miércoles, 17 de diciembre de 2008

Serendipias

Domingo 30 de noviembre de 2005. 6:20 de la tarde. Asomó su cabeza lentamente por la ventana de la sala, como una tortuga cuando emerge de su caparazón. Cerró la compuerta de sus párpados y disfrutó por varios segundos de la hipnotizadora voz del silencio. Separó con delicadeza el pegamento de sus pestañas y sus pupilas no pudieron evitar compadecerse del Sol, ése cuerpo esférico imperfecto que día tras día agota sus últimas dosis de energía jugando al escondite y siempre resulta capturado por un dantesco abrazo de la oscuridad.
El viento comenzó a resoplar con fuerza. Con tanto ímpetu que su lápiz se le resbaló de la mano derecha y cayó sobre la arcaica alfombra de color ocre que decoraba nuestra amplia sala de paredes frías. Se agachó con pereza para recogerlo y descuidó por un instante la hoja de papel en la que escribía su primera historia y sobre la cual tenía más de dos horas trabajando.
Una historia que mis ojos vieron salir por la ventana como una extraña sin rumbo y a los pocos minutos entrar por mi puerta en forma de alma gemela. Voló lejos, muy lejos, como si un virtuoso piloto estuviera en la cabina de mando de aquel avión de papel incompleto. Una vez que la perdió de vista, llenó de aire sus pulmones y gritó con toda su fuerza: ¡Joooder!...
Apenas Felipe pronunció la J, el eco del improperio provocó que me levantara sobresaltado del incómodo sofá en el cual intentaba tomar la siesta.
- Lo siento, bro – así me solía llamar Felipe en aquella época - No pude evitar descargar mi rabia. Es obvio que no sirvo para éste oficio de escritor. Por fin me sentía inspirado y una ráfaga de viento vino y se llevó mis pensamientos – me dijo con cara de desencanto.
- Tranquilo, Felipe. No pasa nada. ¿Por qué no lo vuelves a escribir. ¿De qué iba la historia?. Seguro aún la tienes dentro de tu cabeza - le respondí para animarlo. En verdad sentía lástima por mi compañero de piso. Se había apuntado desde hace dos semanas en un taller de escritura y aún no había podido finalizar su primer relato.
- Ése es el problema, Marcos. No sé a dónde quería llegar con ésta historia. Sólo llevaba escrito nueve párrafos pero en mi cabeza sonaban tan agradables como la 9na Sinfonía de Beethoven.
- Creo que no debe ser muy complicado superar la obra de un tipo sordo – le argumenté con ironía - Exiges mucho de ti. Relájate. Estás bloqueado. Deja que tus pensamientos fluyan. Eres un tipo sensible, seguro pronto se te ocurre algo bueno.
Caminé hacia la puerta de entrada, me puse el abrigo, la bufanda, un par de guantes y antes de salir, le comenté: Necesito tabaco. Bajaré al Bar de Manolo. ¿Quieres algo?.
- No, gracias, - respondió con aire dubitativo -. Sin embargo, apenas me marchaba me detuvo y balbuceó: Bueno, si te tropiezas por ahí con mi historia, te agradecería que me la trajeras de vuelta.
- Sí, claro. Si el videoclub sigue abierto te traeré Lo que el viento se llevó - sonreí y cerré la puerta.
El bar de Manolo era un lugar cutre, rancio, desordenado, impregnado de olor a lejía. Tal como su dueño. Cinco mesas mal dispuestas a la derecha de la entrada y una pequeña barra al fondo generalmente inundada de los borrachos de la cuadra. Mi único interés en entrar al antro era que a Manolo nunca le faltaban cigarros en su bar.
- Buenas tardes Manolo, dos cajas de Marlboro rojo, por favor.
- De buenas no tienen mucho. Éste clima invernal ahuyenta a mi clientela habitual. Sólo está usted y la pelirroja de la mesa 4 que acaba de llegar – confesó Manolo sin ni siquiera levantar la mirada.
Dirigí de inmediato mis ojos hacia la mesa 4 y ahí estaba ella. Delgada, joven, con una larga cabellera roja, rostro agradable y anteojos de pasta que le deban un toque de intelectual. La blanca piel de su cara aún tiritaba. Vestida elegante, con un largo abrigo negro que le llegaban a su rodillas y unas espectaculares botas marrones de cuero que a lo lejos se notaban que eran de marca.
