex y sí es la que está con el tío cañón y sí él sigue siendo igual de feo y sí está manchado de vómito y sí ese olor fétido es suyo”.
Le veo junto a ella y me fijo en su torso, es como uno de esos maniquíes que se utilizan en las clases de anatomía, viéndole estoy descubriendo músculos que ni siquiera sabía que existían.David contra Goliat, más referencias bíblicas. Pero yo no voy armado con una onda sino con un kalashnikoff cargado.
Para que mi poder surta efecto deben pasar dos cosas: 1 debo tocar a la víctima y 2 tengo que aspirar hacia dentro con mucha fuerza como cuando chupas del extremo de una cachimba, como si aspirase su alma a través de la piel. Más o menos.
-Eyy, que tal tu debes ser ...- Le digo al tipo mientras noto la mirada de ella abrasándome por el lado derecho. Su hilo mental me llega en Dolby surround igualito que cuando hacen la presentación de sonido en un cine:
“Oye tío supéralo ya, estoy con él , no has visto que es más alto, más guapo y más fuerte que tú? Eso debería de ser suficiente para la mayoría. Ni por asomo pienses que volveré contigo, ahora mismo sólo me arrepiento de que nos relacionen.¿Te has visto?”
Llega el momento de la verdad, extiendo la palma hacia él, iniciando el universalmente conocido gesto de encajar las manos. “Venga tío, eres mejor que yo, estas con mi novia, tienes que darme la mano”.En sus ojos veo que de alguna manera inconsciente sabe que es un error. Que será
la última cosa que haga, pero cuando eres el más popular te debes a tu público, las formas son tu vida o en este caso , tu muerte. Yo empiezo a aspirar a un ritmo pausado pero constante.En unos segundos tras darme la mano caerá desplomado al suelo de una embolia, nadie podrá acusarme, el médico forense afirmará en su informe que el destino le jugó una mala pasada que sus padres le transmitieron unos genes defectuosos, pero la gente de la fiesta sabrá que soy culpable.
Empieza a extender su mano hacia la mía, a un ritmo extrañamente lento, el público quizá crea que es miedo, pero yo sé que está saboreando sus últimos instantes de vida.Nuestras manos están a un milímetro y sólo aspiro aire, de momento.Es entonces cuando escucho una voz:
“Con la boca abierta pareces tonto”
Es Laura quien tira de mi alejándome del Michelangelo y de mi ex, apartándome del murmulluo de la fiesta y es también Laura quien, una vez en la calle, me empuja contra la pared y me planta un beso. Y no un beso corriente, no es un piquito donde apenas notas la electricidad de los labios sino un beso húmedo y profundo , un laberinto de lenguas que luchan por encontrar el camino hacia la garganta.Un BESO. Y mientras ella urga en mi interior me llega una maraña de hilos mentales:

“Clap, bajo esta luz estás radiante, Clap ,estás preciosa con ese vestido ,Clap, ¿Llevas bragas?”
“¿Qué hago en el lavabo?”
“Me acaban de salvar la vida”
“¿Qué tendrá esa Laura que no tenga yo?”

Ya te lo dije, regresa a la primera línea, se trataba de imaginar.

Joan Tort Barbero
Curso de Narrativa

jueves, 22 de enero de 2009

La muñeca

Se sabe que las cabezas de las muñecas de trapo no están vacías, pues si no sus cabezas no tendrían volumen, se sabe pues, que sus cabezas no ocultan ningún secreto, llenas de simple relleno. Pero una vez, hubo una cabeza de muñeca que escondía un cerebro.

Las muñecas, cuando no están dirigidas por la mano de su dueña o dueño, acostumbran a repetir una y otra vez las acciones para las que normalmente son utilizadas. Así pasan su vida, libres durante la noche pero limitadas por el relleno, haciendo lo que se supone que deben hacer las muñecas.

La muñeca con cerebro se preguntaba qué era Taiwan y las demás se preguntaban si aquella noche servirían el té frío o caliente. Mientras corría por el pasillo para alborotar la lana de la que estaban hechos sus cabellos, las demás se trenzaban el pelo las unas a las otras. Las muñecas de trapo se estiraban la ropa para que ésta no estuviese arrugada y la muñeca con cerebro intentaba recordar cuándo se había vestido. Pasó también que una noche apareció entre las muñecas una nueva y, viendo una oportunidad de mantener una conversación, se decidió a preguntarle de dónde había salido a lo que la recién llegada contestó:

- ¿Qué te apetece más, una tarta de manzana o una rosquilla cubierta de chocolate?

Y así vivía un cerebro entre tanto relleno.

La primera y última vez que la muñeca con cerebro lloró en público, las demás le miraron extrañadas, pues nunca antes una muñeca había llorado. Esta mirada, que no era una mirada en sí porque venía de ojos inexpresivos, convirtió su llanto en algo todavía más amargo. Así fue cómo conoció la amargura de la incomprensión y cómo escondió sus lágrimas en los rincones, detrás de preguntas sin respuestas, detrás de actos sociales disfrazados de aislamiento. Mas el llanto le hizo comprender que entre sus compañeras y ella había una diferencia, pues así como las demás no entendían qué eran aquellas gotas, ella sabía ya la razón de que no tuvieran nisiquiera un motivo para hacer lo mismo.

Con su capacidad de planteamiento, única en el mundo de las muñecas, pensó que tan sólo tenía dos opciones: rebajarse y ser feliz tal y como lo eran las demás, pues se sabía capaz de acallar sus inquietudes cerebrales y dedicarse de forma exclusiva al té y a las trenzas o bien dejarse acompañar por su cabeza constantemente pensante, aunque ésta fuese su única compañía.

Viendo que las dos salidas que tenía no eran compatibles, porque se sabe que a un cerebro de muñeca le atrae más el interrogante que genera el hecho de que una mano gigante te dirija a su antojo durante el día, que no el punto y final que viene después de que te coloquen en la estantería; la muñeca por fin tomó una decisión acerca de cómo encarrilarse a sí misma. Y al final la muñeca con cerebro vivió tal y como estás pensando que lo hizo.


Judi Cuevas

El Escuadrón de la Muerte

El Escuadrón de la Muerte


Bajaban por la calle con decisión. Eran tres tipos normales, de similar edad, pero su caminar decidido, su mirada perdida, centrada en un futuro inmediato, y la determinación que irradiaban, hacían presagiar problemas. El que estaba en medio lideraba el grupo. Calvo, con barba de varios días, tejanos desgastados y chupa de cuero, se adelantaba y trazaba el camino a recorrer, con una sola idea en la cabeza: actuar. Los otros dos, uno gordo y bajito, y otro alto y fuerte, vestidos de forma similar, apartaban a la poca gente que se les cruzaba como miuras en un encierro. Nadie les miraba abiertamente, nadie quería problemas con tipos como aquellos.

En la fría noche de invierno, cruzaron el parque para acortar el camino. Estaba oscuro, y el calvo tropezó con un cordel, al otro extremo del cual había un perrito. El muchacho que lo sujetaba se quedó lívido cuando se giró hacia él. No era su aspecto lo que aterraba, sino su mirada de escualo, muerta hasta que te despedaza. Pero este le tendió al animalito y se limitó a decir: “Ten cuidado con esa correa, alguien podría hacerse daño”.

Desembocaron en la avenida cerca de las once. Como sabuesos en una batida localizaron un coche, aparcado discretamente entre otros muchos. El gordo sacó una palanqueta de hierro, el calvo una navaja de mariposa. Mientras el primero reventaba los cristales con saña, el segundo rajaba el lateral de los neumáticos. El alto forzó el tapón del depósito, y vació un paquete de diminutos cristales blancos por la embocadura. Era azúcar, el descabello para cualquier motor.

Aunque fueron veloces, el escándalo había descorrido algunas cortinas en las fincas cercanas. La presencia policial daría al traste con sus propósitos, de modo que el calvo apremió a los otros, y desaparecieron tras de una esquina.

Pararon frente a una portería. La calle estaba desierta, y la neblina bañada en la luz amarillenta de las farolas. No se oía un ruido. El calvo pulsó un botón del interfono y esperó. No respondió nadie. Miró hacia un balcón y le hizo una señal al gordo, que sacó un móvil e hizo una llamada. Dentro de uno de los pisos sonó un teléfono, pero no se encendió luz alguna. El gordo colgó. “No lo cogen” se limitó a decir. “No pasa nada” – respondió el calvo – “estará cenando con sus padres. No sabe ni freir un huevo sin ella. Le conozco bien, vendrá pronto. Mañana trabaja”.

Chispeaba. El gordo introdujo un pequeño trozo de alambre en la cerradura de la portería, y se apoyó unos metros más allá, simulando que hablaba por teléfono. El calvo desapareció, y el alto se oculto a un par de metros, junto a un contenedor. Mientras esperaban, creyeron oír un coche patrulla recorriendo la avenida cercana. La tensión les envolvió, como una madeja de cables de acero, que sólo se relajaron cuando el coche se alejó por donde había llegado.

Al poco, un hombre cruzó en dirección a ellos. El gordo hizo una señal imperceptible, y el otro se preparó. Cuando intentó sin éxito meter la llave en la cerradura, el alto le abordó con un “Perdona, ¿tienes un cigarro?”. Se giró para contestar que no, y el gordo le saltó encima por la espalda, cubriendo su cabeza con la chaqueta de cuero, que asfixió el único grito que pudo dar, antes de que el otro lo dejara sin aire con dos puñetazos en la boca del estómago.

Lo arrastraron hasta un callejón cercano, mientras se debatía inútilmente. Lo arrojaron contra una pared, y sin mediar palabra se quedaron mirándole, con actitud de ir a desenfundar en cuanto abriera la boca para gritar. El miedo le perló la piel con un sudario de escarcha, martilleando en sus sienes. Sólo acertó a balbucear si querían dinero, y sacó su cartera. De un manotazo, el alto la tiró al suelo. “No queremos tu dinero” le dijo el gordo. “Hemos venido a echar un polvo”. Les miró paralizado, consciente de que no bromeaban, y trató de correr. Pero las piernas no le respondieron. Con la palanqueta en la mano, le obligaron a bajarse los pantalones, golpeándole repetidamente. Temblando, trató de resistirse. Pero su dignidad se iba escurriendo por el sumidero de lo inevitable, hasta que cedió. Se sentía tan humillado y aterrado, que lloraba como un niño y rogaba como un cobarde. Los comentarios viciosos en su oído, el hedor de sus alientos, que le resultó insoportable, y los zarandeos, acabaron por someterle del todo. “Ponte de espaldas, el culito en pompa, precioso”. Sin una gota de valor ni de templanza que rescatar, obedeció y apretó los dientes sin poder contener el llanto.

Lo martirizaron con palabras y amenazas durante un rato, aunque sin tocarle, hasta que se escucharon unos pasos, lentos, medidos. El calvo se le acercó a un par de metros. “Hola César, creo que tenemos que hablar”. Los otros dos se apartaron prudentemente. Cuando se giró, estaba pálido como la nieve, el semblante descompuesto. “Ángel!!” balbuceó incrédulo mientras trataba de subirse los pantalones. “¿Quienes son estos? Por favor, Ángel, deja que…” No pudo decir más, no tuvo tiempo. El primer puñetazo le arrancó dos dientes y lo lanzó al suelo. “No!!, For faffor, for faffor, no…!!!” gemía mientras Ángel, sentado en su pecho, le destrozaba la cara con una rabia que ya no era contenida. Sólo paró cuando tuvo que recuperar el aliento. La paliza había sido brutal, César gimoteaba hecho un ovillo.

