sábado, 30 de octubre de 2010

FREYA

Estaba en una esquina frente a él, sentada sobre el suelo y abrazada a mis piernas como si éstas pudieran protegerme de las manos viejas y sucias de ese hombre. Pero el escuálido vikingo clavó sus ojos en otra, esbozando una sonrisa escasa y negra, mirándola como se mira un manjar a punto de ser devorado. La empujó al centro de la celda, haciéndola caer al suelo, mientras se arrancaba el broche con forma de aro que sujetaba su túnica con tanta ansia que algunos de sus cabellos rubios cayeron con ella. Una espada de doble filo sin demasiados adornos en su empuñadura colgaba de su cinto. La blandió, enseñándonosla con altivez para lanzarla lejos de la celda, y acto seguido, prestando atención de nuevo a su presa, se deshizo del roído pantalón de lana que siempre llevaba puesto con la torpeza de alguien necesitado de bastón. Miré a las demás; algunas habían cerrado los ojos; otras miraban hacía la minúscula ventana enrejada de la celda; y una, la más joven, de profundos ojos negros, apretaba contra sus orejas las dos manos, intentando en vano no oír lo que iba a pasar en unos segundos. Pero ninguna la miraba a ella, inmóvil y cabizbaja; con su cabello rojo como el fuego cayéndole en cascada junto a su rostro.

Entonces él se echó sobre ella, tensando con violencia su pelo con una mano mientras con la otra subía el vestido que la cubría. Quise no mirar por consideración como hacían las demás, pero sentía como si alguien de infinita crueldad sujetara mi rostro instigándome a no perder detalle del más injusto de los maltratos. Cuando la lengua de él recorrió su cara y comenzó a poseerla con violencia mi piel se empapó de un sudor frío. Temblé, intentando reprimir mis lágrimas, recordando mi propia experiencia; el dolor de mi cuerpo; el vómito que no pude contener al recordar sus dientes enfermos clavados en mi piel; el olor a cerveza rancia y sudor que lo cubría; su voz vieja y soez. Aquella noche perdí mi voz para siempre.

Pero ella estaba inmóvil bajo él; tan muda como lo estaba yo ahora y tan valiente como yo no lo sería jamás. Solo los gemidos lascivos y las sucias palabras de él rompían el silencio. Un movimiento en las demás me hizo mirar hacia ellas: la niña que se había tapado los oídos ahora se mecía de delante hacia atrás de forma enfermiza. Presté de nuevo a atención a la mujer, su rostro inclinado hacía atrás por la sujeción del hombre casi podía tocarlo. Su ceño fruncido, su mirada perdida; entonces descubrió la mía sobre ella. Mi primera reacción fue apartar mis ojos de los suyos, avergonzada por estar contemplando su humillación; pero la intensidad inusual de sus ojos me atrapó. No había lágrimas ni humedad en ellos, sólo el extraño brillo del que jamás se da por vencido.

Apartó sus pupilas de mí un instante hacia otro lugar y volvió a mirarme. Empecé a respirar con rapidez; cerrando mis ojos y necesitando el oxígeno cargado de aquella celda que parecía no entrar en mis pulmones, mientras rememoraba mis propios demonios al contemplar esa escena. Pero ella buscaba el contacto visual conmigo y yo no podía negárselo. Me centré en sus ojos verdes clavados en los míos; sólo otro instante los apartó para mirarme de nuevo. Fruncí el ceño y entonces dirigí mi mirada hacia donde ella lo hacía.

No entendí nada. Ahora él la besaba con rudeza apretando su cuello con fuerza, instándola a defenderse, pero ella no cerraba los ojos ni se oponía; sólo seguía con su extraña danza visual. Miré detrás de mí, con el corazón martilleándome en las sienes, rezándole a todos los dioses para que esa tortura terminara. Y comprendí. Volví a girarme, asustada, observando a mi alrededor. Muchas de las que estaban con nosotras se habían tapado el rostro, horrorizadas, pero la niña que minutos antes se mecía con violencia me miraba con sus ojos negros muy abiertos, aún con las manos en los oídos.

Entonces empezó a gritar, meciéndose y meciéndose, mientras se orinaba encima.

Él se incorporó enfadado, dispuesto a golpearla para hacerla callar, pero no llegó a tocarla. La mujer pelirroja que acababa de vejar también lo hizo, pero para golpear desde el suelo al hombre en su punto más débil. El vikingo le gritó, le insultó, le escupió saliva y sangre de su boca enferma, se contrajo sobre sí mismo, mientras la histeria se apoderaba de todas. Antes de que ella pudiera levantarse totalmente él la sujetó de nuevo por el pelo, lanzándola al suelo otra vez. Miré a las demás, ninguna se movía, solo lloraban, rezaban, imploraban la ayuda de los mismos dioses a los que yo había implorado un minuto antes; como si a ellos les importara nuestra suerte. Y entonces una daga en la mano de él buscó el cuello de ella.


El cabello rojo de Freya, dispuesto como un abanico sobre su cabeza, resaltaba aún más sobre la blanca e impoluta nieve. Su semblante, a diferencia de los nuestros, no desvelaba nada de lo que había pasado en la celda; ni siquiera los golpes, la mala alimentación o la falta de higiene hicieron mella en su apariencia elegante. Ahí, con los ojos cerrados, parecía una valkiria: fuerte y dueña de sí misma. Sobre su pecho descansaba el broche con forma de aro del vikingo. Lo miré, con indecisión acerqué mi mano a el, como si pudiera volver a aquel momento con solo tocarlo.

Algo me distrajo, una pequeña sonrisa de Freya, mirándome con sus hermosos ojos verdes. Sujetó mi mano y la apretó sobre el broche.

- ¿Aún no entiendes por qué lo llevo, verdad?

Negué con la cabeza, intentando contener las lágrimas y calmar los latidos acelerados que me provocaba recordar ese día. Aquella noche, después del grito de la niña y mientras el se disponía a cortarle el cuello a mi amiga, yo agarré el cayado con la punta de hierro que él utilizaba para sostenerse y que descuidadamente dejó apoyado en los barrotes, y lo hundí en su corazón. Ya no seríamos más sus esclavas, ya no deberíamos someternos más a él. Freya acarició mi rostro con lentitud, apartando un mechón de mi pelo mientras me sonreía.

- Ningún otro hombre volverá a someternos, Idunn. Este broche me recuerda el momento en que decidimos ser dueñas de nuestro destino. Vamos, debemos emprender la marcha, antes de que nos encuentren.

Freya se incorporó y me ofreció su mano, sonriente. La miré unos instantes, unos segundos en los que comprendí que mi destino y el de ella estaban unidos por una causa, nuestra causa. La espada de doble filo del vikingo, que descansaba a mi espalda, aseguraría eso.

ANA MUÑOZ.

