jueves, 25 de junio de 2009

LAS CAJAS DE MADERA

En mi pueblo vivía un hombre llamado Paquito, que todas las tardes sacaba a pasear a un caballo enano que tenía como mascota.
─Mira mamá, un pony ─decían los niños al verle pasar.
─Que no es un pony, leches ─replicaba el hombre indignado─. ¿Es que no lo veis, que se trata de un caballo enano?
Acto seguido se agachaba y acariciaba suavemente la melenita del caballo, mientras le susurraba algo al oído, acaso una disculpa. “Son niños” le oyeron unos decir un día. “No entienden de animales” juraron otros que dijo con los dientes apretados y la rabia contenida. Así, con caricias y dulces palabras intentaba Paquito el animal, como le llamaban en el pueblo, aliviar el dolor y la humillación que para cualquier caballo supone, el ser confundido con un pony.

Pero según se cuenta por ahí, el caballito no fue el primer animal exótico que Paquito paseó por el pueblo. Yo no había nacido aún cuando un repartidor descargó frente a la puerta de su casa una misteriosa caja de madera procedente del fin del mundo. De ella, desorientados y ladrando, asomaron cuatro perros salchichas unidos entre si por las patas traseras, formando una especie de extraño tren de perros. Junto a la caja de madera llegó también una carta, que Paquito leyó con lágrimas en los ojos. Acto seguido, enjugándose las lágrimas y sin decir ni media palabra, introdujo a los perros en su casa con sumo cuidado de no golpearlos con los marcos de las puertas; firmó el acuse de recibo al repartidor, y desde aquel preciso instante se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de sus animales.
─Mira, mamá, una ristra de chorizos gigantes que caminan ─decían los niños al verle pasar.
─Que no son chorizos, leches ─replicaba Paquito furioso─. ¿Es que no veis, que son perros? Perros salchichas que están muy unidos.
Y entonces se agachaba hasta ponerse a la altura de la ristra de perros y los acariciaba y consolaba, hasta conseguir que se olvidaran del agravio y movieran sus colitas rítmicamente con alegría, abofeteando con ellas al perrito que tenían detrás.

Dicen que a los pocos años de la llegada de la primera caja de madera, otro repartidor descargó frente a la casa de Paquito una segunda caja, esta vez un poco más pequeña y procedente también del fin del mundo. De ella asomó de repente un animal de aspecto muy parecido al de una mofeta, que nada más aparecer, inundó el ambiente con un delicioso olor a rosas y a jazmín. Paquito, con el rostro serio, leyó de nuevo la carta que venía acompañando la caja, firmó el recibo al repartidor e introdujo al animal en su casa.
─Mira, mamá, una mofeta ─decían los niños al verle pasar con su nueva mascota.
─Que no es una mofeta, leches ─replicaba él indignado─. ¿Es que no lo veis? Se trata de un ardillo. Y los ardillos cuando se enfadan o tienen miedo no exhalan gases pestilentes, sino que esparcen en el aire el más delicado aroma a flores silvestres.
Y entonces se agachaba para consolar al pobre ardillo de la ofensa de haber sido confundido con una pestilente mofeta, mientras el animal, medio asustado, medio aturdido, seguía inundando el ambiente con la mejor selección de sus perfumes.

Algunos años más tarde, según se comenta por ahí, a Paquito volvió a llegarle otra caja de madera procedente del fin del mundo. Esta vez de ella no emergió nada, fue Paquito quien tuvo que introducir la mano en la caja hasta dar con una bolsa de plástico transparente repleta de agua. Sorprendido, observó el contenido de la bolsa, y comprobó que dentro de ella flotaban felizmente una docena de simpáticos pececillos. Paquito el animal en este caso, al leer la carta, no lloró sino que en su rostro se adivinó una mueca de desagrado. Firmó el recibo al repartidor, y dicen las malas lenguas que esa misma noche preparó una barbacoa en el jardín comunitario, donde asó a la parrilla hasta el último de los peces.
─Mira mamá, están asando sardinas ─dijo una niña al pasar por delante del jardín.
─Que no, leches, que no son sardinas ─afirmó Paquito con la boca llena y con un mohín de asco reflejado en la cara mientras tragaba─. Que son peces tropicales ¿es que no lo veis, que son pequeños y de vivos colores?
Y continuó mascando y tragando con dificultad el bocadillo de pan con tomate y peces asados que se había preparado.

Después de aquella caja, llegaron algunas más: un oso hormiguero que fue confundido con un aspirador, un pingüino al que tomaron por un camarero enano y un ciempiés gigante que fue confundido con una alfombra Persa.
Paquito no volvió a mostrar repulsión ante ninguna de las cajas que le fueron entregadas, ni volvió a asar su contenido en la parrilla. En lugar de eso, las aceptó todas con solemnidad y con el gesto adusto, hasta que llegó la que sería la última entrega de su vida, la del caballito enano al que todos confundían con un pony. Y para ese entonces, se dice que Paquito contaba ya con más de cien años.