“Vaya” – dijo Ángel caminando en círculos a su alrededor – “ahora no pareces tan valiente, no? Los tipos como tú sois unos cobardes, que os sentís una mierda en el mundo, y para ser alguien tenéis que humillar a otro”. César gemía lleno de sangre. Ángel se acercó a él, y César se cubrió la cabeza con las manos.
“Si vuelves a tocar a mi hermana, volveré para acabar lo que he empezado, y no va a gustarte. Reza porque tu mujer salga pronto del hospital, y porque no le hayas hecho nada permanente, porque de lo contrario, lo que le ha pasado a tu coche no será nada comparado con lo que te haré a ti”

Con una última patada en el estómago, añadió “Aléjate de ella o lo lamentarás”. Se giró hacia los otros y doblaron la esquina. Flaqueaba tras el subidón de adrenalina: “Gracias, gracias por implicaros en esto…” Mientras se derrumbaba paulatinamente, el alto le abrazó. “Hace años que somos amigos. Se trata de tu hermana, casi la hemos criado entre todos.” El gordo le puso una mano en el hombro. “Quizá en el caso en que la justicia no puede proteger a una víctima, sea correcto que lo haga la injusticia”. “Gracias otra vez” dijo Ángel secándose las lágrimas. Luego, los tres se perdieron por las calles.


Juanmi, Taller de Escritura Creativa

martes, 20 de enero de 2009

La ceniza no se deja en cualquier parte

De toda mi carrera como investigador no cambio los años que pasé con el profesor Gozalbo. Sí. Con el profesor James Gozalbo. No sé de qué os reís. Sé que el doctor nunca gozó de demasiada buena fama entre la comunidad científica, pero para mí fue un maestro. Que digo un maestro, un mago, un genio. Sí. Ya sé que ninguna de las tesinas de etología ritual aplicada que remitió al Institute for the Study of Biological Enigmas ni ninguno de sus reveladores libros sobre ocultismo y ovnis en el valle del Rift levantó la más mínima expectación. También sé que a su irrepetible conferencia sobre "La digestión combustiva en los proboscidios del sur del lago Natrón" no asistió nadie, ni siquiera uno solo de sus colegas de cátedra. Ni el becario. ¡Qué lástima! Porque era la última, la definitiva, la que lo habría cambiado todo...Pero ¡qué le vamos a hacer! Vosotros os lo perdisteis y por vuestra culpa también el resto del mundo. ¡Pandilla de ignorantes! No supisteis intuir que debajo del estrafalario aspecto de Gozalbo, de su anacrónico salacot y sus fetiches, anidaba una inagotable capacidad para descubrir cosas extraordinarias donde vosotros, vulgares investigadores con ínfulas de medio pelo, seríais incapaces de apreciar ni el contorno de vuestra vanidosa sombra.Vuestro desprecio ya no tiene arreglo pero el honor del profesor de Gozalbo, ese que tanto habéis pisoteado, todavía puede y debe ser reparado. Sus descubrimientos no pueden caer en el olvido, la humanidad no se lo merece. Todo su trabajo debe ver la luz, empezando por su crucial hallazgo al sur del salado lago Natrón, en la sabana de Tanzania. Y yo voy a contarlo. Voy a contarlo todo, con pelos y señales…No estoy seguro del día en que ocurrió pero recuerdo como si fuera ahora mismo cuando aquel mensajero masai nos sacó al profesor y a mí de la tienda que compartíamos en plena siesta y nos condujo hasta un punto de la planicie no demasiado distante de nuestro campamento, situado a unas millas de Arusha, al norte de Tanzania y cerca de la difusa frontera con Kenya. Lo que vimos allí, junto a un pequeño riachuelo en la ruta de los elefantes, nos dejó boquiabiertos: seis cráteres idénticos del tamaño de la rueda de un Jeep rellenos de una sustancia grumosa, entre grisácea y blancuzca. Cinco de los agujeros, con forma de muñón de dinosaurio, estaban alineados como los vértices de un pentágono o el extremo de cada una de las puntas de una esquemática estrella de David dibujada de un trazo. Y el sexto, algo mayor que el resto, ocupaba matemáticamente el centro de la figura geométrica. ¿Qué diantre era aquello?El doctor manoseó el ungüento que llenaba las oquedades y comprobó que estaba formado casi a partes iguales por unas hebras gruesas y compactas y por engrudo, como si se tratara de algún tipo de adobe del que emanaba un olor áspero y bastante desagradable.El masai negó que alguno de su tribu tuviera algo que ver con aquello porque hasta el vetusto hechicero juraba y perjuraba que nunca había visto nada igual. Gozalbo recogió algunas muestras y las remitió a los laboratorios de la universidad de Dar es Salaam. Aunque no lo aireó mucho (sólo me lo contó a mi y al guía aborigen al que tenía más confianza), Gozalbo trabajaba con la hipótesis de que habíamos topado con los restos de un insólito meteorito. El pastoso aerolito se había fragmentado con una endiablada simetría al impactar contra el suelo pues dadas sus peculiares características no se había solidificado al contactar con la atmósfera sino que se había licuado, quién sabe si porque procedía de los gases ionizados de la cola de un cometa.La respuesta de la universidad no gustó nada al profesor, no sé si porque le pilló un poco a contrapié o porque desmontó su teoría. Según los análisis, se trataba de simples excrementos de herbívoro muy raros, eso sí, pero excrementos al fin y al cabo. Aunque, bueno, tampoco era un revés tan grave. Podía tratarse de excrementos de una especie desconocida de alienígena herbívoro desprendidos por el esfinter de evacuación de alguna nave extraterrestre. No era descabellado porque nunca nadie había visto nada semejante en la Tierra.
Pero el resultado de los análisis no fue lo que indignó a Gozalbo. Lo que de verdad enrabietó a mi maestro fue un comentario manuscrito que el bioquímico de turno en Dar es Salaam había tenido la osadía de agregar al final del informe. La nota decía textualmente: "Haced el favor de no fumar mientras trabajáis. Habéis contaminado la muestra de caquita con ceniza. Sí, con el producto resultante de la combustión de la materia orgánica de vuestros cigarrillos si preferís una definición más técnica. Sed más cuidadosos."A Gozalbo le molestó soberanamente el tono de aquella misiva y, si en algún momento había dudado en dejar la investigación de los cráteres (por escatológica) en ese preciso instante decidió poner todo su empeño en la investigación del hallazgo y en desentrañar el enigma del meteorito (o de la defecación cósmica) que los había creado. Empaquetó una segunda muestra, que esta vez sólo contenía la sustancia con aspecto de cemento sin fraguar que el listillo de Dar es Salaam había confundido con ceniza de cigarrillo, y la hizo llegar al laboratorio de la universidad de Dodoma.La respuesta del segundo análisis llegó justo el día en el que un pastor masai se presentó en el campamento asegurando que había encontrado otro grupo de seis cráteres idénticos algo más al noroeste, en la ruta que conducía al Serengeti. El alineamiento sideral se había avistado en las proximidades de un manantial frecuentado por paquidermos, rinocerontes y cebras. El correo llegó cuando estábamos cargando los vehículos para partir de expedición hasta el lugar del nuevo hallazgo. Impaciente, Gozalbo abrió el sobre, escrutó los resultados del laboratorio de Dodoma, agarrándose el salacot con la mano, para que nada enturbiara la perspectiva de suss ojos desbordados por la sorpresa. -¡Lava! ¡Ceniza y lava! ¡Carbonatos! ¡Bajo contenido en sílice! ¡Increíble!- gritó.Y partimos inmediatamente. Gozalbo feliz, y yo también . Primero porque la composición de muchos meteoritos es similar a la de la lava. Y segundo ¡porque la composición química de los restos estaba fuera de lo común! Sin ninguna duda, esa era la prueba de que íbamos por el buen camino, de que seguíamos la vía correcta, ya fuera láctea o no.El segundo alineamiento era un calco del primero aunque la silueta de la estrella de David no era esta vez tan perfecta como la anterior. Eso sí, el agujero mayor seguía en el centro. Los seis cráteres rellenos ocupaban una terraza arenosa, rodeada por una de cadena de montículos que estaban salpicados de matorrales quebrados, como si les hubiera pasado por encima una apisonadora. ¡O una nave espacial, quién podía saberlo entonces!Después de recoger una de las ramas rotas y escudriñarla al trasluz, el profesor dio varias vueltas alrededor del misterioso pentágono irregular, midió el diámetro de cada una de las cavidades, resiguió las sinuosas estrías de los bordes y con una vara calculó su profundidad y su capacidad. Anotó las cifras en su cuaderno y luego se entretuvo en vaciar uno de los cráteres para poder realizar un croquis de su forma y su interior y encargar un molde. Pero mientras retiraba con un cuenco el pastoso amasijo de excrementos, ceniza y lava orbital sus pupilas tropezaron con algo a lo que tal vez ni yo hubiera prestado atención: una minúscula y pringosa pluma de polluelo. Gozalbo la atrapó como si se tratara de un trofeo, la besó como sólo se besa a una medalla o a un amuleto, miró hacia el cielo, y la puso a buen recaudo en su maletín.-Carbonatos, bajo contenido en sílice, arbustos rotos y ahora esto... Estamos cerca, estamos cerca...En los días siguientes Gozalbo se dejó ver muy poco por el campamento. Se pasaba el día dentro de la tienda haciendo cábalas y garabateando en su cuaderno y ni siquiera hablaba conmigo. Su única preocupación era ir y venir hasta el puesto de guardia y preguntar si habían vuelto las cuadrillas de exploradores y si alguna había cumplido su misión. Pero sólo recibió deprimentes negativas. Estaba tan abstraído que ni siquiera se molestó en explicarme por qué era tan importante aquella pluma ¿La había arrastrado la defecación alienígena al atravesar la atmósfera?Seguí con mis dudas y mis teorías hasta que llegó el día ¡El gran día!. El profesor me despertó al arrancar la madrugada agitándome de forma violenta. Estaba como loco. Chillaba. Daba vueltas. Saltaba. Empaquetaba artilugios y cosas en varias mochilas sin ton ni son y no paraba de revisar las notas de su cuaderno.-¡Los han visto, los han visto!-¿A quién? ¿A quién han visto? ¿A los extraterrestres?- respondí con una mezcla de sueño y euforia.-¿A los extraterrestres! ¿Los extraterrestres? –se preguntó sin dejar de mover objetos-. ¡No! ¡No! A los elefantes. A los elefantes... ¿A quien sino?... Están a una hora del lago Natrón.-¿Del Natrón? ¿Del lago salado? ¿El de los flamencos?- contesté ruborizado por el patinazo, intentando ocultar la vergüenza con la camisa del pijama.- Sí, el de los flamencos enanos... ¿Recuerdas la pluma?- me interrogó el profesor tendiéndome una mochila-. Pero no es momento de explicaciones. ¡Nos vamos!.Y nos fuimos. El Jeep arrancó como alma que se lleva el diablo en dirección al Lago Natrón, la única zona de anidación y cría del flamenco enano de toda África oriental. Eso significaba que la pluma que Gozalbo había encontrado en la segunda colección de cráteres le había puesto sobre la pista buena. ¿Pero qué pista?Amanecía cuando el gran misterio quedó resuelto. No puedo precisar en qué recoveco exacto de aquella interminable y monótona sabana, en la que se pierde hasta la referencia del horizonte, nos encontrábamos. Lo que sí recuerdo es que frente a nosotros se erigía la majestuosa figura del Ol Doinyo Lengai, el volcán de los dos cráteres gemelos. El imponente Ol Doinyo Lengai, al que los masai llaman la montaña de Dios, el que tiene la lava más fluida del mundo debido a su composición única de carbonatos y su poco sílice... Recuerdo la imponente figura volcánica y el rumor del agua de un serpenteante arroyo cercano que parecía reprocharme con sus murmullos líquidos lo estúpido que yo había sido.Lo primero que vimos fue el humo. Delgadas columnas de humo que se escurrían por encima de las copas de un grupo de retorcidas acacias repletas de monos gritones y semiocultas por la maleza. El profesor, que conducía el Jeep, dio un brusco volantazo en cuanto las vio y el salacot salió volando por la ventanilla. No pude evitar soltar un grito de sorpresa, casi un alarido. Gozalbo se quedó fosilizado, con la boca abierta. No se le movía ni un músculo pero el brillo de sus ojos delataba que hervía de satisfacción. Ante nosotros, una manada de seis elefantes tumbados a la sombra de las acacias soltaban volutas de humo por sus arrugadas trompas como si fueran chimeneas. Y lo hacían con una tranquilidad pasmosa. Succionaban las hojas de unos arbustos, contenían la respiración y después, con un repetitivo ritual, agitaban la trompa y la extendían hacia arriba, dejando escapar una nube grisácea. Así una y otra vez, con bocanadas pausadas y rítmicas y yo diría que hasta placenteras.¡Estaban fumando! No había otra explicación. Mordisqueaban aquella hojarasca, la encendían en sus entrañas como si fuera un cigarrillo y después soltaban el humo. ¡Fumaban! Por alguna insólita razón, los estómagos de aquellos paquidermos en lugar de hacer la digestión funcionaban como una caldera de combustión. El profesor me explicó después que aquellos animales, seguramente todos con lazos consaguíneos, habían desarrollado tan extraordinaria capacidad a fuerza de tener que lidiar con la incandescente lava del Ol Doinyo Lengai que cada cierto tiempo se desbordaba para darse un suculento festín en aquella interminable llanura. Según Gozalbo, aquella familia de peculiares paquidermos no había sucumbido a la impertinente ceniza enharinada del Doinyo que asolaba toda la planicie hasta el Serengeti y de la que huían todas las especies. Más bien, al contrario. Habían logrado dominarla.Nos acercamos más y los elefantes ni se inmutaron. Continuaron con sus profundas caladas como si no fuera con ellos, igual que hacen los dandys recostados en el mullido sofá de un selecto club. El más pequeño de todos incluso era capaz de girar la trompa como una hélice y exhalar fumaradas en forma de remolino.La manada estuvo así, tendida en el tierno lecho de hierba de la pradera, durante un buen rato, hasta que uno de los elefantes -una hembra que a juzgar por su rostro de mal genio parecía la matriarca- se levantó del círculo. Caminó unos pasos y buscó el cobijo de unas matas altas, a unos metros de las acacias, y se puso a escarbar con las patas un buen rato. Después, apoyó todo el peso del cuerpo sobre las patas traseras, se mantuvo un tiempo inmóvil y regresó a la manada. En ese momento, los otros cinco elefantes se incorporaron con torpeza y marcharon en procesión hasta el lugar donde había escarbado la matriarca. Al llegar, se pusieron de costado y formaron un corro que quedó prácticamente oculto entre los matorrales. Cuando cada paquidermo ocupó su posición, los cinco se esmeraron en remover el suelo con sus duras pezuñas para después recostarse en las patas traseras, permanecer unos minutos petrificados y regresar. En cuanto los seis elefantes completaron la enigmática ceremonia, el grupo se puso en marcha con parsimonia en busca del siguiente acuífero de su ruta.Cuando estuvimos seguros de que los paquidermos estaban lo suficientemente lejos para no sorprendernos, corrimos hasta las acacias, todavía estupefactos por lo que acabábamos de presenciar. Pero el profesor Gozalbo no me guió hacia el lugar donde la manada se había fumado las tiernas hojas de aquellos arbustos. No. Se dirigió directamente hacia los matorrales en los que los elefantes se habían plantificado después de la última calada. Llegó tan abstraído y tan excitado que sin darse cuenta metió los pies en un hoyo lleno hasta arriba de una apestosa sustancia grisácea, pastosa y todavía caliente. Pero lejos de preocuparse lo más mínimo, James Gozalbo soltó una carcajada y exclamó satisfecho:-Todo buen fumador, por grande que sea, necesita un buen cenicero. Hasta un elefante.

