miércoles, 3 de diciembre de 2008

El Elefante

El comisario Castro esperó unos segundos a que sus hombres guardaran silencio.

–Chicos, ha habido una denuncia por robo en una tienda de antigüedades en la zona del centro. Iros para allá y hablad con el propietario a ver qué sacamos en claro. ––explicó mientras entregaba a su subordinado una delgada carpeta con los detalles de la denuncia.

–A sus órdenes, don Lorenzo –Contestó Miranda, poniéndose en pie.

Paco y sus hombres se dirigieron hacia el pequeño establecimiento. Al abrir la puerta se oyó el típico sonido de unas campanillas que colgaban del techo y que anunciaban al dueño que tenía visita.

–Buenas tardes. Inspector Francisco Miranda. –Paco mostró su placa y pasó a presentar a sus compañeros. –Estos son los subinspectores Moreno y Fernández. ¿Es usted el señor Olivares?

–El mismo. Adelante agentes.

El propietario era un hombre bastante mayor. Tenía la apariencia de sobrepasar de largo los setenta años. De aspecto enjuto, en su nariz sostenía unas diminutas gafas.

–Venimos ha realizarle algunas preguntas relacionadas con el robo que usted mismo ha denunciado.

–Así es. Esta mañana entraron unos jóvenes que estuvieron mirando algunas piezas, no compraron nada pero, por desgracia, cuando se marcharon comprobé que faltaban objetos de enorme valor cultural y personal.

– ¿Nos puede facilitar una lista con esos objetos, caballero? –preguntó Lucas.

–Un cenicero en forma de elefante –Respondió el hombre en seguida, de manera un tanto precipitada.

– ¿Cómo es esa pieza?

–Bueno, es especial para mí, por el significado personal que tiene. Se trata de un cenicero de cobre que imita a un elefante con la trompa hacia arriba.

–Eso da buena suerte, Lucas, que lo leí en la revista Más Allá.

Paco puso los ojos en blanco.

–Mariano, leche, ¿eso qué más da? Céntrate en lo que estamos, hombre.

Lucas continuó con las preguntas.

– ¿Alguna otra cosa que añadir a la lista?

–Bueno, sí, creo que un par de cajitas y otros tantos ceniceros.

–Pues muchas gracias señor Olivares, ya le llamaremos –resolvió Lucas, enfilando sus pasos hacia la puerta de salida.

Mariano y Paco se miraron incrédulos, luego siguieron a su compañero hasta la calle.

–A ver, Lucas, ¿se puede saber qué puñetas estás haciendo? –Preguntó Paco – ¿Cómo que ya le llamaremos?

Mariano intervino también.

–Le llamarás tú, so listo, si no le has preguntao ná, que estás tarao, a ver ¿por dónde vas a empezar a tirar del hilo? ¿Eh? Que no sabes ni cómo son los ladrones ni cuántos eran ni ná… al menos podíamos haber tomao las huellas, que eso es de manual.

–A callarse tol mundo. Mira Paco, yo a este robo le veo lagunas –contestó Lucas muy seguro.

–Ya estamos, Paco. Tú no le hagas ni caso al descerebrao este, ¿eh? Que empezamos con las lagunas y acabamos en el pantano –dijo Mariano llevándose la mano a la frente.

Paco miró a Moreno con complicidad y se dirigió a su yerno utilizando un tono sereno.

–Amos a ver, Lucas, tú estás obsesionao, porque ya me contarás a santo de qué le ves lagunillas al robo. ¿Qué pasa? ¿Que como son cuatro piezas exclusivas de decoración no es importante?

–Claro, Paco, este se ha acostumbrao al robo del siglo y ahora cualquiera lo hace investigar un robo normal. Del tres al cuarto sí, pero es un robo y tiene el mismo derecho a ser investigado.

–Callate ya Mariano, no vayas por ahí, ¿vale? –Lucas intentaba defenderse.

–Venga ya Mariano, leches, que la grandeza del robo es irrelevante, se trata de salvaguardar los derechos y libertades de los españoles sea cual sea la magnitud del delito pertrechado, ¿estamos?

–Estamos Paco, pero entonces que diga Lucas por qué cojones ha salío escopeteao de la tienda.

–Mira Paco yo he mirado a los ojos al anticuario y ese tío miente.

– ¿Cómo que miente?

–Bueno, yo sólo sé que su reacción ha sido un poco sospechosa.

