viernes, 21 de noviembre de 2008

Hasta el Final (edición sin corregir)

Imagina una luz que lo ilumina todo, que define cada punto de tu universo, y que de pronto esa luz se extingue dejándote en la más completa oscuridad. Imagina el frío más terrible que puedas sentir, pero no un frío invernal, sino un viento helado que nace de dentro, que te acuchilla las entrañas, y que no hay tibieza con qué arrancarse esa escarcha del corazón. Lamentablemente yo ya no he de imaginarlo. Afortunadamente, de toda oscuridad nace un resplandor nuevo, y no hay hielo bastante para congelar el verdadero amor...

A mi mujer Belén le diagnosticaron su enfermedad demasiado tarde. La noticia sacudió nuestros cimientos más sólidos, haciendo que todo a nuestro alrededor pareciera desmoronarse sin remedio.
Yo pasé aquel día vomitando, mientras un miedo implacable se adueñaba de mi. Temblaba como una gelatina, y me preguntaba porqué, aunque el motivo fuera lo de menos en aquel momento. Belén no dijo nada. Pasó toda la jornada mirando sin ver, a través de la ventana. Su cuerpo se moría, pero a mi me pareció que ella ya estaba muerta, sumida en un letargo de llanto seco, en una espantosa ausencia de la que, por fortuna, su familia no fue testigo. Los primeros días resultaron terribles. Decírselo a todo el mundo, hacerlo a su manera... Me avergüenza reconocerlo, pero yo necesité más ayuda que Belén. Ignoro de dónde sacó ella el coraje y la fuerza que a mi me faltaron, pero logró salir adelante a pesar de todo y levantarme con ella. Aunque seguía siendo Belén, por supuesto, de pronto era una mujer diferente. Estaba activa, las ansias de vivir la arrastraban. Nunca la había visto así. Reconozco que me costaba seguir su ritmo, entre tanto deporte de aventura, teatro, noches de juerga, y que tal vez no estuve a la altura, aunque jamás escuché un reproche de su boca. Al contrario, parecía hacerse cargo de la situación con mucha más entereza y comprensión que yo, y jamás me ofendió ni me hizo sentir traición o abandono alguno.
Un día, durante una comida, surgió un tema muy espinoso. Mi mujer hablaba con serenidad de su final y manifestó que, tras haberle dado muchas vueltas, tenía muy claro que no quería ser una carga para nadie, y que no estaba dispuesta a vivir conectada a una máquina ni un segundo. Si alguna vez llegaba ese momento, quería que la dejáramos ir en paz. Yo guardé silencio, pero fue evidente el desacuerdo. Ya en casa, hablamos de ello. Siempre hablábamos, era muy fácil comunicarse con ella, pero aquella tarde el diálogo se tornó en agrio debate. “No te dejaré morir, Belén. Ni lo sueñes”. “Estamos hablando de MI vida Diego”. “Precisamente. Tienes derecho a la vida, a vivir hasta el final”. “Y también tengo derecho a una muerte digna”. Pronto aparecieron los reproches, discutimos amargamente, como nunca lo habíamos hecho, y diciendo que pensaba dejar testamento vital, se encerró en la habitación. Por primera vez desde que convivíamos no dormimos juntos. Se me clavaban sus palabras, que era incapaz de asumir, y no pegué ojo. Me consta que ella tampoco.
Semanas más tarde, los cuidados paliativos se hicieron imprescindibles para combatir el dolor, y Belén se empezó a apagar con rapidez. La medicación la ayudaba, pero le arrebataba su vitalidad. Día a día se inhibía más, su ánimo se deterioraba más, su actividad se adormecía. Qué dramático fue verla deambular como un alma en pena por la casa... La morfina mitiga el dolor pero, y cuando te duele el alma, ¿con qué se apaga ese mal? En esos días se hizo patente que el final estaba cerca. Yo no dormía, ella, apenas despertaba. Me abrazaba a su cuerpo en la cama, llorando, desesperado, como si ese abrazo la fuera a arrancar de la parca. Me sentía tan débil y vulnerable, que me lo planteé todo, y me sorprendí a mí mismo en la cocina, con un vaso de agua en una mano, y un gran puñado de Diazepam en la otra. La solución del cobarde. Como si lo hubiera intuido, en uno de sus escasos periodos de conciencia, mi mujer, con una solitaria lágrima cayéndole mejilla abajo, se acercó a mi, me tomó la mano, la guió hasta el cubo de la basura, y me salvó la vida. “Soy yo quien se muere Diego” me dijo, “hacer esto no lo va a impedir”. Incapaz de asumir que alguien tan bondadoso y lleno de generosidad tuviera que acabar así, me aferré a la esperanza de una solución milagrosa de última hora. Supongo que por eso revolví en sus papeles hasta dar con un sobre que contenía una carta. Leer aquel breve párrafo donde mi mujer declaraba renunciar a la vida me cortó la respiración. Me parecía tan impropio de ella y tan contrario a mis deseos, que lo arrojé todo a los fogones. Quizá fue un castigo, quizá una coincidencia, pero al día siguiente ingresaron a Belén. Había caído en coma, y la mantenían con ventilación asistida. Yo tenía una idea muy nítida de lo que quería para ella, hasta que me encontré en la cafetería, con un cortado delante, pensando en lo que quería ella para sí. Y yo le había arrebatado la voz para decirlo. Cuando uno se enfrenta a semejante dilema ético, la línea que separa lo correcto de lo que es debido se difumina, nada está claro, y la certeza absoluta no existe, hasta que se dibuja ante ti con una nitidez sobrecogedora.
Caminé hasta su habitación y entré. Aquella tibieza se me antojó sofocante, el ambiente aséptico, inaguantable. Me acerqué a ella, sosteniéndome apenas, las manos temblorosas. El siseo del respirador me pareció lo más opuesto a la humanidad que conocía, tan artificial y metódico...
Sostuve su mano unos minutos. ¿Cómo despedirse de la persona que más amas del mundo?, ¿qué se le dice a alguien a quien no renunciarías jamás, cuando le vas a dejar ir?. Sin saber lo que iba a decir, comencé a hablar:
- “No sé cómo decirte adiós, Belén. Me has enseñado tanto, me has hecho crecer tanto, que en mi afán por ser mejor y no fallarte nunca, te he decepcionado. En pago de ese crimen, mi castigo ha sido tener que enfrentarme a la decisión más dura de mi vida. Perdona por no haber sabido respetarte. No puedo morir por ti, aunque lo haría, pero sí puedo demostrarte todo el amor que has sabido despertar en mi, dejando que te vayas tal y como querías.
Tengo miedo Belén, miedo de lo que vaya a pasar a partir de ahora. Te quiero Belén... Te quiero.”
Con el dedo en el interruptor, y el llanto ahogándome, susurré “has sido lo mejor de mi vida”, y acallé para siempre aquel siseo rítmico, aunque sentí que en aquel silencio, también a mi se me iba la vida.