XAVIER ADELL

Nota: este relato es la corrección extendida de un ejercicio sobre el binomio fantástico elefante-cenicero, del curso de estructuras.

lunes, 19 de enero de 2009

Certamen internacional de Narrativa La Barca de la Cultura 2009


Certamen internacional de Narrativa
La Barca de la Cultura 2009


“No sacrifiquen la sinceridad literaria a nada. Ni a la política ni al triunfo.
Escriban siempre para ese otro, silencioso e implacable,
que llevamos dentro y no es posible engañar.”
Juan Carlos Onetti

Conmemorando los 100 años del nacimiento del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, La Barca de la Cultura convoca al Certamen internacional de Narrativa 2009.

Bases:

Primera: Podrán concurrir al mismo escritores mayores de edad, de cualquier nacionalidad, con relatos en lengua española no premiados anteriormente en ningún otro concurso. Quedan excluidos miembros que pertenezcan a la entidad convocante en calidad de integrantes permanentes de la plantilla, como así también aquellos que mantengan vínculos significativos con alguno de los miembros del Jurado.

Segunda: Se convoca a 2 categorías:

a) Tema libre: las obras deberán ser inéditas y no haber sido premiadas en ningún otro certamen o concurso anterior. Tendrán una extensión no superior a 4 folios, A4, Fuente Arial 11, Interlineado 1½ , 32 líneas máximo por hoja.
b) Narrativa romántica: las obras deberán ser inéditas y no haber sido premiadas en ningún otro certamen o concurso anterior. Tendrán una extensión no superior a 4 folios, A4, Fuente Arial 11, Interlineado 1½ y 32 líneas máximo por hoja.

Tercera: El envío de los textos se realizará por correo electrónico a info@labarcadelacultura.com Se admitirán dos obras por autor.

Cuarta: Al pie de los relatos presentados deberán figurar los datos personales del autor (nombre, nacionalidad, domicilio, teléfono, correo electrónico y categoría en la que participa). Las obras que no cumplan las especificaciones contenidas en estas bases serán eliminadas automáticamente.

Quinta: No se mantendrá correspondencia sobre este concurso ni se devolverán los originales no premiados.

Sexta: El plazo para recibir los trabajos se extenderá desde el 15 de enero hasta el 30 de abril de 2009, inclusive.

Séptima: El fallo del Jurado se dará a conocer en la segunda quincena del mes de mayo de 2009 y será comunicado a todos los participantes del certamen.

Octava: Se otorgarán 3 premios por cada categoría:

Primer premio: una obra artesanal en cerámica esmaltada, en alto relieve, que consignará la distinción obtenida.
Segundo premio: una obra artesanal en cerámica artística que consignará la distinción obtenida.

Tercer premio: diploma

Novena: Los relatos premiados serán publicados en La Barca de la Cultura y, en su caso, en las otras páginas web que editan los miembros del Jurado. Asimismo, se efectuará una entrevista a los autores premiados, la que también será publicada en los mencionados medios.

Décima: Los autores mantendrán la completa propiedad intelectual (copyright) sobre sus textos.

Undécima.- La presentación al Certamen internacional de Narrativa La Barca de la Cultura 2009 implica la total aceptación de sus bases. El Jurado se reservará la facultad de declararlo desierto.

EL AGUA TEÑIDA DE ROJO

EL AGUA TEÑIDA DE ROJO SE ESCURRIÓ POR EL DESAGÜE… Alfonso, se miró las manos limpias de sangre, se las secó con el destartalado aparato del aire y salió del pestilente lavabo. El bar, era un pequeño local grasiento y cochambroso. Estaba casi vacío, a excepción del dueño y de tres amigos tomándose unas cervezas al otro lado de la barra mientras reían estrepitosamente. El pidió un whiskey doble con hielo. La puerta se abrió dejando entrar el sofocante aire caliente de la calle, una mujer joven y atractiva se quedó un momento allí plantada, dudando si entrar o no y atrayendo por un momento las miradas de los parroquianos, finalmente se decidió, fue hasta la barra a medio metro de donde estaba Alfonso. Mientras el camarero le servía un refresco, ella busco algo en el interior de su bolso.
- Mierda. ¿Tienes un cigarro?- Le preguntó a Alfonso.
- Allí hay una maquina de tabaco.- Respondió señalando un rincón.
- No tengo cambio.
- Pues yo no…
Alfonso se quedó pensativo un momento. Luego saco una pitillera de los tejanos y se la dio a la chica.
- Gracias.- Dijo ella cogiendo un cigarrillo y haciendo ademán de devolvérsela.
- Quédatela. Yo no fumo.
Ella se quedó un momento perpleja. Miró la pitillera y se la guardó.
- ¿De quién era, de una novia despechada?
- De un amigo… Está muerto.
Ella se lo quedó mirando en silencio, sin saber como reaccionar.
- Siempre decía que lo tenía que dejar y al final fue el tabaco quién lo dejo a él.- Dijo Alfonso sonriendo
La chica lo miró seria, hasta que él estallo en una carcajada y ella le siguió.
- ¿Cómo te llamas?
- Eva ¿Y tú?
- Alfonso. Dime Eva ¿Quieres tomar una copa?
- Tú no fumas y yo no bebo alcohol. Además, ya estoy servida.- respondió Eva señalando el vaso.
- Lástima. No podré emborracharte y llevarte a la cama.
- A lo mejor te emborracho yo a ti.- Dijo Eva haciéndole señas al camarero para que le pusiera otro baso a Alfonso.
- ¿Lo de tú amigo, lo decías en serio?
- Si.- En cuanto el camarero le llenó el baso a Alfonso, este se bebió el contenido de un solo trago.- ¿Te importaría mucho dejar la botella?
El camarero se dispuso a replicar, pero Eva le puso un billete de cincuenta en la barra, haciéndole un gesto de silencio con el dedo mientras asentía con la cabeza. El camarero dejó la botella sobre la barra y cogió el billete yéndose a otro lado.
- Anda, coge la botella. Será mejor que nos sentemos en una mesa.- Le dijo Eva a Alfonso agarrándolo del brazo.
Una vez sentados. Él se sirvió otra copa y ella se encendió otro cigarrillo.
- ¿Dices en serio lo de tú amigo o te estas quedando conmigo?
Antes de contestar, Alfonso suspiró, se bebió otro trago y volvió a suspirar.
- A mi amigo lo he matado yo, esta misma noche, justo antes de venir aquí. Le he metido un navajazo en el estomago.- Dijo muy serio
- ¿Por qué fumaba?- preguntó Eva divertida.
- Por una mujer, su exnovia. Se enteró de lo que no debía y lo dejó. Pero el pobre imbécil no se dio por vencido y nos pidió a mí y a otro que le acompañáramos para ir en busca de la chica. La cosa salió mal y él yo terminamos en el cuartelillo, cosa que no le hizo ni pizca de gracia a nuestro jefe. Me mandó a mi que lo matara me dijo: “O lo matas, o os matamos a los dos”. Antes de morir, mi amigo me dio la pitillera, para que se la llevara a su ex con el mensaje de que no volvería a molestarla, pero yo he preferido dártela a ti.- Alfonso, volvió a llenar el baso y bebérselo de un trago.- Lo maté no muy lejos de aquí, detrás de unos contenedores de basura en un oscuro callejón y lo hice con esta navaja.
Alfonso, sacó su navaja automática y la abrió como si de un truco de magia se tratara. Eva se sobresaltó asustada e inmediatamente después le entró un ataque de risa, del que el se contagió.
- Anda, será mejor que nos vayamos.- Dijo Eva.
- Espera un momento.- Dijo bebiéndose la botella de un solo trago.
Eva condujo a Alfonso por las oscuras callejuelas del barrio antiguo. El olor a orines y a podredumbre lo inundaban todo. En un destartalado y viejo bloque de pisos se encontraba el pequeño apartamento de Alfonso, un infecto y cochambroso cuartucho de escaso mobiliario.
Eva tumbó a Alfonso en la cama y empezó a desabrocharle los botones de la camisa. El contacto de los dedos de Eva sobre su piel, le pareció extraño, le agarró las manos y se las miró. Llevaba puestos unos guantes de látex, color carne, como los de un cirujano y el corazón empezó a latirle con fuerza.
- ¿Cómo piensas matarme? Vamos, contesta. Estoy muy borracho, pero no soy tan tonto.
Ella lo miró muy seria, con los ojos inyectados en sangre.
- Pensaba que estabas más borracho. Te iba a meter en la bañera con agua tibia y cortarte las venas con tu propia navaja. ¿Cuándo lo sospechaste? - Todo el rato, las mujeres como tú no se acercan a los tipos como yo. Eso solo pasa en las películas.- La apartó a un lado, se quitó la camisa y los zapatos, cogió de un armario otra botella de whiskey y le dio un trago.- No te preocupes, normalmente solo sirvo para intimidar a la gente y dar alguna que otra paliza de vez en cuando.- Cogió la navaja y se acercó a la chica.- Solo he matado una vez y he descubierto dos cosas, la primera que es demasiado fácil, la segunda, que yo no soy un asesino.
- Entonces, no te me acerques.- Le dijo ella amenazándolo con una pequeña pistola.
- Dale la pitillera a María, la ex de mi amigo y dame un beso, quiero saber como besa la muerte.- Ella le dio un beso en los labios.- ¿Sabes? Tengo un plato de ducha.- Dijo riéndose.- Ahora lárgate. Quiero morirme tranquilo.
Eva vio como Alfonso fue al cuarto de baño. Se metió debajo de la ducha y después de darle un buen tiento a la botella, se cortó las venas y se sentó a ver como el agua teñida de rojo se escurría por el desagüe.
Juan Carlos Fernández.

