lunes, 10 de noviembre de 2008

Manuel

El eco de sus pasos sonaba fuerte en el silencio de la noche. La temperatura era agradable a pesar de estar ya en otoño; como todos los días se acercaba al metro ya bien pasadas las diez de la noche.
Andaba rápido con los ojos mirando al suelo y apenas se cruzaba con transeúntes.
“¡Estoy harto! No puedo seguir así, me quedo hasta tarde todos los días y la empresa no lo tiene en cuenta ¡No puedo más!” se decía.
Llegó a la boca del metro y descendió las escaleras sucias y llenas de papeles; un desagradable olor lleno de humedad le envolvió.
Se enganchó la mochila en el hombro y se dispuso a pagar el billete en la taquilla.
Su cabeza no se desenganchaba; su jefe tenía fama de duro que se había ganado a pulso “¡Cualquiera le pedía un aumento de categoría o de sueldo!”
El tren llegó rápido acompañado de un aire cálido que inundó todo el andén.
Llevaba desde los catorce años en el taller; sí llevaba veinte años en el mismo lugar; empezó de aprendiz y ahora era oficial. Pero tendría que ser jefe de equipo, se lo merecía; se encargaba de los trabajos más difíciles, organizaba a la gente y no tenía horario.
“¿Cómo se lo tomaría el jefe? Estoy seguro que se enfadaría, podría incluso hacerme la vida imposible” se decía. Su cabeza no dejaba de darle vueltas.
El vagón iba casi vacío; en el otro extremo, a su derecha, dos mujeres extranjeras, parecían Rumanas, hablaban en voz baja pero con grandes movimientos de brazos.
A su izquierda y algo más cerca un hombre de rasgos latinos ojeaba un periódico gratuito, tenía cara de cansado.
Cada noche las personas que se encontraba eran del mismo tipo, trabajadores, extranjeros la mayoría, seguramente con empleos no cualificados. Él no debería estar igual, se consideraba un buen profesional y tenía amigos en otros talleres que haciendo menos ganaban mucho más.
“¡Debería decirle que me voy, debo buscarme otro trabajo!” se decía.
Su trabajo le gustaba y siempre le dedicó muchas horas, no sabía hacer las cosas de otra manera, se entregaba; sin embargo desde que se casó su mujer no dejaba de recordarle lo mucho que trabajaba y lo poco que ganaba. Le decía que le faltaba personalidad y ambición.
-¡Estoy harto!- gritó.
Las personas que estaban en el vagón le miraron; no mostraron mucha sorpresa, quizás eran unas palabras frecuentes en estos trenes nocturnos.
El sonido metálico de una voz femenina indicando una parada le trajo a la realidad, aún le quedaban varias estaciones; miró al frente.
Tenía la sensación de que sólo hacía lo que querían los demás. “¿Es posible que siempre fuera así?” se preguntaba.
Recordaba la ocasión en la que su padre les preguntó a él y a su hermano si preferían un balón de fútbol o una bicicleta; él dijo que prefería el balón a pesar de morirse por tener una bicicleta; su hermano no se lo perdonó. Pidió el balón para agradar a su padre ya que sabía que éste no quería regalarles la bicicleta para que no tuvieran un accidente.
¿Por qué tenía tanto miedo a decir sus verdaderos sentimientos? ¿Cuánto tiempo más seguiría siendo así? ¡Ya era un hombre y…con hijos!
¿Por qué todo el mundo me exige? ¡Debo dirigir mi vida y no que sean otros los que lo hagan!
De nuevo la voz metálica; era su parada. Se levantó despacio y se dirigió a la puerta. Anduvo por los pasillos hasta que un aire nuevo le abofeteó la cara.
La noche era hermosa y fresca, apenas le quedaban diez minutos de camino hasta su casa.
Sube al tercer piso andando, prefiere no utilizar el ascensor. Abre la puerta del piso y la cierra tras de sí dejando las llaves en la cerradura.
Su mujer está viendo la televisión y las niñas durmiendo, como todas las noches.
Se acerca a ella y le da un beso; ella apenas hace un gesto. Se va a la habitación y se cambia de ropa, cenará un poco. Como todas las noches cenará en silencio junto a su mujer viendo la televisión.
Un amigo de su padre le preguntó, cuando era niño, si quería aprender a tocar un instrumento ¡le hubiera encantado! Dijo que no.
Las noticias del informativo no impidieron que el estómago le diera un vuelco; dejó la cuchara en la mesa se recostó en el sofá y miró al techo.
Treinta años más tarde se daba cuenta de los errores que cometió y empezaba a sospechar el daño que esta actitud hizo en su carácter.
-¿Te pasa algo cariño?- dijo su mujer.
-¡Hacemos poco el amor!- contestó.
La mujer, asombrada por la contestación no respondió, estaba esperando algún comentario más que le aclarara las intenciones de Manuel.
-Hace tiempo que no hacemos el amor con ganas, como cuando estábamos recién casados- siguió diciendo.
-¿A qué viene esto ahora? ¿No habrás bebido?- la mujer con cara de sorpresa le contestaba sin apenas mirarle.
-Esta noche me apetece hacerte el amor como hace mucho no te he hecho ¡Además tengo una buena noticia que darte!
-He hablado con el jefe y le he dicho que si no me subía el sueldo me buscaría otro trabajo, que ofertas no me faltan-
-¡Manuel por Dios! ¿Cómo has hecho eso? ¿Tú les has dicho eso?-
-¿Como se lo ha tomado?- continuó la mujer
-No sabía qué decirme; se quedó parado ¡Pensaba que no era capaz de decirle algo así en mi vida!
- Pero vio que iba en serio, que mi postura era fuerte ¡Que estaba decidido a irme si no me subía el sueldo!- sus ojos desprendían luz, el hombre estaba radiante, se levantó y sin dejar de moverse afirmaba sus palabras con los brazos.
- ¡Me va a subir la categoría a jefe de equipo, cariño!- gritó
La mujer hizo un gesto para que bajara el tono, las niñas dormían.
-¡Dios mío!- gritó la mujer poniéndose la mano ante la boca.
-¡Pero…si es lo que llevas esperando toda la vida, amor mío!- dijo conteniendo el tono.
- Sí cariño, por fin lo he conseguido, me he puesto duro y no han tenido más remedio que aceptar-.
-Pero lo mejor es la subida de sueldo ¡Serán tres mil euros al año!- dijo Manuel.
-¡Tres mil euros!- repitió la mujer
La mujer llena de alegría se abraza a su marido y le besa-Sabía que lo conseguirías, sólo tenías que ponerte ¡Tu vales mucho mi amor!- terminó diciendo.

Manuel abrazado a su mujer, henchido de orgullo y con lágrimas en los ojos, sabe qué ha de hacer a la mañana siguiente.






Antonio Vallejo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es fácil imaginarse cada situación, cada escenario, cada paso que da camino de su casa... resulta muy real porque es cierto que la mente es a menudo más valiente que los actos, más aún cuando se trata de un hombre de carácter débil y personalidad manejable. Quizá un buen truco para vencer la cobardía y pasar del pensamiento al acto, es interpretar sus propias sensaciones si ya hubiera dado el paso consiguiendo lo que sueña... aunque quedaría por ver si el truco da resultado.

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Ainara Rivera.