KARMA Maria Maymó

De camino a la agencia de viajes, solo le queda silbar. Menudas vacaciones se va a pegar. Después de diez años sin ellas, ahora las tiene a la vuelta de la esquina.
¡París! ¡Oh París! Ya ve la Tour Eiffel, el Sena, MontmaItre… Sonríe. Por fin, su mujer relegará al baúl de los recuerdos, el agotamiento almacenado tras la larga y tortuosa enfermedad de su madre, y los chicos asomaran su cabeza más allá del consabido tour de barrios, frecuentado por la liga de baloncesto escolar.
La vibración del móvil en su bolsillo interrumpe sus pensamientos. Lo extrae apurado sin dejar de andar y se lo acerca al oído. La luz del día, a duras penas se abre camino en esta oscura y nubosa mañana.
- ¿Sí?
- ¿Señor Manuel?
- ¿Juani?
- Sí.
Manuel se detiene y echa un ojo al reloj.
- ¿Dígame?
- Estoy aquí en casa de su suegro y no me abre la puerta.
Manuel reemprende la marcha esquivando a los transeúntes que parecen hoy, haber decidido ir en sentido opuesto al suyo.
- ¿Cómo, que no le abre la puerta?
- Llevo media hora tocando el timbre y no responde.
- No puedo creer que se haya olvidado. Ayer le recordé que usted empezaba hoy. Se habrá dormido, aguarde un segundo que lo llamo y la…
- Ya lo llamé al móvil y no responde.
Manuel vuelve a examinar el reloj. Su suegro suele madrugar, gusta de escuchar en pijama las noticias matutinas en la radio…, Juani lo reclama de nuevo.
- ¿Habrá salido a algún recado?
- ¿A esta hora? El periódico se lo dejan a pie de puerta.
- Quizás fue a por pan.
- No. Seguro que no, desayuna fruta.
- Además…
- Además ¿qué Juani?
- No se ha llevado el móvil, lo oigo sonar cuando marco su número.
Manuel empieza a agitarse y para un taxi.
- Buenas, ¡por favor! A la calle de Los sueños. ¡Juani!
- Sí.
- ¿La cerradura está forzada?
- No. Parece intacta.
- Siga tocando el timbre. Yo ya voy de camino.
El taxista avanza dos manzanas más y se detiene en una esquina. Manuel registra su cartera y le entrega un billete.
- Quédese la vuelta.
Sale disparado, ignora al ascensor y sube a zancadas por las escaleras hasta el primer piso. Juani aguarda delante de la puerta pulsando el timbre. Colorado, hurga en su llavero e introduce una de las llaves en la cerradura. El piso está a oscuras y en silencio. Enciende el interruptor de la luz y aguarda. Llama a Miguel. No hay respuesta. Unas gotas de sudor se deslizan por su espalda, sin saber exactamente a qué le teme. Avanza por el pasillo con prudencia, todo parece estar en su lugar y es precisamente esa apariencia de normalidad lo que más le alarma. Al fondo, la puerta del dormitorio permanece cerrada.
Manuel golpea con los nudillos. No hay respuesta. Gira la manilla como si temiera hacer ruido y le llega un débil sonido procedente de la cama.
Automáticamente prende la luz y se acerca al lecho.
- ¡Miguel!
Los ojos del anciano lo miran desesperados. Intenta gesticular alguna palabra con dificultad y babea de la comisura derecha de la boca.
- ¡Miguel, Dios mío!
Manuel marca el número de emergencias en su móvil.
- Una ambulancia. ¡Urgente!
Se sienta al borde de la cama mientras termina de facilitar los datos que le solicitan en la centralita y acaricia cariñoso el brazo de su suegro. Aprieta su mano a modo de consuelo y comprueba lo que ya sabe por experiencia, la extremidad derecha no responde, está inerte, posiblemente le suceda lo mismo a su pierna.
- Todo irá bien Miguel.
El servicio de ambulancias instala al hombre en la camilla, baja las escaleras y lo sube al coche. Manuel marca un número en su móvil. Aguarda. Comunica. Zarandea la cabeza y sin dirigirse a nadie, ni siquiera a Juani, musita echando a andar:
- ¿Habremos sido unos hijos de puta en otra vida?

El potrero - Claudia

Por el camino subiendo la montaña no había mucha gente, no sabíamos hacia donde nos dirigíamos, no conocíamos el territorio yo manejaba siguiendo la carretera y buscando un lugar tranquilo para descansar, mientras ella, callada, me ponía la mano en la pierna, la mire y vi en sus ojos ansiedad y ternura, la mano estaba fría, le sudaba, yo lo sentía , el sudor atravesaba mi pantalón, y su rostro estaba lleno de felicidad, la misma felicidad que la seguía acompañando desde el día anterior, ella sabia lo que iba a pasar, lo anhelaba pero no me lo decía.

Continué subiendo la montaña, quería alejarme del ruido, de la gente, de los carros, de la carretera, estaba buscando un paisaje, un potrero que nos regalara un aroma lleno de naturaleza, y aunque no se lo pregunté yo sabia que ella deseaba lo mismo.

La decisión la tomamos con el cuerpo, con el cuerpo del deseo pero también con el alma. Pero que era el alma para mi en ese momento? Era una palabra completamente nueva, yo estaba estrenando alma, apenas la empezaba a conocer, la tenia dormida, mi alma era algo que me hacia reír, me hacia suspirar, escribir, bailar, cantar, pero sobre todo me hacia sentir, sentía con el corazón pero yo decía que sentía con mi alma, porque ese sentimiento era mas profundo, mas puro, pero yo no sabia como describirlo y entonces le puse nombre y lo bautice,” los sentimientos del alma” y cuando yo sentía su presencia, y cuando sentía su ausencia decía que sentía con el alma.

Al fin llegamos a un lugar alejado, solo había árboles, vacas y boñiga por todas partes, el día estaba nublado y empezaba a caer una leve llovizna, dejamos el carro al lado del potrero y empezamos a caminar buscando un árbol que nos ayudara a escampar, bajamos el tapete del carro para no empantanarnos, nos acostamos y abrimos el paraguas, como si estuviéramos de picnic pero sin mantel de cuadros, ni canasta de frutas, no habíamos llevado nada para comer ni beber, solo nos teníamos el uno al otro.

Conversamos un rato, disfrutamos el paisaje, nos miramos, nos besamos, nos quitamos los zapatos, puse mi mano en su cinturón, los pantalones los dejamos a un lado, le quite la camisa, se quito las medias, me quite la camisa, le quite la ropa interior, me puse encima y cuando todo se estaba consumando, en el momento mas intimo...en ese instante donde los cachetes de ella se enrojecen, .... todo se esfuma. Aparecen de la nada unos campesinos que murmurando y hablando en voz baja uno grita “páguele pieza”. Y entonces el susto fue tal que lo único que se me ocurrió fue taparle su cuerpo desnudo con la sombrilla, y yo quede con la nalga pelada mostrando el trasero muerto de risa y a la vez temblando de susto.

Era mi primera vez, era la primera vez que desvestía a una mujer, era la primera vez que me atrevía a amar libremente sin importar tiempo y espacio, y me imagine que no correría ningún peligro si lo hacia en el campo, me parecía todo tan natural, que no imagine que dos campesinos con sus hijos fueran a pasar cerca del árbol que escogí para escamparnos de la lluvia y amarla.

Pero como el amor nos vuelve tercos, no deje que ese sueño, nuestro sueño se fuera a acabar con ese penoso episodio, entonces esperamos un rato y cuando los perdimos de vista nos volvimos a dar amor, nos dimos la dulce pruebita del amor y mi alma sintió deseo, sintió pasión y ella sintió mis dulces caricias.

El sabor salado de la tristeza - Erika

Está a punto de conciliar el sueño cuando él la abraza por la espalda y un beso húmedo en la nuca ya no la estremece como solía hacerlo. Luego una leve caricia con la punta de los dedos va recorriendo su torso desnudo hasta detenerse en su cadera, se separan los dedos y la palma de su mano se posa en el muslo buscando la entrepierna. Ella se encoje, su rostro se endurece y como tantas otras veces una inmensa nostalgia se apodera de ella. Cierra los ojos y piensa en cuánto le gustaban antes sus caricias, recuerda sus propios labios insaciables hoy cerrados y perezosos. Claro que lo quiere, como no iba a hacerlo. La culpabilidad penetra en sus carnes, porque él no merece esto, no merece este silencio que sólo rompen excusas banales. Aferrada a su pasado piensa que no puede permitirse este dudar absurdo, no concibe forma de que esto pueda acabarse, no se atreve a pensarlo. Ha de poder recuperar lo que tenía, lo que sentía, porque era demasiado valioso para dejarlo escapar. Forzando una sonrisa se da media vuelta para ir a buscar su boca. Desliza las manos entre su cabello rizado. Pasea suavemente la lengua y la nariz pegadas a su cuello y su pecho, buscando reencontrar el olor y el sabor de su piel. Esta noche le devolverá todo el amor que le debe. Esta noche recuperará todo el amor que le falta. Abriendo las piernas se sienta sobre él, y él se aferra a su espalda abrazando la esperanza. Ahora son los jadeos de él los que rompen el silencio, y su sudor invade el ambiente. Ella sigue concentrada en recuperar el pasado, pero su alma se derrumba y le duele el pecho al pensar que el pasado era placentero y hoy el amor le duele, y ya no puede evitarlo, con cada movimiento se le empañan más los ojos, y por primera vez en mucho tiempo no puede contener tanto desconcierto. Una lágrima se escapa irremediablemente de entre sus párpados, silenciosa rueda despacio por su mejilla, hasta desprenderse suavemente para caer en el abismo que le llevará hasta él en un instante que romperá la eternidad del amor, y al chocar contra sus labios, él siente el sabor salado de la tristeza. Sus manos fijas en las caderas de ella detienen el balanceo, y una de ellas se eleva temblorosa buscando lo inevitable. Un pulgar enjuga unos párpados cargados de lágrimas que ya no pudieron retener. “Sólo tenías que decirlo…” Él se escurre entre las sábanas, se levanta y desaparece en la oscuridad, mientras ella hunde su rostro en la almohada para ahogar su llanto, al tiempo que se dice que por fin ha terminado su tormento.

