domingo, 16 de noviembre de 2008

Maldita muela

Maldita muela:


Hacía una semana que Pedro tenía un insoportable dolor de muelas que no le dejaba ni comer, ni beber, ni tan siquiera dormir. Despertaba cada madrugada con unos sudores fríos que le recorrían el cuerpo, empapándole el pelo y el pijama, dándole una gran sensación de agobio y sofoco.

Esa misma noche, Pedro sintió en el sueño, o más bien, en lo que se volvió una pesadilla, un dolor intenso en su muela que parecía llegar a ser real, tan real, que despertó de repente con pequeñas lagrimas que se escapaban de sus ojos entrecerrados y rojizos por la falta de sueño y, exclamando un pequeño gemido atormentado. No aguantó más, se apartó bruscamente las sábanas buscando un poco de aire, y tanteó con sus pies el suelo buscando las zapatillas. Alargó la mano y encendió la pequeña lamparita. Caminó con cansancio y aun quejándose por el fuerte dolor en su muela hasta el baño y abrió la luz. Se sorprendió al ver, que estaba muy pálido, pero que su mejilla y parte de la mandíbula inferior derecha estaban abultadas, inflamadas y con un fuerte rojo como la grana, totalmente hinchadas. “Pedro, esa muela tiene mala pinta”, “Pedro, ves al dentista cuanto antes”, “Pedro, no seas tan cobarde y....”, “Pedro, Pedro”…La voz de sus compañeros de oficina volvían a recordarle como si fuesen una madre riñendo a su hijo, que tenía que ir pronto al dentista sí o sí, esa muela no le dejaba vivir. “Está bien”, pensó armándose de falso valor, “está bien, mañana sin falta iré, aprovechando que tengo fiesta en el trabajo y…”. Se miró en el gran espejo del baño con un poco de desespero y tragando con dificultad. Se tomó un calmante que sirvió para aliviar un poco el dolor, mitigándolo, y decidió intentar dormir.

Ya estaba en frente de la puerta del dentista. Miró el timbre que conectaba directamente con al recepcionista que tenía el mando para abrir la puerta de la entrada, sin saber si apretarlo o no. Alzó la mano y...

-Anda Pedro, ¿tienes hora en el dentista?- La fuerte voz de su vecina Maria y su indecisión le jugaron una mala pasada y apretó al timbre con fuerza, por lo que por dentro, la recepcionista le miró extrañada mientras le abría la puerta a él y su acompañante.

-Buenos días señora Maria- Carraspeó nervioso, cediéndole el paso a la mujer mayor y dirigiéndose con ella hacia la recepcionista.

-Hola, buenos días, ¿quién va primero?- Preguntó la amable recepcionista.

-Usted primero- Pedro intentó cederle primero el pase con el doctor y sus extraños artilugios ruidosos a la señora Maria, con educación.

-No no, yo sólo vengo a buscar a mi nieta, tú no te preocupes Pedro- Respondió la señora, sonriéndole y sentándose en una de las sillas de recepción-

Pedro se sintió azorado. Volvió a tragar saliva, con una mueca de dolor, contándole a la recepcionista su problema. Ésta le dijo que esperara un momento en la salita a parte de la recepción, junto a la puerta del pasillo donde había los diferentes cuartitos de los dentistas.

Pedro tomó asiento; estaba acompañado de dos niños pequeños y una mujer. Al contrario que él, los niños estaban tranquilamente jugando con sus muñecos, y la mujer ojeaba una revista. De repente escuchó ruidos de unas maquinitas encendidas haciendo un ruido extraño y un quejido que provenía de la salita más cercana del pasillo. Tenía el ruido clavado en el cerebro, y podía imaginar todo tipo de cosas. Se abrió entonces la puerta de la salita y apareció la recepcionista dándole permiso para entrar. Se encaminó detrás de ella hasta llegar donde le esperaba un doctor vestido con un traje y una mascarilla verdes, preparando el material adecuado para tratarle la muela.

Saludó y se tumbó sobre el asiento reclinado. El doctor le puso un pequeño babero de papel azul, y enfocó con una fuerte luz directamente en la boca abierta de Pedro, para verle la muela. Pedro vio en los ojos oscuros del doctor su propia muela inflamada y le dieron ganas de salir corriendo de la consulta aunque fuese con el babero puesto cuando vio que agarraba una jeringuilla con una aguja de unos dos centímetros. Le pedió estarse quieto y no moverse y que sólo sería un pequeño pinchazo en la encía. Cerró los puños y los ojos con fuerza esperando la aguja. Una vez puesta el resultado fue rápido. Sintió su mejilla y mandíbula dormida, insensible apenas a cualquier estímulo. Pero sólo apenas…

Llegó el momento decisivo. Vio al doctor aguantar en su mano una especie de pequeño alicate que entraba en su boca en busca de la famosa muela. Lo único que pudo exclamar después fue un sonoro:

¡MALDITA MUELA!



Joana Domingo Constans

2 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Vaya, espero no tener jamás un dolor de muelas como ese, jejeje.
Me gusta cómo está escrito, transmite bien y uno se pone fácilmente en la piel del sufrido protagonista.
De todos modos, tengo que confesar que es un relato que no me aporta nada nuevo. Lo he leído con curiosidad, movido por la incercia, por la brevedad... pero no porque me haya despertado un gran interés (quizá relatos de este tipo no son de mi gusto).

Un saludo!
Manuel Santos.

Aula de Escritores dijo...

Mi sensación es que se pierde un poco el ritmo en el momento en que el protagonista llega a la puerta del dentista con su vecina.
No quisiera explicarme mal. Me parece acertado ambientar al lector en la hostilidad que suele producirnos el dentista, acrecenta el drama de la situación. Pero creo que esa ambientación tiene demasiado peso aquí, y le resta protagonismo a la historia.

Aun así, se entiende bien, y cuesta poco ponerse en el lugar de Pedro.


Juanmi