lunes, 31 de enero de 2011

- Creo que estás exagerando.
- Pues yo creo que no - sentenció Michael. - Tú acabas de llegar Daniel, y yo llevo una eternidad haciendo este trabajo, y te digo que ya no queda nadie que quiera ser salvado.
   Íbamos por la calle, caminando a toda prisa en busca de su siguiente ‘encargo’ y yo debía de estar empezando a ponerle de los nervios.
- ¿Y entonces por qué sigue enviado ángeles aquí? – pregunté. - ¿Qué sentido tiene?
- Nos sigue enviando porque forma parte del sistema, pero el sistema se ha quedado anticuado, somos parte de la rutina. Llevo siglos viendo como los protegidos cada vez nos escuchan menos, no se dejan guiar ni aconsejar. Se encierran en sus burbujas de independencia y no distinguen cuándo están tomando las decisiones equivocadas. El mundo moderno les ha absorbido el cerebro y ya no ven más allá de sus narices.
   Hizo una pausa para coger aire y me miró de reojo. Michael tenía que explicarme cómo funcionaba nuestro trabajo y no lo estaba pintando de color de rosa precisamente.
- Pero sabes que en el fondo aun tienen la idea en su subconsciente – continué con una media sonrisa. – Que saben que siempre hay alguien que vela por ellos.
- ¿La idea en su subconsciente? ¿De ángeles de la guarda? – contestó exasperado – Te diré una cosa: ni siquiera como criaturas mitológicas nos tienen en cuenta. ¿O es que no te has dado cuenta de que vampiros y hombres-lobo son los nuevos “guays” de la clase?
- Creo que te estas volviendo un poco cínico.
- Puede ser – continuó. – Pero ya veremos lo que piensas tú cuando lleves tanto tiempo como yo bajo esta piel, viviendo entre ellos y sintiendo como ellos.

   Dando por zanjado el tema, Michael me pidió que sacara mi móvil del bolsillo del pantalón.
- Bueno, si queremos encontrar al siguiente protegido más nos vale entender qué es lo que estamos buscando, ¿qué decía el mensaje? – preguntó mientras yo abría el último sms recibido.
- "El rojo del fuego perdido atravesará el río que no duerme ni de noche ni de día" - leí en la pantalla.
- Firmado: ‘El Jefe’ – añadió Michael con ironía. – Tan críptico como siempre… ¿Alguna idea de a quién estamos buscando? – remató alzando una mano para que le pasara el aparato.
   De repente se detuvo en seco agitando el teléfono justo delante de su cara.
- ¡Genial! ¡Perfecto! – soltó en el tono más sarcástico del que fue capaz. – Ayer me doy de bruces contra el cristal de la puerta automática del supermercado que no se abrió a mi paso y ahora el maldito Iphone no reconoce el tacto de mis dedos… Esto debe de ser la constatación definitiva de que ya he perdido mi alma… - concluyó pasándome el móvil mientras yo me carcajeaba ante la ocurrencia.
   Después de aclararme que no había ningún río en la ciudad y que era poco probable que nada en llamas atravesara un supuesto cauce, nos encontramos sin pistas que seguir por lo que sugerí dejar la búsqueda para el día siguiente y propuse un atajo para llegar a casa.

   En la artería principal de la ciudad, junto a nosotros, en la isleta que separaba los tres carriles en cada sentido, vimos como la joven con auriculares en los oídos y tecleando en su Blackberry comenzaba a cruzar la vía sin percatarse del camión de reparto que se aproximaba, más rápido de lo que debería.
   Michael se abalanzó sobre ella y agarrándola de la cintura tiró hacia atrás, amortiguando la caída de la joven con su propio cuerpo. Pasado el susto Michael la ayudó a levantarse y, cuándo ella alzó la cabeza y la miró a los ojos, entonces ocurrió: el cínico que tenía respuestas para todo se quedó sin habla.
- Vaya… mi ángel de la guarda – dijo la joven con una sonrisa, alternando la mirada entre los ojos de Michael y sus manos aun entrelazadas. – Espero volver a cruzarme contigo.
   Michael reaccionó lo suficiente para soltar lentamente su mano, y como en medio de un sueño vio a la mujer con un abrigo color rojo intenso atravesar la corriente incesante de coches. Parpadeó y giró la cabeza para susurrar:
- ¿Qué ha sido eso?
- Eso, ha sido la forma de demostrarte que a veces hasta los ángeles de la guarda necesitan de un ángel de la guarda que los guíe cuando se pierden – contesté sonriendo.
   Michael volvió la cabeza de nuevo, mirando a lo lejos la silueta roja que se alejaba.
- Por cierto – añadí, - deberías ir a buscarla. Creo que a los dos os vendría bien vuestra mutua compañía.
   Con un sincero ‘gracias’, Michael emprendió su nuevo camino y yo continué el mío, con la satisfacción del deber cumplido.