Según cuentan los viejos del lugar, Paquito llegó para instalarse en el pueblo con edad ya de peinar canas, y con aspecto taciturno. Unos dicen que procedente del fin del mundo, otros que de la Conchinchina. Lo que sí es seguro es que llegó con un pequeño petate colgado al hombro y que se instaló en el apartamento más pequeño y oscuro del pueblo. Tan oscuro dicen que era, que una vez dentro, resultaba imposible calcular si en el exterior era de día o de noche, e incluso se perdía la noción del tiempo.
Nadie sabe exactamente a qué se dedicó Paquito. Algunos dicen que fue escritor, otros aseguran que domador de fieras, y los más atrevidos garantizan que su única dedicación fue pasear animales y hacerle el amor a las 18 bellas doncellas que se trajo dentro del petate procedentes del fin del mundo, aunque ese último dato, como el resto, está por confirmar.
Lo que sí se sabe con certeza, es que cuando la última caja de madera llegó con el caballito dentro, al anciano en el que ya se había convertido Paquito, no le hizo falta leer la carta que se adjuntaba para caer arrodillado abrazado al animal, y para exclamar con lágrimas en los ojos y mirando al cielo: “gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias…” y así durante un tiempo indeterminado, que no se puede precisar, pues el repartidor, único testigo de la escena, tuvo que marcharse con prisa a realizar otra entrega.

Paquito desapareció hace ya muchos años. El día de su desaparición, a los vecinos de su inmueble les despertó un fuerte resplandor. Un destello luminoso luchaba por acaparar cada espacio, cada rincón, cada átomo, convirtiéndolo todo en una inmensa nube blanca. Atrapados por la fuerza hipnótica de esa claridad, casi en éxtasis, los vecinos se reunieron frente a la puerta de entrada de la casa de Paquito, lugar de procedencia del destello luminoso. No les hizo falta forzar la cerradura, y es que según se cuenta, la puerta se abrió con el leve suspiro que uno de los vecinos, el más anciano, exhaló.
Blanco como la nieve, y levitando en posición horizontal, se encontraron a Paquito, con una leve sonrisa dibujada en el rostro y abrazado a una pequeña caja de madera.
Los vecinos, sorprendidos ante la visión, pero demasiado atraídos por la fuerza magnética de la luz que desprendía Paquito como para reaccionar, rodearon su blanca figura y se sentaron en el suelo, incapaces de apartar la vista del fulgor y la energía que manaba del cuerpo de aquel anciano.

─Podríamos abrir la caja y ver qué contiene ─propuso el más joven de los vecinos, el primero en reaccionar.

Y el más osado de todos, traspasó el halo brillante de luz que manaba del cuerpo de Paquito hasta alcanzar la caja y extraer de ella una fotografía amarilleada por el tiempo, de un Paquito joven con un bebé entre sus brazos. La caja contenía también, una por una, todas las cartas que acompañaron las entregas de animales que a lo largo de su vida Paquito recibió.

─Podríamos leerlas todas, y ver qué dicen ─propuso de nuevo el más joven de los vecinos.

Y el más osado de todos empezó por leer la primera:
“Aquí recibes a estos cuatro perros, que sois en verdad tú y tus tres hermanos, unidos por las piernas como hubierais debido estarlo por los lazos de la sangre. Deberás cuidarlos, protegerlos y respetarlos, para compensar todas las veces en que los descuidaste, los desprotegiste y no los respetaste, hasta que fuiste castigado con el destierro.”

Y prosiguió con la segunda carta:
“Aquí recibes a este Ardillo, que es en realidad tu mujer. Deberás cuidarla y protegerla para reparar y compensar todo el daño que le hiciste con cada hediondo agravio que le propinaste, hasta que fuiste castigado con el destierro.”

Y continuó con la tercera:
“Aquí recibes a estos 12 peces, que son en verdad tus 12 compañeros de borrachera, que te incitaron y provocaron parte de tu mal. Cómetelos para reparar el daño que en compañía de ellos hiciste, hasta que fuiste castigado con el destierro.”

Y así, una a una, leyó todas las cartas que explicaban qué era cada animal, y qué simbolizaba: el oso hormiguero fue su mejor amigo al que acusó de meter las narices donde no debía, el pingüino simbolizaba la frialdad con la que Paquito trató a todo el mundo, y el ciempiés gigante vino a recordarle el modo en el que solía huir de los problemas como si de cien pies estuviera dotado.

Por fin llegó a la última carta:
“Aquí recibes a este caballito, que es tu hijo. Al único al que verdaderamente amaste, cuidaste y respetaste antes de ser castigado con el destierro. Sólo por él y para él, tendrás una nueva oportunidad. Resárcelo del tiempo en que no pudiste cuidarlo por cumplir con tu deuda en el destierro, y una vez hayas cumplido, toda la oscuridad de tu vida se tornará en una luz cegadora que lo traspasará todo, una claridad te llenará el alma. Serás perdonado.”

