sábado, 18 de abril de 2009

Eva

A mis treinta y tres años había roto totalmente con mi vida anterior e iniciaba una nueva en todos los aspectos: laboral, personal y sentimental.

Me encontraba perdido y desorientado, había sufrido un desengaño amoroso, aunque no en el sentido habitual del término y sin duda por culpa mía, pero quien puede controlar al amor, sea del tipo que sea: siempre es libre de ir, venir o quedarse.

Eva tenía 27 años cuando la conocí y el aspecto de poder enseñarme todo lo que yo ansiaba saber de este mundo y que hasta ahora no había estado a mi alcance. Era atractiva, pelo negro a media melena, ojos oscuros y expresivos, en muchas ocasiones no necesitaba hablar para hacerme saber lo que pensaba. Su boca me esclavizó desde el primer momento.

Yo era inexperto, no sabía cómo comportarme delante de ella, si hablar o callar, si moverme o estarme quieto. . . poco a poco me fui acostumbrando a estar a su lado. Me trataba con cariño, creo que al principio tenía curiosidad por mí, me trataba como si fuera una especie en extinción, mi pasado reciente no es lo que se puede decir normal, pero tampoco era un bicho raro.

Sin darme cuenta fui transformándome, cuando sonaba el teléfono el corazón me daba un brinco en el pecho solo de pensar en que era Eva quien llamaba, era incapaz de centrarme en nada que no fuera Eva, mis manos temblaban cuando pensaba en ella y si no pensaba en ella me venían a la cabeza imágenes fugaces de su rostro, su voz y su cuerpo: me había enamorado.

Sin embargo yo era incapaz de insinuarle mis sentimientos y mucho menos pensar en tener una relación con ella, sencillamente estaba fuera de mi alcance. Afortunadamente para mí, yo sí estaba a su alcance. Una tarde en el cine Eva tomó la iniciativa. Nos sentamos juntos, me cogió de la mano y como si un rayo me hubiera alcanzado, mi brazo se encogió para intentar evitar su contacto.

Acercó su boca a mi oído y me preguntó si me ocurría algo. Su voz susurrante me erizó todo el vello de la nuca, me cogió la mano por segunda vez y de nuevo un cosquilleo electrizante me invadió y recorrió mi cuerpo desde el estómago hasta la cabeza. Nunca antes había sentido algo así. Más tarde me avergoncé de mí mismo porque el pelo no fue lo único que se me erizó.

Después de la mano, su boca me regaló el primer beso de amor en mi vida, y digo bien, porque fue un auténtico regalo, y desde luego para mí fue de amor, no podía ser nada más. Su boca me enloquecía, por fin era mía, me pertenecía y podía sentirla dentro de mí, estaba entrando en un éxtasis como nunca había conocido.
Aún hoy, años después y felizmente casado, cuando recuerdo aquel beso, todo mi ser se llena de una pequeña histeria que me resucita.

Eva notó en mí el nerviosismo típico de la inexperiencia, pero continuó besándome hasta el final de la película como si de una clase magistral se tratara. El sábado siguiente me invitó a su casa. Me enseñó la cocina, el comedor y al llegar al dormitorio mis nervios me delataron, ella me tranquilizó:"No te preocupes, no estás obligado a hacer nada que no quieras, lo que tenga que llegar, llegará en su momento".

Yo era, aún soy, una persona mucho más espiritual que carnal. Estaba enamorado de ella, amor puro y virginal, al menos para mí. Podría estar con ella toda mi vida sin ninguna necesidad de relaciones carnales. Por otro lado pensar en el contacto de toda su piel con la mía, en su cuerpo desnudo junto al mío, hacía crecer en mí sensaciones que desde luego me resultaban muy agradables, pero al mismo tiempo me producían desasosiego, esta era la disyuntiva a la que me enfrentaba.

Nos sentamos en el sofá y noté cómo mi inquietud inicial se transformó en excitación sexual. Eva cogió mis manos y las guio por debajo de su camisa, recorrió todo su cuerpo, me llevó a explorar lugares inaccesibles, recónditos e inimaginables para mí hasta entonces.
Del sofá pasamos a su dormitorio y continuamos haciendo el amor. Borracho de sensaciones, bajo mis pies había desaparecido la tierra, me sentía caer al vacío una y otra vez, y Eva siempre estaba allí, conmigo, acompañándome en mi camino por el placer sexual.

Nuestra relación duró un año, ocho meses y tres semanas, lo suficiente para recuperar gran parte de lo que me perdí durante los veinte años que dediqué a la Iglesia, de los que no me arrepiento, pero las vocaciones no siempre son eternas y en esta vida hay tiempo para todo.

Mi relación con Eva fue un proceso de reinserción, seguramente el mejor que pueda existir. Después de Eva me enriquecí con otras relaciones más o menos efímeras, más o menos profundas, hasta que finalmente encontré a la persona con la que decidí compartir el resto de mi vida. Y ahora pasado el tiempo, me doy cuenta de que una vez encontrado el primer amor auténtico, todos lo demás son bisutería, falsificaciones que coleccionamos, abrillantamos y exhibimos para rellenar el hueco vacío de un diamante que tuvimos y perdimos tiempo atrás, un diamante cuyo brillo nunca podremos olvidar.

Pedro.

2 comentarios:

Sonia dijo...

La historia está bien, me gusta el giro final, cuando se descubre que él era sacerdote, y de ahí se entiende toda la historia, pues hasta ese momento el protagonista parece tan sólo un tio bastante raro, con algún problema para relacionarse.
Sólo me confunde el primer párrafo, pues dices que ahora, a los 33 años rompe con todo lo anterior, pero es que al final del relato, el tío ya está casado y ha tenido relaciones anteriores, entonces cronológicamente no me cuadra este ahora del principio con el ahora del final.

pedro dijo...

Pues llevas toda la razón Sonia, es un error clarísimo del que no me dí cuenta. Gracias por el aviso.