viernes, 21 de noviembre de 2008

En el Fondo del Hueso

- “Toma, no dejes que caiga en sus manos. El GranDuque no lo querría...”
El eco de estas palabras, pronunciadas con voz débil y entrecortada, resonaba aún en las calles, entre la bruma florentina que precedía al amanecer, mientras una figura, apenas una mancha sombría, se movía furtivamente por la Piazza del Duomo. La capucha que cubría su rostro rasgaba la niebla dejando pequeñas volutas a su paso, liviano y discreto. Una inquietud creció en su interior al acercarse a la Piazza della Signoria, y se llevó instintivamente la mano a la cintura: la pequeña bolsa de terciopelo ensangrentado aún pendía de su cinto. “Esto no me gusta nada”, dijo para sí, ante la quietud y aparente soledad del lugar. Su respiración era agitada, y tras una breve carrera, hizo un pequeño alto junto a la fuente de Neptuno. Miró hacia las puertas del Palazzo Vecchio. No había guardia en ellas, cosa inusual, y con paso cauto llegó hasta el David, que flanqueaba la entrada, y se detuvo de nuevo. Era la única persona que había allí, y de pronto creyó escuchar unos pasos. “Porca miseria” pensó, y se agazapó tras la estatua. El sonido parecía provenir de los arcos de la Loggia, pero allí no se veía a nadie. Tras esperar unos minutos, comprobó que reinaba un silencio sepulcral, y decidió seguir avanzando, pues tenía que cruzar el río lo antes posible para llegar hasta el GranDuque. Pero mientras se acercaba a la rivera, su sospecha se tornó en certeza. Era oscuro aún, cuando aquella sombra, que parecía formar parte de la misma noche, le cortó el paso a escasos metros. Llevaba el mismo atuendo que su hermano, a quien había abandonado moribundo unos minutos antes: sombrero de tres picos, máscara veneciana, túnica púrpura y capa.
- “Ante mare, undae”- dijo la corpulenta figura con un susurro gutural, y con un lento movimiento dejó ver la inconfundible silueta de una daga.
No tuvo tiempo de preguntarse qué significaban aquellas palabras, pues aquel extraño se le echó encima con horrorosa determinación, tirando a fondo. La terrible estocada cortó la bruma mientras la figura encapuchada se apartaba a un lado, desgarrando tela y carne en su brazo izquierdo. Cuando su atacante se dio cuenta de que el ataque había fallado, ya le había sobrepasado, y mientras notaba la tibieza de la sangre resbalando hasta su muñeca, corría desesperadamente hacia el Arno. El sicario se dio la vuelta y emprendió la persecución, aunque su víctima era más rápida y había cobrado ya la rivera del río.
“¡El Ponte Vecchio!” susurró entre jadeos, mientras su vista recorría esperanzada la estructura del puente, y llegaba hasta él como una exhalación. Pero cuando estaba ya a medio cruzar el río, se detuvo en seco. Al otro lado, un par de sombras aguardaban. Presa del pánico se giró, sólo para comprobar que retroceder no era una opción, pues su perseguidor penetraba ya en el puente, con paso lento y firme, puñal en mano. Las otras dos figuras comenzaron a acercarse, acechando como lobos hambrientos. Los tres verdugos apretaron el paso blandiendo abiertamente sus armas y, sin otra alternativa para salvar la vida, saltó al Arno encomendándose al altísimo. Con la impotencia de quien se sabe derrotado, los enmascarados maldijeron, se susurraron breves palabras, y se fundieron con las últimas sombras del alba.