domingo, 30 de enero de 2011

Suena el despertador....

Suena el despertador y da comienzo un día más de tristeza infinita. Pasar del calor de las sábanas y del sosiego de un sueño hermoso, donde todo es posible, donde todos están... a la realidad de la ausencia.

Lo primero entreabrir los ojos y comprobar que no hay nadie al lado y, por si la vista engaña, acariciar con las manos el frío del vacío en la cama. Y sintiendo una punzada que atraviesa tu corazón y desgarra tu alma, ser consciente de que la soledad es ahora tu compañera.
Asirla de la mano y levantarte, sintiendo que la carne parece plomo, y cada paso y cada movimiento son ahora un esfuerzo agotador.

Lavarte la cara y ver en el espejo que alguien te mira y es el vivo reflejo de la pena más honda.
Y abrir la persiana para que la luz inunde las tinieblas que te acompañan, sin conseguir que desaparezcan los grises que colorean tu vida ahora.

Sacar la ropa del armario y ver sus trajes, que todavía desprenden su aroma, y aferrarse a ellos como último reducto de su presencia. Envolverse en ellos, dejar que te arropen y estallar en sollozos, porque los ojos ya están secos por las lágrimas vertidas.

Preparar el desayuno con el movimiento automático e involuntario de coger dos tazas y al echar el café, darse cuenta de que sólo uno tomará café hoy, y mañana y al otro... Y guardar la taza de nuevo en la vitrina, como han quedado guardadas tantas otras cosas: la felicidad, la alegría, las sonrisas, los besos...

En un intento inútil de vencer el mutismo de la soledad encender la televisión y mirar sin ser visto, oír sin ser escuchado. Y sentir que esa caja cuadrada parlante será quien llene los silencios de la casa a partir de ahora.
Mirar el reloj y, en lo que parece que ha sido una eternidad, comprobar que sólo han pasado unos minutos, y que el tiempo se ha transmutado haciendo que lo que ha sido toda una vida parezca apenas unos instantes, y en cambio cada segundo ahora se alargue, aumentando el calvario de la espera.

Escuchar sonidos familiares, de rutinas vividas, que traen recuerdos de momentos felices que se esfuman apenas antes de poder saborearlos.

Y sentarse a mirar las fotos que dejan constancia de que existió lo que ahora parece una fantasía, y permitir que el ojo vea lo que la memoria se esfuerza en esconder porque no soporta la tristeza de su pérdida.
Acariciar en el papel la piel sentida y ver esos ojos que tanto te han dicho sin necesidad de palabras, con el misterio de la complicidad creada a base de tanto cariño compartido.

Y tener la certeza de no poder vivir así, anclada en la pena de la pérdida, en la tristeza de la ausencia, en la angustia de la soledad.
Sin amor en el corazón, sin calor en el alma...

Coger papel y escribir: Suena el despertador y da comienzo un día más de tristeza infinita...mientras una fina línea rasgada en la muñeca deja escapar esa sangre que te retiene y que va tiñendo de rojo el gris que en ti se había instalado.