viernes, 16 de enero de 2009

SIN CARA

Yo tenía una cara normal y un día me quedé sin ella. Lo confieso, soy el hombre sin rostro.
Cada día me pongo delante del espejo dispuesto a pintarme un rostro. Lo primero que hago es pintar un ojo, para verme, claro. Las pupilas, los agujeros de la nariz; todo conlleva un gran trabajo, pero con el tiempo me he convertido en un experto del maquillaje. Mi caja de herramientas, no hay en ella un solo destornillador, sólo encontrarías pinceles, polvos, brochas... he llegado a juntar un buen arsenal. Todo esto ha sido con el paso del tiempo, después de buscarme sin éxito, después de intentar recuperar quién fui, una pincelada tras otra me traza a mí mismo. Es como si te quedas sin nombre, como si hubiese perdido el DNI y no pudiesen identificarme.
He probado de todo, intentando hacerme un hueco como yo sin ser yo, preguntándome constantemente dos cosas: si los demás notarían mi maquillaje y si yo notaría el suyo en caso que los demás también se pintasen el rostro y resulta que todos somos nadie. Pero ante el miedo de hacer las preguntas ¿se me nota? u, oye ¿tú eres tú o vas pintado? me puse manos a la obra, decantándome al principio por caras normales para no llamar mucho la atención.
Cara de jefe, con el ceño fruncido muy difícil de conseguir. Esto me hizo ganar mucho dinero, el ceño, pero cuando empecé a encerrarme en el lavabo, desmaquillarme y maquillarme de empleado subordinado, me di cuenta que la gente me veía como un amargado e incluso yo mismo me cogí manía.
Luego me pinté una cara atractiva y seductora, ceja levantada y sonrisa con hoyuelos. Gracias al guiño de ojo que logré con mucha paciencia, encandilé a mujeres de todo tipo que acababan en mi cama y me adoraban. Hasta que me cansé, porque tal y como pasaba las noches en buena compañía, los días los pasaba solo.
Después de un tiempo empecé a atreverme con otras caras y me pinté de payaso pidiendo por el metro a primera hora de la mañana. No lo hacía por dinero, porque nadie me daba nada, pero la gente necesita una explicación de por qué un payaso entra en el vagón. El vagón que les lleva al matadero. Te miran, algunos te sonríen y muy pocos ríen, pero a todos durante un momento les he hecho olvidar que viven en un mundo gris.
La mejor cara que me he pintado nunca ha sido la cara de loco. Te imaginas que miras al horizonte y es allí hacia donde tienes que dibujar la mirada. La cara de loco te permite hacer todo lo que quieras porque nadie te lo impide. Puedes por ejemplo, andar para atrás como los cangrejos, que nadie llama a la policía. Esto no sirve de mucho, salvo que todo lo que te encuentras es una sorpresa, que no lo ves venir. Puedes también por ejemplo andar cantando esa canción que todo el rato tienes en la mente, que nadie te dice que te calles. Esto tampoco sirve de mucho, simplemente para hacer lo que te venga de verdad en gana.
Tras tantos rostros, cada uno con su identidad, tras tantos ojos por aquí, expresiones por allí y pecas por allá, he podido al fin reconstruir mi cara con todos sus detalles, que sería capaz de reproducir perfectamente. Pero prefiero ser el hombre sin rostro, ser nadie y ser cualquiera a la vez. Podría pensarse que ya no sé quién soy, pero ahora es cuando más seguro estoy porque soy yo el que siempre decide quién voy a ser hoy. Quizás hoy sea tú.

Judi Cuevas

jueves, 15 de enero de 2009

Felicidad interrumpida

Su jefe le había dado el resto del día libre. Marisa es la enfermera de un renombrado cirujano de la ciudad. Decidió dar una sorpresa a su marido. Todavía le daba tiempo a cambiarse de ropa y calzado, hacer una llamada al restaurante italiano que tanto gustaba a Marcos y llegar a tiempo para invitarle a comer.

Le sobraron quince minutos y se sentó en una mesita, al sol, en la terraza del bar enfrente de la oficina de su marido. Mientras se tomaba un vermut blanco con hielo y unas olivas aliñadas, recordaba esos tantos momentos de felicidad junto a su esposo. Eran tantos que casi no le cabían en su memoria.

Pasaban diez minutos del horario de salida. Marisa pidió la cuenta al camarero. Sus ojos se clavaron en el portal del edificio. Le vio salir. No estaba solo. Era Laura, su compañera de redacción.

Mientras pagaba, le hizo un gesto a Marcos pero éste no la vio. Se disponía a cruzar la calle, cuando en ese momento Laura abrazó a su marido y Marcos le respondió con un apasionado beso. Un beso de no recuerda cuantos segundos, pero fueron muchos.

Se quedó clavada en el asfalto, delante del semáforo en verde sin atreverse a cruzar la calle. Sintió un sofocón, su vista se nubló de tanto mirarlos, sin pestañear, observando todos los siguientes pasos de la pareja, comprobando que no había ningún tipo de error. Era su marido. Era el hombre de su vida, su compañero, su amigo, su amante. Era su sentido de la vida. Era su propia vida.

Finalmente se decidió a cruzar la calle y fue acercándose más a ellos. A medida que se aproximaba su rabia aumentaba, su corazón se aceleraba y sus ojos inundados en cólera perseguían los de su marido. Continuó caminando con el propósito de montar un escándalo, de arrancarle el moño a Laura, de escupirles a la cara, de arrebatarles su momento de felicidad. Su marido estaba tan magnetizado con su acompañante que ni siquiera la vio.

No le dio tiempo. La pareja cogió un taxi y desapareció de su vista. Parada en medio de una multitud conoció la soledad. Su rabia se fue convirtiendo en tristeza y solo pudo llorar. Se fue haciendo paso entre la gente hasta alcanzar la pared de la fachada del edificio. Tuvo que apoyarse para no caer. Sus piernas se debilitaban. Apenas tenía fuerza para permanecer de pie. Perdió la noción del tiempo.

Su corazón le concedió una tregua. Volvió a casa. Cerraba sus ojos y los veía una y otra vez, abrazándose, besándose, cogiendo ese taxi hacia un lugar elegido por los dos. Su querido Marcos había muerto para ella.

Se metió en la cama y se tapó hasta la cabeza. Con una completa oscuridad y con todo el silencio de una casa vacía empezó a ver las cosas claras. Por nada del mundo permitiría que se fuera con otra. Al cabo de un par de horas se levantó y se dirigió al mueble bar situado al lado del equipo de música. Se sirvió una copa de coñac. Seguidamente vertió unas gotas de un frasco pequeño en la botella y puso un compact disc de Giuseppe Verdi. Mientras oía una pieza de La Traviata que le encantaba, su mano derecha alzaba el volumen disfrutando de la música. En la otra mano sujetaba la copa, la movía con destreza y saboreaba cada segundo a sorbos. Este ritual lo hacía cada día su querido Marcos cuando llegaba a casa por la noche. Cuando terminó la música, apagó todo y volvió a la cama.

Marcos llegó a la hora de siempre. Encendió todas las luces, pensó que Marisa no había llegado todavía. Se dejó caer en el sillón verde botella que siempre utilizaba Marisa para leer, enfrente al dormitorio. Se sirvió una copa de coñac y cogió el móvil para llamar a Laura.
- Acabo de dejarte y ya te echo de menos –le dijo con una voz mimosa. Sí, sí, te lo prometo. Hoy mismo se lo digo.

Marisa salió de su habitación como un espectro. Se acercó lentamente a su marido. Iba descalza, tenía la cara desencajada, estaba despeinada, tenía el rímel corrido y los ojos enrojecidos de tanto llorar. Tragó saliva, se arregló el cabello, se colocó sus zapatos abandonados en la alfombra, se ajustó la falda subiéndose la cremallera y con una mirada llena de vacío se dirigió a su marido.
- ¿Qué es lo que me tienes que decir? –le preguntó Marisa clavando sus ojos en los él.
Marcos tenía una expresión difícil de describir. Estaba claro que su mujer había oído la conversación que mantuvo con Laura.
- Marisa, yo...No sé cómo decirte…-empezó a titubear apartando la mirada de su mujer.

Se sorprendió a si misma adoptando un actitud fría, inquisidora. Decidió dejar hablar a su marido. De hecho, ella deseaba que él hablase, que sufriera para contarle lo que ella ya sabía. Aunque con lo buen actor que había demostrado ser tampoco le costaría demasiado.
- Lo siento mucho Marisa. Estoy enamorado de otra mujer. Ya no te quiero…

Ella ya no le escuchaba. Observaba atentamente como le temblaban las manos a Marcos, como se convulsionaba su cuerpo. Finalmente no habló más. Se calló para siempre.

Marisa se acercó a él, comprobó el pulso y seguidamente se dirigió al teléfono.
- ¿Policía? Acabo de matar a mi marido.


