viernes, 21 de noviembre de 2008

No es un Adiós

Jamás olvidaré la tarde de ayer, porque cuando descubres que el vínculo que te enlaza con alguien puede romperse y a la vez hacerse más fuerte, al cobrar conciencia, esa experiencia te cambia de por vida. Jamás olvidaré la tarde de ayer, porque aprendí que un adiós puede ser sólo un hasta pronto.

Rodrigo Arias era mi padre. No era el hombre más atractivo ni el más inteligente de Cuba, pero tenía un aire de galán y una mirada que cautivaron a mi madre. Así vine yo al mundo. En el seno de una familia humilde a veces falta qué comer, pero lo que nunca faltó en mi casa fue el cariño, el alimento que nutre el corazón. Tuve una buena educación, a pesar de lo poco que mi padre estaba en casa. Los valores no aplacan el hambre, y mi padre se buscaba la vida cada día como podía, para traer un plato caliente a la mesa. Aunque siempre encontró minutos para mi, sus largas ausencias, a veces de días enteros, me dejaban un vacío que ni el asado más suculento podía cubrir, y recuerdo de aquellos tiempos que lo único que me reconfortaba, era su sonrisa bondadosa desde el umbral cuando prometía volver. Siempre lo hacía, y aunque le añoraba me sentía reconfortado, porque sabía que esa despedida era sólo temporal. Durante muchos años fue así, hasta una fatídica noche de Mayo.
Llovía a cántaros y mi padre había pasado todo el día yendo y viniendo de La Habana Vieja. Yo ya tenía edad para darme cuenta de que algo estaba pasando, pero no esperaba lo que ocurrió, o quizá no quise esperarlo, no lo sé. Mi padre se sentó a la mesa conmigo, mientras mi madre aferraba mi hombro con sus desgastados dedos. Apenas contenía el llanto atenazando su labio inferior entre los dientes. Cuando mi padre pronunció mi nombre se dio media vuelta y se alejó sollozando.
-“ Yamil – me dijo aquel hombre, que se me antojaba un desconocido – Yamil, hijo, tengo que decirte algo”
Mi padre me contó que las cosas se habían puesto muy difíciles para trabajar, que pronto no tendríamos qué comer, y que iba probar fortuna de otro modo. En Miami. Esa misma noche. Recuerdo que lloré en silencio, sintiéndome traicionado, y que cuando fue a abrazarme le giré la cara. Con la mirada velada por el llanto me rodeó con sus brazos aunque yo no le correspondí, y me susurró al oído que volvería, que jamás me dejaría, y que no me estaba diciendo adiós. Mientras se alejaba hacia la puerta, donde su equipaje le esperaba ya, no cesaba de repetir “te lo prometo, te lo prometo hijo, regresaré”.
Me enteré años más tarde que a mi padre le perseguía el régimen castrista, y que aquella noche había huido de Cuba en una balsa. Ese día, la realidad que yo conocía se vino abajo porque por primera vez, la teoría de que tal vez no iba a volver a ver a mi padre se hizo tangible,el hecho de que no regresara jamás era una posibilidad real. Mi padre podía no cumplir con lo que me prometió, y entonces todas sus cartas, que enviaba regularmente cada dos semanas, dejaron de tener sentido. Nunca más fueron un consuelo ni me hicieron sentir su cercanía, lo mismo que el dinero que llegaba cada semana. Nunca habíamos vivido mejor, y sin embargo a mamá y a mi nos faltaba todo sin él. Hablamos de ello muchas veces, y con el tiempo, ella también fue tiznándose de ese pesimismo que sólo la realidad de las cosas puede contagiar. Papá no regresaría nunca, no se lo permitirían. Teníamos que aprender a quererle desde lejos.
Y de pronto un día dejaron de llegar sus cartas, y el dinero a escasear. Primero una semana, luego otra... Hasta que tras varios meses conocimos a una mujer, cuyos hijos vivían en Miami desde hacía muchos años. Gracias a ellos supimos al fin que papá había caído enfermo, y que un compatriota de Cienfuegos cuidaba de él. A partir de ese punto, la vida se empezó a apagar en mi. Ahora la certeza de que no volveríamos a ver un crepúsculo juntos en el malecón, leyendo a Buesa o a José Martí era absoluta. Decidí que yo también iba a viajar a Miami, quería estar con él, cuidarle. Ni que decir tiene que mi madre se negó en redondo. Hubo una tremenda discusión. No teníamos con que pagar el viaje y además, mi madre casi había perdido ya un marido y no quería arriesgarse a perder a un hijo también. Confesaré que me sentí perdido, desesperado, y que los sentimientos se enfrentaban en mí como en una fiesta de Montescos y Capuletos. Pasé la siguientes semanas empapado en ron, tratando de ahogar la impotencia en las calles de la noche cubana. Hasta ayer.
Volvía a casa por la tarde, a llevarle a mi madre unos dólares que había conseguido trabajando con unos turistas, y cuando entré por la puerta, ella se me echó encima y me abrazó con fuerza, los ojos rojos y las mejillas húmedas. Al principio no entendí, pero cuando me soltó, descubrí que no estábamos solos en casa. En el cuarto estaba mi padre, tumbado en la cama, agonizando. Corrí a abrazarle, a ver cómo estaba, a decirle lo mucho que le había extrañado, y él me tomó las manos con un gesto débil y bondadoso, me pidió que me acercara y me susurró al oído:
-“ Te dije que regresaría. Ya se que no ha sido pronto, ni como esperabas, pero te lo prometí y aquí estoy. Jamás te decepcionaría, hijo”.


Juanmi, Taller de Escritura Creativa

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué dureza, qué tristeza... y qué bonito el mensaje. Realmente enternecedor y muy, muy bien escrito. Me ha encantado por su realismo y por su impecable ritmo. Pero sobre todo, por la capacidad de transmitir cada sentimiento del protagonista y de describir sus vivencias, que me acercan a una realidad desconocida para mí.

Ainara Rivera.

jose dijo...

muy chulo, pero algunas frases o algunos coneptos son planas o muy vistas solo eso jaja pero muy bien me gustaria leer uno sin ke fuera lirico , es dificil lose , pero me gustaria leerlo deuuu.
jose

Juanmi dijo...

Hola Jose.

Tienes uno totalmente distinto justo debajo de este. Se titula "En el Fondo del Hueso"

Anónimo dijo...

Muy emotivo, muy bien estructurado, y consigue que te desplaces a Cuba y a su realidad.
Me gusta.

Sonia Ramírez

Anónimo dijo...

Hola Juanmi,

Este relato, como parece ser costumbre está también muy bien escrito y tiene ritmo, pero el final me parece un tanto trillado, lacrimógeno pero sin demasiada emoción. Me ha producido una sensación muy distinta al anterior...

Saludos,

Irene

Aula de Escritores dijo...

Me parecía ver a los protagonistas.

Haces que se lea con facilidad lo que resulta muy difícil de escribir.

Saludos!


SOHO