sábado, 7 de febrero de 2009

En el Fondo del Hueso (capítulo segundo)

(Dedicado a todos aquellos que seguían el relato original, con afecto)





El cuerpo sin vida de Alessia aún estaba caliente cuando Cosme I de Médici entró en la habitación, acompañado del médico y de tres criados. El espantoso rigor mortis de la muchacha les sobrecogió a todos con una fuerza arrolladora. “Ha sido envenenada, eso es evidente”, masculló el doctor apenas se acercó al lecho. “Pero para saber más necesitaré realizar un examen riguroso”. “Por supuesto” respondió el GranDuque con una sobriedad que apenas ocultaba su dolor. “¿Qué hacemos, mi señor?” inquirió uno de los criados. “Llevadla a donde el doctor os indique, y ayudadle si ese es su deseo. Pero primero dejadnos solos un momento”. Cuando los criados salieron, el médico miró al GranDuque con preocupación: “No necesitamos una investigación para saber quiénes son los responsables, imagino”. “Lamentablemente no, pero lo haremos. Quiero saberlo todo, Césare. Averigua qué ha pasado aquí, y la mano de quién ha acabado con mi prima” contestó Cosme I, con la mirada perdida en la ventana, por la que miraba sin ver los preciosos jardines traseros del Palazzo. Leyendo en su rostro con nitidez, el doctor recogió sus cosas “Os dejo un instante con ella. Estaré fuera”. Apenas se cerró la puerta, se acercó a la cama, y recogió entre sus brazos el cuerpo de la muchacha, que comenzaba a estar rígido. Mesó sus cabellos morenos, y acarició con el dorso de la mano el rostro contraído. El nudo que atenazaba su estómago se hizo más férreo, y lloró. “Tú también… Dios, tú también… Perdóname Alessia. La fatalidad se ha cruzado en tu camino, pero no tendría que haber sido así. Es culpa nuestra. Nuestra y de ellos. Fracasamos como hombres y como políticos. No somos capaces de ver la cara positiva de la ambición, y nos atacamos unos a otros en pos de objetivos que creemos elevados, en vez de ayudarnos a ser mejores. Lo siento Alessia, un inocente no debería pagar por ello”. Salió de la habitación murmurando “esto no debe seguir así”. Césare le miró extrañado. Mientras se retiraba, miró al médico, suplicante: “Utiliza todo tu ingenio, amigo. No quiero que la familia la vea así”. Y desapareció por un corredor lateral.

Llevaba horas encerrado en su despacho, con un busto de Marco Aurelio entre sus manos, acariciando el frio mármol sin darse cuenta. Llamaron a la puerta, y sin esperar respuesta, el médico asomó la cabeza. “¿Señor? Deberíamos hablar”. “Enseguida salgo, Césare”. La puerta volvió a cerrarse. El GranDuque miró unos segundos más los ojos de aquella roca casi viva, y por un momento se sintió igual de gélido e inanimado. Se sentó en su mesa, tomó un pliegue de papel y la pluma de ganso:

Estimado señor:

En virtud de los graves acontecimientos sucedidos recientemente, os escribo esta carta. Sé que nuestras posiciones están enfrentadas, pero creo que hemos visto ya demasiada sangre derramada por nada.

Quisiera reunirme con vos en terreno neutral. Creo que es nuestro deber de cristianos empezar a hablar de paz, y negociar un acuerdo que termine definitivamente con este sinsentido.

Esperaré vuestras nuevas desde la esperanza de que tal cosa es aún posible.

Con buena voluntad, se os saluda desde Toscana.

Salió del despacho irradiando preocupación, y mandó llamar a un hombre. “Tenéis una misión, Paolo. Llevad esta carta a Venecia y hacedla llegar a la Hermandad Púrpura, a su “guía espiritual”. Huelga comentar que se trata de un asunto de máximo secreto”. “Sé que no soy Carlo mi señor, pero trataré de no decepcionaros”. “No lo haréis, estoy seguro. Id solo, y no llaméis la atención”.
Mientras Paolo partía del Palazzo, miró someramente el papel doblado que le haba sido confiado. Ni membrete, ni sello. Un documento totalmente anónimo.
El GranDuque fue en busca del médico. “Señor, hay algo que debo comentaros. Tras examinar a vuestra prima, he llegado a una conclusión sorprendente. Es indudable que ha sido envenenada con un tóxico de efecto rápido y feroz. La cuestión es que todos los venenos que actúan tan deprisa han de ser inyectados, y este ha sido ingerido. Se trata de algo desconocido. Los venecianos no juegan, no se detienen ante nada. Creo que tienen expertos en muchos campos. Están apostando muy fuerte y son implacables señor… Hace muchos años que nos han declarado una guerra encubierta. Deberíamos plantearnos el…”. “Deja esas consideraciones para mi, Césare. Yo soy quien gobierna en Toscana” cortó el GranDuque con sequedad, intuyendo el belicoso consejo que iba a escuchar. Se hizo un silencio incómodo. “Lo siento, no pretendía hablarte así” se disculpó a los pocos segundos. “Pero no traeré guerra a mi pueblo si hay otras alternativas. Esto puede resolverse de otra manera.” “Disculpad mi osadía señor…” “No discutamos Césare. Necesito que me ayudes a preparar los responsos por Alessia. Y busca el cuerpo de Carlo. También él merece que le honremos cristianamente”.



