martes, 18 de noviembre de 2008

Blanco y negro

Nunca me despegué de Inmaculada durante las dos semanas que la conocí. Ni un minuto, ni un segundo. Estábamos unidas por lazos de sangre. Una sangre que me nubló la mente.
Recuerdo con claridad nuestro primer encuentro. Yo paseaba por la pradera junto a Manchas, un viejo amigo canino al que solía visitar todos los sábados para ir a dar un paseo matutino por las afueras del pueblo. Al final de aquella mañana, Manchas se internó por el bosque. Íbamos a toda velocidad por el angosto camino de tierra cuando Manchas se detuvo de forma repentina.
La inercia causada por la frenada provocó mi caída. Iba distraída con las diversas tonalidades de verdes de los árboles y no tuve tiempo de reaccionar. Salí volando, disparada hacia adelante. Cerré los ojos, encogí mis patas, saqué mis garras y me preparé para un fuerte impacto. Por fortuna caí en una suave y extensa alfombra blanca. Pensé que había muerto y que estaba en una nube que me elevaría al cielo cuando tres potentes ladridos, ¡guau, guau,guau!, me sacaron de la confusión.
Manchas se encontraba muy inquieto. Acababa de tropezarse contra una enorme pared blanca que se atravesó de repente. La pared era una vaca. Corpulenta, floja y con mirada triste como todas. Su única particularidad es que no había una mácula a lo largo de su cuerpo. Manchas olfateaba, movía su cola y ponía mirada interrogante.
Al ver su mirada me sentí inteligente y pude aplicar el máster en vacas que el destino me obligó a cursar. Desde pequeña había realizado múltiples viajes familiares por diversas granjas de Europa y la existencia de Inmaculada, así decidí llamarla por su tierna y tentadora blancura, no me agarró fuera de base como a Manchas, quien seguía confundido. En su vida sólo había visto a las frisonas, mejor conocidas como Holstein o lecheras. Ésta sin duda, era una shianina, también llamada italina, utilizadas principalmente para la carga.
Mi felicidad era indescriptible. Podía alimentarme durante semanas sin que nadie me molestara. Comencé a chupar con ansias y percibí que su sangre era un poco más caliente de lo normal y su sabor, a pesar de ser exótico, me era familiar. Sin duda, sangre importada de buena calidad. Capaz argentina o brasileña, pensé.
A los pocos minutos de comenzado el banquete, me acosté un rato y apenas cerré los ojos me vino a la mente un breve flash. Imágenes borrosas del baboso nacimiento de una vaca. Una granja abandonada. Vacas sacrificadas y voces humanas burlonas que decían: ¡Ostia, que no tiene manchas!.
Me desperté sobresaltada. Tomé un poco más de sangre y volví a acostarme sobre el elegante cuero blanco. Una vez más, imágenes desordenadas aparecieron en mi cabeza. Vacas locas, aventuras y desventuras, por supuesto no podían faltar las burlas continuas de la raza humana.
Manchas se aburrió de intentar juguetear con su animal no identificado y emprendió su retorno al pueblo. Lo vi marcharse con ganas de rascarse, pero no podía irme con él. Debía quedarme con Inmaculada. Sentía compasión por ella. Parecía deprimida, solitaria, necesitaba compañía. Además, su sangre me atrapó como un imán. Cada mililitro que sacaba de ella, representaba una nueva aventura para desear incrustarme aún más dentro de ella.
Pasaron las horas y oficialmente me volví adicta a Inmaculada. Era su Drácula privado y ella mi heroína. La admiraba. A pesar de los contratiempos, ella vivía en libertad. Una libertad que le había permitido recorrer gran parte del mundo y que había obtenido exclusivamente por su falta de manchas. Todas sus conocidas seguían recluidas en granjas. Inmaculada era una privilegiada. Sus historias me hacían sentir poderosa, me llenaban de fuerza. Ya no sólo tenía garras y patas. Ahora tenía alma de vaca.
Hoy es sábado. Ya ha pasado una semana. Ahí llega Manchas de su habitual recorrido matutino. Me mira y me busca pero no se da cuenta de que ahora soy una vaca. Vivo dentro de ella. Mi corazón ya casi no late. Se apaga a ritmo de redonda. Yo lo veo pero él no me puede ver. Ahora soy Inmaculada, 100 % blanca, esclava de la libertad.
Ahí se va Manchas. Como era de esperarse no me reconoció como vaca. Para él todas venimos en blanco y negro. Además, una vez alguien me dijo que los perros sólo ven en blanco y negro.

Gabriel Medina
(Éste relato es producto de la 1ra práctica del taller de Escritura creativa: en éste me caso tocó escribir sobre un tema escogido por otro compañero, una Vaca sin Manchas...)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé que decir... demasiado fantasioso para mi gusto, pero bien contado, de hecho lo he leido de un tirón a pesar de no estar entendiendo adonde quería llegar la historia. Creo que es de esos relatos que admiro por tanta imaginación desbordada, pero que me quedo sin comprender cual es el mensaje.

Ainara Rivera.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho. Al principio me ha costado ubicar al personaje, qué o quien era, pero a medida que iba leyendo me ha ido atrapando. Creo que el objetivo principal del relato era entretener y a mi me ha entretenido. Una historia fantasiosa y rara como las que a mí me gustan. (Una garrapata catando sangre como si fuera vino, una imagen genial)
El único pero que le pondría es el final que no me ha acabado de convencer. Pero en conjunto me ha gustado mucho.

Sonia Ramírez

Aula de Escritores dijo...

Me ha gustado. A mí me gusta mucho la imaginación desbordada, jejeje. Reconozco que al principio cuesta un poco ubicarse, es cierto, pero al acabarlo me he sentido satisfecho. Nunca antes me había puesto en el lugar de una pequeña criatura embriagada por la sangre de una vaca, la verdad (:>)

Un saludoo
Manuel Santos

Gablogger dijo...

Gracias por lo de imaginación desbordada. Digamos que saqué el espíritu aventurero y me dejé llevar. Sin embargo, no supe sacar al artista para cerrarlo (necesitaba más páginas). Por eso el final no me convence ni a mí...

Aula de Escritores dijo...

No es ni por fantasioso, que está genial, ni por subrealista. Pero hay algo que no me convence.

Quizá no me quedó claro del todo el argumeto hasta casi el final (aunque, como ha apuntado Sonia, una garrapata buscando el bouquet de la sangre está muy muy bien), o tal vez esperaba que el relato hablar de una vaca sin manchas, y ese tema pasa de forma secundaria por entre los párafos.

De todos modos, en una segunda lectura gana mucho, a pesar de que, y aquí coincido con mis compañeros, el final no me convence nada. Creo que desmerece un relato que es bueno.


Juanmi