sábado, 7 de marzo de 2009

LA DELGADA LÍNEA

LA DELGADA LÍNEA.

Se me heló el aliento. Me faltaba la respiración o probablemente olvidé respirar. Un sudor frío me empapó la nuca. Los latidos del corazón bombardeaban en mi cabeza, no sé si cerré los ojos o la luz blanca y fría del techo me cegó. Se me encogió el alma. No era este el final, no podía terminar así un día en que las circunstancias se habían confabulado contra mi. La secuencia retrospectiva de los hechos se atropellaron en mi mente. En un segundo todo había cambiado, me entró pánico. Me derrumbé.
El accidente había precipitado el momento. Cuatro coches por delante, frenaron bruscamente para no atropellar a un perro que, inconscientemente, quería cruzar los cuatro carriles de la autovía en una excursión suicida. El frenazo fue tan violento que no se pudo evitar la colisión.
La gente se arremolinaba alrededor del coche, intentaban tranquilizarme del tremendo susto, estaba mareada y sentía nauseas, me asaltaron a preguntas sin respuesta. Sólo pensaba en el maldito momento en que decidí coger el coche en lugar del autobús, rogando que ese error no le costara la vida a mi hijo, no me lo perdonaría nunca, tan solo le faltaban tres semanas para nacer y me notaba mojada.
-Respire profunda y lentamente, me dijo el sanitario cuando llegó, al ver que mi piel estaba muy pálida y sudorosa, mientras me miraba el volumen de mi panza preocupado. ¿Se encuentra mal? ¿siente muchas molestias?. Lo que sentía no era dolor, sino miedo y mucha culpa. Que no le pase nada a mi hijo, que no le pase nada, me repetía una y otra vez.
El sonido de las sirenas de fondo no me ayudaba a tranquilizarme, al contrario, me aceleraba más, parecía que llegábamos muy tarde a algo demasiado importante. El conductor, con sus improperios a los vehículos impasibles al paso de la ambulancia, mantenía en alerta mis sentidos, era imposible abstraerse de la conducción y en cada curva me atormentaba la convicción de que, si continuaba derrapando de aquella manera, mi hijo nacería en carrera.
La ambulancia se detuvo y sacaron la camilla, que rápidamente se dirigió por el pasillo hacia el paritorio para la primera exploración de la situación. Yo me sujetaba fuertemente a mi barriga.
-Ya está aquí,- dijo después de comprobar que el niño iba a nacer en pocos minutos. Todo irá bien.
No pude evitar un espasmo y tragar saliva. Olvidaría el accidente porque ya estaba preparada para traerle al mundo y no quería perder ni un detalle de lo que iba a suceder, deseaba retenerlo todo, cada imagen, cada olor, cada sonido, cada emoción. Lo cierto es que no me lo esperaba así. Dos empujones y su cabecita rápidamente asomaba a este mundo, pronto vería su carita. Me estaba emocionando. Enseguida acabaría todo, menuda mañanita, al fin y al cabo era un día perfecto para nacer. Un esfuerzo más y.....
No sigas -me indicó el médico-, viene con vuelta.
En ese instante por mi mente pasaron pensamientos torpes y confusos, por experiencia ya mi vida estaba plagada de situaciones en las que si existía una posibilidad de que algo saliera mal, se cumplía inexorablemente. Siempre cargando con la culpa y el miedo de tomar la decisión errónea. Rompí a llorar por mi desdicha cuando sentí que me cogían una mano y la ponían sobre algo caliente. Levanté la cabeza hacia mi pecho y allí estaba lo mejor que yo había hecho jamás, una vida. Lloré de felicidad, de alegría, de alivio. La emoción y la tensión acumuladas me impedían hablar. Apenas transcurrieron unos segundos, una maniobra rápida y certera y su cuello quedaba libre del cordón umbilical que caprichosamente se le había enrollado. Ese tiempo me pareció eterno. Como si estuvieras viendo una película a cámara lenta y deseas que no te esté sucediendo, que no sea verdad.
Permanecí toda la noche en vela, comprobando que respiraba, dormía tan plácidamente que me inquietaba, no dejé de mirar aquella carita de ángel que asomaba tímidamente entre el muletón. Durante la vigilia mis sentimientos eran contradictorios, iban de los nervios del accidente a la alegría de tenerle allí, pasando por el miedo y la tristeza de poder perderle. Imposible olvidar este día.
Qué línea tan delgada hay entre la dicha y la tristeza, la risa y el llanto, la vida y la muerte. Qué es lo que determina que estés a un lado o a otro de esa línea, qué decide que sea el momento más feliz o el más amargo. En un instante todo puede cambiar. Qué suerte hay que tener en la vida para que te toque a este lado y no al otro. Que suerte la mía, me repito, cada vez que le abrazo.

