sábado, 15 de noviembre de 2008

David

Sintió que le subía un calor por el tórax hasta las mejillas. Tanto que había ensayado delante del espejo. Tanto que había repasado el discurso por las noches, en la oscuridad de su habitación, buscando la forma más apropiada de encarar la conversación y ahora lo había soltado así, a bocajarro. La suerte estaba echada. No le quedaba otro remedio que seguir adelante.
El joven se pasó la manó por el cabello naranja, mientras se dirigía con pasos rápidos hacia la ventana. Observó que fuera el día estaba claro y pensó que era una buena señal.
Álvaro abrió un poco más los ojos. Incrédulo. Iba a decir algo cuando su hijo volvió a hablar.

–Sé que no es lo que esperabas de mí. Que hubieras preferido que fuera como Rafa o Ángel que tienen unas mujeres estupendas y una vida perfecta. –David señaló en la pared las fotografías de sus hermanos el día que se casaron. –Ya sé que no debe ser fácil que el menor de tus hijos, con diecisiete años, llegue un día y te cuente que le gustan los chicos y no las chicas. Lo sé, pero no quiero ni puedo esconderlo.
–David, supongo que esto es una decisión que…
–Por favor, papá -interrumpió el chico -tienes que escucharme. Esto no es una decisión precipitada. Lo he pensado mucho y no puedo engañarme ni engañaros por más tiempo. He intentado que las cosas no sean como son pero es imposible.

El joven notó como las lágrimas acudían a sus ojos. Sintió rabia porque no quería que las cosas se le fueran de las manos. Se había prometido no llorar. No tenía por qué avergonzarse de su orientación sexual. Era algo totalmente normal. Igual que era alto, flaco, pecoso y blanco como la leche, también podía ser homosexual.
–Mamá ya lo sabe. –Continuó –dice que ya lo imaginaba. Que las madres se dan cuenta de estas cosas. No sé. El caso es que le hice prometer que no te lo contaría. Quería decírtelo yo porque creo que es lo que debo hacer. Sabes que soy responsable y lo seguiré siendo.
David hablaba mientras caminaba dando grandes zancadas por la habitación, mirando a su padre que permanecía sentado tras la mesa de trabajo. El joven se detuvo un momento, apoyó las manos en el respaldo de una butaca, notando el cálido tacto de la tapicería e inspiró con fuerza.

–Así que si después de esta conversación…
–Mira hijo, ya está bien de explicaciones que nadie te ha pedido. Creo que no es necesario que sigas.
–Claro que sí, papá. Sí que lo es porque tengo que hacer las cosas bien y pienso que…
– ¿A caso vinieron tus hermanos, cuando tenían tu edad, a explicarme que eran heterosexuales? –preguntó Álvaro con serenidad.
– ¿Cómo? –David no daba crédito.

¿Significaba eso lo que parecía?
Álvaro se quedó pensativo un instante. Luego se levantó de su cómodo asiento dirigiéndose hasta su hijo. Puso una mano sobre el hombro del chico y apretó un poco, con afecto.
– David, soy tu padre y te quiero. Es posible que en tu camino encuentres algunas dificultades pero eso nunca será aquí. Esta es tu casa y nosotros, tu familia.



SOHO. Taller de Escritura Creativa.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cada vez hay más "davices" por el mundo y, por suerte, cada vez más "alvaros", lo que convierte a este relato más cercano a la realidad y menos sorprendente. me gusta el lenguaje y su facilidad para dibujar perfectamente las imágenes descritas en la mente del lector.

Es bueno.

Ainara Rivera

Anónimo dijo...

Enternecedor.
Suscribo lo de Ainara. Los tiempos están cambiando y los padres cada vez "aceptan" mejor a sus hijos. Sean como sean.
Enhorabuena.

Aula de Escritores dijo...

Hola.
Bien escrito, te metes en la escena con facilidad, pero me deja un poco indiferente. Quizá porque (dada mi condición) historias como éstas ya las tengo muy vividas.
Si por mi fuera, habría enfocado la historia desde otro punto de vista más dramático: el padre no quiere saber nada de su hijo, o algo por el estilo. Lamentablemente, es algo tan real y cotidiano como lo contrario.
Un saludo!
Manuel Santos

Anónimo dijo...

Muy bien!Me ha gustado el relato. El final es bonito y "llega".

Como crítica constructiva, te diría que encuentro algunas reflexiones un pelín obvias y evitaría el uso de términos como "cosas" "no quería que las cosas se le fueran de las manos". Mejor decir "la situación" por ejemplo. Según nos dijo el profe el otro día, los verbos y nombres tipo "cosa" "haber" etc son vagos y conviene utilizar términos más precisos (No que yo lo haga, pero eso dicen!
Saludos,
Irene

Juanmi dijo...

Para mi particular gusto le falta un poco de dramatismo. Pero la historia es clara, se entiende perfectamente, y te ubica en la situación sin esfuerzo.

Es bueno. Creo que le falta emotividad, pero me ha gustado.