martes, 11 de noviembre de 2008

Dominique

Dominique tenía que hacer un viaje al extranjero por razones de trabajo y necesitaba poner al día algunos documentos.
La mañana era espléndida y a pesar de estar ya a comienzos de octubre el sol se derramaba con fuerza.
Su andar era alegre; la acera ancha y muy arbolada, era un grato lugar para el paseo.
Llego a la comisaría y buscó en el directorio la oficina de pasaportes; ésta se situaba en el segundo piso y a él se encaminó.
Llega al mostrador y se pone a la cola, había algunas personas antes que él y debe esperar. Después de algunos minutos llega su turno y se arrima al mostrador, el funcionario le pide el carnet de identidad.
El funcionario teclea y se queda fijo mirando la pantalla del ordenador; gira la cabeza buscando algo, mira en varias direcciones pero parece que no encuentra lo que busca.
Por una puerta a la izquierda del mostrador aparece un miembro de la Policía Nacional, el funcionario le hace una señal y éste se acerca; coge el carnet de Dominique y se queda mirando la pantalla del ordenador.
Sin prisa el policía sale de detrás del mostrador y se acerca a Dominique.
-Me puede acompañar, por favor-le dijo con firmeza.
Dominique extrañado sin saber qué decir, acompaña al policía. Pasan a un despacho donde le invita a sentarse.
-Señor ¿Sabe que está en busca y captura?-dijo el policía
-¿Cómo? ¡No lo entiendo! ¿Qué quiere decir?
-¿Se llama usted Dominique Lara Trujillano?-preguntó el funcionario.
-Sí-
-Se le busca desde hace años por algún delito que cometió; me tendrá que acompañar- siguió diciendo el agente.
-¡¿Qué delito?! ¡Yo no he cometido ningún delito!-gritó Dominique
-Hay una orden de arresto contra usted que viene de un juzgado de la región; usted sabrá que ha hecho por esos mundos de Dios-le espetó con sorna el policía.
Dominique estaba temblando, no daba crédito a lo que oía; tuvo ganas de gritar y salir corriendo.
Su mente retrocedía a toda velocidad en el tiempo buscando alguna acción que pudiera considerarse delito y que fuera el origen de esta situación inverosímil.
El agente le agarró del brazo con fuerza y tiró de él hasta que se hubo puesto de pié. Le instó a dirigirse hacía las escaleras que quedaban cerca del despacho.
Ambos bajaron varios pisos hasta que llegaron a un sótano bien iluminado con varias puertas metálicas pintadas de color rojo, con la parte superior enrejada que daban al lugar un cierto aire taurino.
Todas tenían su llave puesta, el policía se acercó a una y la abrió; Dominique le seguía sin oponer resistencia, estaba aturdido y seguía a su carcelero como un perrillo sigue a su dueño.
El detenido entró en el calabozo y la puerta se cerró tras él.
-Tendrá que esperar aquí hasta que vengan para llevarle al juzgado.
Dominique abatido escucha apenas sin oír; no entiende nada, sólo hace lo que le piden.
El policía desaparece; todo queda en un absoluto silencio y da gracias por tener las luces dadas. El interior era frío a pesar de que fuera hacía un día espléndido; las paredes estaban alicatadas hasta el techo con baldosines blancos y para sentarse había un banco corrido de construcción tapizado por unas blancas baldosas similares a las que cubrían las paredes; el lugar era desolador.
En silencio, su mente vagaba por recuerdos lejanos buscando algo que le diera la clave de esta situación “¿Robos? ¡Pero si no he robado nunca nada! ¿Alguna pelea?” Buscaba en lo más recóndito de su ser alguna acción punible que hubiera hecho pero también olvidado; ya sabemos cuán traicionera puede llegar a ser la mente; como solemos olvidar los malos momentos o malas acciones para crear un pasado hecho a nuestra medida.
Se oyen algunas voces cada vez más cerca… alguien baja por las escaleras.
Son dos policías, el de antes y otro más. El de antes abre la puerta e invita a Dominique a salir.
Se levanta con dificultad, lleva horas sentado sobre la fría baldosa y tiene sus partes completamente dormidas.
-¿A dónde vamos?
Apenas le salía la voz, tenía doloridos el cuerpo y el corazón.
-Le llevaremos al juzgado de guardia para que le vea la jueza.
Entre los dos guardias avanza despacio y algo aturdido; bajan unos pocos peldaños y se dirigen por un estrecho pasillo; al fondo aparece una puerta gris de grueso acero con un letrero que indica que da al garaje.
Al cruzar la puerta llegan hasta un coche patrulla donde le sientan en la parte trasera; los dos agentes se sitúan delante y arrancan el vehículo; éste sube por la rampa hasta llegar a la calle.
Dominique no habla, al salir al exterior la luz le sorprendió y tuvo que cerrar los ojos unos segundos.
