domingo, 8 de febrero de 2009

LA EPIFANIA

LA EPIFANÍA
Alicia Sánchez Martínez

“Fluir ––pensó Zeus––, lo que debo hacer es fluir, no forzar la situación, dejar que el cosmos decida por mí...” Y repitiendo mentalmente ese mantra inventado, se dejó llevar a la habitación de Epífani, arrastrando los pies sobre las baldosas oscilantes de su piso antiguo, convencido de que aquella mujer era su Karma, su destino prefijado por quién sabe qué dios.
“Ves hacia la montaña, como Mahoma–– le había dicho su maestro––. Tu destino es la montaña”. “¿Qué montaña? ––le preguntó Zeus––”. “Lo sabrás cuando la veas ––le contestó el gurú––. La montaña es tu destino, la fuente de tu felicidad”. La montaña. ¿Se refería a una montaña real, como la del Tibidabo o la de Montjuic? No, no podía ser tan evidente. Si algo había aprendido en sus cinco años de yoga, meditación trascendental y TRNI (técnicas para recuperar el niño interior) era que la verdad siempre se esconde tras los velos de lo cotidiano. Decidió relajarse y esperar. Sabía que hasta que no fuera testigo de aquella revelación, su alma no conseguiría combatir el desasosiego que sentía prácticamente desde que tenía uso de razón.
Pero el tiempo pasaba y la revelación no aparecía. La paciencia se le agotaba y la montaña se convirtió en una obsesión. Por eso, cuando vio a Epífani en aquel bar, sola y algo borracha, supo al momento que aquella era la señal. Epífani era su montaña y su destino era ir hacia su encuentro. Se dejó llevar y, una vez en casa de ella, tuvo lugar el milagro. La montaña se le apareció y Zeus, por fin, encontró la serenidad que tanto había estado buscando.
Epífani no dudó. Hacía muchos años que buscaba una ocasión así y por fin la había encontrado. Había oído decir que muchos hombres sentían un morbo especial por personas como ella, pero no había tenido la suerte de encontrarse nunca con ninguno, ni siquiera en los chats de Internet. Zeus no era gran cosa, pero era un hombre y con eso le bastaba. Por eso, cuando le dijo que su destino estaba ligado a ella (o algo por el estilo) vio el cielo abierto. Había ligado, por primera vez en su vida. Pagó la consumición y le invitó a su casa y, para su sorpresa Zeus aceptó. Así de fácil. Después de tantos años de espera, tenía la oportunidad de perder su virginidad.
Una vez en casa, Epífani esperó a que él tomara la iniciativa, pero Zeus no se movía. De pie, en el centro de dormitorio, parecía desconcertado, como si esperara órdenes. Temió que se hubiera echado atrás y decidió entrar rápidamente en acción. Cuando se quitó la blusa, su enorme joroba emergió luminosa sobre su espalda, desafiante entre los tirantes del sujetador. La repentina visión de aquella protuberancia pareció ejercer en Zeus un extraño efecto. El joven admirador se arrodilló al momento, con las manos juntas, como si rezara. Ante el desconcierto de Epífani, empezó a llorar, conmovido, musitando palabras como “montaña” o “revelación”.
––¿Me dejas tocarla? ––le preguntó Zeus––.
––¿El qué? ¿La joroba? ––le contestó Epífani, totalmente desorientada––. Sí claro pero... ¿me harás algo más?
––Haré todo lo que tú me digas.
Y Epífani sonrió. Aquel era su día de suerte.

3 comentarios:

milagros dijo...

Te esperas algo místico, trascendental...
Muy bueno el toque de humor.
Me ha gustado y me ha hecho reir.

Sonia dijo...

jajajajajaajaja aun me estoy riendo, !qué bueno! No me esperaba para nada un final así, después de tanto yoga y tanta meditación, jajajaja

Joan Villora dijo...

Me ha hecho reír, ¡menuda situación! al final él estaba bastante más perjudicado que ella.