miércoles, 15 de abril de 2009

SABOR A MELOCOTÓN

El maletero permanecía abierto esperando a que depositaran la caja cuidadosamente, su contenido lo merecía. Con las primeras horas del día Simón y su padre cogieron los melocotones que como todos los veranos llevaba consigo al regresar de sus vacaciones.
El progenitor le insistía poniéndole el brazo por encima de los hombros:
- Un puñado para tu Superior, que esté contento, a ver si te manda pronto para casa. Que no suframos más.- Dejando como punto final el sonido de un suspiro desde lo más profundo.
- No te preocupes, papá. Estaré aquí muy pronto.
La noche antes se había despedido de sus amigos haciendo la típica zurra, mezcla de melocotón troceado, vino y gaseosa, como ya era costumbre. Simón disfrutaba de sus vacaciones estivales siempre en su pueblo, con la familia y los amigos de toda la vida, coincidiendo también con las fiestas patronales. Todos sabían que era Guardia Civil, y que trabajaba en un grupo especial de información o algo relacionado con el terrorismo, no daba nunca demasiadas explicaciones, pero si que contaba a veces anécdotas y vivencias, omitiendo datos precisos, miedos y tropiezos. Los primeros días en el pueblo todavía permanecía muy tenso, miraba por encima de su hombro si oía pisadas y revisaba los bajos del coche cada vez que lo aparcaba en la calle. Volvía a Madrid a esperar instrucciones de desplazarse al norte, para continuar con la vigilancia y seguimiento del caso que le asignaran.
Sus padres permanecieron de pie, despidiéndole con la mano, mientras el coche se alejaba con su preciada carga. Atravesó el pueblo por la calle principal donde ya los primeros paisanos comenzaban su faena, cruzó el puente de hierro sobre el río cuyo cauce discurría casi seco, hasta llegar al cruce para coger la carretera principal. Todo a un lado y a otro era huerta, en los melocotoneros las ramas se doblaban por el peso bajo el sol, eran los mejores de toda Europa.
Pronto el dulce olor de la fruta invadió el vehículo, su tentador aroma arrebataba los sentidos y le revolcó la memoria. Cuando era un crío correteaba con los amigos por los bancales,cogiendo la fruta del árbol y comiéndola sin lavar, simplemente frotándola contra el pantalón. Su primer beso de amor fue un día de marzo bajo un melocotonero en flor,con ocho años. Y que hubiera sido de él si cuando se precipitó al río, que entonces pasaba caudaloso, no le hubieran arrojado una rama para sacarlo antes de llegar a la presa. Definitivamente aquel perfume le traía muy buenos recuerdos, aromas de verano, de juventud, de vida. Había planeado que cuando se jubilara plantaría un huerto con una casita con soportal desde donde vería amanecer y por la tarde la brisa inundaría la casa con el delicioso olor de los frutales. Se encontraba cansado de no disfrutar una vida normal, con veintiocho años no tenía novia, aunque en estos días se reencontró con un amor de juventud y ya veríamos lo que pasaba hasta que regresara para el puente de Todos los Santos. Debido al mutismo que imponía su trabajo era difícil entablar relaciones personales y estaba hastiado, le faltaba sólo un año más.
Todo el trayecto lo hizo embriagado por el aroma dulzón que emanaba del maletero. Su compañero de fatigas era un palentino que esperaba impaciente su regreso, o precisando mejor, el del rico manjar que traía siempre de vuelta de sus vacaciones. Nada más llegar a su destino salieron de viaje a cumplir una misión de investigación, con la promesa a su compañero de no olvidar cargar los melocotones en el coche. Darían buena cuenta de ellos en las tediosas horas de espera.
En la madrugada del 10 de Agosto, conducía el palentino por los vericuetos caminos de la montaña, Simón acababa de sacar la bolsa de los melocotones, preparada para aquella noche, y la dejó abierta sobre sus piernas mientras le daba el primer bocado al melocotón, jugoso y crujiente, al tiempo que cerraba los ojos y aspiraba su fragancia. “No hay otro sabor igual”, dijo, mientras le ofrecía uno a su compañero y ambos asintieron con un leve movimiento de cabeza. La ráfaga de metralla impactó en los cristales del vehículo por sorpresa, sin tiempo para reaccionar ante la emboscada terrorista. El volantazo hizo que se detuviera al estrellarse sin control contra un roble junto a la carretera. Al abrir la puerta del Jeep para intentar salir, un intenso olor a muerte se escapó de su interior, los melocotones rodaron por el suelo, salpicados de sangre caliente y quedando esparcidos junto a su cuerpo agonizante en el asfalto, en su boca permanecía todavía sin tragar el último mordisco a la vida. Cuando los encontraron, amanecía en la mejor huerta de Europa.