Miraba a su derredor buscando algo pero sin saber el qué; la parte trasera del vehículo estaba separada de la delantera por una pantalla transparente “como la de los taxis” se decía; se fijó en que las puertas del vehículo no tenían maneta para abrir desde dentro ”por eso no me han puesto las esposas” Sus ojos escudriñaban sin cesar; estaba más tranquilo, la vida de la calle le tranquilizaba y empezaba a pensar que una vez le viera la jueza le dejarían libre.
-¡No tienen motivos para encerrarme!- los agentes no podían oírle.
La calle estaba llena de gente, era sábado por la mañana y la actividad suele ser frenética.
“¡Qué día tan bonito hace! ¡¿La vida sigue ajena a mi desgracia?! ¡Claro, qué pensabas, que el mundo se iba a parar! “ Su mente caprichosa se hacía preguntas.
Un duro cristal se interponía entre él y la vida.
A los pocos minutos llegan a un edificio que parece ser el juzgado, entran por el garaje, la oscuridad vuelve de nuevo a sus pupilas.
La puerta del ascensor se abre, están en el tercer piso del edificio, las oficinas tienen un aspecto anticuado, despachos con separaciones de madera con grandes cristaleras. Muchos montones de papeles que apenas dejaban ver las cabezas de los funcionarios.
Uno de los policías se queda con el arrestado mientras el otro se acerca hacía uno de los despachos.
Dominique está cansado, son muchas las emociones que ha sufrido y empiezan a pasarle factura.
-¿Puedo sentarme?
-Claro hombre, aunque no vamos a tardar mucho ¡De esto sé mucho y una vez que la jueza vea tu documentación firmará, lo que no sabemos es qué firmara! ¡Tu tranquilo que esto va rápido!- El policía hablaba con gran suficiencia, era un hombre en la cincuentena y de su cuerpo resaltaba una prominente barriga y sus explicaciones no tranquilizaron a Dominique.
Apenas han pasado unos minutos y ya les avisan que deben pasar al despacho.
-¡Siéntese!-Un funcionario con unos papeles en las manos se dirige al arrestado con sequedad.
-La jueza está viendo el caso y ahora sabremos qué dictamina; esperen un momento- el funcionario se dirigió a los presentes con cara de pocos amigos.
Una mujer en la cuarentena con traje de estilo inglés se levanta en uno de los despachos con ventana a la calle, mira al arrestado y después de unos segundos le da al funcionario de antes unos documentos.
El funcionario se acerca al arrestado y le presenta el documento para su firma.
-Ingresará usted en la cárcel a la espera de juicio-las palabras del funcionario detonaron en su cabeza como una bomba, solo el estar sentado le libró de caerse.
Dominique se puso blanco y apenas oía las voces a su alrededor, se sentía como sumergido y ahogándose.
Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para balbucear unas palabras.
-¡¿Por qué?! ¡¿Qué he hecho?!
-Usted tuvo una pelea y se le condenó a una multa que no pagó, además no hizo caso a las notificaciones posteriores.
La respuesta de aquel hombre dio lugar a una tempestad en la cabeza de Dominique, todo le daba vueltas.
-Me tiene usted que firmar aquí- el funcionario le indicaba a Dominique un pequeño espacio en la parte inferior del documento.
Éste con lágrimas en los ojos y tembloroso no sabe qué hacer, no tiene la mente clara y tiene miedo “¿Me puedo negar? ¡¿Dios mío, qué puedo hacer?!” Sus pensamientos a cámara lenta buscan respuestas a su situación, pero…no las encuentran.
El funcionario le da un bolígrafo, Dominique lo coge y tembloroso lo firma “¡¿Dios mío, qué puedo hacer?!” se repetía.
A duras penas consigue levantarse, se siente observado por todos; decenas de miradas aleladas convergen en él.
Los policías le sujetan y despacio se lo llevan a los ascensores, entran en uno y se dirigen a los sótanos.
-“¿Debería llamar a alguien? ¡Claro como en las películas! Siempre pueden llamar a su abogado o a un familiar” Dominique intentaba razonar y buscar algo de luz en la oscuridad.
Se abre la puerta del ascensor y enseguida aparecen unos guardias civiles a su encuentro.
Uno grandote y con las manos protegidas por unos guantes de cirujano se dirige al detenido y le pone unas esposas.
-¡Así que este es el chorizo!- dijo con desprecio el guardia
El número agarra al detenido con fuerza por el brazo y entre risotadas le lleva a una furgoneta sin ventanas de las que sirven para el traslado de presos.
Dominique no era capaz de articular palabra alguna; le parecía estar viviendo una película y su cuerpo tembloroso se dejaba llevar.
Le encerraron en la furgoneta y a gran velocidad salieron del aparcamiento, no sabía a qué cárcel le llevaban. Resignado, en una furgoneta ciega y como un delincuente común se acercaba a un futuro incierto y negro.