erika.

viernes, 29 de octubre de 2010

Fin del juego - Mary Aranda

El día estaba siendo duro. Desde que sonó el despertador como cada día, a las siete en punto, no había parado. Odiaba el papeleo y por eso se le acumulaban las gestiones. Fingía ignorarlas hasta que no tenía más remedio que armarse de paciencia y dedicar su tiempo a resolverlas. Y en eso se le había ido la mañana. Ya iba camino a casa cuando se averió el autobús.
-En veinte minutos llegará otro- dijo el chófer.
”Demasiado tiempo”-pensó Emilia- Me voy andando o cojo un taxi. No conocía aquel barrio, a pesar de que lo atravesaba a menudo en bus camino a casa, pero eso no la detuvo. Hasta que empezó a llover.
”Lo que faltaba” se dijo para sí buscando un lugar donde resguardarse. En la esquina se veía una cafetería y hacía allí se encaminó tapándose las gafas con la mano a modo de visera.. El local no era muy grande. De forma rectangular con una barra en forma de ele que medio ocultaba las mesas del fondo, en las que se adivinaba una pareja. O eso creyó ver. Con el calor se le habían empañado los cristales de las gafas.
-Un café solo- pidió mientras las limpiaba.
-¿Algo para comer?- le preguntó el camarero.
Aunque eran las doce pasadas y no había desayunado dijo que no con un gesto de cabeza.
Ya con los cristales nítidos, se quitó el abrigo. Allí dentro hacía mucho calor y desde que paso de los cuarenta y cinco, su cuerpo no regulaba bien los cambios bruscos de temperatura. Igual le daba por congelarse como por sudar copiosamente como en aquel momento.
”Estoy menopáusica perdida” pensó mientras se fijaba en que el local. Estaba decorado en tonos blancos y rojos. De estilo moderno. Muy austero. Apenas un par de fotografías en la pared del pasillo que conducía hacía las mesas y a los lavabos, que como siempre estaban al fondo. “Quizás también a la derecha” pensó y se sonrió por la ocurrencia.
Aparte de la pareja, el camarero y ella no había nadie más en aquel momento. Y no paraba de llover.
La risa de la mujer hizo que se fijara en ellos. El le pasaba un brazo sobre los hombros y la atraía para besarla y ella fingía rechazarle dándole un pico mientras se separaba riéndose.
”Qué suerte tienen algunas” se dijo removiendo el azúcar de forma maquinal. José hace años que no le hacía algo parecido ni en público ni en privado. Y aunque nunca había sido demasiado cariñoso, ella siempre había pensado que con el tiempo cambiaría un poco. Pero la que había cambiado era ella. Se había vuelto más reflexiva y menos emotiva. Pero cuando veía a las parejitas haciéndose arrumacos no podía evitar sentir envidia.
No estaba cómoda. No solía frecuentar bares a no ser que quedará con alguien. Nunca le había encontrado sentido ir a tormarse algo fuera de casa ella sola. Así que busco algo para leer y vio una fila de diarios al final de la barra. Hacía allí se encaminó decidida. “Al menos leeré algo mientras espero que escampe. Menos mal que la comida ya esta hecha. Ya es casi la una y yo aquí” se dijo para sí misma.
Desde aquella esquina distinguía a la pareja con claridad, bueno más a ella que a él, ya que en ese momento él volvía a besarla y le daba la espalda. “Lleva un jersey como el de José -se sorprendió- ¡Menos mal que era original!” Todavía recordaba la cara de la vendedora cuando se lo dijo. “Debía ir a comisión” concluyó.
Lo cierto es que de espaldas tenía cierto parecido con su marido. “¡Qué curioso! -pensó-. Aunque dicen que todos tenemos varios dobles escampados por aquí y por allá”. Le picaba la curiosidad y mientras removía la pila de diarios buscando alguno que no fuera deportivo, miraba a la pareja de reojo intentando distinguir la cara de él. Estaba inquieta sin saber muy bien por qué.
“Debería irme, parece que esta dejando de llover”- pero no se movió de ahí-. Simulando ojear un diario siguió plantada ahí mientras el café se le enfriaba en la otra punta de la barra.
“Si al menos consiguiera verle” Pero él parecía muy aficionado a los labios que besaba y no se despegaba de ellos.
“¿Por qué estoy pensando cosas que no son? -se dijo- José sería incapaz de eso. ¡Con lo soso que es!” Pero la duda implantada, crecía. “Con esos horarios tan irregulares, sería fácil”. No era la primera vez que lo pensaba, pero siempre lo había descartado. Nunca le había dado motivos. Claro que, hacía tiempo que no se besaban, que no se tocaban y no podía recordar cuando fue la última vez que hicieron el amor. ¡Pero eso son cosas de juventud! La vida es trabajar y salir adelante. Y el amor es tener alguien al lado que te apoye y te escuche. Que más da que haya sexo o no. Aunque ahí estaba su amiga Marita, a sus cincuenta más fresca que una rosa y acostándose con cualquiera que se lo propusiera y le gustara. ¡Y sin complejos!. Si parecía que había rejuvenecido y todo desde que se divorció de su marido. “¡Es una fresca! -decía José- el pobre Antonio lo esta pasando muy mal y ella por ahí de picos pardos. Si ya se veía venir”. No sé de donde lo veía venir él. Yo siempre vi una pareja muy enamorada y formal. Como nosotros.
“Nada, que no hay manera de verles la cara” Emilia cogió La Vanguardia y regresó junto a su café, que por supuesto ya estaba frío. Se lo tomó de todas formas. Afuera el aguacero había aminorado y empezaba ha haber más claridad. “A ver si para del todo. José viene a comer a las dos y no se si llegaré a tiempo”. En el diario los titulares de cada día: política, crisis, corrupción, muertos en Haití, Iraq e Indonesia. “Qué poco valemos todos” -se dijo- dándose cuenta de la indiferencia que provocaba en ella esas noticias.
¿Me cobra?- le dijo al camarero.
Uno veinte- contestó este.
Mientras rebuscaba en el bolso buscando el monedero empezó a sonar su móvil. “Qué oportuno” -pensó mientras lo cogía- Era José.
¿Si?
Emilia, hoy no podré venir a comer, tengo una reunión a primera hora y no me da tiempo.
Vale, no pasa nada. Nos vemos luego. Emilia suspiró. “Siempre lo mismo” y colgó.
No había guardado todavía el teléfono cuando recordó que esa noche tenía cena de empresa. Marcó el número. Una melodía conocida se extendió por el local. El nudo del estómago regresó y se estrechó. No quería mirar pero no pudo evitarlo y su vista se dirigió a la pareja del fondo. Él de pie buscaba el teléfono en la americana que colgaba en el respaldo de la silla. Le temblaron las piernas y el móvil se le cayó al suelo. Se agarró a la barra para no caerse sin dejar de mirarle.
Señora, ¿Se encuentra usted bien?, señora, ¡señora!
José miró hacía la puerta y la vio. Blanca, pálida, con los ojos fijos en él. No supo que hacer y no fue capaz de moverse cuando ella se fue. Las cartas estaban al descubierto, se había descubierto su farol y había perdido. El juego se había acabado.

jueves, 28 de octubre de 2010

Dos Palabras - Juan José Piedra

Dos personas; una habitación; una cama; ella, Lucía; él, David. Lucía risueña, mirada ingenua, blanca tez, cuello de cisne, manos infinitas, firmes senos, delgados tobillo, gran mujer. David gentil, pelo azabache, extensa nariz, barba pueril, fuertes brazos, amplias espaldas, voz grave, gran hombre. Están desnudos; desnudos y tendidos; tendidos y juntos; juntos y semiabrazados; abrazados y dormidos; pareja perfecta.

La luz entra, desde la ventana; es mediodía; cielo azul; nubes de azúcar; olas en duelo; barcos aparcados; pueblo costero; casas de nata; abanico de flores; calles tranquilas; humildes habitantes; familia lejos; entorno perfecto.

David ronca; pies sudados; parco en palabras; cejas pobladas; lágrimas bloqueadas; sexo pobre. Lucía sensible; débil voluntad; silencio imposible; hombros caídos; anchas caderas; frágil estructura. ¿Pareja perfecta? Humanamente perfecta.

Habitación desordenada; persianas oxidadas; gaviotas molestas; motores ruidosos; viento incesante; insectos incontables; mujeres chismosas; hombres ignorantes. ¿Entorno perfecto? Humanamente perfecto.