Milagros Herrero

miércoles, 14 de enero de 2009

KONDENADOS EN LA KASA OKUPADA 1

Desperté como cada noche, sobresaltado por el ruido que estaba haciendo un intruso en la casa. Pero había algo más, lo que sonaba era una música, muy ruidosa, diabólica, nunca había oído nada igual. También se oían risas y gritos, cogí la pistola que Isabel había dejado encima de la mesita de noche. En una esquina de la habitación, retozando sobre un viejo colchón raído, habían dos chicos jóvenes, ambos con un extraño peinado, como si se hubieran puesto una fregona en la cabeza, era difícil distinguir al chico de la chica si no fuera por que los dos estaban completamente desnudos. Me acerqué a ellos apuntándoles con el arma, la chica gritó.
- ¡Ey tío, lárgate! ¡Estamos echando un polvo!- Dijo el chico.
Una voz gritó mi nombre en el salón. Salí de la habitación y bajé las escaleras, la casa estaba llena de jóvenes andrajosos a los que costaba tanto distinguirlos como a los dos chicos que había dejado arriba fornicando. Abajo, entre la extraña cortina de humo de los cigarrillos de los chicos, me esperaba como cada noche él. Todo a nuestro alrededor había desaparecido y la casa volvió a ser la de siempre. Los dos interpretamos nuestros papeles. “¿Qué haces aquí?” Le pregunté. “He venido a matarte”
Nos apuntamos con nuestras pistolas y disparamos. Caí muerto al igual que el. ¿Pero como morir cuando estas muerto? Eso me hizo volver a la realidad. Los jóvenes que habían sido los involuntarios espectadores de nuestra tragedia, lejos de asustarse y salir corriendo o enloquecer, aplaudieron. Me levanté al igual que mi eterno rival totalmente ensangrentado. Nos miramos estupefactos sin saber que hacer. Uno de los jóvenes se nos acercó.

- ¡Tíos ha sido genial! ¡¿Vosotros también sabéis la leyenda?!
- ¿Leyenda? ¿Qué leyenda?- Preguntó una chica.
A nuestro alrededor se había formado todo un grupo de jóvenes.
- Mi abuelo me contó una vez, que hace cincuenta años, aquí vivió un matrimonio, la mujer del pavo, le puso los cuernos con su mejor amigo y luego los enredó para que se mataran el uno al otro. Se quedó con la pasta y no se supo más de ella. En cuando a los dos pringados aquellos, dicen que se escuchan ruidos por las noches y que por eso no vive aquí nadie.
- A mi esas cosas me dan mucho respeto.- Dijo otra chica.
- ¡No le hagas caso, se está quedando con nosotros!- Dijo otro chico.
Pronto el grupo se disolvió y todos aquellos jóvenes siguieron con la fiesta como si no existiéramos.
- ¿Enserio pasó eso?- Me preguntó mi rival estupefacto.
- Lo he olvidado. Lo único que sé es que estoy cansado y esta no se parece a la casa donde vivía.
Nos sentamos en un rincón a reflexionar y hablar de los viejos tiempos, pasando totalmente desapercibidos para el resto de la gente, y llegamos a la conclusión de que no valía la pena seguir con aquella farsa que habíamos mantenido durante tanto tiempo. Al amanecer nos disolvimos como el humo de los cigarrillos que habían estado fumando durante toda la noche. --------------------------------------------------
KONDENADOS EN LA KASA OKUPADA 2
La casa era perfecta. Llevaba muchos años desabitada y daba un poco de miedo, pero con poco de limpieza y alguna mano de pintura, podía quedar habitable. Todos los chicos pusieron de su parte, incluso vinieron chicos de otras casas ocupas a echar una mano. Luego trajeron los colchones, los sacos de dormir, las neveras portátiles llenas de cervezas y de comida. También trajeron una minicadena co mp3 y música, mucha música. La voz se corrió por toda la ciudad y los chicos acudieron de todas partes para la inauguración de la casa.
Nadie se dio cuenta de que aproximadamente a las doce de la noche, la puerta principal de la casa se abrió y se cerró sola sin que nadie hubiera entrado o salido y cualquiera podía ser el que estuviera tirando objetos de un lado a otro. Aquello era una fiesta y esas cosas pasan.
En una de las habitaciones de arriba, en la que una pareja había subido para hacer el amor, hizo acto presencia la misteriosa y pálida figura de un tipo de tez pálida, casi resplandeciente, vestido con pijama y un batín de dormir, en la mano llevaba una pistola. La chica al verlo dio un grito de pánico.
- ¡Ey tío, lárgate! Estamos echando un polvo.- Le dijo el chico al extraño.
El espectro les apuntó un momento con la pistola, pero algo atrajo su atención en otro lado y se fue atravesando la puerta sin llegar a abrirla. Pero los chicos pensaron que ara todo un efecto da alguna droga y siguieron a lo suyo sin darle importancia.
Abajo las figuras de los dos espectros fueron completamente visibles para todos los asistentes a la fiesta, vieron como después de cruzar un par de frases las dos figuras se disparaban mutuamente. Nadie sabía quienes eran, a todos les pareció cojonudos los disfraces y todos aplaudieron al ver como se mataban, luego siguieron con la fiesta como si nada. Los espectros se levantaron y se miraron estupefactos ante la indiferencia general.
- ¡Tíos ha sido genial! ¡¿Vosotros también sabéis la leyenda?!- Dijo un chico que fue hacia ellos.
- ¿Leyenda? ¿Qué leyenda?- Dijo otra chica.
Pronto se formo un pequeño corro alrededor de los dos espectros, El chico contó como dos amigos se habían matado en aquella casa hacía cincuenta años por la mujer de uno de ellos y que desde entonces, la gente decía que en la casa se oían ruido y pasaban cosas raras. Nadie le hizo demasiado caso a la leyenda y el grupo no tardó en disolverse.
En ese momento los dos espectros fueron conscientes, de que habían olvidado la razón por la que cada noche se mataban el uno al otro y de que ya todo carecía de importancia. Al amanecer, los dos espectros se disolvieron como el humo de los porros, sin que nadie reparara en ellos.


Juan Carlos Fernández.

ENAMORASTAN 50mg

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Lea todo el prospecto antes de empezar a utilizar ENAMORASTAN 50mg.
El principio activo de este medicamento es la Feniletilamina.

1 Qué es ENAMORASTAN 50mg y para qué se utiliza
Se presenta en forma de comprimidos recubiertos envasados en blister de 30 comprimidos.
ENAMORASTAN 50mg está indicado en:
- Convivencias largas
- Monotonía amatoria y falta de imaginación
- Frialdad y falta de deseo
- Indiferencia

2 No tome ENAMORASTAN 50 mg:
- Si considera que el enamoramiento no es importante; opina que el compañerismo, el afecto y la tolerancia son la esencia del amor, por encima de la pasión.
- Si considera que la estabilidad emocional es deseable a la inestabilidad que genera el enamoramiento.
- Si considera el enamoramiento como un estadio de enfermedad mental que genera ansiedad.

3 Efectos de ENAMORASTAN 50 mg:
- Idealización y admiración de la persona amada.
- Atribución de cualidades positivas a la misma (incluso inexistentes) evitando la crítica.
- Desactivación de los circuitos cerebrales responsables de las emociones negativas. Optimismo. Euforia.
- Necesidad de cercanía de la persona amada.
- Incremento del deseo sexual
- Necesidad de agradar a la persona amada.

4 Posibles efectos adversos
- Sudoración
- Ansiedad

- Falta de concentración
- Insomnio
- Pulso acelerado
- Taquicardia
- Celos
- Alteración de la percepción del tiempo
- Dolor o ansiedad en el estómago
- Ceguera transitoria
- Propensión al lagrimeo
- Distorsión de la realidad

Embarazo:
Los estudios demuestran que los hijos cuyas madres han sido tratadas con ENAMORASTAN 50mg durante el embarazo, presentan durante toda su vida un cuadro agudo de complejo de Edipo, por lo que no es recomendable su uso durante el embarazo.
El uso de ENAMORASTAN 50mg puede propiciar embarazos no deseados. Tome siempre precauciones si no desea procrear.

Si olvidó tomar ENAMORASTAN 50 mg
Tome su dosis normal la siguiente vez. No tome una dosis doble para compensar dosis olvidadas. Puede provocar libido descontrolada y paranoia enamoratoria severa.

Duración del tratamiento:
Vitalicio, aunque se recomienda que a partir de los 70 años se reduzca la dosis para evitar posibles problemas cardíacos derivados de la intensa actividad sexual que ENAMORASTAN 50mg propicia. Su médico le informará.



15/09/2010

Después de veintidós años de investigación, y numerosos ensayos clínicos, hoy por fin ha visto la luz el fruto del trabajo de toda mi vida. ENAMORASTAN.
Se comercializa en sobres, píldoras o parches, que van descargando dosis de enamoramiento a diario. Está especialmente indicado en parejas de larga duración que han transformado la pasión, el fuego y el deseo por un tibio compañerismo, afecto fraternal y tolerancia, que aunque sin duda son cualidades apreciadas en el amor, por sí solas generan monotonía, desinterés e insatisfacción. ENAMORASTAN devolverá la pasión a miles de matrimonios. Evitará miles de divorcios. La infidelidad pasará a la historia. El mundo entero explosionará en una bomba de enamoramiento: calles pobladas de gente eufórica, que sonríe y se besa sin parar. Parejas que a pesar de llevar 20 años conviviendo, aun sienten maripositas en el estómago cuando se ven y están deseando llegar a su casa para materializar el amor.
Después de la vacuna contra el SIDA y de la cura contra el cáncer, este avance se ha considerado como uno de los más importantes de este siglo. Sin duda se trata de una revolución en las relaciones humanas, un descubrimiento que favorecerá al mundo en todas sus dimensiones. El fin de las guerras y el principio de la era del amor.
Por la polémica que ha generado, se ha comparado la aparición de ENAMORASTAN con el uso de las células madre, y es que no ha sido nada fácil que ENAMORASTAN viera la luz. Como en todo, la iglesia se ha opuesto desde el primer momento. Pero el ámbito clerical no es el único en oponerse. Numerosas asociaciones han puesto la voz en grito, tachando ENAMORASTAN de antinatural, una aberración. ¿Es acaso más natural que las parejas se separen, que las infidelidades se multipliquen, que miles de parejas convivan por costumbre o por necesidad, pero no por amor?
Nadie obliga a nadie a tomar ENAMORASTAN, pero a un precio de 10 euros la caja, ¿quién se resiste a adquirir una fuente de felicidad garantizada?

15/03/2030

¿Deberíamos culpar al químico Alemán Otto Hahn, descubridor de la fusión nuclear, de las 150.000 muertes que provocó la bomba atómica?
¿Se me puede culpar a mí por haber descubierto la fórmula del amor y ponerla al servicio del ser humano?
Si antaño crearon un premio Nobel especial para mí: el premio nobel del amor, hoy ciertos sectores me culpabilizan de todos los males que han acontecido a nuestra sociedad en estos últimos 20 años.

