jueves, 4 de diciembre de 2008

AL ROJO VIVO

El Elefante más fuerte y corpulento, jefe de la manada del circo ambulante, reunió a sus congéneres para darles una de mostración de gracia y diversión con un objeto que había robado al pasar por el bar del gran hotel donde hicieron su ultima presentación. De su moco desenrolló un gran Cenicero de vidrio , lo puso en el piso, pidió silencio a todos, apoyó una de sus patas delanteras en la vasija y con un gesto protagónico de sobrada burla lo aplastó con fuerza para que se oyera como se estallaba en pedacitos…… pero… nada pasó….. Levantó la otra pata delantera y tomando impulso lo descargó contra el piso y … nada pasó…Luego levantó tres patas hasta quedar apoyado sólo en la que tenía el Cenicero debajo, seguro de que con todo su peso lograría que …. pero nada pasó. Por el contrario, un corrientazo doloroso le subió hasta las orejas y le estremeció todo su cuerpo cuando el Cenicero pisado se hundía entre sus dedos y caía una mancha roja en el piso. Sudoroso y cojo sacudió la pata herida sin lograr desprenderse de él, en cambio empezó a sentir un calor de brazas ardientes por su extremidad. El Cenicero enfurecido por la humillación causada decidió liberar de sus entrañas y su memoria todos los calores acumulados de todas las colillas y cerillas que contra su cuerpo habían apagado en interminables tertulias toda clase de fumadores extraños y le sumó a esto la rabia contenida por su vida sometida y pasiva de oír prolongadas, repetidas y sosas historias de los cansones borrachos o soportar las babas y vómitos de los más vulgares. Conforme calentaba su vítreo cuerpo la pata donde estaba clavado olía a cuero quemado. El paquidermo adolorido y desesperado gritaba: ¡Qué miran animales! Ayúdenme! Apunten sus mocos a mi pata y lancen sus chorros con fuerza! O me van a dejar incendiar aquí parado!


Todos como un cuerpo de bomberos luchaban por extinguir el fuego inagotable que continuaba creciendo con fuerza desde el vidrio refractario traga fuegos salvado de su propia destrucción y convertido en el personaje incendiario de un doloroso espectáculo inesperado. Una nube de humo invadió la atmosfera de la carpa nublando la visión de los elefantes y los chorros de agua que salían por sus narizotas terminaron disparados por todas partes menos a la pata en cuestión. -¡A mi pata estúpidos! ¡A mi pobre pata! – les gritaba a las desordenadas mangueras -¡por algo los tienen encerrados en este circo trabajando como payasos! ¡No pueden ni con la trompa!
Con tanto humo no hacían más que estornudar y ya no botaban agua sino una escasa baba mocosa. Así las cosas el gran Elefante tuvo otra idea, colocó un balde al centro y ordenó: -descarguen todos sus orines aquí -y metió la pata con el terco vidrio fulgurante lo que sólo sirvió para escuchar el ruido que causa el hierro forjado al rojo entrando en el agua pero con olor a chicharrón quemado.


El Cenicero ofendido por su parte adquiría más templanza en su carácter y resistencia. En medio de tanta algarabía y jaleo recordó que para esa noche estaba incluido en la lista de artículos seleccionados para el banquete de Aniversario de los Socios del Circo, era hora de marcharse, aflojó su cuerpo y su temperatura y cayó de la pata rodando por el piso rumbo al bar del hotel, pensando por el camino -esta noche me sirve para recuperar la energía perdida hoy si es que no decido otra cosa.


El Elefante por su lado debió permanecer tres semanas en cuidados y curaciones con emplastos de yerbabuena, caléndula y lodo con la pata levantada por una polea, hasta que un veterinario artesano le tomó la impresión y le construyó una prótesis de marfil que le permitiera continuarse presentando en las funciones. Una semana más tardó en ajustársela, probarla y darle el acabado final. La noche anterior a la muy anunciada reaparición terminó su ensayo frente a un gran espejo. Tan pronto levantó sus patas para saludar al público un furioso enrojecimiento invadió su cuerpo, por el espejo pudo ver como aquel fabricante había decidido darle una mayor originalidad artística a su obra tallándole en la superficie de la prótesis un gran Cenicero.


Melqui Barrero G.

2 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Saludos!
Tengo que confesar que el relato no me ha parecido especialmente interesante. Más por el argumento en sí que por otra cosa, pues creo que está bien escrito.
Eso si, me ha llamado la atención la crueldad del que le hizo la prótesis... buf

Un abrazo!
Manuel Santos.

Juanmi dijo...

Ese punto subrealista me gusta. La bestia contra el objeto.

No me queda muy claro cuál de los dos es peor, si el elefante, haciendo ostentación de su rango y poder, o el cenicero, ensañándose con la pata.

Ha sido divertido imaginar a la manada "duchando" y "moqueando" al paquidermo, y el otro con la pata churruscada por vanidoso.

Podría ser más dramático o emocionante, pero me ha gustado Melqui, porque es muy contrario a lo que yo habría escrito.