David despierta; abre un ojo; lagañas rebeldes; ojos abiertos; la mira; ¿estará soñando?, ¿pensará en mí?; creo que sí; seguro que sí; diseña nuestra vida; imagina nuestro futuro; él sonríe; David la quiere; comparte sus sentimientos; la besa; se lava la cara.
Lucía se mueve; le busca; le encuentra; está ahí; como siempre; su mitad; su todo; su alter ego; es feliz; ahora sí; vacaciones increíbles; no quiere separarse; ella sonríe; Lucía le quiere; manda un beso; se duerme.

David vuelve; se acerca; se tumba; nariz con nariz; cierra los ojos; él su rey; ella su reina; se acarician; se tocan; se abrazan; se besan; hacen el amor; descansan; se visten; abandonan la habitación; salen fuera.

En la calle; de la mano; él se separa; va al bar; tiene sed; ella cruza; conductor despistado; encuentro fatídico; Lucía vuela; David se sumerge; asfalto boxeador; la golpea; le golpea; “Dios mío”; gente imantada; juntos de nuevo; se tocan; se miran; David estalla; es dolor; lágrimas desbloqueadas; ella murmura; dos palabras; “Te quiero”; ahora calla; no respira; almas partidas; mortales humanos; cortas vidas.

Destino cruel; canto de sirena; reloj incesante; David perdido; Lucía desvanecida; llega la ayuda; los trasladan; hospital cercano; es tarde; demasiado tarde; David se hunde; ancla en el mar; pasan los minutos; tres días; cuatro meses; una navidad; sin ella; sin ilusión; está deprimido; se siente angustiado; prisionero sin rejas; cárcel de tristeza; ardua resurrección.

David no se encuentra; necesita estímulos; humo y alcohol; blanco apoyo; negro porvenir; está desorientado; desea salir; también olvidar; quiere caminar; ¿pero sólo?; ¿cuándo podrá?; es difícil; quizás horas; quizás años; quizás nunca.

Hoy está leyendo; parque tranquilo; banco de madera; niños jugando; Lucía en el recuerdo; María se acerca; se sienta; ¿por qué junto a él?; parece simpática; ambos sonríen; ambos leen; diálogo inocente; inicio de amistad.

Lucía y María; mirada similar; cabellos opuestos; David desconcertado; amanecer de sentimientos; batalla en su mente; ¿es infidelidad?; ¿debo intentarlo?; ¿estoy preparado?; necesita ayuda; alguien comprensivo; su hermano Carlos; demasiado bufón; su amigo Juan; poco sensible; su hermana Eva; persona ideal; opina sobre María; “lánzate David”; se llena de osadía; mañana será el día.

Allá viene; María leyendo; no muy puntual; él impaciente; ella ignorante; David habla; ella sorprendida; gratamente sorprendida; es posible; cupido aparecerá; pasean juntos; quedan otra vez; comienzo de etapa.

Una cita; una cena; cálido restaurante; lleno de parejas; todas ríen; todas alegres; María llega; bonito vestido; piden una copa; agradable conversación; ella se abre; cuenta su historia; niña traviesa; adolescente madura; mujer independiente; David serio; atentamente oye; no escucha; Lucía junto a él; dos personas; tres espíritus; David desconcertado; María desconoce; termina la velada; se despiden; se llamarán.

Esa noche; David no duerme; solo piensa; ¿está contento?; María no es Lucía; ni intenta serlo; María es agradable; lucía, compañera única; María es atractiva; Lucía, amante única; imposible comparar; quizás indebido; David no comprende; ¿amor dividido?; ¿corazón seccionado?; ¿cómo decidir?; aún la quiere; nunca la olvidará; lo era todo; María es aire; David decide; sí a Lucía; no a la vida.

Hola muerte; ¿cuándo quedamos?; por mí ahora; brindemos los dos; conduzco yo; mejor en tren; pastillas alegres; da igual; voy al puente; salto al vacío; adiós David; hola Lucía.

David abre los ojos; mira sobresaltado; sigue desnudo; sigue en la habitación; sigue estando con ella; Lucía duerme; ajena a la pesadilla; ajena a su amor; David ríe; David llora; se acerca a la ventana; día caluroso; mar reposado; va a su encuentro; la mira; la besa; la despierta; ¿qué quieres?; decirte algo; ¿el qué?; dos palabras.

jueves, 21 de octubre de 2010

Mis mareas - por Antoni

Como cada mañana despertó, pero esta vez una extraña sensación le inquietaba.
Creyó haber dormido mal, pero ya desperezado prestó atención a que aquello no era normal.
Una fuerza tiraba de él. Su piel se estiraba en dirección a una ubicación desconocida y sus músculos parecían seguirles. Desnudo se miro en el espejo y vio su rostro, extremidades, torso, alargados, estirados por aquella energía.
Pensó en ir al médico, pero les tenía fobia, así decidió pasar el día con el deseo que aquello cesara.

Durante la jornada hubo momentos que la fuerza menguaba y su cuerpo volvía a su posición normal, pero al atardecer llego lo peor. Aquella influencia se reactivo con poder sublime. Su piel, sus músculos y órganos querían abandonar el soporte de sus huesos. Los ojos se salían de su cavidad, la lengua se tensaba, su corazón ya latía a un palmo de él.

Se apresuró a buscar una explicación y entonces se dijo: “una nueva luna domina mis mareas”.


miércoles, 20 de octubre de 2010

ELIXIR DE JUVENTUD (Maria Maymó)

Si algo me deprime en esta vida, es cumplir años, o descubrir una cana alzándose retadora. Y justo recibí aquella invitación, cuando acabábamos de constatar que unas arrugas empezaban a hacer estragos en nuestras caras.

Cata de vinos, esencia milenaria - Elixir de juventud” - Asista a nuestra cata de vinos, cosecha de cepas ancestrales, efectos antioxidantes.

Fue mostrártela y no te lo pensaste dos veces. Sin opción a negativa, aseguraste divertida que aquello era la solución a todos nuestros problemas. Me arrastraste y me vi obligada a acompañarte.

Estuvimos de suerte. Encontramos un aparcamiento a la primera.

A zancadas, haciendo equilibrios sobre los tacones, intentamos ganarle como siempre la carrera al tiempo; contigo era imposible llegar puntual a ninguna cita. A pesar de ello, la suerte andaba de tu parte, el evento llevaba retraso.

Se desarrollaba en un torreón a la vera del mar, antiguo fortín, defensor de piratas. Cruzamos el puente y nos adentramos en la penumbra salpicada de antorchas y luces indirectas. Las paredes de piedra albergaban años de historia y configuraban junto con las barricas y con los candelabros un perfil añejo del acontecimiento. Nos sentamos entre desconocidos a cual más avejentado, en sillas ordenadas frente al pequeño escenario e ignorándolos, aguardamos a que la joven sonriente de rizada y oscura melena que nos observaba desde la tarima, empezara su intervención.

La acústica era perfecta y la voz seductora de la muchacha se paseaba a lomos de la melodía de una guitarra por toda la estancia. Ella, sin una arruga por cierto, se autodefinió como una contadora de cuentos y nos descubrió su intención; deleitarnos con un cuento de vendimia. Mientras, una pareja solícita nos obsequiaba con una copa de vino a los asistentes.

Permanecí con mi copa en la mano, sospesando si debía catarlo, nunca bebo vino. Tú en cambio saboreabas con placer el purpúreo elemento y me animabas a hacer una excepción.

- Para eso hemos venido.

Acerqué la copa a mis labios y un aroma afrutado invadió sin mi consentimiento mis fosas nasales. Retiré un poco la cabeza para volver sobre mis pasos y tomar un sorbo que detuve sin tragar, paladeando su textura; lo encontré exquisito, a pesar de mi aversión al líquido más saboreado de todos los mortales.

Sentí calor en mis mejillas y abrumada, miré a mi alrededor por si alguien se había percatado del hecho; en realidad, nadie, todos atendían en silencio a la narración, excepto tú, que impaciente movías tu pierna izquierda insistentemente con ese tic que se adueña de ti cuando te pones nerviosa. Yo, había perdido el hilo del cuento, distraída entre la copa que sostenía en mi mano y tu temblor ansioso. De nuevo degusté el vino, me reconfortaba y me animé a terminarlo. Aproveché que tú habías hallado la forma de atraer la atención sobre los chicos ocupados en remplazar las copas vacías por llenas y me apunté a la cata de un nuevo vino.