martes, 25 de enero de 2011

Clá, Clá, Clá

Gloria aparta la vista de la pantalla de ordenador y suspira. Dirige su mirada a la estantería repleta de libros que tiene a su derecha y la posa sobre el busto de Beethoven que Marina, su jefa, le regaló las Navidades pasadas (seguro que antes pertenecía a su ex marido). Se levanta, los cinco pasos que da hasta colocarse delante de la figura resuenan en el despacho y, tras unos segundos de indecisión, estira el brazo para alcanzarla. Una vez la tiene en la mano, la sopesa. «Contundente, sí... pero quizás demasiado, tampoco quiero pasarme», medita mientras vuelve a colocarla en su sitio. «Tiene que ser algo limpio, parecer un accidente», piensa cuando ya sus tacones anuncian que se dirige de nuevo a la mesa de trabajo. Se sienta con cuidado para no arrugar el vestido que estrena. Lo compró especialmente para esta noche, su primera cita con Andrés, que por fin se atrevió a invitarla al teatro. ¿Cuánto hace que no sale con un hombre? Ya casi ni lo recuerda. ¿Sabrá cómo actuar? ¿Habrán cambiado las reglas desde su última vez? Hoy en día todo va tan rápido...

Suena el teléfono. «Gloria, ven un segundo», se oye decir a Marina desde el otro lado de la línea. Es la tercera vez que la llama esta mañana. La primera fue para quejarse de que no le hubiera recordado que la próxima semana debían entregar el plan de marketing para los próximos seis meses (pero si lo dejamos cerrado la semana pasada, ese jueves que estuvimos aquí hasta las diez de la noche); y la segunda para pedirle que le pasara la última versión del plan, porque no tenía claro si los productos y los efectos deseados de las diferentes actividades estaban bien definidos. Desde que se divorció de su marido un mes atrás, no había habido día que no se hubieran tenido que quedar hasta tarde para preparar la reunión del próximo mes con los japoneses (nunca se está demasiado preparado con esa gente), revisar los informes de evaluación de la campaña del mes pasado (¡por cuarta vez!) o pensar en una nueva disposición para los muebles del despacho (es un espacio tan pequeño que tenemos que despejarlo, si no, el día menos pensado nos encontrarán enterradas bajo montañas de informes, post-its y libros). Todo urgentísimo, por supuesto.

Gloria se levanta con desgana, seguro que ahora le dirá que deben quedarse para hacer los retoques finales al plan de marketing. Con cada uno de los seis golpes de tacón que la llevan a la puerta del despacho, se dice que esta vez le dirá que no, que, sintiéndolo mucho, no puede quedarse, esta noche especialmente, pero tampoco la siguiente, ni la otra, ni la de más allá. Sus pulseras suenan al ritmo de los tres golpes que da a la puerta antes de entrar, y se escuchan sus seis pasos hasta la mesa. Marina levanta la vista por encima de sus gafas y, lo que se temía, le anuncia que tendrán que quedarse esta noche hasta que todo cuadre a la perfección. Precisamente esta noche...

Mientras su jefa habla, la mente de Gloria se dispara buscando vías de escape. Quizás podría disolver un poco de laxante en el café que, como todos los días, le pedirá a media tarde. O dejar inadvertidamente una de las canicas que ha comprado para su sobrino ante la puerta del despacho; con suerte, al salir, Marina se resbalará, se romperá un pie y deberá pasar la tarde en urgencias. Otra opción podría ser provocar un pequeño incendio en la oficina, quizás dejando alguna colilla mal apagada en la papelera; con el caos de los bomberos seguro que los mandarán a todos a casa y se acabará el trabajo por hoy.

Absorta en sus pensamientos, Gloria no se ha dado cuenta de que Marina ha terminado de hablar y se ha quedado observándola. «¡Qué guapa te veo hoy! ¿Cuál es la ocasión?». A Gloria le empiezan a sudar las manos, ahora es el momento de contárselo. Traga saliva, carraspea, toma aire y se sorprende a si misma diciendo: «No, nada, un vestido nuevo que me compré el sábado, me apetecía estrenarlo». Marina apenas puede escuchar las últimas palabras de Gloria, que quedan mitigadas por el sonido apresurado de sus tacones, mientras la acompañan de vuelta a su mesa. Clá-clá clá-clá clá.

Los dias de otoño

EJERCICIO DE RELATO


Hoy es el gran día.

Después de dos años sin saber nada el uno del otro, hoy Anna y Juli volverán a encontrarse.
Anna se pregunta tantísimas cosas...desde cómo vendrá vestido, si estará tan nervioso como ella, si su migraña le habrá mejorado...a la expresión de sus ojos en cuanto sus miradas se encuentren.
Todas estas dudas se resolverán dentro de una hora.

