viernes, 28 de noviembre de 2008

La mujer de rojo

Eran casi las diez de la noche cuando llamaron a la puerta. El señor Gutierrez no estaba acostumbrado a tener visitas, y menos tan tarde. Se acercó a la puerta y vio por la mirilla a un joven con un casco de moto en una mano y un paquete en la otra. “¿Si?”. “Tengo un paquete para el señor Gutierrez ¿Vive aquí?”.
¿Un paquete? ¿Y a estas horas? Abrió la puerta con la cadena todavía puesta. Aunque vivía en un barrio bastante seguro nunca se sabía. “¿Señor Gutierrez?” “Si, soy yo.” “Si me echa una firmita aquí...”. Con la puerta todavía a medio abrir cogió el papel, lo firmó y se lo entregó al mensajero que a su vez le hizo entrega de un paquete rectangular, fino y ligero. Lo abrió vacilante y descubrió dentro un CD de música clásica (¡su favorita!) acompañado de una nota.

“Hola. Te he visto esta tarde ojeando CDs en la tienda de abajo. No se si te has fijado en mí, creo (espero) que sí. Te he visto unas cuantas veces por el barrio pero nunca he tenido el valor de invitarte a tomar un café o simplemente hablar contigo. Espero no parecerte demasiado atrevida o una loca, te aseguro que es la primera vez que hago algo así. Ahora mismo estoy en el bar de la esquina tomando una copa y me encantaría que me acompañases para poder charlar un rato. Por si te decides a venir estaré sentada en una de las mesas del fondo y llevó una camisa roja. Julia. P.D: espero que te guste el CD.”

Lo primero que pensó es que aquello era una confusión, no podía estar dirigido a él. ¿Quizá era una broma? ¿Pero de quién? Repasó mentalmente las pocas amistades que tenía. Imposible, pensó. No podía imaginarse a ninguna de ellas gastándole una broma de ese tipo. Con nadie tenía esa clase de confianza.
¿Y si realmente tenía una admiradora? Era cierto que había estado ojeando CDs de música en aquella tienda, y era también cierto que había cruzado la mirada con una mujer de más o menos su edad. ¿Le había sonreído en aquel momento? Ahora empezaba a creer que sí.
Había pasado un buen rato desde que el mensajero se fuera y él seguía plantado en el mismo sitio. De repente le empezó a invadir una sensación de pánico ¿Y si estaba desaprovechando una gran oportunidad? El señor Gutiérrez no estaba en posición de desaprovechar las pocas oportunidades que el destino le brindaba. ¿Qué tenía que perder? Parecía un plan bastante mejor para un viernes a la noche que repasar su preciada colección de sellos antiguos.
Guardó los álbumes, se cambió de ropa, se echó colonia y se peinó cuidadosamente por miedo a que el peine se quedase con los pocos pelos que aun conservaba.
Ya de camino al bar empezó a imaginar posibles temas de conversación con los que romper el hielo. Le preguntaría si a ella también le gustaba la música clásica, tal vez podría invitarla a un concierto. Dudaba mucho que fuese aficionada a los sellos, sabía por experiencia que no hay muchas mujeres metidas en ese círculo. Una pena ya que él era un reconocido experto y coleccionista.Podía hablar sobre el tema durante horas.
Una vez a las puertas del bar su entusiasmo se esfumó y el pánico volvió a aparecer de repente. ¿Y si no era el tipo de persona que ella esperaba? ¿Y si le resultaba demasiado aburrido? Nada más entrar pediría una copa de algo fuerte, necesitaba relajarse, al fin y al cabo era ella la que había escrito la nota. “Antes de ir a pedir no olvides preguntarle a ella si quiere algo” pensó el señor Gutierrez. Siempre se le olvidaba tener este tipo de gestos en compañía de una mujer.
Armado de valor entró al bar y lo recorrió con la mirada. A primera vista no vio a ninguna mujer vestida de rojo. A decir verdad no vio a ninguna mujer , solo a tres hombres solitarios y a un par de jóvenes hablando a gritos. Se acercó a la barra y siguiendo su plan original pidió un gin tonic y se sentó.
Pasaron varios minutos y se empezó a poner cada vez más nervioso preguntándose dónde estaría aquella mujer. Estaba tan agitado que ya se había acabado el vaso, y sin saber bien lo qué hacer se acerco al barman con el pretexto de pedir otro trago. “Perdone, ¿no habrá entrado aquí por casualidad una mujer vestida con una camisa roja?” “¿Así que era a usted a quien esperaba esa monada? Dejó un mensaje para cuando usted llegara, dijo que le había surgido no sé qué emergencia pero que volvería en media hora. Julia dijo que se llamaba”.
Así que era eso. Ahora por lo menos tenía la certeza de que esa tal Julia existía, y además según el barman era una monada... Volvió a su mesa con un nuevo gin tonic, más nervioso que nunca, y volvió a pensar en posibles temas de conversación para cuando ella regresara.
Pasadas hora y media, después de su quinto o sexto vaso, el barman se acercó y le dijo que lo sentía mucho pero que era hora de cerrar. El pobre señor Gutierrez, frustrado y solo, salió tambaleándose a
la calle y emprendió el camino casa. De vez en cuando volvía la vista con la vaga esperanza de ver torcer la esquina a una preciosa mujer vestida de rojo corriendo y gritando que lo siente. Pero lo máximo que alcanzaba a ver eran las borrosas siluetas de los coches que circulaban a esas horas de la noche. ¿Qué le habría pasado? ¿Para que tomarse la molestia de comprar un CD y escribir la nota si luego no iba ni a aparecer? ¿Tal vez ella estuvo observando desde fuera y cambió de idea al verle venir? No conseguía entenderlo.
Tuvo suerte de que al llegar al portal la puerta estuviese abierta, habría sido difícil acertar la llave en la cerradura con tan poca luz y tantos gin tonics consumidos. Subió a duras penas las escaleras sin dejar de apoyarse en la barandilla, y por fin delante de su puerta sacó las llaves del bolsillo. No le hizo falta hacer uso de ellas. Por lo visto hay chicas bonitas a las que sí les gustan los sellos y la música clásica. Y que encima no cierran la puerta al salir.