No puedo discernir si este era mejor que el otro, en realidad de eso no entiendo, pero lo mecí como una experta, lo olí con los ojos entrecerrados y lo inspeccioné al trasluz como si esperara una revelación y finalmente lo dejé resbalar por mi garganta a cámara lenta. Me pareció que la temperatura ambiente se había elevado algún grado. La niña del entarimado seguía contando el cuento con una vocecilla dulzona. ¿La niña? ¿En qué momento esa niña sustituyó a la joven? No me di cuenta, si bien, mirándola con atención, tenían un parecido, probablemente serían hermanas.

U La joven me retiró la copa y me ofreció amablemente otra. Tú te echaste a reír, no sé porqué y me sugeriste la posibilidad de irnos.

- - ¿Qué dices? Con lo bien que lo estamos pasando. ¿Sabes qué tienes acné?

Por la cara que pusiste, no te gustó en absoluto que te lo dijera. Lo cierto es que yo tampoco lo entiendo, ¿cómo podías tener acné con cincuenta y tantos años? No iba a averiguarlo, en realidad me daba lo mismo, a mí lo único que me interesaba era probar ese nuevo vino; así pues, no le di tiempo a que se evaporara, me lo tragué de golpe.

Estaba del diez. Empecé a ver estrellitas y tuve la sensación de que estaba sentada en una mecedora o ¿quizás eran los demás los que se mecían? Era tan feliz y los veía a todos pendientes del parloteo de aquella niña que ya empezaba a hartarme, y tan callados que al poco, no sé cómo, me encontré de pie. Debí decir o hacer algo que no recuerdo, pues todas las caras estaban pendientes de mí, incluso la expresión atónita de la niña de la tarima me lo confirmaba. Y ¿sabes? Me gustó. De normal, soy siempre tímida, intento pasar desapercibida y esa sensación nueva de ser el centro de atención, era una experiencia agradable. Brindé por ello. Nadie me secundó, al contrario, me miraron con sonrisas burlonas y eso me enfureció. Les increpé y les solté un largo discurso. No sirvió de nada, sus rostros con descaro juvenil, digo juvenil porque me parecieron muchachos y muchachas, empezaron a ignorarme y tú, como si aún anduviéramos en la escuela me agarraste del brazo y eso sabes que no lo soporto.

Me solté enojada. Miré una vez más a todos, recordé que nos estábamos bebiendo el elixir de la juventud y me asusté, tiré al suelo la copa que aún sostenía en la mano y salí a toda prisa. Tropecé con una silla, las piernas parecía que no me obedecían y temí que hubiera rejuvenecido tanto que aún no hubiera aprendido andar, y así sería, porque se me aflojaron las piernas y caí al suelo. Aún pude escuchar a la gente gritar y ver tu cara sobre mí, moviendo los labios sin entenderte, después de eso, nada, los párpados dejaron de obedecerme, no podía abrir los ojos y me desesperé al tener la certeza de que posiblemente había vuelto al útero de mi madre.

martes, 19 de octubre de 2010

lunes, 18 de octubre de 2010

MI IPHONE ES MÁS RÁPIDO QUE TU.

MI IPHONE ES MÁS RÁPIDO QUE TU.

Hermes no podía creer lo que escuchaba. ¿Cómo esa cosa inanimada y que desprendía colorines ridículos bajo el cristal podía ser más veloz que él, el emisario de los dioses? ¿Cómo era posible que ese trasto fuese más rápido que sus alitas en los tobillos o que su velocidad sobrenatural? Estaba indignado. Ser relegado así por una máquina al peor de los olvidos.

Y mientras el mundo se le caía a los pies, Afrodita y su voz aguda y orgullosa parecían reírse de él mientras toqueteaba distraída el aparato.

- ¿Ves? Ya está.

Su sonrisa fue una puñalada trapera en el inmortal corazón de Hermes que como un rayo se esfumó del templo celestial como alma que lleva el diablo. En ese instante su cabeza solo pensaba en dos cosas: la primera, cortarle al cero el cabello a la presuntuosa de Afrodita mientras dormía, pero a la muy todo le sentaba bien, o la segunda, vengarse del responsable de su desgracia, Hefestos, el cejijunto y cojo dios forjador, que aburrido de inventarse nuevas armas de destrucción masiva para dárselas a algún humano haciéndole creer que era él el inventor, le había dado por las telecomunicaciones.
Porque al principio le pareció gracioso que a su ilustrísima fealdad le interesara el cómo y el cuando de la recepción de mensajes y la comunicación entre los humanos pero ahora, cuando recordaba los interrogatorios a los que le sometía el muy ruin, le hervía la sangre. Y optó por lo segundo, porque eso no se le hace a un hermano.

Así que siguiendo el protocolo clásico y lógico en estos menesteres y para no perder la costumbre hizo lo que todo buen hijo de Zeus hace: quejarse a su padre. A ver si el viejo le quemaba el culo a Hefestos con un rayo y se ahorraba el trabajo de tener que pensarse una buena represalia. Como era de esperar lo encontró en “Sodoma y Gomorra”, evidentemente muy bien acompañado; todavía no entendía como Hera se creía que ese lugar era un internado de señoritas pudientes, cuando antes no le pasaba ni una.

Se presentó frente al gran Zeus, una caricatura oronda de lo que fue antaño. Este, sonriente como un Papá Noel, miró a su hijo mientras se dejaba tratar como un bebé por una de aquellas chicas para acto seguido volver a prestar atención a sus cuidadoras.

- Padre, he venido a solicitar tu ayuda.
- ¿Qué ocurre, Hermes?- Alargó las palabras condescendiente.
- Hefestos, su intromisión en mis competencias me está perjudicando. Exijo que intervengas.
- ¿De que hablas?- Ahora dejaba que otra chica le diera de comer un fresón.
- Todos los dioses mandan sus misiones por mensajería instantánea, así no tengo trabajo.
- Hermes, hijo, ¿has escuchado la frase “Reciclarse o morir”?.
- Pero...
- Ahora estoy ocupado, mándame un mail y estudiaré el caso cuando pueda.

Si Hermes hubiera estado volando se habría caído de culo. Antes de que pudiera protestar ya estaba en la calle, así, por arte de magia, como solo sabía hacer el viejo. Apretó los puños, lleno de rabia, blasfemó un buen rato, increpó a los transeúntes que lo miraban como un loco con alitas hasta que la luz se hizo.

Semanas más tarde Zeus miró su correo. Por supuesto el mail de Hermes estaba ahí, ya ni se acordaba de la pataleta de su retoño. Echó un vistazo rápido a los demás mensajes, varias decenas, pero solo uno le llamó la atención. Lo mandaba Atenea, su hija predilecta y el asunto casi le hace echar rayos por la boca, literalmente.

“APROBADO PROYECTO PARA DERRIBAR EL PARTENÓN Y CONSTRUIR UN COMPLEJO DE APARTAMENTOS DE LUJO”

Al viejo dios, si hubiera sido humano, le habría dado un infarto. ¿Cómo tenían el valor de hacer tal cosa? El símbolo de su poder y presencia en la tierra, era patrimonio histórico de la humanidad, Atenea se había encargado de que así fuese. Enfadado e impaciente hizo llamar a Hermes con urgencia, debía dar un mensajito de su parte a los responsables de esa atrocidad. Pero el dios alado no acudió ni ese día, ni el siguiente. Zeus, furioso, mandó un mail a todo el Olimpo celestial para que el que lo viera, lo mandara urgentemente ante su presencia.

Así estaban las cosas hasta que Baco encontró a Hermes horas después de recibir el urgentísimo mail. Estaba tumbado al sol en una playa de Ibiza, con un bañador rosa y un mojito junto a él. Cuando se acercó este lo saludó animadamente.

- Hola, Baco, bienvenido. Acompáñame y cuéntame las últimas novedades.
- Todo el Olimpo te está buscando. Zeus reclama tu presencia con suma urgencia.

Hermes rió alegremente.

- ¿Tienes tarifa plana en tu móvil?- Baco asintió como si fuera obvio.
- Pues dile a mi padre que acudiré en cuanto mis asuntos me dejen tiempo.

Baco miró perplejo al dios y a las circunstancias que lo rodeaban.

- Hermes, ¿de que asuntos hablas?
- ¿No lo sabes? Ahora me dedico al negocio inmobiliario. ¿Quieres un apartamento de lujo con buenas vistas a Atenas?

Las alitas de los tobillos del dios se agitaron revoltosas mientras este se carcajeaba.

sábado, 16 de octubre de 2010

Le dieron 15.000 euros -Práctica 1 Curso Creatividad y Estructuras Narrativas-M. R.L.

