lunes, 16 de marzo de 2009

Daniel. Relato.

Hola, soy Rosa Sallent. Te envio el ejercicio de relato libre, no sé si te llegará bien o es esta página, pero lo intento. Por favor dime también que me tengo que mirar de la teoría y cuál es el ejercicio. Grácias, un abrazo.

CUMPLEAÑOS
Mis brazos cayeron al aire cuando me di media vuelta en busca del cuerpo de Daniel, mi marido. Somnolienta pensé "que boba" y me giré hacia el otro lado de la cama dándome de bruces contra el suelo. Frustrada y dolorida alargué la mano en busca del interruptor de la luz; me dolía el brazo de tanto estirarlo y tenía las articulaciones de los dedos temblando por el esfuerzo. "Maldito interruptor" pensé, y sin llegar a dar con él, la luz se encendió.
- ¿Daniel?
Pero Daniel no estaba.
- ¿Estas bien? Te ayudaré a levantarte.
- ¡Papá! ¿Qué haces en casa?
- Ven aquí cariño -me dijo mientras me acomodaba en la cama-. Procura dormirte que mañana celebramos tu cumpleaños, ¿recuerdas?
- Claro que sí papá. Cumplir veinticinco años no es algo que se pueda olvidar.
- Duérmete guapa que estás cansada y es muy tarde. -Sentenció mientras me daba un beso en la frente antes de ajustar la puerta tras él.

Miré el despertador digital; mi padre tenía razón, eran las cinco de la madrugada, un poco tarde realmente. No entendía nada. Mi Daniel no estaba a mi lado, la cama se había encogido, por eso me caí, me dolía un poco la pierna del golpe y los músculos del brazo por el esfuerzo, y no sabía que estaba haciendo mi padre en casa. Creo que de los nervios me meé un poco, pero sólo un poco. Me aparté buscando sábanas secas y volví a caerme. "¡Au!" chillé al recibir el impacto. En menos de un minuto ya estaba mi padre otra vez en la habitación.
- Ven -dijo llevándome a mi habitación-, te cambiaré las sábanas, tu duérmete aquí tranquila que mañana será un día feliz. -Y me volvió a arropar.
-Buenas noches papá -Dije avergonzada por haber mojado las sábanas, pero contenta de regresar a mi doble cama y pensar en mi cumpleaños.
-Buenas noches cariño.

Un rayo de sol que se dejaba entrever a través de las cortinas me despertó. Cerré los ojos tapándome la cabeza con la almohada y haciéndome un regalo de cinco minutos más, a fin de cuentas hoy es mi cumpleaños. Seguramente al mediodía vendría la familia a comer, no tenía que preocuparme de nada porque a Daniel le gustaba cocinar. La tarta, ¿sería de fresas? No me atrevía a preguntárselo porque de pequeña siempre había preferido la sorpresa, aunque lo de la tarta de fresas sabía que ya era un clásico, con veinticinco velas, ni una más ni una menos, ni mucho menos eso tan feo del dos y el cinco; son veinticinco, pues que sean también veinticinco las velas; había de ser así para que el deseo funcionara, aun tenía que pensar seriamente lo que pediría. Luego vendrían los regalos, todos sorpresa y mi impaciencia rompiendo los envoltorios. Seguro que Daniel me regalaría lago bonito, tal vez el vestido azul que tanto me gusta o alguno de esos conjuntos pícaros de ropa interior del que haría gala esta misma noche.
- Carmen, cariño, es hora de levantarse que van a venir todos a comer. -Dijo mientras yo susurré cinco minutos más aun con la cabeza metida en la almohada.
- Muy bien, pero ni uno más. Por cierto ¡Feliz cumpleaños!
- Daniel, métete conmigo un rato, venga, abrázame los cinco minutos.
- Cariño, ya me gustaría pero tengo cosas que hacer, ¿sabes qué hora es?
- No, pero no me lo digas que estoy durmiendo.

En la mesa todos hablaban de no sé que cosas, pero se veían animados. Daniel se sentó un poco distante.
- Cariño, ven aquí a mi lado, ¿desde cuando nos sentamos separados tu y yo? ¿Ya no me quieres?
- Claro que te quiero -Y se sentó a mi lado galantemente, aunque yo le notaba un poco tenso.
- No te preocupes amor -le susurré al oído-, estas cansado, te has levantado muy pronto. Esta noche después de una buena siesta cuando se vayan todos, salimos de fiesta y te animas.
Sonrió tímidamente. Los demás continuaban hablando y yo pensaba que Daniel me amaba mucho, se había tomado muchas molestias y el pollo relleno era excelente, yo también lo amaba.

Mi padre se levantó y fue a la cocina, se notaba que era para encender las velas.
- Daniel, siempre vas tu, a mi me gusta que la traigas tu.
-¿El qué?
-¡La tarta! No soy tonta.
-Ah si, pero hoy le hace ilusión a él, ¿no pasa nada verdad?
-No, claro que no. -Y me puse a pensar rápido en el deseo-.
Mientras veía las velas acercarse en la penumbra decidí que pediría un viaje romántico a las islas; un buen soplido y Daniel y yo pasaríamos el verano en Mallorca.

La tarta llegó a la mesa con toda su ceremonia de luces fuera y cantos en honor a mi cumpleaños. Cerré los ojos con fuerza pensando en las islas y retuve todo el aire del que fui capaz, dispuesta a soplar. Al abrir los párpados, casi a punto de soltar todo el aire contenido, vi la tarta y se me entrecortó la respiración.
-¿Qué significa esto? -Dije mientras la rábia me daba fuerzas para hablar.
- Cariño, es de fresas como todos los años. -Respondió mi padre perplejo.
Miraba a toda la familia; ellos también a mí. No entendía, era una broma muy pesada pero se notaba que ellos tampoco entendían nada por las caras de sorpresa y espectación que me dirigían.
- Daniel, sabes que siempre me ha gustado soplar vela por vela, como todos los años y...
- Abuela, son ochenta años, es difícil vela por vela -me respondió él a la defensiva.
-¿Cómo que abuela? ¿Cómo que ochenta? -Dije mirando el ocho y el cero muy fijamente.
Mi padre se acercó, por su mejilla resbalaba una lágrima silenciosa. Me abrazó con mucha fuerza y me dio un regalo. Rompí el envoltorio sin dejar de mirarlo. Cuando vi el vestido azul el corazón me dió un vuelco.
-¡Daniel! ¡Eres tu! -Dije mientras mi llanto se desahogaba en besos.

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