Juli siempre fue una persona difícil. Es una persona introvertida y cuando Anna le conoció se dio cuenta muy rápido. A Juli le cuesta abrirse y relacionarse con personas, pero una vez encuentra amigos, se desvive por ellos. En dos años no cree que haya cambiado demasiado, es su carácter y no cambiará.
Cuando se conocieron, hace unos años ya, como bien explicaba antes, Anna se dio cuenta enseguida de su introvertido carácter y su seriedad, pero aún así a Anna le pareció una persona encantadora, un hombre educado e inteligente.
Su sensibilidad enseguida le hizo sentir especial. Juli al poco tiempo, siempre le explicaba que con ella no le costaba abrir sus sentimientos, que enseguida le cogió mucha confianza. Al poco tiempo de charlas y contacto frecuente se enamoraron.

La relación empezó mal desdel principio. Todo eran problemas grandes a cosas aparentemente sencillas. A la pareja le costaba adaptarse el uno al otro y por mucho que se amaran, nunca daban con un punto de encuentro común. Al cabo de tres años de relación bastante tormentosa y fría decidieron romper y que cada uno escogiera su camino en la vida.

El mes pasado hizo dos años que rompieron, y ninguno supo ya más del otro.
Hasta que por esas casualidades de la vida, Juli en una librería vio un nuevo libro de Anna publicado. No se lo pensó dos veces y enseguida la llamó al móvil. Anna no podía creer que fuera él cuando vio su nombre en la pantalla. Nerviosa descolgó el teléfono y empezaron a charlar. Juli, muy animado le explicó que había visto su libro en una librería pequeñita de Barcelona. Le dijo que había estado ojeando las ilustraciones y que le encantó. Lo había comprado. Anna se sintió muy alagada, ya que Juli nunca la había apoyado demasiado sobre su trabajo y eso Anna lo llevaba muy, muy mal. Fue una de las muchas causas de ruptura.
Entonces fue cuando pasaron a otro nivel en la conversación y Juli le preguntó que tal estaba, cómo le iba el trabajo, etc., etc...Juli le propuso en que se vieran la tarde del viernes para tomar un café en el centro de la ciudad. Anna enseguida aceptó su propuesta. En el fondo se moría de ganas de verlo. Se dio cuenta en ese momento de lo mucho que le echaba de menos y de cuánto le seguía necesitando.

Anna en su casa, estaba realmente nerviosa. Se sentía como una adolescente en su primera cita, se dio cuenta que hacía mucho tiempo que tenía dormida esa sensación de cosquilleo en el estómago. Anna jamás le olvidó y no había día que pasara que no pensara en él. Cada día se preguntaba cómo le irían las cosas, si tendría pareja, si seguiría en el mismo trabajo...Saldría de todas estas dudas en una hora.

Anna cogió el metro muy puntual. Enseguida llegó a la parada donde a pocos minutos caminando se encontraba el café en el que Juli la estaría esperando dentro.
Mientras caminaba por la calle dirección al local, ella iba recordando los buenos momentos de la relación y a la vez se daba cuenta, que la ruptura no la había llegado a superar. Decidió desconectar de todo aquello y se propuso ser feliz esa tarde.

Llegó al café y desde la calle vio sentado a Juli esperándola en una mesa. Él aún no la había visto entrar. Anna respiró hondo y entró dentro. Les esperaba una intensa tarde de lluvia.


Leia.

lunes, 24 de enero de 2011

Encuentros

Ahí estaba ella, sentada en el sillón, fumando un cigarrillo y apuntándome con una pistola. Sus ojos azules clavados en los míos, con un temple y una mirada tan fría que podría helar hasta la médula. Me ponía más nervioso ella que el arma que sujetaba.

Toda ella era preciosa. Alta de curvas sensuales y firmes, de cabello rojizo y sutilmente rizado como las llamas de un fuego, de ojos tan vivos y azules que te hipnotizaría haciéndote perder la noción del tiempo.
Cualquier hombre se sentiría atraído por ella, si no fuera porque saltarían las alarmas en tu interior avisándote que no te acercaras, pero no les harías caso porque el riesgo y la emoción te dirían que siguieras adelante.
Su cigarrillo se mantenía firme, sujetado por su mano izquierda mientras su codo descansaba en el apoyabrazos del sofá. La otra mano, relajada y sujetando el arma, la tenía en el otro apoyabrazos del sofá, mientras sus piernas se mantenían cruzadas con tal sensualidad que volvería loco a cualquiera.

