sábado, 7 de febrero de 2009

Una historia verdadera

Mi tía Carmen llevaba toda su vida queriendo ir al santuario de Lourdes, pero tuvo que esperar más de sesenta años para conseguirlo. Lo que ella no llegaría a saber nunca y nosotros no supimos hasta el mismo día de su muerte es que aquella esperada visita tenía un fin muy concreto.

Siempre había sido muy devota. No en vano, había nacido y pasado toda su vida en Zaragoza, donde la devoción por la virgen del Pilar es más que conocida. Devoción que, sin duda, le vino no sólo por su educación en un colegio religioso, sino también inculcada por su padre, quien trabajó toda su vida con las monjas del Pilar abasteciéndolas de los productos necesarios para su alimentación. Y, aunque él también era muy católico, de vez en cuando, de camino a casa, le acompañaba alguna que otra merluza extraviada.

Carmen fue una mujer de fe, aunque su definición de fe era muy curiosa. Ella sostenía que la fe era melocotón en almíbar, porque decía que cuando compras una lata esperas que al abrirla su contenido sea melocotón en almíbar y no otro. Ese, para ella, era un acto de fe.

La vida de Carmen transcurrió en el cuidado de su marido y sus tres hijas y eso le impidió durante años encontrar el momento para hacer el viaje de su vida: ir a Lourdes y visitar a la virgen. Aquel día llegó. Ya había cumplido los sesenta y casi no veía, pero eso no le había quitado la ilusión de ver cumplido su sueño.

Fue a Lourdes y allí, a pesar de su poca vista, cuando entró en la oscura cueva que alberga la imagen de la virgen, vió brillar en el suelo una medalla de oro. Se agachó, la cogió y se la metió en el bolsillo sin pensarlo dos veces. La visita duró un solo día, pero ella se vio más que recompensada. A su regreso a Zaragoza se colgó la medalla del cuello, donde permanecería hasta el día de su muerte, pocos años después.

Al llegar al tanatorio el día en que Carmen murió, una de mis primas me llevó aparte con la excusa de enseñarme algo.

-Mira ésto- me dijo con voz temblorosa, alargando su mano y depositando torpemente en la mía una medalla.

-¿Recuerdas que mi madre encontró una medalla en Lourdes?- me preguntó.

No lo había olvidado. Y al contacto con mi mano creí sentir el calor del cuerpo de mi tía en aquella medalla, mientras un escalofrío recorría todo mi cuerpo. Por unos instantes me quedé mirando fijamente la imagen de la virgen de Lourdes, sin reaccionar.

-Dale la vuelta- me requirió su hija, impacientemente.

No podía creer lo que estaba viendo. En la medalla estaba inscrito el nombre de Carmen.

-!Es el nombre de tu madre!- le dije sobresaltado.

-Eso no es todo. Fíjate en la fecha- me ordenó nerviosa, esperando mi reacción.

Miré la fecha y me di cuenta de que coincidía con el día y el mes en que mi tía Carmen había muerto.

Le devolví la medalla. Ahora el que temblaba era yo.


Mariano Salvadó (Curso Escritura Creativa)

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