viernes, 21 de noviembre de 2008

MASCARAS DE SOLEDAD

"Cuando muera, quiero que en este bosque me dejen libre, que mi polvo, que mis cenizas se las lleve el viento".
Era un primero de noviembre del año 2008, Gabriela había asistido a Michoacán, su estado natal a presenciar el tradicional día de muertos. Ella iba acompañada por un grupo de amigos quienes querían conocer el ritual que llevaban a cabo "los vivos" al reunirse con sus "difuntos" en el cementerio de Ihuatzio, una de las pequeñas poblaciones indígenas que rodea la zona lacustre de la ciudad de Pátzcuaro.
La campana colocada en el arco de la entrada del panteón, sonó discretamente durante toda la noche pues llamaba a las ánimas a que se hicieran presentes en esa gran ceremonia nocturna.
"Los vivos", habían adornado cada tumba de sus difuntos con velas, flor de tzenpazuchil y les habían querido alagar como cada año, con la bebida y alimentos que en vida disfrutaban. Gabriela se apartó un poco de sus amigos pues caminando entre las tumbas, observaba respetuosamente un ambiente peculiar en devoción, tristeza o alegría discreta donde los diversos rostros que velaban, añoraban a sus muertos.
Una vieja anciana que estaba postrada entre la tierra y las piedras de esos caminos sepulcrales, jaló bruscamente el tobillo izquierdo de Gabriela y ella fue a dar al piso.
La joven apanicada encontró sus ojos con los de la anciana que cubría su cabeza y parte de su rostro con un gran rebozo.
-Aquí quedaste. Aquí moriste. No hay vuelta atrás.
Gabriela volvió sus ojos a una lápida en parte cubierta de tierra, sin luz y sin decoración alguna.
Sólo pudo leer lo escrito por el reflejo de veladoras de tumbas de los alrededores.
-Aquí yace Gabriela Martínez Arredondo (1 de noviembre 1971-2008).
Safó bruscamente su tobillo de las manos de la vieja y salió corriendo despavorida del cementerio esa noche que se tornó en una verdadera pesadilla para ella.
Al día siguiente por la mañana, los muchachos salieron de la cabaña donde estaban hospedados para dirigirse a la ciudad de Pátzcuaro. Llegaron a la plaza principal donde se había instalado un mercado en el cual se vendían una gran variedad de dulces; entre ellos cráneos y esqueletos de azúcar, frutas, comida, flores, artesanía. Por ahí se escuchaba una banda y se veía bailar enérgicamente a un grupo de jóvenes. Había una gran fiesta....la fiesta de la muerte. La gente se embriagaba de ruido, de más gente, de colorido.
El padre de Gabriela, dueño de aquella cabaña, los acompañaba. Él, junto con su hija iba caminando entre la masa.
-Papá, ¿te das cuenta que estas aglomeraciones con motivo de estas fiestas son de solitarios?...con las fiestas, la gente se libera y saca lo que guarda adentro. Muchos mexicanos viven con máscaras que ocultan su soledad. Cuántos viven en silencio, apatía, tristeza, con una vida de miseria. Las fiestas mexicanas son alegres y a la vez, muy tristes.
-Y el mexicano se burla de la muerte hija, se divierte pero no enfrenta una vida que pueda trascender. Quien niega la muerte, niega la vida.
Entre la multitud, Gabriela distinguió a alguien muy peculiar......se quedó pálida, helada y sin habla prácticamente. Vislumbró a la vieja anciana de su pesadilla.
Alterada dijo a su padre:
-me voy papá, te veo en la noche en la cabaña, no te preocupes.
Salió corriendo de la plazuela huyendo, aterrada, por una realidad que tenía que enfrentar.
-¡La muerte!, ¡la muerte me ronda!.
Esa noche del 2 de noviembre, la campana del arco del panteón, sonaba fuertemente y acelerándose el ritmo de su corazón llegó a la lápida mortuosa. La vieja descubrió su rostro y con sonrisa macabra dijo:
-te estaba esperando.
-Y yo, sólo he venido a decirte que todos somos polvo y vamos al polvo, pero mi hora de partir aún no ha llegado. Desde tiempo atrás he querido dar un vuelco significativo a mi vida. El tiempo pasado, el tiempo perdido quedó atrás. Ahora sólo me queda vivir intensamente lo que me queda de vida. He tenido que enfrentar mi soledad y ésta ha dado un sentido purificador a mi persona.
Yo acepto mi vida y por ende, aceptaré mi muerte.
Gabriela valerosa, se dio la media vuelta y esa figura sepulcral, en la inmensidad de la noche, se esfumó.

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