sábado, 6 de junio de 2009

LA PRIMERA VEZ


Hoy, cuando cumplo 45 años, he decidido que ha llegado el día. Ha llegado el momento. Sí, ya no voy a retrasarlo más, que creo que ya va siendo hora. Hoy voy a perder mi virginidad.
Sí, ya sé que puede parecer raro. Sé que he tardado en decidirme un poco más de lo normal, que he alargado el momento algo más que la media. Que me he reservado mucho. Y sé también, que después de tanta espera, no parece normal que haya decidido hacerlo hoy con cualquiera. Sí, con cualquiera, no nos vamos a engañar. Que soy consciente de que mis pechos hace tiempo ya que perdieron su turgencia, y que los años de sedentarismo frente al ordenador han incidido en el aspecto fláccido y almohadillado de mis nalgas. También soy consciente de que mi rostro ha perdido la definición que algún día tuvo y ahora viene adornado de una papada que me da el aspecto de tener dos caras. Todo eso lo sé, y por eso he decidido bajar el listón y hacerlo hoy con cualquiera que esté dispuesto. Que ya no albergo sueños románticos, que ya no espero a que un príncipe azul venga a rescatarme en su caballo y me haga el amor bajo la luz de la luna, que no, que me conformo sólo con echar un polvo. Que ya lo voy necesitando.


Eso me dijo Roberta esta mañana por teléfono cuando la llamé para felicitarle el cumpleaños. Estaba nerviosa, excitada, desatada, fuera de si misma. No parecía la Roberta funcionaria del ayuntamiento que conozco. No parecía la mujer recatada, aburrida, gordita con gafas que atiende cada día a los ciudadanos con el rostro avinagrado. No. Ahora resulta que Roberta también necesita sexo. Y yo que pensaba que con el palo que parece llevar metido por el culo ya tenía bastante, y resulta que no. ¿Virgen con 45 años? ¿Sueños románticos? A ver, que su vida sexual no era la más activa de la ciudad se podía intuir, pero ¿virgen?
El caso es que esta noche piensa ir a la Paloma a ligar, y como no tiene amigas, me ha suplicado que la acompañe como cebo. A la Paloma, para atraer a hombres ya maduros, a divorciados que podrían ser mi padre. Este es el plan: yo los atraigo, y ella se los tira. Bueno, con uno basta. Espero que salga bien a la primera y pueda retirarme pronto.


Roberta y Elena se encuentran en la estación de metro acordada. Se dan dos besos y conversan. Roberta luce una camisa escotada naranja que le marca un estómago prominente y unos pantalones que le aprietan en sus partes íntimas. Se arregla el cabello con las manos con frecuencia y camina con las piernas muy abiertas y arrastrando los pies. A su lado, Elena, de complexión menuda y ataviada con un vestido negro muy corto, va llamando la atención de todos los hombres que se le cruzan. Llegan a la puerta de la discoteca, pagan 15 euros y reciben una consumición junto con el ticket de entrada. Una vez dentro, con la música a todo volumen, proceden a dar una vuelta de reconocimiento, para finalmente sentarse en una barra donde piden dos gintonics.
―Venga, vete fijando, a ver cuál te gusta ―apremia Elena a Roberta.
―No, si por mí, mientras venga aseado y tenga dientes…
―Roberta, joder, qué fuerte, intenta ser un poco selectiva, coño, que no has esperado 45 años para tirarte ahora a cualquiera.
―Es que de hoy no pasa. De hoy no pasa, eso seguro ―repite Roberta mientras se bebe de un trago el gintonic―. Ponme otro ―le dice al camarero―. Mira, ése mismo de ahí, ese calvo con bigote.
―Tía, qué fuerte, si ese parece recién salido de un concierto de los Village people. Mira cómo mira al camarero. Así no me extraña que sigas virgen.
―Ah, pues vaya, y yo que lo veía tan masculino, con tanto pelo saliéndole así por fuera de la camisa… Por cierto, ¿tú crees que tengo que avisar de que soy virgen?
―Estás de coña, ¿no? Qué quieres, ¿espantarlos? Eres una mujer de 45 años muy experimentada, que no se te olvide.
―Vale.
―Mira ese, el de las gafitas, por ejemplo. Ese tiene pinta de contable divorciado, recién duchado, con traje y corbata, perfumado, pulcro, parece que con la dentadura completa, yo lo veo bastante potable.
―Hombre, pues sí, no está mal. Venga, hazle señas o algo ―responde Roberta emocionada.
―Tía, que no es un perro, joder. Vamos a empezar por mirarle. Venga, las dos.


