miércoles, 9 de julio de 2008

Mark Stevens

Por Carla Lopresti

Hola, mi nombre es Mark Stevens, y si no tienen nada mejor que hacer, los invito a que lean esta carta, en la que les contaré por qué me encuentro solo en este bar, y la razón por la que dentro de una hora estaré muerto.
El hombre con traje y sombrero negro y la mujer pelirroja sentados en frente mío me invitan a una copa, para que nadie sospeche, especialmente Phill, que están allí sólo para quitarme lo poco que me queda. Aunque ella me mira a través de sus oscuros lentes, puedo verle la misma mirada amenazadora con la que me miró aquella noche, hace ya un mes, cuando sentados alrededor de una mesa redonda, en aquel cuartucho húmedo y abandonado, y junto a cinco perdedores más, me arrebató lo poco que me quedaba de dignidad. Phill, el camarero, ajeno a lo que está sucediendo, me sirve un whisky con hielo. Sabe que es mi bebida favorita.
Acudí aquella noche a aquel antro convencido de que sería la última vez. Sólo deseaba, sólo necesitaba, ganar mi última partida para saldar todas mis deudas. No podía regresar a casa y decirle a Linda que había vuelto a perder. Que nuestra casa ya no era nuestra, que nuestro auto, ya no nos pertenecía. Pero es obvio que la suerte nunca me acompañó, y menos desde que la bebida se transformó en mi mejor compañera.
La tienda que se encuentra al frente del bar de Phill, es mía, es lo único que me queda, pero debo elegir entre la tienda y Linda, a la que ellos han secuestrado hace dos días. Y todo por no pagarles la deuda de aquella noche, iluso, pensando que me la perdonarían. Si le hubiera hecho caso a Linda cuando me imploró no seguir reuniéndome con aquella gentuza, y dejar la bebida, quizás ahora estaríamos juntos, aún tendríamos nuestra casa y seguiríamos trabajando en nuestra tienda. Quizás. Pero como de costumbre, la ignoré y me dejé llevar por las promesas irresistibles de una vida más cómoda y lujosa que me ofrecía aquella mujer, tan irreal, tan atractiva, tan endemoniada, que ahora no me quita la vista de encima.
Ya no me queda nada, sólo este vaso de whisky y la sonrisa amable de Phill. La calle oscura está desierta. No puedo salir corriendo del bar ni pedirle ayuda a nadie. Por una vez en la vida debo hacer algo de lo que Linda se sienta orgullosa, aunque no vuelva a verme. No puedo refugiarme en mi tienda, porque ya no es mía. Luego de entregársela a esta gente me dirigiré al baño de Phill.
Allí he dejado escondida mi pistola, detrás de la papelera. La colocaré justo en medio de mi frente, encima de mis ojos, y apretaré el gatillo. No creo que me sea tan difícil, ya la he usado otras veces, algo que Linda nunca sabrá de mi pasado.
La mujer de los lentes oscuros me hace la seña acordada, y yo le entrego a Phill un sobre en donde he guardado el poco dinero que me quedaba y la llave del local para que se lo alcance. La policía que hace su recorrido nocturno no debe sospechar nada. Debo mantenerme en calma. Con un pañuelo quito las gotas de sudor que me caen por la frente.
Phill le entrega el sobre a la mujer sin cuestionamientos. Esta mira al hombre de traje negro que se encuentra a su lado y murmura alguna cosa que no alcanzo a oír.
Ambos se ponen de pie, y luego de mirarme fijamente a los ojos, y esbozar una cruel sonrisa, cruzan la puerta del bar desapareciendo de mi vista.
Ahora sí, mi mujer será liberada. Podrá olvidarme y comenzar una nueva vida. Ya no la haré sufrir más.Saludo a Phill . Me marcho al baño.

1 comentario:

Aula de Escritores dijo...

Me ha gustado mucho el comienzo de este texto, puesto que al anunciar que quien escribe la carta va a morir atrapa la atención de cualquier lector al instante. La forma en que se va desgranando la historia está muy bien conseguida y los personajes son fácilmente imaginables y creíbles, puesto que apelan al imaginario colectivo (parecen sacados de una película de cine negro). Quizás al final hubiera añadido un breve párrafo en el que el protagonista se dirigiera al lector potencial de la carta del mismo modo en que se hizo al comienzo.

Ángela Alonso Amador