Los primeros años de la comercialización de ENAMORASTAN fueron menos exitosos de lo previsto. Eran pocas las personas decididas a tomar el medicamento, quién sabe si por miedo a efectos secundarios imprevistos, por la influencia de las asociaciones que se manifestaban a diario en contra de él, o bien por la influencia de la iglesia.
Sin embargo, a los 5 años de salir al mercado, algunos personajes del papel couché reconocieron que sus vidas habían dado un giro de 180º grados tras introducir ENAMORASTAN en ellas: Amy Winehouse reconoció haber dejado las drogas gracias al medicamento, y declaraba que la única droga que necesitaba era la del amor. Dejó incluso de cardarse el pelo. Britney Spears se casó con su mayordomo y nunca jamás volvió a protagonizar escándalo alguno. Y lo mismo sucedió con Estefanía de Mónaco y con un sinfín de famosos más.
El negocio de la prensa rosa empezó a flaquear. Los famosos no se separaban. Los actores dejaron de enamorarse de cada compañero de reparto y sus matrimonios duraban para toda la vida. Proclamaban a los cuatro vientos que toda la felicidad de sus vidas se la debían a ENAMORASTAN.
Y el producto se puso de moda. No se daba abasto en su fabricación. Tuvimos que abrir enormes fábricas en China, Tailandia, Pakistán, Marruecos, Polonia. A pesar de que se producía el producto sin descanso, la demanda a nivel mundial era tan alta, que los precios empezaron a subir, y como en todo, se creó un mercado negro de gente que compraba y revendía y ofertas por internet de falsificaciones.

Buscamos nuevas alternativas para la distribución del producto. Una inyección con capacidad de amor para 15 años. El precio rondaba los 3000 euros la inyección, pero la comodidad era innegable y los bancos ofrecían mini créditos que ayudaban a los jóvenes a adquirir el producto. Muchas parejas incluían ENAMORASTAN en sus listas de boda para garantizar una unión exitosa y duradera.

Mientras la demanda del medicamento no dejaba de subir, la productividad general a nivel mundial no dejaba de bajar. La población no se concentraba. El mundo entero estaba deseando terminar sus jornadas de trabajo para poder encontrarse con sus parejas. Los investigadores no tenían ganas de investigar, los cirujanos no tenían las cabezas puestas en los bisturís, los errores humanos se multiplicaron, la ciencia se estancó. Los cimientos de nuestra sociedad empezaron a tambalearse.
Los embarazos no deseados aumentaron en un 200%, y es que en el estado de euforia que provoca el enamoramiento, muchas parejas se olvidaban de utilizar métodos anticonceptivos. Los divorcios se redujeron en un 90%. Los abogados matrimonialistas tuvieron que especializarse en otros campos.
Llegaron las primeras denuncias de las asociaciones contra ENAMORASTAN. Denunciaban que en las discotecas algunos desalmados se encargaban de depositar ENAMORASTAN en las copas de las chicas. Las víctimas nunca denunciaban pues en realidad consideraban que era lo mejor que les había pasado en sus vidas. Los padres de éstas no se preocupaban mucho, estaban demasiado concentrados en el dormitorio con la puerta cerrada. Los hijos iban creciendo sin la atención de sus padres, deseando cumplir la mayoría de edad para adquirir el producto milagroso y ser felices.
Es cierto que la crisis económica actual es feroz, que la capacidad adquisitiva de las familias ha bajado en un 40% debido a la falta de productividad de las empresas. Muchas familias viven cerca del umbral de la pobreza, y a pesar de esta realidad en principio desoladora, las encuestas son claras: nunca antes la población ha sido tan feliz.
Esa felicidad se palpa en las calles, se traduce en las canciones. Han dejado de escribirse canciones de desamor. Nadie las entiende.
Nadie salvo los que hoy me juzgan. Son pocos y se creen con la verdad. Han intentado por todos los medios retirar el producto del mercado. Son ex consumidores de ENAMORASTAN amargados, algunos naturistas que nunca lo han aprobado, y sobre todo la iglesia. Nos odian, nos envidian. Nuestra felicidad les hiere. Pero nunca, nunca podrán retirar ENAMORASTAN de nuestras vidas.

Sonia Ramírez

martes, 13 de enero de 2009

326 y 859

- Y dígame, ¿cuál fue su anterior trabajo?
Unas paredes grises, una mesa y una silla gris, un hombre ceniciento.
- Dibujaba caricaturas para los turistas en el paseo de la playa.
Su triste manera de ganarse el pan.
- Mmmm, interesante.
- En realidad soy pintor.
- Bien, si tengo que pintar mi casa le llamaré.
- No, quiero decir pintor de cuadros.
- Ah, un artista. Bueno, dígame, ¿sabe contar?
- ¿Cómo?
- Que si sabe contar.
Una carpeta gris, una chaqueta gris, un hombre ceniciento.
- Eh, sí, claro
- De acuerdo, demuéstremelo.
El entrevistado titubeó. Aquel hombre...¿estaría bromeando?
- Empiece.
- Bien. ¿Hasta que número cuento?
- Usted empiece, ya le diré yo cuándo parar.
- Ejem...uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, och…
- Perfecto. El trabajo es suyo. ¿Puede empezar mañana?
- Eh, creo que sí.

Facturas. Factura cero, cero, cero, cero, cero, uno. Cero, cero, cero, cincuenta mil. Durante ocho horas al día, cinco días a la semana: facturas. Abría un cajón, buscaba la carpeta, buscaba la factura anterior y archivaba.
- Le traigo más facturas para archivar. Y necesito las número 7312, 248 y 8201.
Buscaba rápidamente, encontraba, las entregaba. Recogía las nuevas facturas, las ordenaba, abría un cajón, buscaba la carpeta, buscaba la factura anterior y archivaba. Ocho horas al día, cinco días a la semana: facturas.
Los demás trabajadores, los de los ordenadores, entraban al cuarto gris sin apenas luz, al cuarto sin ventana. Le traían más facturas para archivar y le pedían otras tantas. Él les veía desde su puesto de trabajo y les veía como a máquinas, máquinas que sólo tenían dos movimientos: mirar la pantalla del ordenador y levantarse a pedir facturas. Quizás él pronto se convertiría en eso también, en tener solo dos movimientos: buscar y archivar.

Desde hacía un mes no había vuelto a pintar, desde que empezó a archivar ya no era el mismo. Llegaba a casa y en sus lienzos en blanco sólo veía números. Hablaba con su novia y en su boca veía un cero en lugar del magenta, en su nariz un ocho en vez de su forma abstracta, en sus ojos un dos y no la profundidad del marrón. Ya no salía a la calle con su caballete a cuestas, ahora sólo cargaba el cansancio. Su día a día transcurría entre hojas de papel y gente desconocida que le daba órdenes, que nunca decían un buenos días, que nunca decían gracias. Y así, entre el blanco incoloro y el negro de la nada se había esfumado su inspiración.
Sus cuadros, los pocos que pintaba ya, demostraban el vacío que no mostraban ahora sus bolsillos.
- Cariño es mejor algo estable, esto te garantiza la misma cantidad de dinero cada mes. Me alegra que hayas aceptado el trabajo. ¿Para qué vas a seguir pintando?, total, eso no te llevaba a ningún sitio.
Su novia, una mujer práctica.

- Disculpe señor. Vengo a decirle que mañana llegaré más tarde.
- ¿Y usted es? – unas cortinas grises, un bigote gris.
- Soy..., eh... soy el que archiva las facturas.
- Ah, sí, sí. Y, ¿a qué se debe que mañana llegue con retraso?
- Tengo visita con el médico.
- ¿No puede ir un sábado? -una pregunta descolorida.
- Bueno, eh... los médicos no pasan consulta los sábados.
- De acuerdo, pero no se retrase mucho. Sus compañeros necesitan que esté usted aquí, si tuviesen que buscar ellos las facturas que necesitan tardarían mucho tiempo y la empresa se pararía por unos minutos y no nos podemos permitir perder el tiempo. Pero vaya, vaya usted al médico. Y cuídese, no vaya a ponerse enfermo y se convierta esto en un caos.

Al día siguiente llegó cuatro horas tarde. En su mesa había tres montañas de facturas y en la puerta una fila de trabajadores esperando a que uno de ellos, con la cabeza dentro de uno de los cajones, acabase de encontrar la factura que necesitaba. Cero, cero, cero, cero, cincuenta mil. ¿Cuánta cantidad de color gris le había hecho perder a la empresa en cuatro horas?

Trabajo retrasado, presión, más rápido, horas extras. Llegaba a casa, cenaba por cenar, arrastraba los pies hacia la cama, veía un pincel y suspiraba. Dormía, tenía pesadillas e iba trabajar.

Con la 326 pensaba en su paleta, con la 2541 pensaba en pagar el gas. Con la 859 pensaba en cómo conseguir el azul del mar, con la 10.593 pensaba en el alquiler.

- Le traigo más facturas y necesito la 326 y la 859.
- ¿Ninguna más?
- No, por ahora estas dos son las que me corren más prisa.
Su paleta y el azul del mar.
- ¡Muévase, vamos, no puedo perder el tiempo!
No podía perder el tiempo. Se le ocurrió la idea en tonos pastel y seguidamente en colores cálidos. Lo desordenaría todo sin que nadie se diese cuenta, nadie iba a enterarse porque él era el dueño absoluto del archivador. La empresa no se podía permitir perder el tiempo, pero él sí que se podía permitir perder su tiempo, su tiempo de creación; a cambio de seis euros la hora vendía el resto de su vida como máquina.
En el orden que había producido, el 34 no iba delante del 35 y el 1569 no estaba en la carpeta de los 1500. Llegaba a casa y urdía el plan, cenaba y veía un bodegón. Veía un pincel y sonreía. Dormía, soñaba al estilo Dalí e iba a trabajar. Poco a poco lo consiguió, no habría nadie capaz de desenredar el lío que había montado. Miró a sus queridos compañeros por última vez y pensó que quizás algún día le buscarían y le darían las gracias por haberlos liberado de su mundo en sepia.
- Señor, mañana no vendré.
- ¿Y usted es?
- El que archiva.
- Ah sí...y ¿por qué mañana no asistirá a su lugar de trabajo?
- Porque no hay ventana.
- ¿Cómo ha dicho? En la época en la que estamos, es un lujo perder un trabajo. ¿Se puede usted permitir el lujo de perder un trabajo como éste, tan bien pagado, un trabajo tan importante, del que depende la eficacia de sus compañeros, y con ellos que la empresa siga adelante?
- Sí, creo que sí me lo puedo permitir.
- Bien, dígame entonces por qué.
- Porque soy pintor -una respuesta a todo color.
Salió del despacho y supo que aquél jamás le daría las gracias, porque ése era un hombre ya demasiado ceniciento.

- Y dígame Sra. García ¿cuál fue su anterior trabajo?
El mismo hombre de color gris.
- Trabajaba en un archivo municipal.
- Es decir, que sabe contar.
- Sí claro: uno, dos, tres, cuatro, cinc...
- Perfecto el trabajo es suyo, ayer mismo nos quedamos sin nuestro anterior archivador y nos urge ocupar el puesto. ¿Puede empezar ahora mismo?
- Sí.

Nunca había visto un archivo cómo ese. Parecía que hubiese habido un terremoto en cada uno de los cajones, en cada una de las carpetas. Con resignación pensó en pagar el colegio de sus hijos y se puso manos a la obra, como poniendo en marcha una máquina, sin saber que nunca encontraría la factura 326 ni la 859.

