miércoles, 18 de febrero de 2009

EL HOMBRE SIN DEDOS

T. Vaquerizo - Taller de escritura creativa

El primer dedo se le cayó cuando murió su padre. Fue extraño. El pulgar de su mano izquierda hizo “crack” y se le cayó al suelo. Sin dolor. Sin sangre. En su lugar un muñón redondeado, de color rosa. Se asustó, pero con el disgusto por la muerte de su padre, los preparativos y el papeleo del entierro no quiso darle mayor importancia al asunto, guardó el dedo en un cajón y siguió con su vida normal. Nadie pareció darse cuenta. Desde que se había separado de su mujer vivía solo. En el trabajo no se relacionaba mucho con nadie. Era informático pero tenía despacho propio, apenas salía de él durante el día. Como mucho para tomar un café en la máquina del pasillo.

El segundo dedo se le cayó cuando su mejor y único amigo de verdad, su amigo de toda la vida, su amigo del alma, le hizo aquella putada… le metió en un buen lío. Andaba metido en asuntos poco claros, apuestas, deudas de juego y había utilizado su nombre para algunos negocios ilegales. Se enteró cuando recibió amenazas telefónicas. Unos matones que decían que les debía dinero. Tuvieron una buena bronca, se dijeron todas esas cosas que uno se guarda dentro pero que al final acaban escapando sin remedio. El caso es que otro dedo hizo “crack”, y fue el índice de la mano izquierda. Al igual que la vez anterior no hubo dolor, ni sangre, ni siquiera herida, en lugar de dedo tenía un muñón sano y totalmente curado. Esta vez sintió pánico, a pesar de que era un hombre tranquilo. Cogió sus dos dedos y decidió ir al médico, pero no le creyeron. Le echaron pensando que les estaba tomando el pelo. “A nadie se le caen los dedos así como así, y encima dejando un muñón perfecto. Perdone usted pero aquí no tenemos tiempo para bromas”. El hombre no entendía nada, pero intentó continuar con su vida.

Cuando su único hijo fue atropellado por un coche a la salida del colegio, se le cayeron tres dedos de golpe. Sí, los últimos tres dedos de la mano izquierda. Pero era tanto el dolor que ni siquiera se molestó en guardar los dedos, los tiró a la basura y empezó a llevar guantes aprovechando que era invierno, bueno, más bien manoplas. La vida resultaba complicada teniendo solo dedos en la mano derecha, pero sabía que tenía que seguir adelante. Ya no podía conducir, así que ahora iba a trabajar en autobús, y procuraba que nadie en el trabajo se percatara de su extraña situación.

Su exmujer apareció semanas después por su oficina y le dijo que volvía a casarse, que tenía que rehacer su vida tras la muerte del hijo común. El hombre aguantó la compostura y la escuchó. Siempre había pensado que volverían a vivir juntos, que era una separación pasajera, al fin y al cabo solo estaban separados, no divorciados. Pensó que la muerte del niño les uniría, pero no. Se casaba de nuevo. Se casaba con su amigo, el que había utilizado su nombre para asuntos turbios. Cuando salió del trabajo se puso sus manoplas de nuevo, pero antes de llegar a casa lo notó. Dos dedos se desprendían, esta vez de su mano derecha. Su mano derecha. Era informático, había conseguido adaptarse y podía trabajar sin dedos en la mano izquierda, pero por favor, no podía quedarse sin dedos en la mano derecha. Llegó a casa y tal y como temía, al quitarse la manopla, pulgar e índice cayeron al suelo. En orden, pensó, caen en orden, como ocurrió con la mano izquierda. Se sentó en el suelo y empezó a llorar. Cada vez era más complicado realizar tareas que en otro tiempo eran sencillas.

Al día siguiente fue a trabajar pero casi no podía teclear, casi no podía hacer las operaciones más simples. Y cometió un error fatal. Y descubrieron que solo le quedaban tres dedos. Y le echaron del trabajo. De la empresa donde llevaba 12 años trabajando. La empresa a la que había dedicado su vida. No le dio tiempo a salir del despacho de su jefe. Se le cayeron dos dedos al suelo. El jefazo empezó a gritar horrorizado. El hombre, sin saber qué hacer, salió corriendo, dejando sus dedos atrás, sobre el parquet inmaculado del enorme despacho. Corrió y corrió y corrió. Ni siquiera podía coger el autobús, no podía validar el ticket. Lo pensó y se echó a llorar mientras paraba para tomar un poco de aire. El resto del camino lo hizo andando, a paso rápido, mientras moqueaba y lloraba, pero ni siquiera podía sonarse la nariz. Exhausto llegó hasta su casa. Solo le quedaba un dedo, ¿cómo iba a abrir la puerta de su apartamento? El portal estaba abierto. Cuando subió las escaleras y llegó a su puerta descubrió a dos matones esperándole. Uno de ellos le puso una navaja al cuello: “Danos el dinero que nos debes o te cortamos los dedos, uno a uno”. El hombre comenzó a reír a carcajadas mientras les enseñaba su único dedo, reía y lloraba al mismo tiempo… comprendió que las cosas que quería en la vida, las cosas que realmente le importaban, podían contarse con los dedos de las manos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, pues un poco siniestra esta historia, aunque el planteamiento es original T., me quedo con ganas de que a este pobre hombre le pase algo bueno en su vida, ¿no crees?
Está muy bien contada la historia.
Sigue publicando.
Monky

Aula de Escritores dijo...

Gracias Monky, la verdad es que es una historia triste. Me temo que mi siguiente entrega es también un tanto siniestra, pero he conseguido que esta vez acabe bien!

yonathan dijo...

buuuueeee esta historia es un poco cruel por empezar, e todo sacado de internet esa porqueria ni la imventaron ellos .......
chau besos