Mientras yo estaba de pie contra la pared entre ventana y ventana de mi sala de estar, oyendo los helicópteros de la policía recorrer mi apartamento y sus focos apuntando desde la calle a mis ventanas iluminando toda la habitación. A esas horas de la noche la luz que entraba era la que dejaba pasar las persianas, dibujando haces de luz horizontales por las tres paredes de la habitación. La luminosidad restante era tenue como la más tétrica obra de terror jamás escrita.

La mujer seguía mirándome desde su cómodo asiento, sus ojos me estudiaban como si pudiera leer mis pensamientos. Había algo extraño en ella, fuera de lo común, lo presentía pero no sabía que era. Por no decir que la angustia no me dejaba pensar con claridad. Mi corazón latía tan rápidamente que creía que saltaría de mi pecho y saldría corriendo.

Desde la calle se oía a la policía decir por megafonía que se rindiera, que todas las salidas estaban cubiertas. Me hacían dudar de si conocían mi presencia, el rehén que ella había conseguido. Miré al suelo, cabizbajo y pensé que lo único que quería era que terminase ese infierno.
- En qué piensas? -. Su voz sensual me despertó de mis pensamientos.
- No entiendo que haces aquí, que quieres? -. Le contesté con mi voz temblorosa.
- Nada especial, hago turismo -. Su cara mostró una sonrisa burlona.

Me dio mucha rabia su sarcasmo, esa falta de escrúpulos y sentimientos, hasta tal punto que iba a abalanzarme sobre ella cuando de repente se levantó, acercándose a mi y estirando su brazo derecho para apuntarme el frío cañón su arma en mi sien. En ese instante me helé, sentí como mi corazón se detuvo, esos segundos parecían eternos.
Apartó la mirada para tomar otra calada de su cigarrillo y exhalarlo lentamente mientras observaba como el humo se expandía por todo el salón.
- Tranquilo gatito, no querrás que haga tiro al blanco contigo?.

Me quedé inmóvil mientras me agarraba por el cuello de la camisa, dándome media vuelta y me empujándome a la ventana. Al principio no entendí que hacía, pero luego me di cuenta que me usaba como escudo mientras ella observaba por la ventana. Yo hice lo mismo, miré por entre las hojas de la persiana a la calle.

Al cabo de unos segundos, noté un dolor punzante en el cuello mientras ella me sujetaba con firmeza.

- Ah!, que haces? -. Le dije dolorido.
- Estás haciendo un favor a los Nah'lok y no te haces a la idea de su importancia -. Susurra.

Acto seguido me aparta de la ventana haciéndome caer al suelo. De repente me siento aturdido, la mujer sigue de pie mirándome mientras se guarda un tubo metálico en la parte posterior de sus pantalones.

- Será mejor que no te resistas -. Me dice con voz sensual.
- Qué me has hecho?.- Le grité, pero no obtuve respuesta.

Horrorizado, me doy la vuelta y me dirijo arrastrándome a la salida, cruzando todo el comedor, sintiendo como todo mi cuerpo cada vez pesa más y mis músculos dejan de obedecerme hasta que no me puedo moverme.
Entonces oigo unos pasos al otro lado de la puerta y en pocos segundos veo como se rompe en pedazos. Conseguí reconocer a la policía entrando en mi casa, con sus armas apuntando y gritándola que no se moviera. Acto seguido, perdí el conocimiento.




Según me contaron, estuve varios días en el hospital en un coma profundo. Los médicos no sabían que había sucedido para que estuviera en aquel estado.
Cuando recuperé el conocimiento, me hicieron muchas preguntas, tanto la policía como los médicos, la verdad es que de lo único que recordaba es de aquella mujer en mi apartamento.