Elena y Roberta inician el proceso de cortejo con Manuel. Las dos le miran y le sonríen. Manuel empieza a sentirse incómodo ante las dos mujeres que tiene enfrente. Ya no sabe dónde mirar. Intenta concentrarse en otro punto, pero las miradas persisten, las sonrisas también. La gorda le hace incluso una seña con las manos, una especie de saludo. ¿Serán prostitutas? No sería la primera vez que en locales como ése entran mujeres de la vida buscando clientes, su madre ya se lo ha advertido un montón de veces. No tendría que haber salido, piensa Manuel, con lo a gusto que se está en casa, o en misa con el Padre Ricardo, tocando la guitarra y cantando santo, santo, santo es el señor. Ya lo sabía, que no era ese el lugar apropiado para encontrar a una mujer como Dios manda, a la futura madre de sus hijos, a una mujer de las que esperan hasta el matrimonio para consumar el sagrado acto de la reproducción, tal y como también hace él, y no como las dos prostitutas que tiene delante. Manuel se levanta del taburete y decide abandonar la discoteca.
―¡Que se va! ¡Joder! ¡Haz algo, venga, lo que sea, pero que no se vaya! –exclama Roberta con desesperación, presa del pánico.
Elena reacciona a tiempo y le pone la zancadilla a Manuel, que aterriza sobre Roberta, con la cara justo a la altura donde los pantalones le aprietan. Buena señal, piensa Roberta.
―Uy, te has tropezado ―le dice mientras le guiña un ojo.
―Sí, has estado un poco torpe. ―añade Elena― ¿Porqué no te sientas con nosotras y nos tomamos los tres una copa?
―No, si es que yo me tengo que ir ya, que me están esperando.
―Ah, que estás casado, ¿no? Que has venido aquí sólo a intentar echar una canita al aire. Pues fíjate qué suerte has tenido de conocernos, ¿verdad, Roberta?
―Sí, sí… un montón de suerte, un montón, un montón ―repite Roberta nerviosa―. Ponme otro gintonic ―le dice al camarero―. Y qué te parece, ¿eh? si nos vamos a otro sitio más tranquilo, para hablar, ¿eh? ¿Por ejemplo a un hotel? ―propone Roberta, entrando ya en materia y dejándose de preámbulos.
―No, a ver, si yo, con todos mis respetos… yo es que no estoy buscando esa clase de servicios, yo no… yo no lo considero apropiado, yo no… y menos para una primera vez ―responde Manuel, con la mirada extraviada.
Las dos mujeres se miran entre si, sorprendidas de que ese hombre haya averiguado que se trata de la primera vez de Roberta. ¿Es que lo lleva escrito en la cara? La primera en reaccionar es Elena.
―Uy, primera vez, dice… pues no tiene ya mi amiga Roberta tiros pegados…
―Ufff un montón, un montón de tiros pegados. No sé ya ni cuántos tiros, pero un montón, un montón ―repite Roberta histérica, bebiéndose de un trago el nuevo gintonic que le acaba de servir el camarero.
Si a esas alturas Manuel albergaba aun alguna duda sobre si esas dos mujeres eran prostitutas, ahora ya lo tiene muy claro. Y le parece una pena. Sobretodo por la mujer entradita en carnes. Mirándola de cerca, algo le atrae de ella. Le inspira ternura, no sabe bien qué es. Le resulta familiar. Ese rictus amargo en la cara, ese aire severo… ¡Ya está! si es que esa mujer es igualita a su madre. ¡Igualita! Por su mente, a la velocidad de un rayo, se recrean una serie de situaciones que podría vivir en su compañía: un primer beso, un primer paseo por la playa, la primera misa del gallo juntos… Pero esa mujer, a diferencia de su madre, se acuesta con hombres por dinero, y eso no hay que olvidarlo. Eso lo cambia todo. Manuel despierta de su dulce ensoñación de golpe y decide irse a su casa, a introducirse con sigilo en la cama de su madre, para pedirle perdón por haber salido, para darle la razón, todas las mujeres son iguales: malas, malas, malas… para acurrucarse en posición fetal y abrazarse a la única mujer del mundo que le quiere y le comprende, la única que merece la pena.
―Me tengo que ir.
Y Manuel se va, dejando a Roberta y a Elena perplejas frente a la barra del bar.