Juanmi, Taller de Escritura Creativa

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Juanmi, antes de nada bienvenido al blog. He leido tus comentarios al resto de relatos y es de agradecer una opinión nueva y tan explícita como la tuya. Como es gratificante también leer nuevos autores, especialmente cuando te gusta su estilo.
Este relato me ha gustado mucho, me ha transmitido la angustiosa "espera" del protagonista y la fortaleza de ella, que refleja bastante bien la actitud del enfermo terminal y la del que se queda para echarle de menos. Lo único que me ha faltado es un poco más de dramatismo, más tragedia, más desesperación en la piel de él. Quizá es que yo soy demasiado intensa y pasional. Pero he leido la historia de un tirón y me ha llegado, sin duda.

Un saludo,

Ainara Rivera.

PD.: sigo leyendo tus historias...

Juanmi dijo...

Muy agradecido Ainara. De corazon.

Me es agradable, evidentemente, gustar a los demás, despertar emociones, hacer que se planteen cosas... Llegar y transmitir. Y me alegra que te haya gustado.

Pero no pierdo de vista que si estoy aquí es para aprender, y en ese sentido agradezco mucho también la crítica y la opinión de los demás, que parece que sea fácil, pero no lo es tanto si quieres hacerlo de una forma constructiva, objetiva y sincera.

Gracias de nuevo Ainara.

jose dijo...

tremendo es la palabra y mira ke yo veo muchos casos de estoy y me has emocionado la verdad. aa el final de en otra parte se resume en ke el esta en un siquiatrico luisa es la enfermera y el recuerda todo el rato su momentos , el tiene una depresion paranoide y confunde o se cree ke la armonica es una pistola y cuando entra luisa a la habitacion se asusta y ve la realidad ke la pistola no es nada mas ke su armonica y se de cuenta de su inocencia jose

Juanmi dijo...

Gracias por la aclaración Jose, y por tus comentarios.

Anónimo dijo...

Hola Juanmi,

Como ya te dije el miercoles me ha gustado mucho. Para mí sí tiene carga dramática suficiente. No es el tipo de relato que prefiero, pues la vida ya es en muchos casos suficientemente dramática, y prefiero temas más ligeros. Pero está muy bien escrito y me gusta. Felicidades.

Sonia Ramírez

Anónimo dijo...

Juanmi,
Me ha gustado mucho, está bien escrito y has sabido transmitir muy bien la evolución de los personajes antes la situación. Debo confesar que lo de "A belen le diagnosticaron la enfermedad demasiado tarde" me ha provocado un frenazo- el tema no me seduce en absoluto- pero a pesar de ello me he enganchado y el final me ha erizado el bello! Felicidades.
Irene

Anónimo dijo...

vello con UVEEEEEE!!!
Se me ha colado (qué poca credibilidad!)

Anónimo dijo...

me gusta, está bien escrito; sin embargo estoy de acuerdo con Ainara, le falta algo de dramatismo.
En una situación asi el hombre se debería volver loco;no sé cómo lo escribiría yo pero buscaría palabras,signos, que transmitieran pánico.
Enhorabuena.

Antonio.

Anónimo dijo...

Hola Juanmi

Quería felicitarte por la empatía que has generado con el personaje del marido. Aceleraba sin pensarlo el ritmo de lectura y se me ha erizado la piel con los últimos párrafos. Un saludo y enhorabuena de nuevo.

Elena.-

Juanmi dijo...

Os agradezco a todos vuestros comentarios, consejos y críticas.

Gracias por ayudarme a mejorar, así da gusto escribir.

Anónimo dijo...

Hola Juanmi, veo que has acentuado mi nombre. Gracias. Es todo un detalle. La verdad es que nunca encuentro el momento de modificar mi DNI y en algunas ocasiones he tenido problemas por que lo escrito no coincide con lo registrado, asi que sigo escribiendo mi nombre sin acento. Gracias por recordarmelo.
También aprovecho para darte las gracias por tus comentarios sobre mi relato "Calle abajo". No he subido más relatos al blog porque todavía no me han mandado las correcciones.
Un saludo
Àngels Enrique-Aula Virtual

Aula de Escritores dijo...

Hace ya días que leí este texto y no he tenido oportunidad de comentarlo hasta ahora.
No te diré nada nuevo, pero quería dejar constancia de que me pareció un precioso relato.
Leerte es una delicia.

Mi más sincera enhorabuena.


SOHO