Los días pasaban y me sentía feliz por haber dejado atrás aquella horrible noche. Pensaba en lo que había sucedido mientras me encontraba sentado en la terraza de un bar, tomándome una fría cerveza, observando como la gente iba en barca en el estanque que tenía delante, los patos chapoteando en el agua y disfrutando del estupendo día que hacía.
Eché la cabeza hacía atrás, cerrando los ojos para sentir el sol acariciándome la piel y balanceando la silla, con el único apoyo de las dos patas traseras. Esto era de las pocas cosas que me relajaban y me hacían sentir vivo.

- Hola gatito -. Reconocí esa voz, me asusté tanto que perdí el equilibrio y me caí de espaldas al suelo.
- No sabía que fueras tan divertido -. Sonríe alegremente.
- Qué haces tu aquí? -. Le dije mirándola con los ojos abiertos como platos y sin moverme.
- Sólo quería decirte que no digas nada a nadie de lo que sucedió o te aseguro que haré prácticas de tiro contigo. Y recuerda que te estaré observando -.Acto seguido se levanta y se va.

Me incorporo rápidamente mirando a mi alrededor pero no la vi por ninguna parte. No entendía nada de lo que había sucedido. Pagué mi cerveza y me fui de allí.

¿QUIEN ES?

- ¿Si…., dígame?
- Hola, buenas noches. ¿Hablo con la Señora Ruiz? ¿La señora Daniela Ruiz?
- Si, soy yo. ¿Quién me llama?
- Discúlpeme por haberla molestado a estas horas, sé que es muy tarde, pero le llamo del Hospital de Santa Isabel.
- ¡¿Qué ha pasado?! ¿Quién es usted? ¿Está bien mi hijo? ¿Le ha pasado algo a mi hijo?.
- Soy María Soria, trabajo como enfermera en el servicio de urgencias de este Hospital y le llamo porque….
- ¡Pero, pero…..! ¡ mi hijo…Carlos….Por Dios! ¿le ha pasado algo?
- No, no…. Tranquilícese, por favor. Su hijo está bien. No le estoy llamando por eso, por favor, escúcheme.
- ¡Gracias a Dios! Si, si… perdóneme, me ha dado un susto de muerte. Continúe, por favor.
- Bueno, lo que ocurre es que hoy mismo hemos recibido de urgencia una mujer que ha sufrido grandes quemaduras en todo su cuerpo tras sufrir un accidente de tráfico a consecuencia de lo cual no nos ha sido posible reconocer su identidad ya que presenta quemaduras del noventa por ciento de su cuerpo.
- ¿quién es? ¿de quién se trata?
- Como le digo, no sabemos quién es ya que no la podemos reconocer porque aunque siga viva tiene sus manos totalmente quemadas, no aporta ninguna documentación y cuando llegó al hospital estaba inconsciente y por el grado de sus lesiones tuvimos que sedarla.
- Pero… y ¿por qué me llaman a mí?
- Porque justo antes de sedarla tuvo unos segundos de lucidez y pronunció su nombre. No sabemos si tiene relación con usted, pero es la única pista que hemos podido seguir.
- ¿Mi nombre?
- Si. Por favor, le agradeceríamos mucho si pudiera acercarse al hospital.
- Si, si, claro. Ahora mismo voy.
“¡Menudo susto me han dado! Menos mal que Alberto está de viaje y no se ha enterado de nada. El por lo menos estará bien dormido a estas horas.
¿Qué hora es? ¡Ah! ¡Si son las tres de la madrugada del domingo de carnaval!.¿Dónde andará Carlos? Todavía no ha llegado de la fiesta…. Espero que esté bien. Bueno, ya me he vestido. Voy a llamar a un taxi para ir al hospital”.
A pesar de que a Daniela le costó mucho conseguir un taxi a esas horas y en una noche de tanto movimiento por las fiestas de carnaval, por fin consiguió llegar al hospital media hora después de la llamada de teléfono que tanto le había alterado. Con todo girando en su mente, el miedo a lo que se iba a encontrar y la confusión que el percance le producía, ni siquiera pudo ver a su hijo, cuando se cruzaron su coche y el taxi de Daniela, que volvía a su casa tras una noche de fiesta universitaria. Carlos sí la vio y al parecerle tan extraño ver a su madre en un taxi a esas horas de la noche, decidió seguirla por si había ocurrido algo grave y pudiera necesitar su ayuda.
