martes, 3 de marzo de 2009

Relato in crescendo

Inés y yo nos quedamos hipnotizadas frente a la lavadora un par de minutos. El tiempo justo de ver cómo el paquete de cigarrillos que yo acabo de comprar empieza a disolverse y a mezclarse con todas nuestras camisetas, nuestros pantalones, nuestra ropa interior. En un momento, miles de hebras marrones y papelillos blancos giran y flotan de un lado al otro al ritmo que marca el motor de la máquina.
Inés y yo nos miramos y estallamos en una carcajada.
-Estás fatal-me dice Inés- ¿cómo has metido el paquete de cigarrillos en la lavadora?
-Yo qué sé, se me ha colado-le digo riendo-¿Cómo paramos esto?
-Pues no sé… ¿desenchufamos?-propone Inés.
-Está llena de agua, igualmente no la vamos a poder abrir- le digo mientras muerdo el bocadillo de frankfurt que llevo en la mano, con tan mala fortuna que se me abre por debajo, y me derramo por encima el medio kilo de ketchup que le he puesto.
Estallamos de nuevo en otra carcajada.
-Nena, mejor que te acuestes hoy- me dice Inés
Seguimos las dos plantadas frente a la lavadora observando cómo la masa marrón va creciendo por momentos alimentándose de la espuma y envolviendo por completo una colada que pretendía ser de ropa blanca.
-Qué rabia, el paquete de cigarrillos entero, 4 marcos a la basura.-me lamento- Por cierto, ¿te queda tabaco?
-Dos cigarros. Te pensaba gorrear toda la noche-me confiesa Inés.
-Pues vamos a comprar otro paquete mientras esto termina.
Salimos las dos con lo puesto de la residencia de estudiantes donde vivimos desde hace un mes. Estamos a -5ºC, pero son sólo dos minutos justos lo que se tarda en llegar a la máquina de la esquina, meter 4 marcos y sacar el paquete.
De vuelta en la entrada de la residencia, Inés introduce la llave en la cerradura, pero ésta no entra. Prueba una y otra vez sin éxito. Se pone nerviosa. Como antes del incidente de la lavadora nos hemos bebido un par de copas de vino, achaco a eso su torpeza.
-Anda, déjame a mí.- le digo quitándole las llaves de las manos
Después de varios intentos, la llave sigue sin entrar.
-Scheisse, Scheisse, Scheisse! –maldice Inés tiritando de frío. Es la palabra alemana que más utiliza. Le encanta porque queda mucho más fino que decir mierda, mierda, mierda.
-¿Pues qué hacemos? ¡Aquí no hay ni un puñetero timbre! Pero alguien tiene que estar de guardia, ¿no?-digo yo intentando pensar, aunque el frío y el vino no me lo ponen fácil.
-Vamos a casa de Consuelo-propone Inés
Consuelo es otra Española que vive en Alemania, pero ella desde hace seis años. Consuelo sabe todo lo que hay que saber de la residencia, y lo que no, también. Sabe quién se acuesta con quién, cuándo, en qué habitación, cuántas veces, e incluso si piensan o no repetir. Sabe que la cocinera Tailandesa es lesbiana y sale con la directora del centro, y algunos detalles muy íntimos que yo no necesito saber, pero que por desgracia sé, e involuntariamente recreo en mi mente todas las mañanas al pasar por la cocina a recoger el desayuno.
Consuelo es un ojo que lo ve todo, un oído siempre dispuesto. Y todo a pesar de no vivir en la residencia. Así que ella tiene que saber quién está de guardia hoy, si han cambiado la cerradura, tener llaves nuevas, saber quién las tiene, cómo conseguirlas, lo que sea.
-Vale, vamos a casa de Consuelo-digo yo.
Abrazadas para darnos un poco de calor, llegamos a la portería de Consuelo. Hay luz en su habitación. Sonamos al timbre. No hay reacción. Esperamos por prudencia un minuto. Volvemos a sonar, esta vez varias veces y con fuerza, por si duerme con tapones, lleva auriculares puestos, o está enfrascada en las conversaciones que obtiene con los micrófonos que sospecho tiene distribuidos por toda la residencia. Nada. Consuelo no responde.
-A ver si se ha resbalado en la ducha, se ha caído y se ha desnucado- se me ocurre.
Como aun vamos un poco borrachas, la idea nos da para otro ataque de risa. Pero Inés se pone seria de golpe.
-A ver si le ha pasado algo de verdad y nos estamos riendo aquí abajo. Consuelo no se dejaría nunca la luz encendida sin estar en casa. Además, a mí me ha parecido ver una sombra moverse dentro del piso. Ahí hay alguien. Seguro.
-¡Consuelo! ¡Ábrenos, Consuelo!-empezamos a gritar las dos- Somos nosotras, Natalia e Inés, venga, ¡Ábrenos! ¡Tenemos frío! ¡Nos hemos quedado fuera!- gritamos a pleno pulmón en mitad de la silenciosa noche alemana.
En un impulso veo un pedrusco y me da por lanzárselo a la ventana, pero con mi mala puntería le doy a la del vecino. Por suerte no le rompo los cristales, pero supongo que le despierto, más que nada por la manera en que se asoma y nos insulta en el gutural idioma que aun no comprendemos.
