martes, 1 de julio de 2008

FILIPPA TOMATELLI

El Detective Capitán Ciuletti, de Homicidios, abrió el cajón donde se alojaba el cadáver de Francesco Benedeti, líder de una familia perteneciente a la mafia siciliana, asesinado junto a otros capos mafiosos hacía cinco días cuando atendían el funeral de Benito Scolari, fundador y líder todopoderoso de la Federación Criminal y el Sindicato Criminal.

El detective echó una buena mirada al cadáver de Francesco. Ya le habían practicado la autopsia ya que presentaba varios tajos unidos por puntos que bien parecían remiendos de una red de pesca. Su piel estaba muy pálida pero había tenido un aspecto muy similar en vida. Numerosos cortes y magulladuras por todo el cuerpo debidos a la metralla desprendida por la bomba que le mató.
La cabeza era como un balón desinflado, como si su cráneo se hubiese reducido a añicos y no sostuviese su cobertura.

Seguidamente ,en un extraño acto, el Detective Capitán Ciuletti se agarró las manos por detrás de la espalda e inclinó la cabeza, seguida por los hombros, seguidos por la espalda, hasta posicionar sus orificios nasales a unos centímetros del cadáver.
Luego cerró los ojos…
Luego inspiró delicadamente por la nariz acompañándolo de un suave movimiento circular de éste…
Las comisuras de sus labios se elevaron tímidamente y apretó las manos con fuerza.
En ese preciso instante hizo entrada silenciosa en la habitación el Doctor forense Cábal, presenciando sorprendido el extraño comportamiento del detective.

-¡En su punto,¿eh?!- le gritó el Dr.Cábal con esa potente y grave voz de gordo, que es lo que era antes que doctor.

Ciuleti pegó un gran salto del susto y en seguida le subió la sangre a la cabeza de la vergüenza, pero esto no se notó ya que Ciuletti, antes que detective, era un gordo de sempiterna cara roja.
-¿Cuánto tiempo lleva ahí?- le espetó de vuelta al dr.Cábal.
- El suficiente, detective. En cualquier caso, sr.Ciuletti, le interesará mucho lo que hay en el cajón de al lado…


Los dos se encontraban en el depósito de cadáveres del
departamento de homicidios de la capital. Un lugar frío debido a las neveras que almacenaban a más de una centena de cuerpos que habían recibido una muerte no-natural. La poca luz que daban las bombillas que colgaban de cables que salían del techo, se reflejaba en las puertas metálicas de los cajones que disponían de los cadáveres tumbados plácidamente, dormidos para toda la eternidad, sin molestar y sin ser molestados. El zumbido eterno de las neveras e intermitente de las bombillas era el único ruido que les acompañaba.
La semblanza con un cementerio de nichos decadente era razonable.

El Detective Ciuletti volvió a meter el cajón en la nevera y se dispuso a tirar del nicho a su derecha. Tiró con fuerza.
Vio aparecer ante sus ojos el cuerpo verde, en avanzadísimo estado de descomposición, de algún desgraciado absolutamente irreconocible.
El hedor que le azotó le produjo una pequeña arcada que consiguió disimular bien. Era como caer repentinamente en una fosa séptica y tragar un poco…
Trabajando duro para disimular el mal cuerpo y el mareo, el Detective Ciuletti se percató de que el doctor Cábal se estaba partiendo de risa apoyado con una mano en una camilla y golpeándola con la otra nerviosamente.
- ¡Ay!…espera que coja aire…
¡Ay que risa!¡Que cara has puesto!
¡Que noooo tonto, que era una broma!¡Solo quería ver la cara que ponías!
¡A este no le olisqueas,¿eh?! Je,je…
-Muy graciosa Cábal. ¿Sabes?, tienes la gracia en el puto culo de gordo que tienes…
-Tranquilo, tranquilo Ciuletti, no te pongas así, que solo era una broma. Además, tengo una verdadera sorpresa para ti, sin guasa. Está en el cajón de encima de Francesco.
Ábrelo sin miedo amigo, no te va a defraudar.
-Eres estúpido Cábal, ahora tengo la puta peste metida en la nariz y me has dejado el estómago revuelto.
-Ya será menos Ciuletti. Te digo lo que vamos a hacer:
Tú le echas un vistazo a mi sorpresa, que seguro que te cambia la cara. Luego, mientras yo lo preparo todo, tu te sales a tomar el aire y te fumas un cigarrito para despejarte y prepararte para lo bueno.
¿Qué me dices amigo? No todos tus amigos te preparan sorpresas como ésta,¿verdad?
-Vale Cábal, pero te aseguro que si es otra broma de las tuyas te meto el muerto por tu…
-Puto culo de gordo, si, si, si…Ciuletti, podrías ser más original con tus insultos. De todas formas: olvida la rabia; despeja tu mente. Vamos amigo; abre el cajón…
Ábrelo…- le dijo susurrando casi como si estuviese tratando de hipnotizarle.