Zapatos sin cordones

El placer que sentía venía del odio, no podía venir de otro sitio. Sabía que los demás hablaban sobre él, que pronto llegaría su fin, que tenía los días contados. No lo había buscado, no lo había provocado, pero era así. Decidió que debía desaparecer, que antes que le encontrasen y le echasen se iría, aunque nunca se fue del todo.
Buscaba a aquellos que le habían hecho sentir mal consigo mismo. Buscaba a aquellos que se merecían lo que les iba a pasar, a aquellos que jamás aprenderían nada.
En un almacén lleno de zapatos con sus correspondientes cordones, ser el único defectuoso, el único anormal, el único que no estaba atado, era un tormento. Siempre hay un consuelo o una esperanza y para un par de zapatos sin cordones, la única salvación es que los demás no los tengan.
Sigiloso se escondió y en su escondite observaba cómo sus enemigos partían en sus cajas y con sus cordones hacia el paraíso: la zapatería, allí donde todos los zapatos cumplían su misión en esta vida, su razón de existir, ser adquiridos por unos pies. Él nunca llegaría a eso, cuando unas manos y unos ojos se diesen cuenta que a esos zapatos les faltaba algo, que estaban incompletos, sería rechazado, devuelto, destruido, porque él no era unas botas, él no era unos mocasines, ni siquiera unas simples zapatillas, él era unos zapatos sin cordones.
Des de su escondrijo planeaba el golpe y le gustaba pensar, una y otra vez, que la condena a la que estaba predestinado la cumplirían otros; serían castigados los que tendrían que haber sido sus compañeros y apiadarse de él, los que se jactaban de que tenían una razón de ser y él no.
Cuando pasaba a la acción se convertía en el justiciero, en el que señalaba con el dedo que no tenía. Le temían, lo había oído. Entre los perfectos se había extendido ya el rumor de que por la noche, alguien se adentraba en tu caja y te robaba los cordones. Sí, los cordones.
Pero aún y así, ante la alerta que se había generado en el ambiente, cada par de zapatos pensaba que nunca les tocaría la vez.
Esperar el momento. Esperar el preciso momento. Era delicioso. Saboreaba el instante justo antes de palpar la venganza. Estaba atento y sabía, que como siempre, él era el único. Estaba en guardia y ansioso. Pero no podía descontrolarse, pues cada uno de los movimientos tenía que ser exacto: abrir la caja, despacio, lentamente, sin hacer ruido. A veces le ocurría que al ver a su víctima, al contemplarla dormir indefensa e inocente, se preguntaba por qué y entonces miraba los cordones y sabía el motivo. Estirar de ellos, deshacer su entramado, sentir cómo se deslizaban, cómo se separaban de su dueño, era el éxtasis. Un último vistazo. Sí, lo había vuelto a conseguir, el destino de alguien era de su propiedad. Era una pena que no pudiese utilizar aquellos cordones para sí mismo, mas no eran para él, a cada zapato le encajaba sólo su cordón y él no tenía.
Una noche tras otra era el justiciero y ésa era la única razón de su vida, impartir justicia.
Pero ay, no es la justicia cosa de zapatos. Porque llegó el día en el que se percató que así como salían zapatos y más zapatos hacia los camiones, ya no entraba ninguno. En poco tiempo vio como su mundo de paz en el odio se desvanecía y ante no poder vengarse de nadie se encontró más perdido que nunca.
Estando ahora en la oscuridad, observando las altas estanterías vacías de cajas, rememorando sus mejores tiempos como ladrón de destinos, se dio cuenta que aquello por lo que había vivido ya no existía. Que sus cordones debían estar en alguna parte, y que había perdido mucho tiempo en obsesionarse en lo que los demás tenían y a él le faltaba, que había dado excesivo valor a aquellos que en la vida podían conseguirlo todo fácilmente.
Entonces, acordándose de aquellos a los que había dejado sin cordones y que no podrían jamás volver a ponérselos porque los tenía él, emprendió el viaje de vuelta a sus orígenes, a buscar, a encontrar y a atarse sus propios cordones.


Judi Cuevas

¡Buen Provecho!

Tiene que hacer algo, doctor. Ya no puedo soportarlo. Ya no me quedan fuerzas. Usted es mi última esperanza, doctor. Le aseguro que lo he probado todo, que he hecho de todo. Y nada. No mejoro, no mejoro ni un poco. Al revés, yo diría que empeoro un grado más cada día que pasa. Me estoy quedando en los huesos. Para mis ojos, el mundo está cubierto de una molesta neblina, casi ni puedo verle a usted. Y me duele cada músculo del cuerpo, cada órgano. Y las manos, y las piernas, y el pecho… Apenas puedo tenerme en pie. Doctor, seguro que puede hacer algo. Ya no puedo seguir así. Necesito alivio. Dicen que usted es el mejor. Dicen que es el mejor. ¡Por favor, doctor, ayúdeme! Sólo usted puede hacerlo…
Sí, ya sé que es culpa mía. No hace falta que me lo recuerde. Sé que en el fondo es culpa mía. Pero, que quiere, somos débiles, la carne es débil, tan débil. Y al principio no me pareció peligroso. ¡Que va! Todo lo contrario, era extremadamente placentero. Quien iba a sospechar que acabaría así, rendido, acabado…Quien lo iba a sospechar.
Podría echarle la culpa a ella pero sería injusto. Es verdad que sin ella tal vez nada de esto habría pasado, pero ella no es la culpable. No lo es. La culpa es sólo mía, sólo mía.
Aunque si no me hubiera abandonado, si no me hubiera dejado es muy posible que no estuviera aquí, doctor. Es posible que nada de esto hubiera ocurrido. O no. Quién sabe. Tal vez yo ya estaba marcado desde el principio, desde siempre. Tal vez era inevitable que antes o después descubriera este don o este estigma que se ha apoderado completamente de mí y cayera en la tentación, como caí cuando ella me dejó…
Lo reconozco, no debí hacerlo, no debí hacerlo. Pero, entiéndame doctor ¿Qué solución me quedaba? ¿Qué otra cosa podía hacer? Ella lo había sido todo para mí durante muchos años, lo que se dice todo. Estoy prácticamente convencido de ello. Creo que éramos tan felices juntos…
Pero se marchó, se largó sin avisar siquiera. Eso es lo que me han dicho. Me plantó, sin ningún motivo. No me dio ninguna explicación. ¿Puede creerlo, doctor? Un día no regresó a casa y me encontré solo. Creí que me moría, de eso sí que estoy seguro, eso es lo único que no se ha borrado. No salí a la calle durante meses, ni fui a trabajar, ni quise ver a nadie. Me encerré en mi buhardilla, subsistiendo a base de sopa de sobre y latas de conserva…
Los recuerdos de ella abotargaron mi mente como una obsesión, lo sé porque lo dejé anotado en mi diario. No podía pensar en otra cosa. La parte trasera de mis retinas funcionaba igual que una pantalla panorámica en la que continuamente se proyectaban escenas de mi vida con ella. Las buenas y las malas. Sin descanso. Millones de fotogramas y fotogramas disparados sin piedad contra las paredes de mi cráneo. Recuerdos y más recuerdos que daban vueltas, que se enredaban entre sí, que me martilleaban las sienes. Hasta que decidí acabar con los malditos recuerdos, eliminarlos de raíz, comérmelos, tragármelos… Y lo hice. Lo hice. ¡Por Dios, si lo hice! Textualmente. Me los comí. ¡Lo que oye, doctor, lo que oye! Cuando mi deseo de acabar con las imágenes que me atormentaban se tornó omnipresente, algo se activó en mi mente, como un resorte. Mi desesperado deseo pulsó un interruptor y conectó un extraño mecanismo que puso a mi cerebro a masticar cada recuerdo como si tuviera dientes. A masticarlos, sí, a masticarlos. Pude sentir como desgarraba hasta las hebras más finas, que tenían un fuerte regusto a salado, como a cecina. Hacía un ovillo con aquellos trazos de memoria, los ensalivaba y los deglutía de uno en uno. Después los maceraba en el fondo de alguna neurona y dejaban de existir. Ni siquiera recuerdo como se llamaba ella. No recuerdo nada.
Casi tampoco me acuerdo de los detalles de aquella primera digestión cerebral, que me regaló una plácida sensación de bienestar, como la que se alcanza después de paladear una copa de buen vino. También me dejó somnolencia, una pesada somnolencia que me lastró los párpados y me invitó a un reparador sueño.
Cuando desperté tenía hambre, mucha hambre, un apetito voraz. Abrí la despensa pero ninguna de las pocas viandas almacenadas me atrajo lo más mínimo. Ni el bote de alubias precocinadas ni el tarro de albóndigas en salsa ni la crema de espárragos. Pensé en los deliciosos postres que me preparaba mi madre y antes de que la silueta del pastel casero se hubiera dibujado en mi cabeza, mi cerebro se lo zampó de golpe. ¡Estaba delicioso! Mis pensamientos se llenaron de azúcar y de canela, de olorosas manzanas asadas que se derretían en el interior del encéfalo. Tuve que respirar profundamente para poder asimilar tan delicados aromas, para poder apreciar cada matiz, cada sabor. ¡Qué explosión de sensaciones! Fue como si mi organismo comiera por primera vez. Nada que ver con el resabio a cecina de aquellos recuerdos que había tomado como aperitivo.
Inmediatamente pensé en un humeante guiso de caldereta y mi cerebro lo engulló de una dentellada, sin saborearlo siquiera. Luego imaginé un complejo plato a base de texturas, emulsiones y deconstrucciones de cocina molecular, uno de esos que tanto triunfan en la televisión y que resultan inalcanzables para mi bolsillo. ¡Maravilloso! Mi cerebro casi se empacha al paladearlos, al envolverlos en el interior de su garganta de axones y dendritas. Entró en una erupción de júbilo y de placer, en un éxtasis de lava que quería escapar del corazón del cráneo. Yo sentí algo parecido: un intenso latigazo de electricidad desde la espina dorsal que duró varios minutos y me dejó completamente exhausto, mientras mi cerebro se deleitaba como un gourmet.
Aquel día ya no pude pensar en nada más. Tampoco pude comer nada por los medios tradicionales. No me apetecía lo más mínimo. Es como si la boca del estómago se me hubiera cerrado a cal y canto.
Al día siguiente, mi cerebro se despabiló con el desayuno continental más surtido que nadie pudiera imaginar y tomó de postre una harmoniosa composición de helados de todos los sabores. Pero la experiencia no nos dejó satisfechos a ninguno de los dos. Demasiado almibarado, demasiado encorsetado. Y excesivamente previsible. Volví a intentarlo imaginando una creativa propuesta de cocina de autor, de guía Michelín, pero tampoco acerté. Mi cerebro solo probó un bocado y lo escupió. Le aburrió soberanamente. Buscaba otra cosa.
No sé si por complacer a mi materia gris o porque me sentía extraordinariamente animado, salí a la calle por primera vez en varios meses y me mezclé entre el gentío. Fue algo increíble, doctor, algo fantástico. Fue como caer de golpe en un cuadro impresionista, lleno de colores y de trazos. Fue como bucear en un cálido océano de estímulos contradictorios, en una madeja de ideas deshilachadas… Sé que le resultará increíble, doctor, pero me di cuenta de que también podía leer en el interior de las mentes que me rodeaban, podía acariciar los pensamientos de aquellos que pasaban a mi lado -como se acaricia el lomo de un gato- y hasta era capaz de deshojarlos, arrancarlos del córtex y volver a colocarlos donde estaban. Podía jugar con ellos, estirarlos, encogerlos, amasarlos… Y mi cerebro descubrió que también podía comérselos. Y que estaban deliciosos.
El primer pensamiento ajeno lo engulló sin avisarme y por poco me caigo al suelo de la sorpresa. Me tambaleé y tuve que sujetarme a una farola para no desplomarme. Creo que nos comimos las divagaciones de un aficionado a la música. ¡Dios mío! Nunca había sentido algo parecido. Fue el deleite total. Ni siquiera un orgasmo lo supera, se lo aseguro. ¡Que sensación más excelsa, doctor! El placer más intenso inyectado a la vez en los cinco sentidos. Mi cerebro se relamió varias veces.
Pero no tuvo bastante. Unos metros más abajo llamó nuestra atención un apetitoso pensamiento infantil casi transparente. Daba vueltas alrededor de la cabeza de una niña con trenzas, como si diera saltos. Mi cerebro se lo tragó de golpe y a punto estuve de desmayarme de una sobredosis de emociones. Sentí en la nuca un big bang de caramelo fundido que estalló en miles de pedazos y volvió a recomponerse en menos de un segundo. Brutal… Después supe que nos habíamos merendado un sueño en estado puro.
El paseo se convirtió en un festín. Una pizca especiada de idea brillante aquí, una ración de dudas y cábalas al dente más abajo, un menú variado de reflexiones profundas al llegar a la plaza y, lo mejor de todo, las fantasías y las obscenidades. ¡Ay, doctor! ¡Bocato di Cardinale!.
Probé de todo, o mejor dicho, mi cerebro cató de todo: ideas de hombre y de mujer (todas igual de exquisitas), razonamientos certeros y erróneos (ambos suculentos), planes de futuro y evocaciones, vaticinios y memoria, preguntas y respuestas… Nunca hubiera pensado que el talento humano fuera tan goloso, que el intelecto fuera capaz de parir pensamientos tan heterogéneos, tan dispares y, sobre todo, tan sabrosos.
Pero, ay doctor, tampoco pensé nunca que alimentarse de ellos fuera adictivo, que acabaría convirtiéndome en algo parecido a un antropófago intelectual. Ni imaginé que dejaría consumir todas mis energías en una interminable jauría gastronómica. Quién iba a pensar que quedaría atrapado en una bacanal de asaltos encefálicos, en el desenfreno de una pitanza de ideas, de elucubraciones robadas, Con sólo intuir cerca un pensamiento fresco, me hierve la sangre e irremediablemente mi cerebro se le lanza a la yugular como un vampiro.
Por que eso es lo que soy. Soy un vampiro, o un caníbal, un despreciable caníbal de mentes ajenas. Ya no puedo alimentarme de otra cosa. Pero en realidad yo no ingiero nada, sólo se nutre mi cerebro. Estoy raquítico, doctor, pero no puedo, no puedo evitarlo. No puedo evitarlo, se lo juro. Y míreme, mire lo que soy ahora. ¡Míreme! Soy un despojo, un manojo de huesos, un cadáver. No sé desde cuando no pruebo un bocado sólido, ni siquiera unas migajas. Y estoy a punto de desfallecer. Doctor, debe ayudarme. Doctor, por favor, se lo suplico, se lo suplico. ¡Haga algo, doctor! Por favor, no puedo soportarlo más… Doctor, doctor, doctor… ¡Aaayyyy! ¡Doctor! ¿Qué está pasando? ¿Doctor? ¡No! ¡No! ¡Noooo!
¿Qué diablos?

