martes, 1 de julio de 2008

miguelito

Comencemos con la trágica historia de Miguelito...
Cuando Miguelito era pequeño había vivido una situación traumática.
Fue cuando tenía diez años y vivía con su madre y con su padre en una de esas viviendas de protección oficial al sur de la ciudad. Vivían en un quinto con hermosas vistas al descampado de detrás del edificio seguido de la siempre bulliciosa y ruidosa autovía. El descampado en cuestión estaba lleno de escombros de las obras de los vecinos, basura de todo tipo, una furgoneta abandonada y una ración o dos de la clásica jeringuilla aquí y allá. Cuando llovía aquello se ponía terrible. Se convertía en un barrizal con varios “estanques” en ciertos puntos.
La noche anterior había llovido, y mucho. Naturalmente a Miguelito y a sus amigos del barrio les encantaba esta oportunidad de ponerse perdidos y después poner toda la casa perdida, y no tardaron en ponerse las botas de goma, los chubasqueros y correr al descampado. Los padres de Miguelito no se preocupaban ya que se controlaba a los tres niños chapoteando en los charcos desde la ventana.
Jugaban a ser exploradores explorando un nuevo planeta con ayuda de sus super-trajes anti-agua que les permitía caminar por esa extraña superficie.
De repente a Miguelito se le quedó una bota atascada en el fango y al levantar la pierna sacó solo el pie con el calcetín colgando de la puntera y volvió a meter el pie desnudo en el barro. Oscar y Jaime, sus dos amiguillos se partieron de risa, exagerándola con malicia como hacen los niños, para humillar a Miguelito.
En ese momento se oyó un gran estruendo proveniente de la autovía justo a sus espaldas y cayó del cielo un coche del revés aplastando sin remedio a Oscar y a Jaime, arrastrándose después unos quince metros más dejando un camino rojo sobre el fango y nubes rojas en los charcos.
Miguelito no se movió...El barrio entero no se movió...
Cabezas en las ventanas, cuerpos en los balcones, coches parados en la carretera... Los padres de miguelito también miraban en estado de shock .
Hubo un instante, solo unos segundos, de silencio. El tipo de silencio que paraliza las cosas.
El coche con las ruedas apuntando al cielo empezó a echar humo por el motor y a hacer el ruido de una tetera cuando el agua hierve. Del portón de atrás, bastante dañado, empezó a emanar, muy lentamente, un líquido muy muy espeso de un color blanco impoluto que contrastaba mucho con los colores de aquel cuadro. Lentamente cayendo por los vértices de vehículo y resbalando al suelo juntándose con el rojo pasión, formando pequeños regueros en él.
Parecía que el planeta extraño que exploraban los tres niños se había hecho realidad. La misión iba a tener que abortarse ya que un objeto volador no identificado había causado dos bajas en la compañía. El líquido blanco y espeso bien podía ser la sangre del ser extraterrestre que pilotaba la nave.
Miguelito seguía inmóvil, con los ojos muy abiertos pero con una mirada inexpresiva y con un pie desnudo aún metido en el frío barro.
Ahora corrían todos los que se hallaban en la zona a socorrer al niño y a los accidentados. Iban acercándose a la zona del incidente por todas direcciones de una forma lenta y torpe por culpa del barro y los charcos. Parecían un montón de muertos vivientes arrastrándose hacia su nueva víctima.
Ya se oían las sirenas lejanas de ambulancias, bomberos y policía que venían al rescate.
El líquido blanco y espeso seguía brotando del coche y lentamente se desplazaba por la alfombra roja dispuesta para la ocasión, como si de una celebridad en los Oscar se tratara. Despacito, a trompicones, éste se encontraba ya a unos pasos de los tobillos de Miguelito.
Su padre, que había salido del estado de shock y que ahora se encontraba en estado de ansiedad, era uno de los zombies que corrían, despacito, a trompicones, hacia su hijo. Miró por un instante al coche que había causado la tragedia. Era una extraña visión: un vehículo, claramente de reparto, del revés, algo deformado y echando humo, seguido por una cola roja y blanca asemejándose a alguna bandera desconocida por él.
Se fijó por un instante en el lateral del coche.
Había algo pintado. Una marca y un slogan.
Pudo leer:

CUAJADAS IBÁÑEZ , ¡para quedarse cuajado!





D.G.F.

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