Jon Igual Brun

5 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Hola,
Vuelvo a subir este relato ya que desapareció "misteriosamente" hace un par de semanas.
Un saludo,
Jon.

Elena Escura dijo...

Hola Jon!

Me ha gustado tu relato. Tal vez he echado un poco de menos un final con algún detalle más, pero así también das juego a la imaginación.

Creo que has conseguido mantener la tensión hasta el final, es uno de esos relatos en los que no despegas la vista del papel pensando: ¿Qué dirá cuando aparezca la mujer? o mentalmente veía al prota ya borrachísimo y no atinando a ninguna de las conversaciones que había planeado de camino al bar. Da pie a imaginar finales cómicos, pero también me gusta como lo has resuelto finalmente.

Un saludo!


Elena.-

Anónimo dijo...

Hola Jon,

Me alegra que hayas colgado de nuevo a tu mujer de rojo, pues es un relato que me gustó mucho y en su momento no lo pude comentar.

El Sr Gutierrez me parece entrañable y en seguida se le coje afecto. El ritmo del relato es muy bueno y te atrapa de inmediato, quieres saber donde está la misteriosa mujer de rojo, y que se encuentren ya. Pero el final me dejó un poco insatisfecha porque no lo entiendo. Explícamelo, please!

Sonia

Juanmi dijo...

Me pasa igual, el final me pierde.

Quizá no lo interpreto bien, pero queda muy difuso, y he llegado a no saber qué pasa en realidad, y es una pena, porque la historia está muy bien llevada, y me ha gustado.

Jon Igual dijo...

¡Hola!

¡Gracias por vuestros comentarios! Siento haber tardado en contestar pero es que no puedo acceder a internet siempre que quiero.
Al final el señor Gutierrez llega a casa y se encuentra su puerta abierta. Mi idea era transmitir que le han robado, todo era un montaje para que saliera de casa y robarle.
Veo que lo he dejado demasiado difuso, tal vez debería haber acabado con algo como: "Por lo visto hay chicas bonitas a las que sí les gustan los sellos y la música clásica. Y que encima saben forzar cerraduras." No se...

Un saludo,

Jon.