Título: Le dieron 15.000 euros

Le dieron 15.000 euros de indemnización, un apretón de manos, y eso fue todo. Allí acababan dos décadas de trabajo en aquella empresa. Un expediente de regulación de empleo, los famosos EREs, se lo había llevado por delante en menos de un mes, al igual que a otros 59 compañeros. Ni siquiera había tenido tiempo para sufrir ni preocuparse, había escogido mantenerse ocupado hasta el último momento, para no pensar.

Luego vinieron meses de interminable ansiedad, el rastrear las páginas de los periódicos y de las bolsas de empleo de Internet en busca del empleo soñado. Y el llamar a todos sus conocidos, pero no había nada para él, le repetían una y otra vez. De hecho, no había nada para nadie, con la crisis económica. Menos mal que la transferencia del paro le seguía llegando puntualmente mes tras mes. Pero cada vez le costaba más levantarse por las mañanas.
Y fue entonces cuando se encontró a su amigo Mauricio. Había trabajado codo con codo con él en la empresa por muchos años, y lo conocía por eso mejor que a muchos de sus familiares. Sabía de su honorabilidad, de su buen hacer, de su inquebrantable sentido del deber. Él siempre había admirado a Mauricio, y lo había considerado un ejemplo a seguir. Pero igualmente a Mauricio lo habían despedido al mismo tiempo que a él, quizá resultaba demasiado intachable para los crápulas que gestionaban la empresa.
El Mauricio que se encontró parecía sin embargo algo distinto que aquel que recordaba de las largas jornadas de trabajo en la oficina. Más vivo, más alerta, y definitivamente también más contento, pero al mismo tiempo reservado, como un niño que guarda en la mano una concha preciosa que ha encontrado en la playa, y no quiere abrirla por miedo a que le quiten su tesoro.
Hablaron largo tiempo sentados delante de una copa. Pese a lo vacío de su vida en el paro, él parecía tener más que contar, más que desahogar que el otro, que todo lo callaba.
La reserva de Mauricio se vino abajo tras la tercera ronda, sin embargo. Era obvio que le había estado observando, y había detectado su desesperación. Mauricio siempre había sido un buen compañero, y ésta vez tampoco lo decepcionó.
Cuando le contó al fin su secreto, se horrorizó. Iba contra todo aquello que le habían enseñado. Pero por sorpresa de lo más hondo de su alma surgió también el rencor acumulado, contra aquellos que lo habían despedido sin piedad y sin una mínima consideración. Había jugado por las reglas y el resultado era que sólo los tiburones sin principios se habían beneficiado. Bueno, pues él se convertiría en tiburón, decidió.
Mauricio le enseñó todo lo que sabía en un par de horas. Los primeros días le acompañó a recorrer los barrios de gente bien de la ciudad. Llamaban a los telefonillos, decían que eran de una agencia de mudanzas, de la compañía de la luz o del gas, de una empresa de transportes, y los dejaban entrar. Luego robaban toda la correspondencia que podían de los buzones. Especialmente apetitosos eran las nóminas y los extractos bancarios. Allí podían encontrar información extraordinariamente valiosa. De esos papeles al alcance de cualquiera extraían números de cuenta y teléfonos, entidades bancarias con las que trabajaban los destinatarios de las cartas, su solvencia, e incluso en ocasiones sus números de teléfonos.
Datos en mano, Mauricio y él se situaban delante del ordenador y confeccionaban documentos falsificados gracias a un programa de edición de imagen. Aquellos apartados que no sabían rellenar los inventaban. Ambos habían sido siempre bastante habilidosos con la informática, modestia aparte, y habían saltado la brecha digital sin problemas. Ahora aquella capacidad les vino muy bien.
Con los documentos falsificados contrataron líneas prepago de telefonía móvil y solicitaron multitud de créditos rápidos y de baja cuantía. Usaban buzones de correo que sabían vacíos para recoger la documentación de los préstamos, y un teléfono móvil que era diferente para cada víctima como contacto. Mauricio había leído mucho sobre estafas en prensa, y había aplicado aquellos conocimientos para convertirse él mismo, con éxito, en experto en la materia.
Ambos querían dinero, y el dinero entró, a raudales y por cientos de miles, en sus bolsillos. Fueron tiempos felices aquellos. Establecieron una rutina de trabajo de lunes a viernes, porque ambos en el fondo eran animal de costumbres, y así se sentían más seguros. Por las mañanas se recorrían las calles y por las tardes manipulaban la documentación e informaciones de que disponían.
Él disfrutó en esa época del día más dichoso de su vida: aquel en que localizó el nombre de uno de sus antiguos jefes en el buzón. Había sido aquel cabrón el principal impulsor del ERE y ahora el destino le ofrecía la oportunidad de desquitarse. Lo dejó sin un céntimo, exprimió sus datos una y otra vez con una ansiedad mezquina. Sólo las súplicas de Mauricio lograron que parase al final. Mauricio, que se moría de miedo a que tanta inquina en el mismo sujeto acabara siendo su desgracia.
Finalmente de todas formas los localizaron. Fue por una minucia que la policía comenzó a sospechar, cuando un hombre manifestó que alguien le había cargado en su cuenta bancaria un gasto por valor de 954, 96 euros. Y desmadejando el ovillo, llegaron hasta ellos. Sólo que el policía encargado del caso se comportó de forma rara cuando vino a detenerlos. Como Mauricio aquel primer día en el bar. Y como él, también explotó y les contó: turnos interminables mal pagados; fines de semana de vacaciones, rotos de improviso por una llamada del jefe, en que le decía que había que hacer guardia, porque tocaba y tocaba, sin más; y otras mil afrentas sin cicatrizar.
Se habían manifestado, y habían organizado protestas, pero las fuerzas del orden, curiosamente, no tenían mucho impacto social cuando de mejorar sus condiciones laborales se trataba. Ellos eran los que rompían las manifestaciones, no los que las convocaban. Los dos antiguos empleados escuchaban en silencio. Como siempre, Mauricio fue el más rápido en reaccionar.
Al final, el trato no fue tan dañino para sus intereses. El policía se llevaba la mitad, pero con tal volumen de beneficios aún les quedaba una bonita renta para vivir como maharajás. Y la garantía de que el expediente se mantendría a buen recaudo en el fondo de un cajón de la comisaría. Por fin Mauricio, el policía y él eran tiburones. Como los demás.

Fdo: María Rosario López

viernes, 15 de octubre de 2010

BACH Y LA DUDA

BACH Y LA DUDA (Gregorio Siesos) ejercicio 1

Óscar cerró la partitura de las variaciones Goldberg de Bach y se acercó a mirar por la ventana de su camerino. Faltaban pocos minutos para iniciarse el concierto y no encontraba el sosiego necesario que requiere este momento.
Su mente estaba atenaza por dos pensamientos que lo angustiaban: Su acalorada discusión con Olga, hacia unas semanas, y aquella obra mítica de Bach que suponía el gran reto en su carrera pianística.
A lo largo de la historia esa partitura había marcado a muchos músicos, pero sobre todo le había impresionado un personaje, de una novela de Thomas Bernhard, que por estas variaciones le llevaron al suicidio.
Habían pasado algunos días desde la separación con Olga, su matrimonio había fracasado y ahora tenía miedo de que esta partitura le hiciera fracasar profesionalmente.
Cuando Óscar inició el estudio de esta obra tuvo una revelación algo sorprendente. Empezó a darse cuenta que su vida con Olga tenía una estrecha relación con las Goldberg, donde la secuencia musical y la secuencia de su vida iban paralelas.
Su existencia en pareja había estado marcada por un fluir constante de emociones, sentimientos dispares, siempre juntos, sin interrupciones ni pausas. Nunca encontró una ocasión para la reflexión, no hubo espacios vacíos con ella, ni momentos de soledad para encontrarse consigo mismo.
Lo mismo ocurría con las Goldberg desde su inicio hasta el final esta música no deja un momento de silencio o una pausa donde pueda tomar aliento y dejar descansar por un instante a su mente del flujo incesante de notas. Aquello le producía un gran vértigo y se preguntaba si las 15.832 notas que tiene la partitura y que estaban almacenadas en la memoria de su cerebro, saldrían y se distribuirían de forma ordenada para ambas manos.¿Fracasaría en esta obra como en su matrimonio?
El día que conoció a Olga lo recordaba como un instante de gran calma. Igual que el aria con que se inicia la partitura de Bach. En las treinta variaciones restantes, como en la secuencia de su vida, hay momentos alegres, tristes, trepitantes, convulsos hasta llegar al final donde vuelve a repetirse la majestuosa aria del principio. Pero este aria final todavía no estaba escrita en su vida.
Golpearon la puerta del camerino y escucho una voz de dijo: - Tres minutos-. Al salir pidió que las luces de la sala estuvieran apagadas no quería saber si Olga había venido al concierto.
Entró en el escenario y se dirigió hacia el gran Steinway negro, se sentó pausadamente desatendiendo los aplausos del público y pulso la nota sol con ambas manos. Notó como su alma se derramaba con aquel sonido y al cabo de 65 minutos volvió a tocar la misma nota con que concluye la obra. Había visto su vida con Olga desde el exterior, con esa distancia que posiblemente sólo tengan las personas un instante antes de su muerte. Cuando escuchó la cerrada ovación del público, pensó que esta misma noche la llamaría.