Marien
Taller Escritura Creativa

8 comentarios:

milagros dijo...

Emotivo relato con sabor y olor de melocotón.

Mar Cano Montil dijo...

Marien, ya te dije en tu blog ¡todo lo que me inspiró este relato!

Bonita manera, como ya viene siendo habitual en tí :-),de dulcificar a través de unos tiernos, sabrosos y dulces melocotones algo tan duro, amargo y cruel como es una muerte brusca y repentina.

Muy buenas las descripciones, ¡ya vas como pececillo por riachuelillo :-)!

Un beso,

Sonia dijo...

Otras Marian, me he quedado fatal con el final, lo que quiere decir que el relato funciona muy bien y que consigues que empatice con el protagonista.
Me ha encantado la asociación que haces durante todo el relato del melocotón a la vida, por eso me hubiera gustado que al final el melocotón se la salvara, no sé, que absorbiera el impacto de las balas, por ejemplo. Es que no quiero que se muera! Me da mucha pena!

Muy bien Marian, muy buena historia.

Sonia Sánchez dijo...

Estoy de acuerdo con Sonia en que el final me dejó triste, pero me gusta el comentario del final de "en su boca permanecía todavía sin tragar el último mordisco a la vida" por el pararelismo que haces del melocotón y la vida.

Marien dijo...

Chicas, gracias por vuestros comentarios, en algunos casos dos veces gracias. Siento haberos recordado que la vida es cruel, injusta e imprevista, pero prometo que en el próximo me acordaré de que la vida es maravillosa y fantástica. Pero por muy triste que nos parezca,la realidad siempre supera a la ficción, a mi también me da pena eliminar a mis personajes pero me salió así. Me vais a crear remordimiento.
En serio insisto en agradeceros haberlo leido.
Abrazos

Joan Villora dijo...

El relato esta bien y me gustan las descripciones. La historia es clara.

Entiendo has usado la subperpectiva para trasladarnos a la infancia y juventud del personaje a través del olor de los melocotones.

Creo que está bien que muera al final, ya que repites mucho las cosas que hará cuando vuelva, por lo que resultaba obvio que no lo iba ha hacer. Me hubiera extrañado, al menos.

Aunque me ha extrañado lo de "un intenso olor a muerte" ¿alguien recién muerto apesta?

Joan

Anónimo dijo...

Entiendo que "un intenso olor a muerte" se refiere a algo simbólico, no que la persona recién fallecida apeste...

Marien dijo...

Hola Joan,
Durante todo el relato juego con el olor del melocotón para ir del pasado al presente y futuro del protagonista, es un símbolo, está presente durante su vida, olor a vida. Al final,el olor en el jeep sigue siendo a melocotón, pero ahora es su muerte. No me refería a tufo de muerto, sino a muerte, que ya sabemos que es un olor inexistente, igual que el de la vida. Sólo pretendía que el melocotón simbolizara su vida y su muerte. Su olor y sabor.
No sé si me he explicado bien pero seguro que me has entendido.
Gracias por tu comentario. Y al anónimo también.
Saludos