Antonio Vallejo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y el final? qué pasa al final con Dominique? Jo, me he quedado con las ganas, después de leer todo el relato con impaciencia para ver cómo se resolvía este embrollo... me ha gustado, aunque no me ha transmitido demasiado la angustia y el desconcierto del protagonista, quizá porque se lo toma todo con relativa calma y resignación. Deduzco (y eso es lo que más me refleja la crueldad de la historia) que es inmigrante... por su falta de determinación, por su cobardía para pelear por su inocencia, por su miedo a revelarse contra una situación que le desconcierta y que le parece injusta, por dejarse convencer de su escaso valor como ser humano ante quienes le tratan como tal, como un ser inferior...

No sé si he acertado en lo que quieres transmitir, pero me quedo con eso, con la vulgar desfachatez de una sociedad como la nuestra, que presume de superioridad cuando deberíamos aprender de esas personas que merecen bastante más este calificativo, porque en ocasiones, quizá demasiadas, demuestran ser mucho más personas que nosotros...

un relato con mucha fuerza en el mensaje, tan real como triste, aunque le falte un poco de desgarro en las descripciones.

Ainara Rivera.

Aula de Escritores dijo...

Qué curioso. A mí sí que me ha transmitido angustia y desconcierto, y mucho (hay alguna frase al respecto que me parece genial: cuando se queda sentado y apenas oye las voces de alrededor).
Quizá hubiera estado bien un principio menos apacible, un adelanto de lo que iba a ser el núcleo de la historia.
Respecto a lo del final, no creo que sea imprescindible clarificarlo. Se ha transmitido un mensaje y unas sensaciones, que era lo que se pretendía.

Un saludo!
Manuel Santos

Anónimo dijo...

Comparto con algún compañero que me falta el final.
Sobre todo me he quedado con las ganas de saber si él recordaba por qué le detenían.
Lo describes todo muy bien y para mi gusto lo cierras demasiado deprisa. Se lo llevan y ya está. Resignación.
Pero eso sí, me ha mantenido en vilo durante su lectura
Leo

Aula de Escritores dijo...

¡Hola compañeros!

Para los nerviosos, para los insatisfechos, para los impacientes, para los que les ha gustado; estoy ya con la segunda parte de Dominique.

Antonio.