jueves, 22 de enero de 2009

El Escuadrón de la Muerte

El Escuadrón de la Muerte


Bajaban por la calle con decisión. Eran tres tipos normales, de similar edad, pero su caminar decidido, su mirada perdida, centrada en un futuro inmediato, y la determinación que irradiaban, hacían presagiar problemas. El que estaba en medio lideraba el grupo. Calvo, con barba de varios días, tejanos desgastados y chupa de cuero, se adelantaba y trazaba el camino a recorrer, con una sola idea en la cabeza: actuar. Los otros dos, uno gordo y bajito, y otro alto y fuerte, vestidos de forma similar, apartaban a la poca gente que se les cruzaba como miuras en un encierro. Nadie les miraba abiertamente, nadie quería problemas con tipos como aquellos.

En la fría noche de invierno, cruzaron el parque para acortar el camino. Estaba oscuro, y el calvo tropezó con un cordel, al otro extremo del cual había un perrito. El muchacho que lo sujetaba se quedó lívido cuando se giró hacia él. No era su aspecto lo que aterraba, sino su mirada de escualo, muerta hasta que te despedaza. Pero este le tendió al animalito y se limitó a decir: “Ten cuidado con esa correa, alguien podría hacerse daño”.

Desembocaron en la avenida cerca de las once. Como sabuesos en una batida localizaron un coche, aparcado discretamente entre otros muchos. El gordo sacó una palanqueta de hierro, el calvo una navaja de mariposa. Mientras el primero reventaba los cristales con saña, el segundo rajaba el lateral de los neumáticos. El alto forzó el tapón del depósito, y vació un paquete de diminutos cristales blancos por la embocadura. Era azúcar, el descabello para cualquier motor.

Aunque fueron veloces, el escándalo había descorrido algunas cortinas en las fincas cercanas. La presencia policial daría al traste con sus propósitos, de modo que el calvo apremió a los otros, y desaparecieron tras de una esquina.

Pararon frente a una portería. La calle estaba desierta, y la neblina bañada en la luz amarillenta de las farolas. No se oía un ruido. El calvo pulsó un botón del interfono y esperó. No respondió nadie. Miró hacia un balcón y le hizo una señal al gordo, que sacó un móvil e hizo una llamada. Dentro de uno de los pisos sonó un teléfono, pero no se encendió luz alguna. El gordo colgó. “No lo cogen” se limitó a decir. “No pasa nada” – respondió el calvo – “estará cenando con sus padres. No sabe ni freir un huevo sin ella. Le conozco bien, vendrá pronto. Mañana trabaja”.

Chispeaba. El gordo introdujo un pequeño trozo de alambre en la cerradura de la portería, y se apoyó unos metros más allá, simulando que hablaba por teléfono. El calvo desapareció, y el alto se oculto a un par de metros, junto a un contenedor. Mientras esperaban, creyeron oír un coche patrulla recorriendo la avenida cercana. La tensión les envolvió, como una madeja de cables de acero, que sólo se relajaron cuando el coche se alejó por donde había llegado.

Al poco, un hombre cruzó en dirección a ellos. El gordo hizo una señal imperceptible, y el otro se preparó. Cuando intentó sin éxito meter la llave en la cerradura, el alto le abordó con un “Perdona, ¿tienes un cigarro?”. Se giró para contestar que no, y el gordo le saltó encima por la espalda, cubriendo su cabeza con la chaqueta de cuero, que asfixió el único grito que pudo dar, antes de que el otro lo dejara sin aire con dos puñetazos en la boca del estómago.

Lo arrastraron hasta un callejón cercano, mientras se debatía inútilmente. Lo arrojaron contra una pared, y sin mediar palabra se quedaron mirándole, con actitud de ir a desenfundar en cuanto abriera la boca para gritar. El miedo le perló la piel con un sudario de escarcha, martilleando en sus sienes. Sólo acertó a balbucear si querían dinero, y sacó su cartera. De un manotazo, el alto la tiró al suelo. “No queremos tu dinero” le dijo el gordo. “Hemos venido a echar un polvo”. Les miró paralizado, consciente de que no bromeaban, y trató de correr. Pero las piernas no le respondieron. Con la palanqueta en la mano, le obligaron a bajarse los pantalones, golpeándole repetidamente. Temblando, trató de resistirse. Pero su dignidad se iba escurriendo por el sumidero de lo inevitable, hasta que cedió. Se sentía tan humillado y aterrado, que lloraba como un niño y rogaba como un cobarde. Los comentarios viciosos en su oído, el hedor de sus alientos, que le resultó insoportable, y los zarandeos, acabaron por someterle del todo. “Ponte de espaldas, el culito en pompa, precioso”. Sin una gota de valor ni de templanza que rescatar, obedeció y apretó los dientes sin poder contener el llanto.