El famélico paciente cerró de golpe la puerta de la consulta y se escabulló escaleras abajo arrastrado por un apetito desmedido. Al salir al exterior, olisqueó el aire como un perro de caza y frotándose el estómago se dejó llevar por el rastro de pan recién hecho que se escapaba desde el obrador de la esquina.
Cuando estuvo seguro de que nadie podía oírle, el cerebro del doctor se despachó con un sonoro eructo.

Xavier Adell

domingo, 11 de enero de 2009

LA CIUDAD PERDIDA

Los ocho soldados que formaban la escolta militar sólo atinaron a ver cómo una sola flecha certera, con toda seguridad impregnada de curare, ensartaba el cuello de Humboldt, que se desplomaba muerto ante la estupefacción de todos.

¿Cómo era posible? ¡No se veía a nadie! Se encontraban en un punto de la carretera de la provincia peruana de Loreto, muy cerca de la frontera con Brasil, en un tramo recto y despejado, sin apenas tráfico de vehículos. Los arcenes estaban limpios de maleza, y la vegetación tupida se apartaba varias decenas de metros más allá. Previamente, la policía militar se había encargado de hacer una batida por los alrededores para prevenir emboscadas, para que nada ni nadie pudiera amenazar la vida de su protegido.

Pero allí estaba la flecha. Había segado la vida del último superviviente de la expedición que meses atrás había partido de Boa Vista, en el extremo Norte de Brasil, en busca de la ciudad perdida de los incas. Un año antes, los periódicos locales habían dado la noticia de que un grupo de investigadores iba a seguir la orilla del Río Negro hacia el Oeste hasta llegar al país de los Yanomani, una tribu cuyos miembros decían que eran de ojos azules, y que se creía que descendían de sangre quechua mezclada con la de los españoles.

Humboldt había dejado su cátedra de antropología en California para unirse a una expedición integrada por arqueólogos, antropólogos y expertos en civilizaciones perdidas. Iba con ellos una joven reportera francesa llamada Corinne y un millonario de gustos extravagantes que sufragaba buena parte de los gastos del proyecto. William Foster, profesor de arqueología en la universidad de Yale e impulsor de la expedición, había postulado la existencia de una verdadera ruta en plena selva amazónica que los incas habrían utilizado siglos atrás para huir de los conquistadores. Localizaba su origen al norte de Iquitos, en el extremo oriental de Perú, y se adentraba en la selva hasta llegar al curso medio del Amazonas. Foster había propuesto hacer el recorrido a la inversa, de Este a Oeste, siguiendo los pasos de las expediciones que desde el siglo XVI habían intentado dar con la ciudad y el tesoro de los incas.

Los expedicionarios habían echado a andar en febrero de aquel año desde Boa Vista siguiendo la orilla del Río Negro, un enorme afluente del Amazonas. Unos cuantos periodistas habían difundido los preparativos del proyecto, atrayendo un poco de atención de ociosos de todo el mundo. Los medios de comunicación dieron noticias de los exploradores que iban a la búsqueda de El Dorado mientras les pudieron seguir durante los primeros días de la marcha. Pero a los pocos días de que la expedición se internase en la jungla profunda, sin más escolta que la de los insectos, alimañas y pájaros exóticos, la expectación por la suerte los expedicionarios fue perdiendo fuelle.

Y nada se volvió a saber de ellos hasta que, tres meses después, cuatro de ellos reaparecieron cerca del punto de partida. Explicaron que la expedición había abandonado las orillas del Río Negro a la semana de internarse en la espesura desviándose muchos kilómetros hacia el sur, y que tras una interminable y penosa marcha luchando con insectos, diarreas y enfermedades, encontraron los mojones que marcaban el camino de los incas. Traían consigo fotografías asombrosas tomadas en plena selva en las que aparecían construcciones de piedra de evidente factura quechua, mucho más elaborada que la de las tribus amazónicas. Una sucesión de torreones, estrellas líticas de ocho puntas, túmulos funerarios, losas semihundidas en la vegetación y bases de piedra dispuestas una tras otra en dirección al suroeste daban testimonio de la existencia de una ruta transitada desde antiguo en la profundidad de la jungla.

Pero aquellos cuatro que habían vuelto sobre sus pasos también contaron que, de los doce miembros de la expedición, dos habían desaparecido sin dejar rastro poco después de haber encontrado el camino del Inca, y que al amanecer del día siguiente otros dos habían aparecido muertos con el cuello roto sobre el lecho de ramas blandas que habían dispuesto para dormir.

Contaron también cómo aquella mañana los restantes miembros estuvieron discutiendo durante largo rato sobre la decisión que debían tomar. A la falta de comida y de agua potable, a las enfermedades y el cansancio, se añadió el pánico a una persecución de los indígenas de la selva. Explicaron que Foster, Corinne, Humboldt y el millonario continuaron la marcha en dirección al Oeste siguiendo el plan inicial, mientras que ellos cuatro decidieron volver a Boa Vista.

Durante los días siguientes a su retorno, los cuatro murieron atravesados por flechas envenenadas con curare. Dos de ellos, mientras descansaban en los bungalows que el gobernador del estado de Roraima había puesto a su disposición, y los otros dos pocas horas antes de dirigirse al aeropuerto para tomar el avión de vuelta a su país. La prensa internacional, que ya se había hecho cierto eco del hallazgo de la ruta olvidada de la selva, dedicó páginas y páginas a la maldición de los incas. Pero la ausencia de posteriores novedades y de culpables provocó que el asunto acabara cayendo en el desinterés por segunda vez.


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Un día del mes de noviembre, unos lugareños del extremo nororiental de Perú limítrofe con Brasil encontraron una pareja de blancos extraviados salidos de la selva profunda. El hombre era alto, de pelo cano y barba muy larga; la mujer era rubia y parecía bastante más joven. Los dos estaban enfermos y desnutridos, sucios, desarrapados y comidos por picaduras de insectos y heridas.

Los lugareños les dieron alimento, aseo, la ropa limpia que pudieron conseguir y una primera cura de urgencia. Cuando hubieron reunido unas pocas fuerzas, los llevaron hasta el puesto de policía de la zona. Allí, los agentes practicaron como mejor supieron un interrogatorio a aquellos dos gringos famélicos de expresión desencajada y mirada vidriosa que parecían tener miedo de todo lo que se movía. Los balbuceos iniciales fueron evolucionando a frases en inglés y francés mezcladas con expresiones en español que dejaban entrever que aquellos dos infelices eran los únicos supervivientes de la expedición de la selva que había dado que hablar meses atrás.


El profesor Humboldt y Corinne habían envejecido décadas. Conforme fueron pasando las horas en la comisaría, el retorno a la civilización les devolvió una parte de la cordura perdida, y poco a poco pudieron explicar que, de todos los miembros de la expedición, sólo ellos habían escapado con vida de los diablos de la selva. Foster y los demás habían perecido, unos a causa de las enfermedades, y otros atravesados por flechas envenenadas. Humboldt les entregó algunas piezas de oro macizo que había traído consigo, joyas de talla primorosa de auténtica imaginería inca. Explicó que la más grande de ellas representaba a Huiracocha, la figura suprema entre los dioses incaicos, en cuyo nombre se habían lanzado los ataques contra los blancos impíos.

Los policías avisaron a la prefectura, que a su vez avisó al Gobierno central de la aparición de los expedicionarios. Por respuesta, se recibió la orden de mantenerles en el puesto de policía, aislados de toda comunicación externa en tanto no llegase una escolta militar que se haría cargo de su traslado hasta Lima.

A primera hora del día siguiente, dos todo-terrenos del ejército peruano que transportaban una dotación de soldados se detuvieron frente a la puerta del puesto de policía. Tenían órdenes de tomar declaración a los lugareños que habían encontrado a los extranjeros, de recabar cuantos objetos y evidencias pudiesen existir sobre aquel asunto, y de trasladar a los dos extranjeros a Lima bajo secreto y garantizando su seguridad.

Cuando entraron en la estancia que habían recibido para pasar la noche, los militares observaron que la postura rígida y retorcida de la chica no podía permitirle descansar. Al acercarse, observaron que tenía los ojos fuera de las órbitas, y que su rostro presentaba una mueca nerviosa, típica de una muerte provocada por la acción de alguna sustancia venenosa. Llamaron al comisario y le dieron instrucciones para que se sacase el cuerpo en silencio antes de que el que quedaba vivo se despertase.

Poco antes de salir del cuartel con Humboldt, el sargento que dirigía la escolta militar habría jurado que uno de los agentes de policía, de rostro verdaderamente quechua, se sonreía para sí mismo…


Escrito según el modelo de relato que comienza por detonante.