miércoles, 12 de noviembre de 2008

CASA AUSENTE

Bañándole el dorso una suave luz otoñal que cruzaba la ventana una diáfana mañana, Matilde miraba el impecable orden del mobiliario, la limpieza y brillo por todo lado, entre sus pies el cariñoso y prolongado saludo de Pelusa, la jarra de granizado de mandarina servido como le gustaba, percibía el perfumado olor a Channel y Canela que para este día llenaba los rincones de su casa. Pero ella no estaba bien -¡No soporto esta intranquilidad, este desasosiego que siento por dentro, este inexplicable deseo de estar fuera de este sitio! ¡No entiendo qué me pasa!

Así se encontraba ella dentro de su amplia casa, y así se venía sintiendo las últimas semanas. Recordaba que allí nació y vivió con sus tres hermanas y ahora era la única heredera en medio de un hogar que consideraba ejemplar con su compañero y sus dos hijas.

Miró el estante al lado de la biblioteca con el espacio justo para colocar las dos cerámicas precolombinas traídas el día anterior del viaje de vacaciones por Ecuador, pero las dejó sobre el escritorio sin desempacarlas y salió a la calle. Caminó despacio, respirando profundo, dispuesta a tomarse un café y encontrar la calma. Sin haber terminado de cruzar la acera se encontró con Leo, excompañera del colegio a quien no veía desde hacía varios años. Juntas en la cafetería recordaron viejos tiempos, se comentaron sus vidas pasadas y actuales y Matilde con un gran deseo de desahogarse le refería como a pesar de tener una hermosa casa, viviendo en paz familiar no se sentía bien cuando estaba dentro de ella, como si le fuera un sitio extraño que la impulsara a salirse y se sentía mejor afuera. Esto le causó curiosidad e intriga a Leo quien no entendía bien qué le pasaba a su amiga y le expresó su mayor deseo de ayudarla. Entraron en casa de Matilde.
-Todo se ve en su puesto –señaló Leo al recorrer la casa. –Pero siento
una gran nostalgia. Yo que no te visitaba hace tantos años puedo ver
todo cambiado: ahora tienes otros muebles, otros pisos, otros colores en las paredes, pero no veo el azul que era tu color preferido por ningún lado.
¿Todavía que te gusta el azul? -preguntó Leo al seguir mirando la casa.
-Sigue siendo mi preferido- le dijo Matilde, solo que esta combinación de verdes y amarillos son del gusto de él –refiriéndose a su esposo.
-Que hermosa colección de carros –deteniéndose Leo junto a una mesa de vidrio en la sala.
-Eso le gusta hacerlo a él desde niño.
-Que lindas y extrañas cucharas.
-Él las heredó de su abuela traídas de todos sus viajes y se siente orgulloso de tenerlas y exhibirlas.
-También colecciono cerámicas como ésta. ¿Dónde las vas a colocar?
-En aquel sitio junto a su biblioteca -señalando el espacio que quedaba libre en el mueble.
-¿Dónde está tu colección de relojes?
-Guardados en mi armario y te agradezco que hayas seguido enviándome uno en cada cumpleaños.
- No veo aquí el reflejo de tus gustos, ni algún recuerdo del tiempo pasado, es como si estuvieras en la casa de él.-Señaló Leo.
Matilde se quedó en silencio un par de minutos con la mirada perdida en el espacio, hasta que sus ojos empezaron a lucir con más claridad. -Gracias Leo por venir a descubrir mi casa cargada de recuerdos y cosas nuevas que es su mayoría no son mías, ni son de mi gusto personal. Con el paso del tiempo los espacios y las cosas que habitaban esta casa fueron reemplazados, y ahora con tus comentarios caigo en cuenta que son todas del gusto de él. Esto ya no es compartir en el hogar, es ceder tanto hasta perder. Tal vez la costumbre de los años no me ha dejado ver que lentamente todo aquí dejó de ser como yo. Me pregunto: ¿cuán poco de mi queda aquí y cuánto entregué? En realidad hay un vacio, una ausencia mía en esta casa.

Melqui Barrero G.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que evidente la ceguera de Matilde y que claro está todo para Leo!! sin duda, refleja lo que sentimos muchas veces cuando nos damos cuenta de que hemos ido dejando una parte de nosotros mismos en el camino para ceder, para adaptarnos o para complacer a otros. Independientemente del tipo de cariño o de todo el amor que sentimos por los que nos rodean, nunca nadie debería anular nuestra personalidad hasta el punto de no saber ni quienes somos... y, por desgracia, pocas personas se salvan de este cruel "atraco" a nuestra propia vida.

Buena reflexión, la pena es que sea más real de lo que quisiéramos.

Ainara Rivera.

Aula de Escritores dijo...

El mensaje del relato es bueno (se me hace difici pensar que alguien no se de cuenta de una situación como esa, pero seguramente pasa más de lo que imagino).
El relato está bien, creo que es correcto. Pero poco intenso. Lo he leído con facilidad (se agradece la brevedad) pero sin demasiada convicción. Yo quizá hubiera extremado la situación para darle más fuerza a la historia.
La frase "Juntas en la cafeteria recordaron..." me parece excesivamente larga.

Un saludo!
Manuel Santos

Aula de Escritores dijo...

HOLA K TAL? VEO QUE TE HAS ESFORZADO MUCHO EN TRATAR DE VINCULAR EL MOBILIARIO DE LA VIVIENDA CON EL PERSONAJE EN TORNO AL CUAL GIRA EL RELATO. PERO CREO QUE TE FALTAN OBJETOS MAS DETERMINANTES, ALGUNA COMPLICIDAD MAYOR QUE NOS ENVUELVA, QUE NOS HAGA PENSAR POR QUE VERDADERAMENTE NO LO HA OLVIDADO.
...SOMBRAS...

Juanmi dijo...

Hacer una crítica objetiva me va a resultar imposible.

Me ha conmovido tanto, me ha legado tanto...

¿Podría ser más emotivo, tener más fuerza dramática, o tener otro estilo? Si, evidentemente. Cada cual habría hablado de esto a su manera, yo el primero. Pero a mi me ha despertado emociones, me ha hecho cuestionarme cosas. La crudeza de una realidad muy frecuente es nítida. Con eso me basta.

Me ha gustado mucho.