Venus notó un vacío haciéndose hueco en sus entrañas. En pocos segundos se sintió destemplada, y fue escurriéndose apoyada en la pared, hasta que quedó hecha un ovillo en aquel rincón. Con sus manos sobre el rostro contraído, en una mueca de dolor inconsolable, derramaba su llanto abiertamente. “… un criado del Palazzo me lo ha dicho ahora mismo. Sucedió anteayer, de madrugada…” trataba de explicar su padre. Pero ella no escuchaba. Recordaba cómo había conocido a aquel niño tantos años atrás. Él pertenecía a la clase más alta, y ella sólo era la hija de un artista. Pero los juegos de niños por los jardines se habían ido transformando en pequeños coqueteos, en juegos de seducción, y ninguno de los dos pudo negar que se querían. Llevaban 3 años viéndose a escondidas, compartiendo secretos, miradas, caricias, besándose en la noche con inmenso amor. Era consciente de que su posición le mantenía muy ocupado, y siempre lo asumió, aunque con la angustia contenida de quien añora a sus ser más querido. Pero él siempre le daba mucho más de lo que ella perdía cada vez que se separaban. Hacía pocas semanas que habían rubricado su compromiso eterno, entregándose el uno al otro por vez primera, sin reservas. Incluso su padre, una de las pocas personas al tanto de la situación, había tallado en madera un pequeño busto del muchacho, para que siempre le tuviera cerca. Y de pronto eso era lo único que quedaba de él, un pedazo de roble, un recuerdo lejano de lo que es la felicidad…
Su padre hacía rato que había callado. Se agachó y se sentó junto a ella. “No sé qué puede decirle un padre a una hija en una situación así. Sé cuánto le querías…”. “Ambos nos queríamos babbo” contestó ella con un hilo de voz, que las lágrimas quebraron. La abrazó. “Llora cariño, que las lágrimas son el único patrimonio de un alma dolida… Llora, o tu corazón se ahogará en ellas…”
Rato después de que la habitación quedara en silencio, Venus miró a su padre con ojos enrojecidos: “¿Como sucedió, babbo? Necesito saberlo. Necesito saber que la muerte de Carlo tiene algún sentido”. “No sé más hija, en cuanto me he enterado he corrido a decírtelo. No quería que te enteraras por un rumor”. La joven leyó en los ojos de su padre una oleada de angustia. Este no pudo sostener su mirada, y giró la cabeza. “¿Qué sucede babbino?”. “Que eso no es todo hija”. “Qué quieres decir…” trató de preguntar ella con el miedo y la incertidumbre en la voz. Su padre tomó aire, pero lo soltó de nuevo, tembloroso. ¿Babbo? insistió ella. “Cariño – comenzó el hombre, tomando la mano de su hija – desde que murió mamá no te decía cosas tan tristes. Quiero que sepas que siempre estaré contigo, que no te dejaré sola…”. “Por favor babbo, qué más sucede…”. El hombre miró hacia el suelo, consciente de lo que la chica iba a sentir. “Alessia, la hermana de Carlo, falleció ayer por la tarde, tampoco sé cómo”. Y el mundo que Venus conocía se vino abajo como una lluvia de hojas secas, pisoteadas y crujientes.
Cuando estuvo lo bastante calmada, se incorporó decidida y se cubrió la cabeza con su viejo griñón. Con su raida capa sobre los hombros se dirigió a la puerta. “¿A dónde vas, hija?” le preguntó aquel envejecido hombre. “Al Palazzo. Mi amor ha muerto, mi amiga y confidente ha muerto. Necesito saber qué ha pasado”. “No habrá nadie relevante Venus, en poco rato tendrán lugar los entierros. Además, te pondrías en evidencia, y traicionarías su memoria, hija!”. “Voy a averiguar qué ha pasado, ahora ya nada importa” dijo ella. Se detuvo en el humbral: “No te preocupes babo, estré bien”. Y se fue.
Los entierros de las familias nobles y ricas solían ser privados, pero los Médici oficiaban una misa en la basílica de San Lorenzo antes. Quizá el Palazzo estuviera desierto, pero en la iglesia estarían todos, nobleza y pueblo. Así que se encaminó presurosa, ignorando un atardecer que ya nada le aportaba. Cuando llegó a las puertas de la basílica, una multitud se agolpaba delante. El templo estaba repleto, y la guardia no dejaba entrar a nadie más. Nadie en la nave central escuchó los ruegos de una muchacha, desesperada por poder darle su adiós al primo del GranDuque. Ante la imposibilidad de acceder, decidió esperar cerca de la entrada a que concluyera la ceremonia. La guardia comenzó a abrir un pasillo para que la nobleza saliera, y pronto, de entre el séquito que desfilaba con pesadumbre, se empezaron a distinguir las caras más conocidas de la ciudad. Cuando Venus vio al médico de los Médici, conocido de su padre, llamó su atención discretamente. “Signore Césare, prego, necesito hablar con vos”. El doctor la miró tratando de recordar su rostro, hasta que la identificó. “Hoy es un día dramático jovencita, pide una cita mañana en el Palazzo”. “Pero es que necesito hablar con vos unos minutos…” insistió enfatizando la necesidad. “Venus, esto es un entierro… Ha sido un día duro, espera a mañana”. “Tiene que ver con Carlo y con Alessia, don Césare” volvió a insistir. La expresión del hombre se tornó más serena, y una chispa de curiosidad se prendió en su mirada. “Está bien. Acude al camposanto en dos horas. Nos encontraremos allí”. “Grazze mile, allí estaré”. La muchacha partió directamente al cementerio. Césare se acercó al gobernante unos minutos más tarde. “¿Quién era esa chica?” preguntó este. “La hija de un escultor, un conocido de mi familia. Quiere hablar conmigo sobre vuestros primos fallecidos”. El GranDuque meditó un momento. “¿Crees que puede tener información?”. “En estos días cualquiera puede ser un espía o un confidente, mi señor. No perdemos nada por escucharla”. “De todos modos se cauto – desconfió Cosme I – Puede que sea una espía o una confidente, pero no olvides que puede servir a la Hermandad Púrpura”.