Ha llegado contenta al ayuntamiento. Parece otra. Relajada, satisfecha. Escucha a los ciudadanos con empatía, incluso con una sonrisa en los labios. Parece haberse quitado el palo del culo.
Yo es que me tuve que ir a los diez minutos del intento frustrado con el contable divorciado que después estaba casado, o lo que sea. La dejé con dos gintonics más en el cuerpo, incapaz de vocalizar y mirando con descaro al de los Village people y al camarero. Lo que pasó después no lo sé, todavía no me lo ha contado.


A mis 45 años y dos días, sigo siendo virgen. Y lo digo con la cabeza bien alta, que quede claro, que me siento muy orgullosa. Que no tengo ninguna prisa, que no estoy desesperada.
El sábado, después de quedarme sola en la barra de aquel bar, tuve algún problema para mantener el equilibrio al bajarme del taburete, del cansancio, supongo. El caso es que caí rodando al suelo tirándome por encima el último gintonic. Y allí, junto a mí, en el suelo, reluciente, marrón, pequeña y de piel, apareció la cartera de Manuel, que sin duda perdió al tropezar y caer de bruces sobre mis pantalones, que por cierto me aprietan un poco y me molestan al caminar. Me la llevé a mi casa y dormí abrazada a ella. Al despertar, le eché una ojeada al contenido, no por cotillear, que eso está feo, sino para saber dónde llevarla. Y revisando sus tarjetas, me llevé la sorpresa de encontrar entre ellas un carné que reconocía a Manuel como miembro honorífico de la comunidad cristiana del santo pastor, cuyo lema es “La pureza de la virginidad hasta el matrimonio, la mayor de las ofrendas a Dios”. Hice un pequeño trabajo de investigación por Internet, y resulta que esa comunidad está formada por personas que, como yo, han traspasado la barrera de los 40 años y siguen sin mácula. Y como todos los domingos se reúnen en un local, decidí pasarme por ahí para devolverle la cartera a Manuel, y de paso unirme al grupo.
No quisiera aburrir con los detalles, pero Manuel y yo vamos en serio. Tan en serio, que este domingo, después de misa, me va a presentar a su madre. Queremos ir despacio, que como ya he dicho antes, prisa ninguna. Y es que por fin, después de 45 años, he encontrado al príncipe azul que siempre soñé. Un príncipe dispuesto a rescatarme con su caballo y a hacerme ver las estrellas bajo la luz de la luna.
Y en cuanto al hombre calvo, peludo y con bigote que amaneció desnudo en mi cama junto a la cartera, no le doy la menor importancia. Y es que en verdad, las cosas que no se recuerdan es como si nunca hubieran sucedido, y yo, de lo que sucedió esa noche, no me acuerdo.

Sonia Ramírez

9 comentarios:

milagros dijo...