Lo martirizaron con palabras y amenazas durante un rato, aunque sin tocarle, hasta que se escucharon unos pasos, lentos, medidos. El calvo se le acercó a un par de metros. “Hola César, creo que tenemos que hablar”. Los otros dos se apartaron prudentemente. Cuando se giró, estaba pálido como la nieve, el semblante descompuesto. “Ángel!!” balbuceó incrédulo mientras trataba de subirse los pantalones. “¿Quienes son estos? Por favor, Ángel, deja que…” No pudo decir más, no tuvo tiempo. El primer puñetazo le arrancó dos dientes y lo lanzó al suelo. “No!!, For faffor, for faffor, no…!!!” gemía mientras Ángel, sentado en su pecho, le destrozaba la cara con una rabia que ya no era contenida. Sólo paró cuando tuvo que recuperar el aliento. La paliza había sido brutal, César gimoteaba hecho un ovillo.

“Vaya” – dijo Ángel caminando en círculos a su alrededor – “ahora no pareces tan valiente, no? Los tipos como tú sois unos cobardes, que os sentís una mierda en el mundo, y para ser alguien tenéis que humillar a otro”. César gemía lleno de sangre. Ángel se acercó a él, y César se cubrió la cabeza con las manos.
“Si vuelves a tocar a mi hermana, volveré para acabar lo que he empezado, y no va a gustarte. Reza porque tu mujer salga pronto del hospital, y porque no le hayas hecho nada permanente, porque de lo contrario, lo que le ha pasado a tu coche no será nada comparado con lo que te haré a ti”

Con una última patada en el estómago, añadió “Aléjate de ella o lo lamentarás”. Se giró hacia los otros y doblaron la esquina. Flaqueaba tras el subidón de adrenalina: “Gracias, gracias por implicaros en esto…” Mientras se derrumbaba paulatinamente, el alto le abrazó. “Hace años que somos amigos. Se trata de tu hermana, casi la hemos criado entre todos.” El gordo le puso una mano en el hombro. “Quizá en el caso en que la justicia no puede proteger a una víctima, sea correcto que lo haga la injusticia”. “Gracias otra vez” dijo Ángel secándose las lágrimas. Luego, los tres se perdieron por las calles.


Juanmi, Taller de Escritura Creativa

7 comentarios:

Aula de Escritores dijo...

Me gusta el final, por lo desconcertante. Primero sufres por lo que le van a hacer a César y luego casi desearías que se lo hubieran cargado. Y el ambiente de tensión muy bien logrado. Felicidades.
Xavier A.

milagros dijo...

El final te desarma, te descoloca.
Creas tensión y una imagen completamente errónea de ellos. Te los imaginas como unos vulgares matones, delincuentes y terminan siendo unos sensiblones.
Muy bien conseguido.

Judi Cuevas dijo...

Jejeje, un final que le da una vuelta de hoja! Y que plantea un dilema respecto qué es lo mejor si el ojo por ojo y diente por diente o esperar a que la justicia se cumpla.

Me parece muy buena idea el hecho de que lo plantees primero con la visión de unos chicos malos que van a repartir lo que mejor saben repartir y después que hagas que esta visión cambie al justificar sus acciones, creando la pregunta de quién realmente es el malo y quién el bueno.

Juanmi dijo...

Gracias a todos.

De todos modos me gustaría hacer una puntualización, y es que se me pasó cambiarle el título. Este relato se debería de haber titulado "Monstruo", precisamente para aprovechar esa cuestión moral acerca de quién es en realidad el malo.

Aula de Escritores dijo...

Juanmi, por favor escribe cosas más bonitas... para violencia ya tenemos la tele, los diarios ....

Irène

Sonia dijo...

Juanmi, me has dejado impresionada con este nuevo registro tuyo tan heavy que no conocía! Muy bueno,me ha gustado mucho! Consigues manejar al lector como te da la gana y el final es del todo menos predecible. Muy bien.

Juanmi dijo...

Joder Sonia. Es muy halagador que alguien que escribe como tu me diga eso...

Muchas gracias.








(si, he escrito "joder", soy muy mal hablado...)