lunes, 1 de diciembre de 2008

Claustrofobia

Jueves 13.11.2008

Hoy llega tarde. Otra vez. 15 minutos tarde. ¿Se habrá dormido? ¿Será el tráfico? Apuro ansiosamente el cigarrillo. Me van a volver a amonestar. Y con esta van ya 4 cartas este mes. Por favor, por favor… ven ya. O me voy a tener que ir. Ven ya. Tiro el cigarrillo y me enciendo otro.
Ahí, ahí… ¡Ahí llega!. En su coche rojo. Bien. Ahora entrará en el parking del edificio. Justo 3 minutos para estacionar el vehículo. Pongamos 5. Sí, justo, 5 minutos. Escucho el cloc cloc cloc de sus tacones. Un, dos, tres, cuatro… ¡Ahora!
Salgo de mi escondite con aire despistado para darme de bruces con ella.

-Uy, perdona, ¿te he hecho daño? Con las prisas voy como loco- le digo mientras olfateo su perfume, admiro su impecable melena negra y miento con descaro.
-No, no te preocupes… ¡qué casualidad! Siempre nos encontramos, hasta cuando llegamos tarde- me sonríe coqueta.

Entramos los dos por la puerta giratoria, como prácticamente todos los días desde que llegó al edificio, hace ya un año y medio. La empresa para la que trabaja abrió una sede comercial en Barcelona, y aun la recuerdo llegar a la entrevista con su pelo recogido, su traje de chaqueta, sus gafitas de intelectual y su sonrisa perfecta.
Ahora casi siempre viene con jeans, pelo suelto y lentillas. Y para mi desgracia, casi siempre tarde. Aunque en su oficina, a diferencia de en la mía, nadie parece molestarse por eso.

Ella llama al ascensor mientras yo me dirijo como siempre a las escaleras.

-Que vaya bien- me dedica otra de sus deliciosas sonrisas.
-Igualmente- le digo con cara de idiota.

Y es que en definitiva, es lo que soy. Un idiota. Un idiota incapaz de subirme en el ascensor con ella. Vamos los dos a la 6ª planta. Sin interrupciones, son 68 segundos lo que tarda el ascensor en llegar a su destino. 68 preciosos segundos. Casi 6 minutos a la semana. Casi media hora al mes. Si fuera capaz de vencer mi fobia, si tan solo fuera capaz de controlarla durante 68 segundos al día… podría preguntarle su nombre, de dónde es, qué hace. Es cierto que todo eso ya lo sé, pero quién sabe si después de 68 segundos al día durante un par de semanas me vería con valor de pedirle el teléfono, una cita, yo qué sé… 68 segundos, ni uno más, ni uno menos.

Viernes 14.11.2008

Llevo media hora pelándome de frío. Sólo espero por dios que hoy no llegue tarde.
Ayer mi jefe me advirtió en tono amenazante que no pensaba tolerar ni una falta de puntualidad más.

Así que hoy no llegues tarde. Por favor, por favor… hoy no llegues tarde.
¡Bien! Ahí llega. Hoy seguro que estaciona rápido. Ahí está… cloc cloc cloc, el sonido que me da la vida. Un, dos, tres, cuatro… Hoy salgo de mi escondite sin prisas, que se vea que no llego tarde.

-Hola guapa, qué tal.
-Hola, qué tal.

Y de nuevo la rutina de la puerta giratoria, el ascensor, las escaleras.
Y ya está. Me quedo el resto del día soñando con ella, con su aroma, su sonrisa, sus besos…

Pero hoy, mientras subo las escaleras de dos en dos, me digo a mi mismo que mañana, es decir el lunes, todo va a cambiar. Voy a vencer mi miedo como sea.


Lunes 17.11.2008

Llevo despierto desde las 5 de la mañana.
Me he pasado el fin de semana practicando en el ascensor de casa. Ante la atónita mirada de varios vecinos, en chándal y con un cronómetro en la mano, me he pasado dos días subiendo y bajando en ascensor. He empezado con un solo piso, para ir incrementando a medida que iba superando las inevitables palpitaciones, los sudores fríos y los ataques de pánico. Y lo he conseguido. En total puedo soportar casi dos minutos sin inmutarme. ¡Dos minutos!

Llevo ya 5 tilas encima. Me he perfumado de los pies a la cabeza y me he puesto mi jersey de la suerte, así que nada puede fallar. Salgo para la oficina.

Joder, hoy hace frío otra vez, y seguramente aun me queda más de una hora de espera. Aunque esta vez la culpa sea mía por llegar pronto, cuando empecemos a salir, pienso establecer algunas normas. Entre ellas la puntualidad. ¡Es que no se puede tener a una persona esperando en la calle durante más de una hora! Es cruel.
Llevo ya más de medio paquete de cigarrillos fumado, y no puedo dejar de caminar de un lado al otro, con un ojo puesto en el reloj y otro en la carretera.
¡Ahí llega! ¡y son las nueve menos diez! Tiro el cigarrillo, me peino y me dispongo a encontrarme con ella.

-Hombre, ¡hola! ¡Qué sorpresa! ¡Hoy llegamos pronto los dos! – Le digo de la manera más casual posible.
-¡Es verdad! ¡Ni que nos pusiéramos de acuerdo!- me sonríe.

Puerta giratoria, ascensor… y hoy me quedo a su lado.