– ¿Sospechosa por qué? ¿Eh? Porque te recuerdo que tú ves gigantes donde sólo hay molinos, que cuando te encriptas… no hay quien te saque de ahí.

–Si no queréis confiar en mí no lo hagáis, me da igual, pero a mí me ha parecido que mostraba un interés desmesurado por una mierda de cenicero de lata.

–De lata no, Lucas, que ha dicho de cobre y con la trompa del elefante parriba.

–Como coño sea. Pero le ha faltao tiempo pa describirlo con pelos y señales y en cambio el resto del alijo no sabe ni de qué está compuesto. Ese elefante tiene algún significado, Mariano, hazme caso.

– ¿Y se puede saber por qué cuando dices elefante me miras a mí? ¿No será por que estoy gordo, no?

–Amos no me jodas, Mariano, con la chapa de que estás gordo. –Lucas miró luego a su superior –Que está tol día igual el pesao este, Paco.

– ¿Lo estás viendo, Paco? Ahora me llama pesao ¿qué viene luego, Lucas? ¿Rinoceronte? Porque te recuerdo que sí, que estoy gordo pero también soy persona y algún día tú te puedes ver como yo y entonces ya me dirás lo que se siente… ¿o te piensas que vas a estar siempre así? Que yo de jovencillo también tenía un cuerpo de junco como tú, no te vayas a creer.

–Paco, dile a este que se calle ya, anda.

–Venga Mariano, leche, déjalo ya. Que lo mismo Lucas tiene razón y en el chisme ese hay algo. Lo que hace falta es encontrar a los ladrones.

–Esa es otra, Paco. Joder, ¿desde cuándo entran chavales jóvenes en una tienda de antigüedades?

–Ahí llevas tú razón, que la juventud no tiene un duro nunca, leche, y lo que tienen se lo gastan en juergas.

–Claro y digo yo ¿a caso el pureta no sospechó nada? Porque no creo que acostumbre a vender muchos ceniceros a niñatos. –Afirmó Lucas peinándose el bigote con la yema de los dedos.

–Hombre –dudó Mariano –visto así…

–Pos claro, además ¿pa qué cojones va a querer nadie normal una cosa así? Que esa gilipollez debe costar un ojo de la cara cuando en el chino de la esquina regalan ceniceros de toa la vida.

–Entonces ¿qué es lo que tú propones? –preguntó Miranda mostrando las palmas de las manos.

–No sé ¿tiramos del confi? –sugirió Lucas.

–Eso estaría bien, Paco

–Ea, pos ya estás llamando al confidente a ver qué se cuenta.

Más tarde, en comisaría.

– ¿Se sabe algo de los chorizos, niño?

–Algo hay, Paco. Dice el confi que dos tíos han estao intentando despachar la mercancía por to San Antonio pero con la mierda de la crisis no han vendío ni un cromo.

– ¿Por dónde se mueven?

–En un antro de billares de la zona sur ¿vamos?

–Venga, pero con cuidaito, ¿estamos?

–Que sí, coño, que sí.

Los tres amigos llegaron al local. Un salón de recreativos frecuentado por jóvenes de origen humilde y algún que otro borracho. El confidente observó a Lucas indicándole con una mirada a quién se tenía que acercar.

Paco y Mariano se colocaron junto a la mesa más próxima, agarrando sendos tacos de billar. Lucas se acercó con disimulo a los delincuentes. Paco no le quitaba ojo de encima. Veía cómo su compañero hablaba con los chicos mientras bebían unas cervezas. De pronto, los tres jóvenes se dieron la mano y Lucas salió de allí.

Al pasar por el futbolín donde jugaba Pedro el confidente, Fernández dejó, con disimulo, un billete de veinte euros sobre la mesa.

–Paco, esos tíos no saben ná. Han robao las figuritas esas como el que roba un cd en el Sepu.

– ¿Entonces en qué habéis quedao? –inquirió Paco acompañando las palabras con un gesto de sus ojos.

– Ná, esta noche me traen el alijo, a Los Cachis. Les he dicho que me gusta el arte.

– El arte, ¿no? –Paco no daba crédito. Sacó el pañuelo y se lo llevó instintivamente a la boca.

– ¿Qué pasa? A ver si ahora no me puede gustar a mí el arte.

Mariano no se pudo contener.

–El arte de cagarla te gusta a ti. ¿A quién se le ocurre citar a los malos en el bar de tu suegra, so tarao?

