lunes, 10 de noviembre de 2008

LA BOTELLA

El campo está lleno. Los gritos de la gente se oyen a varias manzanas del estadio. El reloj corre rápido sin que nuestro equipo consiga marcar ningún gol. Aún vamos cero a cero.
Así no conseguiremos subir de categoría. Es el partido decisivo. Toda la temporada depende del resultado de estos noventa minutos.
Estoy sudando a mares y los nervios hacen que tiemble en las jugadas con mayor peligro. Me duele la garganta de tanto chillar. Sólo faltan cinco minutos para el final y necesitamos urgentemente una diana.
Retuerzo la botella de refresco que me he tomado en el descanso. Las letras se han desdibujado debido al sudor de mis manos. El casco se ha abollado al darle varios golpes cuando hemos fallado.
Ellos atacan, son muy rápidos, se despliegan por el campo como una legión de hormigas, su delantero se acerca a nuestra portería, corre, los nuestros acuden a defender, el otro levanta la cabeza, mira al compañero, chuta y cae al suelo.
El árbitro pita penalti.
¡No! Brama toda la grada. La afición empieza a patear los asientos. Yo me pongo de todos los colores, agarro la botella con todas mis fuerzas y la lanzo al campo. Espero que impacte contra el árbitro pero sólo cae unos metros más allá.
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El estadio se ha llenado de gente. El griterío es descomunal y se percibe en las avenidas cercanas al campo. El tiempo vuela sin que nuestro equipo alcance la victoria. El marcador digital muestra un empate a cero.
Eso imposibilitará ascender de categoría. La importancia del partido es vital. La temporada entera depende del resultado de este encuentro.
Me siento tremendamente ansiosa y la preocupación es tal que en las jugadas de mayor riesgo tiemblo. El sonido de mi voz se difumina pues me he quedado afónica. Sólo faltan escasos minutos para el final y necesitamos un milagro.
Me he tomado un refresco en el descano y ahora retuerzo la botella con tal fuerza que las letras se han emborronado. Debido a los golpes que la inquietud me provoca he abollado el envase.
El equipo visitante lanza su ataque, la velocidad de sus jugadores es admirable. Se despliegan por el campo ampliamente, tocan el balón y se lo intercambian, nuestra defensa les espera, de repente uno de ellos impacta contra la hierba. El silbido del árbitro indicando la pena máxima desespera al público que aúlla de furia golpeando salvajemente los bancos.
La rabia que me sube por todo el cuerpo es tal que catapulto la botella hacia el terreno de juego con la esperanza de golpear al colegiado. Pero las fuerzas me han abandonado y el refresco rueda a poca distancia de mi asiento.

Leonor
Taller de Cuento

3 comentarios:

Anónimo dijo...

He conseguido imaginarme la situación descrita, aunque sin emoción alguna, quizá porque no me gusta el fútbol y no disfrutaría en ninguna de tan similares circunstancias. Supongo que despertaría mucho más el instinto de rabia en un lector aficionado a este deporte...

Ainara Rivera.

Aula de Escritores dijo...

Suscribo lo dicho por Ainara. Resulta fácil ponerse en el papel del protagonista, imaginar el escenario e imaginar lo que siente. Incluso quizá lo hubiera hecho más largo, con más detalles. Me cuesta empatizar con el personage, pero eso ya depende más de mis preferencias personales (tampoco me gusta el futbol) que de otra cosa.

Un saludo!
Manuel Santos.

Aula de Escritores dijo...

Leonor, has resuelto muy bien el ejercicio de descripción. Haces que funcione sin problema en los dos niveles. Te felicito.

Esteban Muñoz