Banda sonora

Decir que me gusta la música es decir poco. La música soy yo sería más adecuado por pretencioso que pueda sonar.
No tengo ningún recuerdo, por lejano que esté en el tiempo, que no vaya acompañado de alguna melodía. Con los años he llegado a tener una banda sonora completa que acompaña cada una de las etapas de mi vida. Como cualquier recopilación que se precie tiene sus hits. Canciones exitosas que siempre van conmigo y todos ellos son de Joaquín Sabina.
Le descubrí con “Una de romanos” y fue un amor a primera vista. Bien, eso no es del todo cierto. Verle, lo que se dice verle, ya lo había hecho y por cierto, mi impresión sobre él no era bueno, más bien al contrario. Calificativos como pedante, pesado, feo, quinqui, borracho… eran lo mínimo que se me ocurría al verle. Era aparecer en la tele (en las contadas ocasiones que salía) y cambiar de canal. Y eso ahora no tiene mérito pero en aquellos años de impuesta dualidad televisiva, en los que no existía el mando a distancia y el poder de decisión lo tenían mis padres, no era tarea fácil.
No sé porque aquella canción en concreto me llegó tanto, quizás porque no dejaba de sonar en los 40 Principales o tal vez porque tenía unos espléndidos dieciséis años, estaba o creía estar enamorada y en unos meses iba a ser mamá. Mi vida y mis hormonas estaban alteradas por igual y esa tonada me relajaba y emocionaba por igual.
Como no podía ser de otra manera, me compré el casete. En mil novecientos ochenta y ocho los cedé estaban todavía en pañales y quien más, quien menos tenía un walkman, antepasado de los reproductores mp3. Era el álbum “El hombre del traje gris”, y con él llegó el gran descubrimiento. ¡Sabina escribía sus canciones pensando en mí! Imagino que debéis de estar pensando: “Otra fan histérica”. Pues no. Bueno sí a lo de fan, pero de histérica nada.
“La gafitas de la pecas con complejo de muñeca desconchada. Frota su cuerpo desnudo, contra el lino blanco y mudo de la almohada. Invisible entre la gente,
condenada a ser decente según fama que del cuello le colgaron los que nunca la invitaron a su cama”. Así empieza lo que puede ser el resumen de lo que era mi vida hasta el momento, sin tener en cuenta el embarazo, claro. ¡Es tan fácil caer en las garras de alguien cuando se está acomplejada y falta de afecto como yo lo estaba en aquellos años!
El papel de patito feo no es plato de buen gusto pero solo los que lo hemos vivido en primera personas sabemos lo mucho que marca ir por la vida sin que nadie se fije en ti, o si lo hace, es para burlarse. El dolor que se siente siendo la carabina de tu amiga guapa –aguantavelas, lo llamaban- y que todos los chicos que la rodean te miren con lástima e intenten hacerse los simpáticos contigo para ver si de este modo, consiguen su objetivo: ¡Ligarse a la guapa! Durante mucho tiempo yo fui como la protagonista de la canción, una receptora de besos en la frente o cara pero siempre castos, puros y por supuesto, interesados.
Así pues, ¿cómo no iba a enamorarme del primero que me hizo sentir hermosa y mujer? Caí como la colegiala que era y le di todo lo que tenía y un poco más. Y la criatura que esperaba fue el resultado de tanto amor (y de la rotura de un condón, que eso a mi entender, también tuvo algo que ver).
Y en otro de los temas, la segunda coincidencia: “La chica de BUP casi todas las asignaturas suspendió el curso en que preñada aquel chaval la dejó. Y cuando en la pizarra pasa lista en profe de latín, lágrimas de desamor ruedan por la página de un bloc, y en él escribe ¿quién me ha robado el mes de abril? ¿Cómo pudo sucederme a mí?”.
¡Ya lo creo que me pasó! Y hubo boda o más bien bodorrio. Lloró mi madre, mi abuela y hasta el apuntador (no recuerdo si mi suegra también) pero yo estaba feliz y radiante, como cualquier novia que se precie. Y hubo noche de bodas pero no luna de miel, más bien fue de hiel. Y lo siguió siendo durante tres años más hasta que tanta amargura fue insoportable y me separé, divorcié y olvidé.
Durante esos años, como podéis imaginar empecé a recopilar los trabajos anteriores de Sabina sin descuidar, por supuesto, lo nuevo. En todos y cada uno de ellos había alguna letra en la cual mi vida se reflejaba. Unas veces para bien, otras para mal pero siempre íntimamente ligada a lo que esa voz ronca por no decir cazallosa pero a la vez acariciadora cantaba.
Joaquín habló de mi soledad: “Algunas veces vuelo y otras veces me arrastro demasiado a ras del suelo…”, “Vivo en el número siete, calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría. Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía…” Casi parecía que me estuviera pronosticando una severa depresión preludio de un suicidio pero no fue así. Conocí a Martín.
Martín llegó cargado de amor. Pero amor del bueno, de arrumacos y berrinches, de pasiones intensas y noches en el sofá. Y de nuevo las canciones: “¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar? Cuando la ciudad pinte sus labios de neón subirás en mi caballo de cartón. Me podrán robar tus días… tus noches no.”, “Febril como la carta de amor de un preso. Así estoy yo, así estoy yo, sin ti.”
Y pasaron los días, meses, años… y el amor se fue marchando, casi sin darnos cuenta, como polvo a través de las ventanas. Un día le miré y no vi un amante, si no a un amigo, un hermano. Una nueva sonata entraba en mi vida: “Hace demasiados meses que mis payasadas no provocan tus ganas de reír. No es que ya no me intereses pero el tiempo de los besos y el sudor es la hora de dormir” y el adiós no se hizo esperar. Fue doloroso, nunca es fácil cuando aparentemente no hay motivos, la rutina es así, rastrera e invisible pero implacable y por supuesto, destructora.
Mi juglar ya tenía listo el nuevo hit parade ¿Alguien lo había dudado? “Tanto la quería, que, tardé, en aprender a olvidarla, diecinueve días y quinientas noches.” Y el tiempo pasó, el luto se alivió y yo ya no era el patito feo si no una mujer madura, con una idea clara sobre su vida. ¡Vivir y amar intensamente! Adopte un himno apropiado “Qué voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan? ¿Qué voy a hacerle yo, si el amor me gusta sin celos, la muerte sin duelo, Eva con Adán”. Y así sigo hasta hoy. No me va mal. No me han faltado amores, ni amantes, ni tampoco alegrías adobadas con algún que otro disgusto. La vida es así y así la quiero tomar, sin censuras, ni placebos que me hagan sentir mejor.
Espero ansiosa cada nuevo trabajo de mi cantautor particular, segura de que sabe de mí y lo transcribe en cada una de sus letras, sin pudor y sin permiso. ¿Debería pedirle derechos de autor? Me sonrío al pensar la cara que pondría y en la nueva canción que me dedicaría.
Una más para engrosar mi banda sonora particular.