Ya había caído la noche, y Venus miraba las estrellas junto al Arno. Su cuerpo estaba allí, pero su mente estaba muy lejos. Todo cuanto había averiguado es que a Carlo lo asesinaron unos ladrones, y que Alessia murió mientras dormía. Pero nada de eso la convencía. Además, a Filippo el bibliotecario también lo habían matado. Demasiada sangre en poco tiempo, y toda vertida en el entorno del GranDuque. Sospechoso. Sabía que le costaría mucho, pero estaba dispuesta a llegar hasta el final. Necesitaba entender.

“Nada nuevo, mi señor. La chica de esta tarde ha dicho ser amiga de vuestra prima fallecida. Quería saber lo sucedido” explicaba Césare al calor de la chimenea. El GranDuque sirvió dos vinos. “¿Y qué le has ofrecido como explicación?” preguntó. “Una emboscada y una muerte natural. No me ha creído, pero no averiguará más, me ocuparé de ello”. Bebieron el vino mientras miraban hechizados la crepitante danza de las llamas, y sentían su calor en el rostro, la única tibieza que había tenido el día. “Ruego que me disculpéis, señor. Quisiera retirarme. Ha sido una jornada agotadora”. “Por supuesto. Descansa Césare. Sospecho que las próximas semanas serán aún más duras”. Sin alcanzar a entender, comenzó a retirarse. Cuando abría la puerta del salón, el médico se giró de nuevo hacia su soberano: “Siento no haber encontrado el cuerpo de vuestro primo. Sólo se ha hallado un rastro de sangre que cuesta interpretar”. “Ha de reposar junto a su hermana, lo habría querido así”. “Lo encontraremos, mi señor”, apuntilló desde el quicio de la puerta.


Juanmi, Taller de Escritura Creativa

2 comentarios:

Sonia dijo...

Hola Juanmi,

Me doy por aludida en tu cálida dedicación, muchas gracias. Muy bien, muy bien. Sigue así, que esto tiene pinta de convertirse en una novela llena de aventuras, intrigas, y ahora parece ser que algo de amorío se percibe también. Se empieza a poner interesante la cosa, jejeje.
Sigue escribiendo que te seguiré leyendo!
Sonia

Juanmi dijo...

Gracias a ti por seguir leyendo ;)

Ya te dije que no todo iban a ser espadas y sangre...

En breve colgaré el siguiente, que también tiene mucha miga.

Cuento con tu opinion?