martes, 2 de diciembre de 2008

PASO OBLIGADO

“Al final de la tarde mi Columna sostuvo un combate de varias horas con una patrulla militar hasta la media noche. En medio del fuego cruzado, de un momento a otro empecé a ver la imagen de su hermoso rostro por entre la maleza, las sombras y los resplandores relampagueantes que traqueteaban por todos lados y por el temor a herir su figura con los fogonazos de mi metralla descuidé la defensa, mi pierna derecha se dobló sin fuerza, perdí el equilibrio, rodé por la pendiente y ahora me veo una herida por encima del tobillo que llevo apretada con el cinturón. Esto para mi está casi resuelto, como en otras ocasiones. El riesgo es que debo volver a pasar por el mismo sitio del enfrentamiento y no sé si está despejado, Tengo que hacerlo. Debo encontrarme con ella al otro lado del rio”.-Así escribió mi padre en su diario el tres de enero hace veintiocho años –dijo Ernesto a su callada acompañante, aminorando la marcha y cerrando el libro que llevaba en su mochila. -Fue valiente, no tuvo miedo, ni en su última decisión. Verdaderamente la amaba. Más que a los consejos de mi abuela para que no se expusiera.
- Son muy imponentes estas verdes y nubladas montañas cubiertas con ese olor a musgo húmedo y eucalipto. Este paisaje es como está descrito en su diario –continuo él. -No ha cambiado después de tantos años. Ahí están dos rocas tan altas como una pareja de enamorados, juntas, a la derecha –señalando a un lado del camino antes de abrirse en Y. -Ahora, debemos seguir por la izquierda con este viento que hiela la médula de los huesos y congela las fuerzas. Gracias a Dios ya estamos muy cerca, -dijo esta vez repasando el mapa que recibieron en la mañana, antes de partir, con la ruta marcada que seguirían a pie para llegar dentro de la zona de despeje hasta el campamento donde lo esperaban en la Mesa de Diálogo del Proceso de Paz.
Ernesto creía que ese era el final de su misión para este día, pero las cartas aún no se habían acabado de jugar y el oráculo no era claro. Hizo cuentas, ya eran dos horas y media caminando junto a su a compañera, mujer de unos cincuenta años de aspecto recio y firme, bajo un sombrero de paja, que la Comisión de Dialogo le asignó como guía. Ella lo escuchaba atenta, en silencio, sin mostrar cansancio por un camino cuesta arriba entre las piedras y el barro que dejó el aguacero de anoche, marcado por las huellas recientes de otros que habían pasado. Más adelante lo esperaban como Miembro de la Comisión Internacional de Paz junto a los representante del Gobierno y la Guerrilla.
- Gracias por tu compañía, -le dijo él mirándola a los ojos al detenerse -se siente menos frio cuando uno no camina solo. Mira mis orígenes - tocando las dos grandes piedras al lado del camino. -En una de ellas la vio mi padre sentada por primera vez. Lo he leído en su diario y si me escuchas te puedo contar antes de continuar: El padre de Juana, mi madre, fue el General Puerto, Comandante militar de la zona. Ella se veía a escondidas con mi padre un Comandante guerrillero. Cuando los dos se fueron enamorados para el monte el General se desenfrenó buscando a su hija, dispuso de todo el regimiento por varias semanas. Mi madre debió regresar a los pocos meses porque los dolores de parto no paraban y yo no salía. Se fue a parir a casa de mi abuela por seguridad pero no resistió el parto y murió. El comandante Puerto lo supo pero hizo creer que su hija había vuelto con él y que entregaría en adopción a su nieto ilegítimo a menos que el verdadero padre se hiciera responsable, esa fue la voz que hizo correr por entre los pueblos y las montañas hasta que mi padre le respondió. “Hoy iré a negociar con toda mi hombría y mi sangre en el pecho, a las dos de la tarde. No dejaré mi semilla tirada en tierra extraña”, escribió mi padre en su diario el tres de noviembre.

-Yo sé a dónde voy hoy, pero él no lo sabía entonces -dijo Ernesto ajustándose la ruana y los guantes. -O tal vez lo supo y no le importó. Tomó el riesgo. Fue a dar la cara. A hacerse responsable. Como decía que lo era en la Columna clandestina que comandaba en el Frente Nacional Patriótico de Liberación. Pero no alcanzó a pasar de este sitio. La sangre se le salió por el pecho y por los costados, aquí se acabaron sus pasos el día que vino a buscarme donde yo no estaba.
Soy un hijo más del conflicto que se fue a vivir todos estos años exiliado en Francia con mi abuela. Ahora regreso con la formación y la experiencia de haber participado internacionalmente en procesos pacificadores de luchas armadas porque creo que la vida no se debe derramar entre las pasiones y las balas.
-Conozco mejor tu pasado y vine a sellar tu destino entre las rocas de tus orígenes. Hasta aquí te acompaño y hasta aquí llega mi misión que no cumpliré, -dijo la cincuentenaria mujer sacando de su cintura una pistola. -Nunca estés tan seguro de nada. No tuvo que ver el General Puerto, tu abuelo materno con la ejecución de tu padre, en realidad él te buscaba para protegerte como lo hizo con tu abuela gestionándole el asilo político sin que ella lo llegara a saber. Fui yo quien con esta misma arma eliminé a tu padre porque el Alto Mando del Frente lo encontró sospechoso y lo sentenció por infiltrado y colaborador cuando vino a buscar al General por vos. Por ese diario que cargas, que tanto te sabes y por la sangre que llevas, me doy cuenta que tu padre no era más que un romántico rebelde y soñador que murió por amor. Me habían dicho que hoy vendrías a buscarme, a cobrar venganza y me infiltraron para que me adelantara y te matara. Pero no vives más que en el mundo de los soñadores como tu padre y los sueños no son mi realidad. Vienes de lejos al sueño del diálogo y la paz. Yo vivo la guerra, lucho por la desigualdad con las armas y combato cosas reales. No creo en estos acuerdos. No sos mi objetivo como yo no soy tu motivo. Por eso dejo que sigas tus pasos en tu mundo que yo me quedo con los míos. Soy la última página no escrita en el diario de tu padre y no la seré en tu diario personal –dijo la mujer arrojando el arma entre las dos rocas y saliéndose del camino.

Melqui Barrero G.

3 comentarios:

Juanmi dijo...

Magnífico Melqui.

Me ha encantado. Me gusta el ritmo que tiene, me gusta la historia, y me gusta el estilo.

Se entiende perfectamente, es ordenado y muy emotivo.

Hasta el final me gusta, aunque igual yo lo habría descrito de otra manera. Pero caracterizas muy bien a los personajes, creas empatía y antipatía, no cuentas, enseñas.

Grandioso, me ha encantado.

Manuel Santos dijo...

La verdad es que a mí me ha parecido un pelín confuso. Seguramente por eso no he logrado empatizar tanto con la historia, pues cuando uno se siente perdido está más pendiente de volver hacia atrás, o de volver a comenzar, que de meterse dentro de la historia.
Desde luego, una segunda lectura me ha cambiado la perspectiva.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por sus amables comentarios.
Presento este relato en un contexto entre lo humano y romantico y la realidad social de muchas personas en el mundo.La tension en que viven esperando la solucion a estos conflictos entre la paz y la guerra es la de la vida misma frente a la muerte, sin tener un claro origen de las causas y un indescifrable final de las consecuencias.
Por otra parte nadie quiere volver a pasar por las mismas rocas de dolor a repetir la historia.