Las calles hervían ya de actividad en la ciudad de las flores cuando aquel extraño encapuchado, discutía acaloradamente con la guardia del Palazzo Pitti. Tras su voz pueril, su determinación era incontestable. Pronto apareció un secretario, alertado por el jaleo. “Este desconocido, que se niega a mostrar su rostro, pretende ser recibido por el GranDuque”, informó uno de los guardias. “Me temo que eso es imposible” sentenció el secretario con vehemencia, y se dio media vuelta.
-“Decidle al GranDuque que mi nombre es Antemare Undae, y que porto nuevas de extrema gravedad” – dijo el encapuchado con un gesto deliberadamente abatido. No se le ocurrió otra cosa, pero ante su sorpresa, el secretario le pidió que esperara y se retiró, regresando a los pocos minutos. “El GranDuque os recibirá ahora. Seguidme”.
Tras cruzar una maraña de salas y pasillos repletos de bustos y pinturas magistrales, el secretario se detuvo ante una puerta. “Pasad, en breve se reunirá con vos” apuntilló. El encapuchado entró a un despacho de bellísima factura, y cerró la puerta tras de sí. Se hallaba contemplando los hermosos frescos del techo, cuando el quejido de una puerta lateral captó su atención. Tras ella apareció, con toda su majestad, Cosme I de Médici, la preocupación en el semblante.
- “De modo que Antemare Undae...” – interrogó con suavidad. El desconocido retiró su capucha, dejando caer sobre los hombros su melena negra.
- “¡Alessia, prima!”- se sorprendió el GranDuque.
-“ Ante mare, undae. Antes que el mar, las olas. Un desconocido me lo dijo anoche mientras intentaba matarme, cuando volvía de un festejo.
- “Es el grito de guerra de la hermandad púrpura, una cofradía veneciana que conspira desde hace años contra Florencia. Primero la causa, después la consecuencia. Ese es su significado. Pero ¿qué tienes tú que ver con todo eso?
-“Mi hermano dio su vida para que esto no cayera en otras manos” – respondió Alessia con tono triste – “Esperaba que, ya que casi doy yo también la mía, vos me lo aclararais” añadió dejando sobre la mesa la bolsa de terciopelo manchada de sangre.
El GranDuque abrió la bolsa y extrajo de ella una falange oscurecida por los años.
- “¿Un hueso?” – preguntó la muchacha desconcertada – “¿Me estáis diciendo que mi hermano ha muerto por un maldito hueso? – añadió conteniendo el llanto y la rabia.
- “Maldito no Alessia. Bendito. Este hueso perteneció a San Ambrosio. Es una reliquia. Por cosas así la gente mata y da su vida. Una posesión así desencadena una guerra. Por eso, cuando esta nos fue robada ordené a tu hermano infiltrarse en la hermandad púrpura, con el fin de recuperarla.
- “¿Pero por qué?” – preguntó ella entre lágrimas – “¿Qué hemos de temer de una guerra? A veces hay que luchar. Somos poderosos, ¿quién sería rival para nosotros?
-“Nuestro verdadero poder reside en la iglesia, prima. Si hubiéramos perdido esta reliquia, el papa nos habría retirado su favor, y dejado a merced de los venecianos. Mira a tu alrededor. El hombre es capaz de hacer cosas maravillosas, de crear una belleza sin par. ¿Por qué generar dolor y destrucción cuando podemos hacernos tanto bien y dejar al mundo un legado extraordinario? El hombre puede ser otra cosa. Debe serlo” – concluyó el GranDuque, y abrazándola añadió – “Lo siento, lo siento de veras Alessia”.
La muchacha lloró desconsolada en los brazos de su primo, que embargado por la pesadumbre, perdió el porte de gobernante para ser tan sólo un hombre.
- “Estás herida” – añadió reparando en su brazo – “Mandaré venir al médico y que te preparen una cámara”.

Dormitaba vencida por el cansancio y el dolor, cuando un criado le trajo el almuerzo. “Debéis comer algo, el médico insiste”. Dejó la bandeja sobre la cama y se fue. Alessia hizo el esfuerzo, pero apenas probó unos bocados. Rápidamente comenzó a sentirse indispuesta. Pronto su garganta hervía y su vista se nublaba. Retorciendo sus miembros entumecidos trató de gritar, pero sólo emitió un silbido crepitante. Como pudo, empujó la bandeja de comida, que cayó al suelo con estruendo. Cuando el criado entró de nuevo, sus ojos estaban vidriosos y su cuerpo arqueado, los dedos crispados aferrando las sábanas. Apenas respiraba. “Vaya, se ha roto la porcelana, una lástima” comentó el criado con fina ironía, y acercándose a la cama, le susurró con gutural crueldad:
-“ Ante mare, undae”.


Juanmi, Taller de Escritura Creativa

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta el tema (supongo que por mi predilección por la Historia)
Supongo que ya te habrán dicho, que bien podría tratarse de cualquier capítulo de una buena Novela. Pero está bien porque tiene principio y final, aunque bien podría continuar. Si decides continuar no olvides subirlo al blog para que podamos seguirlo
Angels Enrique-Escritura Creativa

Juanmi dijo...

Agradecido Àngels.

La verdad es que cuando nos encargaron el relato del detonante, meplanteé ir un poco más allá, y escribir una especie de Best-Seller de dos páginas. A mi juicio, y el de muchos otros, en cierto modo fue un error, porque condensar en sólo 2 hojas una historia de intriga, hace que todo acabe siendo demasiado precipitado. ¿No te ha dado la sensación de que partes como el diálogo entre Alessia y su tio Cosme I debería ser más largo? Es muy precipitado, y no pude desarrollar ninguno de los dos personajes. Me hubiera gustado poder reflejar mejor como Cosme I conjuga en su persona al político y al mecenas, por ejemplo.

Aparte, creí haber dado respuesta a todas las preguntas que planteé, y luego me di cuenta de que no era así. Uno se queda con las ganas de saber más sobre la Hermandad Púrpura, se pregunta el origen del conflicto Florentino-veneciano, no queda claro del todo quién y por orden de quién se envenena a Alessia, o porqué, si en esa época el Papa Clemente VII era un Médici (Julio de Médici), iba a retirar su apoyo a su propia dinastía.

Lo que me propongo es escribir una segunda parte, y si funciona, engancha y es bien acojida, es probable que este relato se transforme en mi primera novela.

Gracias por tus comentarios y por tu dedicación.

Anónimo dijo...

Me gusta la secuencia de escenas de suspenso y tensión que se desarrollan progresivamente y dejan al final el agradable sabor que se deben continuar,lo que te aliento que hagas como has pensado. Muy oportuna le reflexión del Médici para darle mayor profundidad.

Aula de Escritores dijo...

Si te animas a escribirla... aquí tienes una lectora segura.

Gracias por compartir tu tiempo y tu trabajo.


SOHO