Me acerqué tímidamente y le pregunté: Disculpe señorita, tendrá fuego. Me inspeccionó durante un par de segundos y sacó de su bolsillo izquierdo una arrugada hoja de papel y un mechero. Me pasó el mechero y de inmediato su rostro se quedó absorto tras mirar la hoja de papel que sostenía entre sus dos manos. Le di las gracias y mientras encendía el cigarro, me fijé que aquel papel cuadriculado era idéntico al que solía utilizar Felipe cuando escribía. Miré más de cerca y detallé que la letra de lo escrito era la de Felipe, ¡era su historia!, lo que me había pedido que fuera a buscar. No podía existir tanta casualidad. ¡Se alegrará un montón!, pensé.
- Disculpe, señorita. Esa hoja de papel que tiene entre sus manos. ¿Es de usted?- la interrogué.
Me miró extrañada y con una dulce voz alegó: - Me la acabo de encontrar en la calle. Llegó volando directo a mis pies. Leí lo que había escrito y me conmovió. Me la voy a quedar. Capaz es una señal.
- Debo informarle que esa historia a medias que usted acaba de leer pertenece a un buen amigo mío y me gustaría llevársela de vuelta a casa para que pueda terminarla.
- En ése caso tendré que acompañarlo a su casa. No crea que estoy coqueteando con usted. Sólo deseo conocer al escritor.
- ¿Escritor? Levanté las cejas y solté una sarcástica carcajada.
La situación era demasiado inusitada. Había salido en pijama, sin peinarme. Lo único decente en mí era el abrigo que usaba para protegerme del frío y en menos de cinco minutos estaba de vuelta en casa con una espectacular pelirroja a mi lado.
Abrí la puerta y llamé a Felipe de inmediato. - ¿La encontraste?, me preguntó antes de percatarse de la grata compañía. La chica seguía con el papel entre sus manos. Ambos se miraron fijamente a los ojos y yo me aparte para no incomodarlos.
- Aquí te la traigo, dije con una enorme satisfacción.
- Hola, me llamo Elena. Vengo a devolverte tu relato. Realmente me ha encantado. Sólo deseo saber ¿De qué va la historia?, ¿Cómo termina?.
Miré a Felipe de forma retadora y ambos nos sonreímos con complicidad. Segunda vez en menos de diez minutos que alguien le repetía la misma pregunta. Felipe se quedó pensativo y al cabo de varios segundos respondió: supongo que se trata de las serendipias.
Hoy han pasado tres años desde aquél día. Es 30 de noviembre de 2008. Estoy aquí, parado enfrente a todos ustedes porque soy el único testigo capaz de contarles cómo se conocieron los recién casados. Nunca he leído lo que Felipe escribió aquél día, pero sin duda la historia iba de amor y apenas comienza a escribirla.
Ambos me dieron un efusivo abrazo, unieron sus labios como sello del gran compromiso que desde hoy habían adquirido y todos los invitados se pararon a aplaudir. ¡Que vivan los novios! se oía constantemente entre los presentes.
Felipe agarró el micrófono con su mano izquierda y extendió hacia mí, su mano derecha. Dentro de ella escondía un habano Romeo y Julieta que yo le había obsequiado horas antes de su boda. Lo encendió, dio una calada, acercó su boca al micrófono y se limitó a decirme: Gracias, bro.... Gracias por fumar…

G.A.M.E. 4/12/08
Taller de escritura creativa

1 comentario:

Manuel Santos dijo...

Ei, muy bien, a mi me ha gustado mucho.
Quizá hubiera cambiado el principio, que estéticamente es muy atractivo pero no me parece muy funcional (vaya, que yo hubiera ido más al grano, igual hubiera empezado directamente con la hoja que sale por la ventana).
Éste momento me ha hecho muchísima gracia: "- ¿Escritor? Levanté las cejas y solté una sarcástica carcajada."

Reitero que me ha gustado mucho.
Un saludo