–Eso digo yo, Lucas, que estás tonto, me cago en to lo que se menea, que está ahí mi Lola sirviendo cañas y tú haciendo negocios turbios con la chusma, coño.

–Y no sólo Lola, Paco, que también puede estar Sara. Que Lucas dice que la quiere mucho pero mira lo que ha tardao en ponerla en peligro.

–A ver, callaros ya los dos que me estáis hinchando los huevos. La operación será algo rápido y limpio. No habrá ni que sacar las pipas por lo que nadie va a resultar herido. Ni siquiera se van a enterar los clientes. En cuanto los notas me pasen los ceniceros… vosotros los detenéis y tol mundo cagando leches pa comisaría.

–Más vale que salga bien, Lucas, yo sólo te digo eso.

–Que sí, Paco, joder, confía en mí.

Por la noche en el bar, se realizó el intercambio con pulcritud. Los agentes detuvieron a los rateros y los metieron en el calabozo hasta que se solucionara el caso. En la sala briefing, Lucas, rebuscó entre las piezas escondidas en una bolsa de deporte hasta dar con el elefante. El resto de ceniceros se los pasó a Mariano, que los dejó sobre el atril.

Los tres policías se dispusieron a inspeccionar la figura con forma de elefante para descubrir, de una vez por todas, qué era lo que el anciano anticuario guardaba dentro.

Las finas manos de Lucas iban rastreando cuidadosamente la pieza hasta dar con un diminuto mecanismo que hizo que se abriera la camuflada tapa que había en la parte central del animal.

–Aquí hay algo. ¿Qué os dije, eh? Que confiarais en mi instinto, coño.

–Sí, bueno, saca lo que sea ya de una vez, anda –contestó Paco, nervioso.

El joven miró el interior del cenicero con curiosidad. Luego introdujo los dedos para sacar el objeto.

– ¡Qué asco, joder! –gritó Lucas de pronto, tirando el elefante al suelo de un golpe.

Sus compañeros observaron cómo en la mano derecha de Lucas, una dentadura postiza parecía morderle los dedos.

–Instinto ¿verdad? –Paco se mordió la lengua levantando el puño contra su yerno. –Yo a ti te mato.

–Yo qué sé, Paco, esto es mu raro –Se defendió el subinspector.

–Lo raro es que no te de un par de hostias, eso es lo raro, me cago en to lo que se menea, coño…

–Paco –interrumpió Mariano a su compañero, mientras recogía el cenicero del suelo. – Que lo mismo Lucas llevaba razón.

– ¿Qué razón, Mariano? ¿Qué razón? Porque yo lo único que veo es el rosario de mi madre mordiéndole la mano a este, pero eso en mi pueblo no es delito.

–No, si lo digo por esto, Paco.

Mariano enseñó a sus amigos el objeto hecho pedazos. En cada pata y en la trompa había pequeñas bolsitas contenedoras de un sospechoso polvo blanco.

Paco se giró hacia el atril, comprobando que el resto de ceniceros escondían también el mismo contenido.

– ¿Cocaína? –preguntó Lucas.

–Va a ser que sí, Lucas. –Le informó Mariano –A no ser que el viejuno tenga por costumbre darle a estos bichos Maizena pa desayunar.



Fan Fic.



SOHO. Taller Virtual de Escritura Creativa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajajajaja, qué bueno! Cómo me he reído! Me encantan los hombres de Paco, y esa manera tan característica y cutre de investigar.Me he imaginado perfectamente toda la escena y has conseguido imitar a la perfección la manera de hablar y de actuar que tienen, felicidades porque me ha hecho mucha gracia!
Sonia

Aula de Escritores dijo...

Saludos.
Bueno, la verdad es que se me ha hecho muy largo. Creo que sobra la escena del principio (a la que se puede hacer referencia con facilidad posteriormente) y que los diálogos se extienden demasiado. Eso sí, la forma de hablar entre ellos resulta divertida, realista.
En mi opinión, la historia habría quedado más graciosa de haber concluido con el encuentro de la dentadura postiza, jeje.

Un abrazo!
Manuel Santos.

Juanmi dijo...

Yo no he visto ni un capítulo de los "hombres de Paco". Pero eso no me ha impedido generar una imagen mental de cada uno de los personajes. Y es que has empleado el diálogo para caracterizarles a la perfección. Es lo que más me ha gustado. Solemos dejar de lado los diálogos, y es una parte muy importante de un escrito, un recurso que tocamos poco.

Los has construido muy bien, y son realistas. Por eso me ha gustado.