Consuelo sigue sin reaccionar, y nosotras empezamos a montarnos películas.
-Igual la compañera de piso se la ha cargado por los rumores que lanzó sobre ella y aquel perro -conjetura Inés.
-Podríamos intentar subir por el lavadero, ¿no?-propongo yo- si tú te agachas, y yo me subo encima de ti, creo que puedo llegar hasta la barandilla, por lo menos para mirar que no esté tirada en el suelo encima de un charco de sangre.
-Buena idea.
Inés se agacha y yo me subo de pie en su espalda. Me quedo colgada en la barandilla. De repente, detrás nuestro, una voz masculina nos grita algo en alemán. Es la Policía Alemana. Seguro que los ha llamado el vecino del pedrusco. Me suelto de la barandilla con la intención de explicarle al señor agente lo que nos ha ocurrido.
El policía nos mira con cara de pocos amigos. No habla inglés. Vamos mal, porque me voy a tener que apañar con el poco alemán que sé.
Con la mejor de mis sonrisas, le intento explicar que nos hemos quedado fuera de la residencia, que tenemos mucho frío y que sospechamos que algo le puede haber pasado a nuestra amiga, porque no nos abre la puerta, a pesar de que la luz está encendida y creemos que hay alguien en la casa. En realidad no sé exactamente qué es lo que le he dicho, pero el policía me grita algo relacionado con el coche. Yo entiendo que nos podemos introducir en él, y animo a Inés a que haga lo mismo. De repente el agente me agarra y me planta con los brazos y las piernas abiertas contra el coche. Empieza a cachearme. Cuando termina conmigo, empieza con Inés. Finalizado el proceso, nos esposa y nos introduce dentro del coche. Las dos seguimos temblando, pero ahora de miedo, no de frío.
En un momento llegan dos coches patrulla a la zona. El primer policía me saca del coche y me pide que le acompañe. El sonido de las sirenas de la policía ha despertado ya a todos los vecinos a los que todavía no habíamos despertado nosotras, que se asoman por las ventanas para ver qué ha pasado. Entro en el portal seguida por varios policías. Después de llamar varias veces al timbre de la casa de Consuelo, tiran la puerta abajo.
A simple vista no hay nadie en la casa, pero la música está puesta, en una mesa hay dos copas de vino, y toda la estancia está revuelta. Algunos objetos están tirados por el suelo, junto con algunas prendas femeninas. Parece que hayan estado luchando en la habitación.
Un policía que habla inglés me exige que le explique dónde he dejado el cadáver. Le insisto en que yo no sé nada de ningún cadáver. El tipo insiste en preguntar qué hacía yo colgada del lavadero, con la camiseta manchada de sangre. Le explico que no es sangre, es ketchup. Me pregunta que porqué he dicho que en este piso hay una muerta. Le explico mis dificultades con el idioma.
A lo lejos, una nueva sirena rompe el silencio de la noche. Parecen los bomberos.
Los policías siguen registrando el piso. La sirena se escucha cada vez más cerca. Los policías reciben un aviso por radio y se asoman a la ventana. En ese momento, entra en la casa de Consuelo la directora de la residencia, Frau Müller, presa del pánico, acompañada por Isabel, otra Española que vive en la residencia, casi tan cotilla como Consuelo. Mientras la directora con lágrimas en los ojos habla con los policías, Isabel me explica.
-¡La residencia… se está quemando! –resopla varias veces para coger aliento
-¿Qué ha pasado?- pregunto yo
-No sé, pero parece que la cosa ha empezado en el sótano, donde las lavadoras -explica Isabel atropelladamente- Se ha inundado todo, lo que ha provocado un corto circuito, que ha afectado directamente a la habitación de la cocinera Tailandesa. A Frau Müller le ha dado un ataque de nervios, y veníamos a ver si Consuelo sabe dónde está la cocinera, pues en la residencia no aparece.
De repente, Isabel parece darse cuenta por fin de la existencia de los policías, y de que voy esposada.
-¿Pero qué pasa aquí? ¿Dónde está Consuelo?-pregunta desconcertada
En ese momento, el único policía que seguía registrando el piso, abre el enorme armario ropero de Consuelo, y delante nuestro aparecen completamente desnudas Consuelo y Ching Guan, la cocinera Tailandesa, tapándose con las manos las vergüenzas, delante de todos los presentes, que somos muchos.
Los policías ayudan a salir a las dos chicas del armario sin quitarles el ojo de encima con una sonrisilla viciosa en la cara. Consuelo me mira con cara de odio. Frau Müller grita y abofetea a Ching Guan, mientras Isabel se regocija pensando en las horas de conversación que tiene por delante.
A mi me quitan las esposas, y bajo a reunirme con Inés, que sigue en el coche de policía. Le explico lo que ha pasado.
-Deberíamos dejar de fumar- me dice Inés.
-Algún día- le respondo yo.

