domingo, 1 de marzo de 2009

BINOMIO FANTÁSTICO SOLDADO – BALDOSAS

NAPOLEÓN

Napoleón era un pequeño soldado tallado en oro, que había sido sustraído por un niño de 6 años de la mesita de noche de su abuelo, para dejárselo después olvidado en el lavabo.

En una esquina y frente a dos baldosas, Napoleón se preparaba para la guerra. Se sabía el líder de un gran ejército, pues por un curioso efecto óptico, las baldosas, como un espejo, reflejaban y multiplicaban su imagen hasta el infinito. Cada movimiento que Napoleón realizaba, se veía inmediatamente reflejado en el movimiento de todos sus soldados, que con una sincronización perfecta, bailaban su coreografía militar con una precisión increíble.
Napoleón se sentía orgulloso de todos sus muchachos. Nunca había oído hablar de un ejército tan numeroso y bien adiestrado como el suyo. Todas las mañanas se entrenaba junto a sus chicos hasta caer rendido.

Pero para que Napoleón fuera completamente feliz, le faltaba algo esencial en la vida de un militar. Algo que justificara su existencia y la de su tan numeroso y bien adiestrado ejército: Un enemigo.

Como los elementos presentes en aquel lavabo eran de natural pacífico, tuvo que inventárselo. Mirando hacia arriba a mano izquierda, reflejado en una baldosa, se encontró con un cepillo de dientes eléctrico que según él, le miraba con aspecto decididamente bélico. Como el efecto óptico de las baldosas no alcanzaba a multiplicarle más que a él, se convenció de que aquel cepillo era un blanco fácil.

-¡Eh! ¡tú! ¿Qué miras?- dijo Napoleón

Braun, el cepillo de dientes, se encontraba algo bajo de batería, y no le respondió. A Napoleón, que el cepillo le ignorara, no hizo más que encenderle los ánimos.

-¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? ¿A que no tienes cabezales de bajar y luchar contra nosotros? -insistió Napoleón en su provocación, a pesar de que el cepillo era 5 veces más grande que él.

Braun era un tipo bonachón, que había llevado una vida muy dura limpiando restos putrefactos de comida de un abuelo que no le utilizaba con demasiada frecuencia, y no se vio con ganas de responder a las provocaciones de aquel pequeño y ridículo soldado. Así que dio media vuelta, y se durmió.

Napoleón interpretó aquel acto como una retirada, y dio la batalla por vencida. No se confió demasiado, pues en la academia militar, lo primero que le habían enseñado era que ganar una batalla no significaba ganar la guerra, así que siguió entrenándose cada mañana frente a las baldosas y su millonario ejército.

Pero aquella pequeña victoria, no hizo más que alimentar la sed de guerra que siempre había tenido. Así que a los pocos días, y viendo que Braun no daba señales de vida, se lanzó a por otro enemigo que a mano izquierda yacía colgado de una baldosa, y que según Napoleón le miraba de manera desafiante: El rollo de papel higiénico.

-¿Qué pasa, rollito, que me miras tanto?- dijo Napoleón

El pobre rollo no le contestó. Y es que bastante dura era ya su vida de incertidumbre y tensión como para ponerse a pelear. Nunca sabía cuándo iba a ser utilizado, ni para qué, ni por quién, y desde luego no era lo mismo limpiarle el culito al niño de 6 años que al abuelo descompuesto. Así que lo último que quería el rollo era perder el poco tiempo libre que tenía litigando con ese pequeño e insignificante soldado.

-¿Por qué no bajas a limpiarme el culito, a mí y a todo mi ejército?- insistió Napoleón

El rollo, que de buen gusto hubiera envuelto al soldado en metros de su papel, y lo hubiera tirado por el water, no quiso entrar en disputa, e ignoró las provocaciones de éste.

Napoleón se crecía día a día. Se miraba a si mismo en las baldosas, y entendía que le tuvieran miedo. Él solo no era nadie, pero acompañado de sus miles de soldados, se veía cada vez más poderoso. Capaz de luchar contra cualquiera. Nada podía pararle.




La siguiente víctima fue la pastilla de jabón, que a pesar de parecer medido drogada, inmóvil sobre la repisa, Napoleón sospechaba que le miraba mal.

-Qué pasa, pastillita, ¿no tienes nada mejor que hacer que mirarnos? ¿Es que te gusta alguno de mis soldados? -dijo Napoleón

La pastilla de jabón, resacosa después de pasarse la noche entera en compañía del enjuague bucal, no le contestó. No se sentía de humor, y es que no estaba pasando precisamente por su mejor momento. Desde que la dueña de la casa compró un dispensador de jabón líquido, nadie había vuelto a lavarse las manos con ella, y se sentía vieja y olvidada, acumulando polvo sobre la repisa.

-Venga, guapa, baja aquí si tienes valor, y dime porque no paras de mirarnos a mí y a mis hombres.