En cuanto Daniela se apeó del taxi, entró corriendo por la puerta de urgencias del hospital y preguntó por la enfermera María Soria. Vio a una señora de mediana edad, de rasgos latinos y con andares autoritarios que se le acercaba con paso firme mirándole directamente a los ojos.
- Hola, buenas noches. ¿Es usted la señora Daniela Ruiz? Soy María Soria.
- Si, soy yo. ¿Dónde está la mujer? ¿Qué debo hacer? ¿Por qué no me ha llamado la policía en vez de usted? Supongo que en estas ocasiones se encargará la policía de investigar tales situaciones, ¿no?
- La verdad es que sí, normalmente son ellos. Pero esta noche están tan ocupados que nos han pedido que les ayudemos en la identificación de los pacientes que nos han llegado del accidente.
- ¿“los pacientes”? ¿es que hay más de uno?
- Si. Concretamente hay cuatro. Ha sido un accidente tremendo entre una camioneta, donde iba la mujer que queremos que intente identificar, con un acompañante masculino, y una de las carrozas de la cabalgata de carnaval de esta tarde que iba de camino al pabellón donde se guardan, conducido por dos operarios del ayuntamiento. Desgraciadamente, las otras tres víctimas del accidente han perecido a consecuencia de sus graves quemaduras. Tampoco hemos podido identificar al acompañante ya que su documentación se quemó también.
- ¡Qué horror! Por favor, dígame qué es lo que debo hacer.
- Si, bueno. Por favor, sígame y le llevaré hasta donde se encuentra ingresada la mujer y díganos si la puede reconocer. De todas formas, le advierto de que no va a ser muy agradable y de que no será fácil reconocerla. Si ve que no va a ser capaz de soportarlo o se encuentra mal, por favor dígamelo sin ningún apuro.
Mientras, Carlos llegó a urgencias del hospital muy nervioso ya que no entendía qué podía estar haciendo allí su madre a esas horas, e intentó preguntar por ella, pero había tal movimiento que nadie podía atenderle. A pesar del gentío en urgencias, consiguió localizar a lo lejos a su madre y vio cómo atravesaba una puerta siguiendo a una mujer. Decidió seguirlas.
Daniela sintió una intensa angustia al entrar en una sala llena de gente inconsciente encamada, separados únicamente por cortinas, con tubos entrando y saliendo de sus cuerpos y máquinas que emitían sonidos y luces que todas a la vez aumentaban la ansiedad del ambiente. Había, además, un olor desagradable a enfermedad, desinfectante y medicamentos característico de los hospitales en un grado extremo. María la condujo hasta la cama más alejada de la sala, siempre vigilante de las reacciones de Daniela ya que era consciente de que no era un ambiente agradable y al no conocerla no estaba del todo convencida de que pudiera soportar el panorama.
Cuando María le presentó a la paciente, Daniela se quedó realmente impresionada por el estado en el que ésta se encontraba. Observó que el box donde estaba era diferente a los demás ya que más bien parecía una jaula de cristal herméticamente cerrada a través de la cual sólo podía ver un cuerpo totalmente descubierto y deformado por las grandes ampollas, totalmente hinchado, en una cama extraña, que María le explicó era un colchón de agua, y conectado a los mismos tubos y máquinas que el resto de pacientes.
- Seguramente le será difícil reconocerla y por eso he pensado que sería mejor mostrarle sus únicas pertenencias que hemos podido salvar. Lo que no se le ha quemado son parte de su cuero cabelludo y la planta de los pies. Por eso sabemos que es una mujer rubia. Por favor, écheles un vistazo…
Daniela vio que María le pasaba una bolsa de plástico y al abrirlo sacó un anillo de oro, una pulsera también de oro con colgantes y unas gafas ennegrecidas. Justo en ese momento llegó Carlos y vio la cara desencajada de su madre y lo que ella llevaba en su mano, y enseguida entendió todo… la agarró fuertemente por los hombros para sujetarla mientras ella con verdadera angustia sólo consiguió gemir mientras sujetaba en sus manos las gafas quemadas de su marido Alberto junto a la pulsera de colgantes que ella misma regaló a su hermana menor Marga las Navidades pasadas.