Y dicen que después de leer aquella carta, los vecinos cayeron en un estado de sopor que los dejó inconscientes durante horas o días o semanas o meses, nadie sabe precisar.
Cuando por fin despertaron, ni Paquito, ni la caja, ni las fotos, ni la luz, ni las cartas, poblaban ya la oscura habitación en la que vivió Paquito.

Algunos dicen que nunca ocurrió, otros dicen que lo soñaron y los más incrédulos afirman que todo lo inventaron. Lo que sí es cierto, y se puede confirmar, es que algunos días de otoño en los que el viento sopla con fuerza, en mi pueblo, es fácil que la imagen de un hombre paseando a un caballito se dibuje a lo lejos, mientras se escucha entre el ruido de la hojarasca a alguien afirmar: “que no, leches, que no es un pony”.

Sonia Ramírez

8 comentarios:

CONRADO dijo...

Hola Sonia, ya veo que has dado algún retoque. A mi ya me gustó en clase pero creo que ahora está "redondo". Me encanta la redacción y el sentido metafórico. Que si leches, que es muy bueno.

Mar Cano Montil dijo...

Querida Sonia:

Ya sabes que hace mucho que no frecuento este espacio, pero cuando tu publicas...¡lo dejo todo!

Ya leí este tierno relato en tu blog y me cautivó, no sólo por lo entrañable del personaje y, por supuesto, de sus mágicas cajas, sino por lo bien que está contado.

Engancha desde el principio, parece un cuento modernizado de los hermanos Grimm, y veo que has hecho algunos cambios que, aunque no le hiciera mucha falta,le dotan de una deliciosa ligereza y destaca aún más lo entrañable de este cuento.

BRAVO SONI

;=))

Marien dijo...

Hola Sonia,
Ultimamente me he cogido un retiro casi forzoso por x circusntancias que no vienen al caso,pero cuando puedo disponer de un ratito busco a mis cuentahistorias favoritos. Me encuentro otra vez con tus cajitas de madera que me fascinaron, aunque has cambiado algunas cosas, la esencia del maravilloso cuento que tan naturalmente eres de escribir sigue sin alterarse. Me encantan tus historias y esta es fantástica. Hasta la próxima visita, te doy tiempo a que cuelgues otro.

Besos de verano.

milagros dijo...

Me gustó cuando lo leí en tu blog, pero ahora me ha gustado todavía más. Es un precioso cuento con una fantástica narrativa. Sabes dibujar personajes con mucha gracia y ternura al mismo tiempo.
Me ha encantado.

Sonia dijo...

Muchísimas gracias a los cuatro por vuestas opiniones.
Marian, espero que esas circunstancias no te alejen demasiado tiempo. Ahora soy yo la que echo mucho de menos tus historias!
Un beso

rosa dijo...

Hola Sonia, la historia está muy bien contada, desde el comienzo el misterio te va atrapando y ya no puedes parar de leer intentando saciar la curiosidad de saber ¿qué quieren decir esas cajas y quién las envía?
muy entretenido y con una narrativa muy cuidada.
Felicidades

Palafox Gelover dijo...

Sonia, Sonia, Sonia:

¿Que te puedo decir?

Una vez más nos ofreciste un trabajo perfectamente bien cuidado y de contenido muy bello.
Felicidades por eso.
Ya lleva rato que me ausenté de estos rumbos, pero al ver tu nombre firmando este relato tuve que hacer una merecida pausa para leerte. ( Y prometo checarlo también en tu blog, pues ya me entró curiosidad por saber cuales son los "dichosos" cambios que hiciste que tanto comentan)
¡Me enganchaste desde el inicio! y ese trasfondo metafórico que tiene la historia la dota de una fuerza colosal.
No puedo agregar otra cosa pues ya todo te lo han dicho.
Sólo me queda, por mi parte, felicitarte por tan buen trabajo.
Y como ya dijo Conrado:
"Que si leches, que es muy bueno"
jajaja...

Recibe un fuerte abrazo.

Sonia dijo...

Muchísimas gracias, Rosa y Palafox por vuestros comentarios, la verdad es que todos vosotros sois la mejor motivación que se puede tener para seguir escribiendo.
!Que sí, leches, que os aprecio mucho a todos! jajaja

Palafox, es un honor para mí que te detengas a leerme, de verdad. Se te echaba mucho de menos por aquí, a ver cuándo te animas a colgar algún relatito, wey ;o)
Me encantará que te pases por mi blog, en realidad he añadido sólo un par de líneas y cambiado alguna cosita tan pequeña, que casi ni se nota.
Un beso a todos y gracias de nuevo,
Sonia