Genial, Sonial. Me has hecho reir un montón. Me gusta tu cambio de narradores, están muy bien enlazados. La historia, divertidísima, con un lenguage apropiado y unos personajes muy acertados.

Palafox Gelover dijo...

Sonia,
¡QUE MALA ERES!

¿Porqué castigaste a la pobre de Roberta 45 años sin siquiera una probadita de "amor"? Y que me dices de Manuel...¡Que crueldad la tuya!
jajaja....))))))
Es broma mi querida Sonia.

!QUE BARBARA¡ !QUE ESTUPENDO RELATO NOS ACABAS DE OFRECER! Te lo digo de corazón. Los toques humorísticos son geniales; no me quitaste la sonrisa de la boca durante todo el relato. El cambio de narrador: sin un ápice de forzado. La historia en sí(coincido con Milagros): divertidísima. Tus personajes: no pueden estar mas adhoc. Los diálogos: naturalísimos. El tono y el ritmo: perfectos. El mensaje final no pudo recordarme otra cosa mas que el famosísimo "what happend in Vegas, stay in Vegas".
Creo que si nos tomaramos la vida así, como lo que realmente es: un maravilloso juego, olvidándonos de prejuicios tontos, tabúes, y demás estereotipos sociales; la vida nos sonreiría más, seríamos otros: ya no andaríamos por la vida con esa cara de tener un "palo enterrado en el culo".
Y nos sentiríamos así, tan inmaculados como Robertita, después de su "primera vez"...

¡Carajo Sonia, lo hiciste de nuevo!

Recibe un fuerte abrazo y mi más sincera enhorabuena.

Sonia dijo...

Muchísimas gracias a los dos, Milagros y Palafox!

La verdad es que un poco mala sí, lo reconozco... pero es que me nace de dentro y no lo puedo evitar! Jajajaja

Por mi parte, éste es uno de los relatos que más me ha divertido escribir, me iba imaginando la situación y me reía sola en mi casa, así que si he conseguido transmitir algo de esa diversión me doy por más que satisfecha. Me alegra mucho que os haya hecho pasar un buen rato.
Y no podría estar más de acuerdo contigo Palafox, en que seríamos mucho más felices si nos tomáramos la vida como un juego divertido, y nos olvidáramos de los prejuicios y convencionalismos impuestos por la sociedad. A vivir que son dos días!

Un beso y gracias de nuevo!
Sonia

Lapiz 0 dijo...

Excelente relato, ritmo, personajes, trama, lenguaje moderno, detalles del entorno...
y lo mejor de todo es el remate gracioso "Feminista".

Vamos Manuel, invita al matrimonio... que yo organizo la despedida de soltero.

Sonia dijo...

No seas malo, Lápiz, no me quieras pervertir a Manuel en la despedida de soltero, que tiene que llegar enterito a la noche de bodas!!!
Y ten en cuenta además que se querrá llevar a la madre a la fiesta, eso seguro..,
Gracias por leer y comentar!

Marien dijo...

Hola Sonia,
De nuevo un relato genial, que te hace leerlo todo el rato con una sonrisa, como otros tuyos, divertidos, naturales, y con unos personajes perfectamente encajados. me ha gustado mucho.
Y coincido con los demás, has sido muy mala con la pobre Roberta, hasta los 45 sin catarlo¡¡¡¡¡¡¡¡

Joan Villora dijo...

Es muy divertida, Sonia.

Queda claro que hay que tener "Cuidado con las ofertas gancho".

Gente virgen de 40 y pico tacos... no pensé que éramos tantos.

El tanto esperar, para cagarla al final.

Joan

Sonia dijo...

Muchísimas gracias a todos. Me alegro mucho de haberos divertido.

CONRADO dijo...

Después de todo lo que te han dicho sólo comentar que además del ritmo y la historia, los personajes se ven realmente como si fuera una película. Genial.