Sonia Ramírez

10 comentarios:

Mariano dijo...

Sin duda es un relato increscendo muy verosímil. ¿Está basdo en la realidad?¿Pasó realmente? Sino, tienes una gran imaginación, que casi asusta.

ignasi dijo...

Hola Sonia:
Acción trepidante y hechos que se desencadenan a buen ritmo. Creo que está muy bien narrado, con precisión.
Me lo he pasado bien leyéndolo.

Un saludo

P:D: ¿dónde está esa residencia?

milagros dijo...

Hay que ver la que lían.
Como siempre, con una imaginación envidiable.
Me ha gustado leerte.
Muy bueno, Sonia.

Sonia dijo...

Muchas gracias chicos!

La residencia existe, está en Stuttgart, pero la historia no está basada en hechos reales, (menos mal!)
Consuelo también existe y espero que nunca lea este relato. jajajajaja.

Marien dijo...

Vaya lio que se monta en nada, desde luego es increscendo para todos los personajes también. Me ha gustado mucho como lo describes y conectas unos hechos con otros. Ha estado genial Sonia, tienes una imaginación envidiable.

Judi Cuevas dijo...

Sonia!

jajaj, in crescendo muy increscendo! de un granito de arena se forma una gran montaña.
Sabes hacer muy bien que una cosa te lleve a la otra y que todo cada vez sea más complicado, más lioso y a la vez ordenado y totalmente comprensible.

Muy bueno

Anónimo dijo...

¡Divertidisima tu historia, Sonia! Me ha hecho mucha gracia que Natalia viviera todo este lío con la super mancha de ketchup incrustada en su camiseta, ¡qué cochina,jejejej! Me ha recordado un poco al lío que se monta en el camarote de los hermanos Marx, cada vez aparecía más gente...
¡Ay qué ver la de quebraderos que puede causar el tabaco :)!
Realmente, amiga, sabes muy bien contar historias.
Enhorabuena.
Mar

Juanmi dijo...

Y qué te puedo decir yo, Sonia?

Que me ha parecido trepidante, que está impecable, como todo lo que escribes, y que me ha encantado.

Siempre con ese toque de originalidad y de imaginación desbordante, tan característicos de ti.

Genial Sonia, como siempre. Eres de esas plumas que nunca decepcionan.

Joan Villora dijo...

Muy dinámico, muy "in crescendo", muy divertido y muy original.

Pero sabed que la situación de las chicas es totalmente creíble: pasó algo muy parecido en mi edificio y ¡eran tres chicas! ¡Las que llevaban la guardería, por aquel entonces!

La realidad machaca a la ficción.

Sonia dijo...

Muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios tan halagadores!
La verdad es que me sorprende mucho que os parezca verosímil la historia, pues en cuanto terminé de escribirla pensé que en clase me la iban a machacar por poco creíble...
Me quedo con la curiosidad de saber qué les pasó a esas tres chicas, Joan.