Marien.

9 comentarios:

Mar Cano Montil dijo...

¡Glub, Marien! Casi sin respirar me he quedado yo hasta que ha nacido el niño, ¿es real la historia? Es curioso, pero yo estoy acabando un relato en el que ,brevemente, también hablo de como la vida me parece un milagro en constante equilibrio...
Trasmites muchísimas emociones lindas, parto complicado con final feliz :)
Mar

Judi Cuevas dijo...

Marien, creo que tu relato está un poco desequilibrado, porque hay muy poco del accidente y quizás demasiado del parto. Pero aún y así, sabes pone al lector en tensión y enternecerle a la vez.

Me gusta mucho la reflexión final!

Marien dijo...

Mar, Judi, gracias por vuestros comentarios. Primero decir que la historia no es real, o por lo menos no me ha pasado a mi ni a nadie que conozca aunque no la veo tan disparatada para que alguién haya pasado por eso. Es cierto que tenía tanta prisa por que el niño naciera que no he desarrollado el accidente suficiente ni lo he dotado de un dramatismo extremo para que se note el contraste con el nacimiento. El profe me lo indicó, y aunque he reformado el principio parece que no le he conseguido.
Aunque si me siento satisfecha de haber transmitido un poco de ternura, que hace falta mucha.
Intentaré hacerlo mejor la próxima vez, ¡es que soy muy NOVATA!
Os reitero mi agradecimiento.
Mar, he visto tu blog y me gusta.
Marien

milagros dijo...

Me ha gustado mucho tu relato. Haces que parezca creible, como una experiencia vivida.
El último párrafo, genial.

LA PETERANA dijo...

Gracias Milagros por tus amables palabras.
Tengo ganas de leer algo tuyo en este blog.
Saludos

Mar Cano Montil dijo...

Hola, de nuevo, Marien:

Primero decirte, quizás insistir, que a mí, humilde lectora, este relato me ha trasmitido muchísima sensibilidad. Creo que tu intención era hacernos llegar tu amor por la Vida, cosa que, sigo insistiendo :), está más que lograda. Quizás si hubieras desarrollado más el accidente, estarías dando más importancia a una de las cosas más ominosas de la existencia humana y creo que este relato, quizás, no era el más indicado para hacerlo. Yo creo que tu relato mantiene UN PERFECTO EQUILIBRIO entre lo que quieres trasmitir y cómo lo cuentas, TE HA QUEDADO "CHAPEAU", Marien, de verdad.
Todos estamos aquí por un mismo objetivo: aprender. Yo vibro con todas aquellas plumas que saben trasmitir sus sentimientos con frescura y acierto, tú ya posees eso, Marien, ahora se trata, cual escultor, de ir moldeando tu estilo poco a poco. Pero créeme cuando te digo que lo esencial ya lo tienes, Marien.
Me alegra que te haya gustado mi blog, visítame siempre que quieras, me encantará. ¡Es una pena que no exista el café o té virtuales para tomarnos uno juntas en mi blog :)!
Un abrazo y ¡ánimo!
Mar

Unknown dijo...

Me ha gustado mucho tu relato. Tiene un ritmo trepidante entre cosas que pasan y estados de ánimo y pensamientos que se suceden como crestas de olas gigantescas, ahora arriba, ahora abajo, hasta que arriban mansas a la playa de la tranquilidad, el sosiego, la felicidad.
Mis felicitaciones. Marien

Marien dijo...

Mar, Ignasi
Gracias a los dos por vuestro comentario.
Mar :El café virtual no me pondrá nerviosa. Los alumnos "virtuales" nos perdemos ese contacto. Me sorprende que tengas más confianza en mi que yo misma, tu empuje lo agradezco mucho. Cualquier comentario de los compañeros ayuda a continuar contando historias.
Seguimos en contacto.

Anónimo dijo...

Marien,
Me parece que has hecho un trabajo extraordinario transimitiendo cada una de las sensaciones de la madre primeriza! Me impresionó, sobre todo, lo bien que logras comunicar la culpa... ese sentimiento que a todos nos resulta tan difícil vencer. Lo positivo del final hace un contraste perfecto con la tensión en que nos mantienes durante el resto del relato. Felicidades!!
Paula