-Anda, ¿hoy no te vas por las escaleras?-me pregunta extrañada.
-No, hoy no tengo ganas- le digo mientras noto como una gota traicionera de sudor empieza a resbalar por mi frente.
-Sí, yo nunca tengo ganas. ¿A qué piso vas?- me pregunta.
-Al sexto. - le digo mientras noto mi corazón latir a mil por hora y una intensa y súbita sudoración fría empapa mi pecho.
-Uy, qué gracia, yo también voy al sexto -me dice mientras presiona al 6º- Pues te gusta el ejercicio de buena mañana, ¿eh? 6 pisos cada día, debes estar en forma.
-Ssssi, soy muy deportista yo… -balbuceo. Tengo la boca seca y me cuesta respirar.
-Qué bien… pues yo no, a mi me cuesta mucho hacer deporte, soy muy perezosa. De hecho creo que la última vez que hice algo fue en el instituto, nunca he sido una persona deportista. A mi me gusta más salir a pasear, el cine, soy una persona muy tranquila...

Sigue hablando y hablando sin parar, pero yo ya he dejado de escucharla. Lo único que quiero es salir del ascensor cuanto antes. Ya no me importa ni su pelo, ni su aroma, ni la madre que la parió. Tan solo deseo que se abra la puñetera puerta de una vez y salir ya. Estoy mareado y las palpitaciones me dejan sin aliento. El entrenamiento no me ha servido de una mierda. Por favor, que se abra la maldita puerta ya. ¡No puedo respirar! Por favor, por favor, ¡que se abra ya!
El ascensor se para en la tercera planta. Dos chicas entran con sus cafés en la mano. Las empujo con fuerza derramando los cafés y salgo del ascensor.

-Pero qué haces, imbécil -me dice una de las chicas.

Ella me mira con expresión de rabia y decepción, y fríamente responde a la chica del café:

- Es que le acabo de pedir que salgamos juntos, y parece que la idea le repugna.

Las puertas del ascensor se cierran, y creo que hoy, por iniciativa propia, voy a llegar tarde.


Sonia Ramírez

9 comentarios:

Juanmi dijo...

Sonia, encanto, tu tienes un don.

Del final te hablare otro día, porque lo que hoy mereces es un aplauso, y te lo ofrezco desde aqui.

Ya te lo dije, me encanta como escribes. Me pareces muy original, me gusta mucho como cuentas las cosas, no se. Quizá porque eres opuesta a mi como autora, no tengo idea. Pero esta historia me ha gustado mucho. Ritmo brillante, estilazo impecable, y es que sabes? Además has acertado con el tema. Yo era de esos jajajajajaja.

A ti tampoco te pierdo la pista, eh? Lo he leido todo y quiero seguir leyéndolo todo.

Enhorabuena, sabes llegar, tienes el don.

Elena Escura dijo...

Me he reído muchísimo con tu relato. Me encanta cómo está construido, a modo de diario en primera persona.

La parte en que ensaya con el ascensor es genial: superingenioso. Y el cloc cloc de los tacones.. el sonido que le da la vida. Es cómico y tierno, y produce empatía desde la primera línea.

felicidades!

Anónimo dijo...

Muchas gracias a los dos! Me da mucha alegría que os gusten mis relatos!
Juanmi, ¿sabes que podrías ser una fuente de documentación muy valiosa? Cuando escribí el relato de amnesia me hubiera venido genial conocer a un conductor de metro, y ahora si me dices que también has sido claustrofóbico, ya me matas!

Sonia

Anónimo dijo...

Me ha enganchado desde el inicio y me ha parecido muy simpático.
Genial la última parte.
Milagros

Juanmi dijo...

Sabes que tu relato tiene doble lectura?. Yo también percibí la claustrofobia hacia el final del relato, cuando descubres qué le pasa al protagonista en realidad. Sigo diciendo que eres muy original, y que me encanta como tratas los temas.
Pero si cambias la claustrofobia por la extrema timidez, verás que el relato cambia por completo. Y como la fobia subyace y se da a entender, no es difícil hacerlo.

Sigo siendo claustrofóbico, aunque he aprendido a controlarlo un poco. Y he sido el rey de la timidez, y creo que esto último me ha identificado más con la segunda lectura que con la primera.

Si alguna vez necesitas cualquier tipo de documentación o conocimiento de algo y te puedo ayudar, ya sabes donde estoy, no lo dudes.

Anónimo dijo...

Muchas gracias Juanmi, lo tendré presente para futuros textos... ¿No conocerás por casualidad a algún adicto a la sangre, o a algún asesino en serie, verdad??? jajajajajaja...Para los relatos que estoy preparando ahora...

Pues si, está claro que el prota de Claustrofobia, aparte de claustrofóbico, tambien es muy muy tímido, vamos, casi tanto como tú, pero con menos facilidad de palabra. :-)

Muchas gracias por tus comentarios.

Un saludo,
Sonia

Juanmi dijo...

Que buscas Sonia, un medio-vampiro? Un asesino en serie?

No hay problema jajajajajajajajaja.

Tu pregunta y si la información que tengo te sirve, eso que te levas ;)

Ah, yo tengo facilidad de palabra??? Noooooooooooooooooo.... !!!

Aula de Escritores dijo...

Enhorabuena, Sonia.
Me ha gustado mucho leerte.


SOHO

Manuel Santos dijo...

Jajajaja, que bueno, que bueno. Me he pasado todo el relato enganchado, pero la última parte es brutal. He sufrido mucho mientras él estaba en el ascensor.
Felicidades!
Un saludo