El detective agarro del tirador del cajón y tiró suavemente. Lentamente salía la plataforma que portaba una cabeza, seguido por un cuello y hombros, seguidos por un pecho y brazos, tripa, cadera, piernas y pies.
Ciuletti se quedó helado. Con los ojos, que ahora le brillaban, fijados en el cadáver que acababa de exponer.
Como si estuviera embriagado no pudo evitar volver a olisquear este cuerpo y seguidamente acariciar esa suave e impoluta piel que le recordó a la seda. Se quedó extasiado durante unos segundos mirándole el pecho, acariciándole la piel y percibiendo el olor del cadáver de una preciosa fémina de unos treinta, a la que también se le había practicado ya la autopsia.
En un momento de cordura Ciuletti giró la cabeza y vio como le miraba, horrorizado, el Doctor Cábal.
Avergonzado se incorporó saliendo del éxtasis momentáneo en el que se había sumido.

-Filippa Tomatelli. Viuda y esposa fallecida de nuestro querido amigo Francesco Benedetti. Murió por una parada cardiaca en la misma explosión que su marido.-le explicó el doctor.
-¡Es estupendo Cábal!¡Es la mejor sorpresa que me podrías haber traído!¡Eres un genio, gordo! Un genio.
¡Bien! Prepáralo todo, la quiero lista para cuando vuelva. Voy a tomar un poco el aire y a fumarme ese cigarro.
-¡Si Capitán!- le gritó Cábal contagiándose del estado de excitación del detective.
- ¡Ah! Y Cábal… Ya sabes como me gusta a mi,¿verdad?

Cábal se volvió hacia él y le tiró una mirada de seguridad seguido de una sonrisa, la cual devolvió el detective que, acto seguido, salió de la habitación.

Fuera en la calle el Detective Capitán Ciuletti se abrochó la gabardina y se amarró bien el sombrero ya que hacia algo de frío y soplaba el viento un poco. Se encendió un cigarro y pensó en su viejo amigo, el Doctor Cábal. De cómo se conocieron en los años de la guerra; de cómo pasaron hambre; de cómo se las apañaron… Luego vino la posguerra y como, apoyándose el uno en el otro consiguieron trabajo en la policía. Con los años la amistad fue creciendo por mucho que sus personalidades chocasen:
Él: frío y antisocial ; Cábal: Bromista y extrovertido.
Su amistad sobrevivió a la guerra al igual que sus aficiones adoptadas en esos tiempos de escasez y forzosa unidad.
Su amistad era especial.
Su gran afición era aun más especial.

Apagado el cuarto cigarro, Ciuletti volvió a entrar en el edificio. Eran las tres de la madrugada por lo que solo quedaba en el edificio el guarda nocturno, dormido como siempre, en su puesto de vigilancia. Llegó al depósito de cadáveres.
Al entrar en la habitación le invadió un olor delicioso.
Un olor que le hizo salivar y cerrar los ojos para imaginar deliciosos manjares dispuestos en una mesa larga para el festín de todo un rey. Un suave olor de la carne de más exquisita calidad, delicadamente especiada y cocinada en su propia grasa, ablandada por una parrilla al rojo. Vuelta y vuelta nomás, dejando un centro rojo y jugoso que se derrite en la boca al gusto del más exigente y carnívoro rey de todo un pueblo.

Los dos gordos se miraron… Y sonrieron.

- Como a ti te gusta, amigo.- le dijo el doctor sonriendo maliciosamente y apuntándole un plato con, lo que parecía ser el antebrazo y mano de una persona.
- Filippa a la Tomatelli.- continuó, bromeando.

Sin decir una palabra, Ciuletti levantó el manjar y se llevó a la boca un poco de antebrazo.
El éxtasis volvió a él. Se le volvieron los ojos y su cara mostró una mueca de placer absoluto. Mordisco a mordisco la textura de la carne le dio escalofríos de placer y la explosión de sabor hizo que la lengua se convirtiese una extensión de su virilidad extasiada y a punto del orgasmo.

Bocado a bocado el ritual caníbal del Detective Capitán Ciuletti y el Doctor forense Cábal se llevó a cabo con magnífica solemnidad durante el resto de la noche, llegando a acabar con toda señal de carne del cuerpo de la preciosa Filippa Tomatelli.

Dos magníficos amigos con un terrible secreto.
Dos magníficos gordos con un terrible problema de apetito.




D.G.F.

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