La pastilla, que antes de que se dirigiera a ella, ni se había dado cuenta de que ese ridículo soldado existía, ignoró totalmente las provocaciones de Napoleón y siguió a lo suyo: a alimentar ideas de suicidio.

Napoleón se sentía cada vez más fuerte, y empezó a buscarse enemigos cada vez más peligrosos. Si en un principio su prudencia militar le había aconsejado estudiar siempre al enemigo, y no iniciar nunca ningún conflicto que no se viera capaz de vencer, con el paso del tiempo, Napoleón fue ganando tanta confianza en sus posibilidades, que empezó a provocar a enemigos cada vez más poderosos: provocó a la escobilla del water, a las toallas, al bidet, al plato de ducha, un día llegó incluso a atreverse con el mismísimo rey del lavabo, el water. Lo llamó come mierdas.

Pero por lo insignificante que era, nadie respondió nunca a las provocaciones de Napoleón, y éste seguía sediento de guerra. Que todos sus enemigos se retiraran antes de iniciar el combate, en parte le llenaba de orgullo, pero a la vez le dejaba el regusto amargo de la victoria fácil.
De buen gusto hubiera aceptado algunas bajas en su bien nutrido ejército por una batalla, por luchar cuerpo a cuerpo contra un enemigo que estuviera a su nivel.

El día que tanto ansiaba Napoleón, no tardó en llegar, y lo hizo cuando éste menos lo esperaba.
Una mañana, una pelota de tenis entró volando por la puerta y sin previo aviso, golpeó con fuerza una de las baldosas en las que Napoleón se veía reflejado, haciéndola añicos y mermando así a la mitad a su ejército.

Napoleón, atacado por sorpresa, en su fuero interno se alegró. Por fin podría poner a prueba el valor de sus hombres. Empezó a dirigir a la parte de su ejército que le quedaba intacta, ordenando se redistribuyeran. Pero los pocos hombres que le quedaban a Napoleón, repetían los movimientos de éste sin moverse de su sitio. Enfadado con sus tropas, repetía una y otra vez las instrucciones, pero los soldados se limitaban una y otra vez a copiar los gestos de Napoleón.
Éste se sintió completamente solo frente al enemigo. No entendía cómo sus tropas no le apoyaban en un ataque directo como aquel. Eran todos unos cobardes y unos inútiles. Le ardía la sangre. En cuanto terminara la batalla, abriría expedientes a todos los soldados que le quedaran vivos.
Mientras tanto, él solo tendría que librar la batalla y ganar la guerra. Encendido por la rabia, se lanzó en un cuerpo a cuerpo contra la pelota de tenis. Ésta, que venía ya muy rebotada, no tuvo problema en responder a la agresión.

En ese momento entró en el lavabo la dueña de la casa alertada por el alboroto. Comprobó que su hijo había vuelto a jugar con la pelota de tenis dentro de casa. Contrariada, se agachó para recoger los pedazos de la baldosa que se había roto, y entonces lo vio: El pequeño soldadito tallado en oro que su padre tanto había buscado.

-¡Papá!-gritó la mujer- ¡He encontrado al soldadito!
-¿Mi soldadito de oro?-preguntó el abuelo ilusionado
-Sí, aquí está. Miguel lo debe de haber sacado de la caja -explicó la mujer.

El abuelo sonrió. Por fin había encontrado al soldadito de oro que pensaba llevar a fundir para convertirlo en una de sus muelas.

Sonia Ramírez

7 comentarios:

milagros dijo...

Sencillamente, genial.
Lo he leido como si de un cuento se tratase.
¡Vaya soldadito bravucón y provocador!
Impecable. Admiro tu imaginación.
Me ha encantado.

Anónimo dijo...

Menuda imaginación, vaya binómio para conseguir esta historia tan rica en descripciones. Me ha gustado mucho como la cuentas.
Muy original.

Marien

Anónimo dijo...

¡Fantástica historia, Sonia!
La idea es muy original y lo has contado de fábula, me he divertido muchísimo. Aunque he de confesarte que hasta he sentido un poco de pena por la pobre estatuilla que encarna Napoleón.
Felicidades.

Aula de Escritores dijo...

Sonia,

Brillante, original, imaginativa y muy talentuosa...como siempre!

Irène

Mariano dijo...

Una forma muy brillante de resolver un binomio muy complicado. La presencia del soldado se hace inquietante durante todo el relato.Felicidades Sonia.

Sonia dijo...

Muchísimas gracias a todos! Me hace mucha ilusión que os haya gustado mi historia del soldadito provocador.

Juanmi dijo...

Menudo derroche de imaginación, Sonia!!! Aunque no se porqué a estas alturas me sorprendo...

No solamente la historia es buenísima, original y de estilo impecable. Resuelves el binomio de forma magistral, manteniendo siempre presentes a baldosa y soldado, con lo que consigues de forma envidiable que ambos sean fuerzas dramáticas en el relato, de principio a fin. Objetivo más que cumplido.

Eres una pluma brillante, dirigida por una cabeza aún más brillante.

Muy muy bueno, sin duda.