jueves, 14 de octubre de 2010

INMÓVIL

Kronos se ha detenido, la autocompasión ha hecho que la desdicha consuma toda su alegría y ganas de seguir creando el día a día. No resiste más el desprecio que la humanidad muestra hacia él, nunca les parece suficiente su existencia, siempre deseando que fuera distinto; más rápido en ocasiones, más lento en otras, moldearse en función de la persona y sus circunstancias. No entienden que él es así, que por mucho que intente cambiar, su forma es esa y no otra.
Ha tirado la toalla, toda su existencia la ha basado en la oportunidad del ahora que los humanos no han sabido apreciar, y que por el contrario, han conseguido hundirle en una frustración de la cual no le interesa salir.
El día a día no sucede, no hay movimiento de astros, pues el tiempo se ha paralizado para todo el Universo, no deviene la noche, las estaciones, ni tan solo los cambios climáticos. Todo parece tan perfecto, que los más escépticos creen que es un sueño. Pero el sueño no acaba.
Mientras en la Tierra, el tiempo no pasa, no existe el pasado y no se prevé ningún futuro, todo es presente. Los anteriormente llamados mortales no caben en sí de gozo. Todo es alegría y exaltación, la vida se ha convertido en fiesta tras fiesta para los más juerguistas y su estado natural ha pasado a ser el de embriaguez.
Los intelectuales devoran libro tras libro, sin percatarse en que no poseen retentiva alguna. Los niños juegan sin parar puesto que la noche no llegará nunca. Los más ancianos, aquellos aquejados de dolencias incurables, maldicen su suerte, sus dolores no cesarán jamás, porque lo finito e infinito ya no son antónimos, no poseen significado alguno.
El pasado se va desvaneciendo, todo lo que ha acontecido y aquellos que fueron recordados alguna vez, han desaparecido de todas las memorias. Las identidades se han perdido, así como los conocimientos. Los seres que habitan el Universo sufren una especie de involución, pero no hacia el pasado, ni hacia el futuro, tan solo se van desintegrando lentamente en la nada más absoluta.
Lúa

miércoles, 13 de octubre de 2010

LA MUERTE DE HELENA por Ferran Villergas Puig

LA MUERTE DE HELENA

Mario miraba el cadáver de Helena mientras la policía se lo llevaba detenido.

Cuando ya estaba en el furgón policial, con la mirada perdida, continuaba teniendo en su mente la imagen de Helena, en medio de un charco de sangre, con el rostro desfigurado por los golpes que le había propinado con su bate de béisbol.

¿Como había podido suceder esta tragedia? ¿ que sería ahora de sus hijos?

La historia se remontaba algún tiempo atrás. Su mujer, Sandra , con quien tenía tres hijos , dos preciosas niñas gemelas de cinco años y el pequeño de un año, era free lance y se ganaba la vida desarrollando informes económicos para Instituciones públicas.

Sandra era una excelente profesional, muy bien pagada y solicitada, que trabajaba mayoritariamente con INCADES. Con el tiempo esta colaboración acabo siendo exclusiva. Fue un grave error.

Eran tiempos felices, se casaron, después los niños….la vida era de color de rosa.

Que fácil es ser feliz cuado sientes la seguridad de controlar tu vida y no tienes ningún problema. Te sientes poco menos que Dios……..

Mario tenía un buen trabajo, que perdió con la crisis, pero Sandra sostenía económicamente el hogar y el se cuidaba de los niños, mientras soñaba con ser escritor.

Como se tuercen de fácil las cosas, cuando uno piensa que lo tiene todo bajo control… y lo peor estaba por llegar.

En INCADES se produjo una restructuración y ahora la nueva jefa directa de Sandra era Helena, la cual no sentía un especial afecto por Sandra.¿Por qué? ¿Quien lo podría decir? Tal vez porqué envidiaba los ingresos de Sandra , o quizás por orgullo cuando Sandra le reclamaba periódicamente los pagos incorrectos , siempre a la baja , y no se conformaba con sus cortantes respuestas. Nosotros no estamos aquí para revisar tus facturas, no se nos pueden dar lecciones de administración , no te debemos el dinero, o no tenemos tiempo para estos “temas menores” .La deuda crecía……..

De nada servían los buenos modales de Sandra, ni sus intentos de acercamiento amable ante tal nivel de odio irracional. La salud de Sandra se resentía de forma lenta pero imparable.

Esta misma mañana Sandra le comentó a Mario que el test de embarazo era positivo.

A pesar de la situación y dificultades, la alegría fue inmensa.

Entonces llamó el cartero , un burofax de INCADES , firmado por Helena . Sandra lo abre y se le descompone el rostro. Es la notificación de rescisión de contrato mercantil. Se acabó el trabajo, el dinero y con las deudas y los niños…….. Sandra cae fulminada, el corazón no ha resistido la impresión. De nada sirven los esfuerzos de Mario por reanimarla. La ambulancia se la lleva en un intento desesperado por salvar su vida , pero Sandra ya es un cadáver ….. y Mario también.

Mario deambula por las calles circundantes del hospital con la mirada perdida. Tan pérdida como la tiene ahora, mientras viaja en el furgón policial, mientras recuerda las últimas horas que han hundido su vida y la de sus hijos. Sus hijos, los que viven y el que no podrá vivir.

Entonces Mario pasa por delante de una tienda de deportes y ve en el escaparate un bate de béisbol. Lo mira fijamente ,le atrae como un imán. Ya sólo tiene una idea en la mente, MATAR , MATAR , MATAR A HELENA.

Compra el bate y va a INCODES , el corazón le late con fuerza , pero el no lo siente , no siente nada , no oye a quienes le gritan. Entra en el despacho de Helena y descarga una y otra vez el bate en su cabeza con rabia demencial. Sólo se detiene cuando el rostro de Helena, tendida en el suelo agonizando en un charco de sangre, no es más que una masa deforme ensangrentada.

Mario se sienta en la silla del despacho con la mirada fija en Helena, mientras esta exhala su último suspiro pensado en sus dos hijos de los que era madre soltera.

¿Que será de ellos ahora? Que absurdo es el odio irracional que sentía por Sandra. Ahora lo ve claro. Ahora que ya es muy tarde.

¡Meteoritos! - Antoni


Robert Dawson empujo la puerta del servicio de caballeros con todas sus fuerzas, pero ésta solo se abrió dos palmos, que volvió a cerrarse con la misma fuerza. Estaba enfadado, pues le habían hecho saber que durante el vuelo dispondría de desayuno, pero sin donuts y con cerveza sin alcohol. Volvió a empujar la puerta aún con más rabia y ésta por fin se abrió hasta golpear con la pared.

Algo le sorprendió. Un hombre, calvo y corpulento yacía en el suelo del servicio, un par de metros más allá de la puerta de entrada. Tenía la cara y la camisa empapadas de sangre y se tambaleaba intentando ponerse en pie.

Robert lo miró desconfiado, pues su madre le había inculcado que no debía hablar con extraños, y este le parecía todo un espécimen. A pesar de eso, la curiosidad pudo más. Era todo un experto en encontrar por Internet a gente rara, con aficiones extrañas, de esas llamadas “frikis” y esta la tenía delante y parecía necesitar ayuda.

– ¿Señor está bien? – le preguntó al extraño.

– La puer…la puerta…un gol…un golpe…nariz. – era lo único capaz de balbucear el extraño.

– Ya entiendo, se ha dado un golpe con la puerta. – Dawson analizó la situación con su peculiar perspicacia. – ¿lo ha hecho adrede o aún anda borracho?, no me extrañaría viendo lo que le cuesta levantarse. Pues debe saber que si ha roto la puerta, el aeropuerto le podría demandar y cobrarle los desperfectos, lo vi en un capitulo de CSI. De hecho, le puedo buscar en Google lo que cuesta una puerta de estas características. ¿Sabe que en Google sale todo? Será mejor que avise a algún vigilante del aeropuerto para que sepa de los hechos, que aún seré yo el que se meta en un lío por no explicar lo que he visto. – pensó en voz alta.

– No…la maleta…ayuda… – dijo el extraño mientras señalaba a su derecha.

Robert dirigió la mirada siguiendo el dedo del hombre, hasta observar que en el suelo había una maleta negra abierta y con su contenido desparramado por su alrededor.

– No se preocupe por su maleta ni por su contenido – le dirigió al extraño agitando la cabeza en gesto de reprimenda – debería preocuparse por la puerta y no por esos pedruscos que lleva en esa maleta. Realmente si que es un tío raro – volvió a pensar en voz alta.

Dawson salió del servicio, dejando a aquel atolondrado hombre sentado en el suelo de los servicios, y volvió, minutos después, con un agente de aduanas.

El agente observó la situación, el hombre sentado en el suelo empapado en sangre, la maleta con las piedras…cogió la radio que llevaba colgada a la cintura y solicitó refuerzos, un altruista ciudadano había conseguido reducir a uno de los peligrosos contrabandistas de meteoritos que durante tanto tiempo habían perseguido.

En minutos, llegaron varios agentes que esposaron al contrabandista y se lo llevaron a rastras. Mientras, des del fondo de un urinario, Dawson, gritaba “¡no se olviden de hacer fotos de la puerta para cobrarle los desperfectos!”