martes, 16 de junio de 2009

EL ABUELO

EL ABUELO

Pablo sentía una gran sensación de paz y tranquilidad junto a su abuelo. Con once años, la vida colegial marcaba la pauta semanal y era el sábado cuando tenía la oportunidad de estar con él. Sus padres, inmigrantes de origen humilde, procuraban a Pablo una educación selecta para que el día de mañana fuera un "feliz hombre de provecho". Sólo dejaban que pasara los sábados con el abuelo, a veces, si había suerte, también el domingo. A Pablo esos sábados le parecían mágicos.

Poco podía imaginar que aquel sábado marcaría para siempre sus vidas...
Pablo era más bien pequeño para su edad, moreno y algo regordete, y, según decía su abuelo, con los mismos ojos verdes de su abuela. Su abuelo era un tipo alto, delgado y con el pelo prácticamente blanco, desde allí abajo a él le parecía la imagen de un ciprés, y eso le proporcionaba una gran seguridad. Entrado en los sesenta, conservaba el atractivo de aquellos que de jóvenes habían estado del bando de los guapos -al menos eso era lo que afirmaba la madre de Pablo-. El abuelo era campesino de origen y desde que llegó a Barcelona, en los años cincuenta, había trabajado en casi todo. A diferencia de los padres de Pablo, vivía en el extrarradio de la ciudad, en un barrio formado por barracas que los propios inmigrantes habían construido a su llegada. Casas de una sola planta, hechas piedra a piedra y encaladas de blanco al más puro estilo andaluz. Unidas unas con otras, como cosidas a modo de pesebre, con suelos arenosos, techos de uralita y patios engalanados de flores; todas con un pequeño huerto donde poder cultivar todo tipo de hortalizas y verduras. Cada sábado, su padre, mientras le acompañaba, le insistía en que debía ir con sus amigos del colegio y estar en ambientes "menos rurales". Él le miraba haciendo ver que atendía, pero en su cabeza ya rondaba la idea de ir a buscar a Miguel, su amigo de aventuras y adentrarse por todas aquellas callejuelas en busca de alguna lagartija a la que cortar la cola o cualquier otra aventura que nunca podría vivir en aquellos ambientes digamos, "menos rurales".Al llegar sabía perfectamente dónde estaría su abuelo. Si hacía una buena mañana de sol, seguro que andaría por el huerto regando, arrancando hierbas, plantando... a él le encantaba ir a buscarlo allí, y empezar ya pronto a chapotear en aquella tierra que desprendía "olor a vida" que decía el abuelo; si el día era lluvioso lo más probable es que estuviera al final del patio, en una especie de cobertizo -en el que en la propia pared había construída una especie de chimenea que partía del mismo suelo-, preparando fuego. Esos días de lluvia alrededor del fuego le entusiasmaban, mientras comían patatas asadas el abuelo le explicaba historias fantásticas y cuentos increíbles. Cuando se quedaba con ellos Miguel, su compañero de andanzas, Pablo pedía al abuelo que contara historias de miedo para aterrar a Miguel, y así ellos acabar muertos de risa. En alguna ocasión pasaba por allí Emilio, un tipo mayor -pensaba Pablo- aunque no tanto como el abuelo.

- Buenos días Pablo, qué tal va?- Bien , aquí con mi abuelo...

Pocas palabras más se cruzaban entre él y Emilio, un cuarentón vecino de aquel poblado que, según le explicó el abuelo, era hijo de un buen amigo suyo. Pasaba siempre como con prisas y hablaba en tono bajo con el abuelo. En realidad, a Pablo no le hacían ninguna gracia las visitas de Emilio. Eran visitas cortas pero, como por arte de magia, en esos momentos se hacía como invisible para ambos. Y aquellos cuchicheos, que muchas veces coronaban con unas risitas... Había algo de oculto en el comportamiento de Emilio -pensaba Pablo-. Manuel decía de él que era como una nenaza...

Pronto sabría quien era realmente Emilio...

En ocasiones, algún objeto de la casa le recordaba vagamente a su abuela. Murió siendo el tan pequeño que en realidad no tenía más que fotografias mentales de ella; su abuelo le hablaba a menudo de como era de guapa y de lo bien que cocinaba. - Te quería mucho hijo. Ahora está en el cielo y seguro que desde allí cuida de ti. Aquel sábado habían estado en el huerto con Manuel regando, era lo que más les gustaba. Era un día cálido de primavera y el abuelo dejaba que se "enfangaran como verdaderos cochinos"", expresión que utilizaba para definir como chapoteaban la tierra mojada y ésta a su vez les devolvía por todo el cuerpo infininidad de manchas marronosas que sólo a base de un buen baño lograban hacer desaparecer. Después habían cogido unos tomates y los habían dejado en un plato a la espera de que el abuelo trajese un poco de bacalao seco y pan que sería el almuerzo para los tres. Pan, bacalao y tomate, extraño almuerzo para niños de once años, al menos eso decían sus compañeros de clase cuando en ocasiones lo explicaba. En aquel huerto, en aquel ambiente y con barro hasta en las cejas...el mejor almuerzo del mundo pensaba Pablo.

Después de almorzar recogieron las malas hierbas y limpiaron las herramientas, el abuelo, a la vista de que el cielo amenazaba con lluvia, les propuso lavarse un poco y llevar un poco de leña al cobertizo para preparar fuego para la comida. Hoy Manuel se quedaría a comer con ellos y así a la tarde los dos chavales inventarían cualquier aventura que vivir por aquella montaña.

- Hoy haremos volar una cometa- dijo Manuel, mientras llevaban la leña al cobertizo.
- ¿De dónde sacaremos la cometa?- preguntó Pablo.

Manuel le miró con cara de pillo, con aquella mirada que le dirigía cada vez que quería que Pablo se muriese de intriga. Después le sorprendería con aquella extraña habilidad que tenía para componer el mejor juguete del mundo con tres tablas y una cuerda, o cómo en el caso de la cometa con un periódico viejo, unas cañas y un poco de cuerda, y ahí estaba, una cometa. Mientras el abuelo acababa su tarea en el huerto, ellos buscaron en la habitación que el abuelo tenía a modo de taller los elementos que, siempre a criterio de Manuel, eran necesarios para confeccionar la cometa. En ello estaban cuando apareció Emilio.

- Buenas jóvenes.
- Hola- contestaron los dos casi al unísono.
- ¿Anda por aquí tu abuelo?- preguntó mirando a Pablo.
- Debe estar aún en el huerto- contestó Pablo, de mala gana.

Cuando Emilio se dirigía hacia el huerto, Manuel gesticuló como imitando a una niña, Pablo se rió por lo bajini y a continuación prosiguieron con su búsqueda. En pocos minutos Manuel acabó de montar la cometa, Pablo aún sorprendido de aquella extraña habilidad, se preguntaba si realmente aquel artefacto casero podría llegar a volar.

Para mayor sorpresa de Pablo, tras unos primeros intentos fallidos la cometa comenzó a surcar el cielo, cuando más emocionante estaba el vuelo vieron aparecer al abuelo y a Emilio, quien hizo ademán de apedrear a los chicos.

- Querrá hacerse el simpático- pensó Pablo.

- Vamos chicos -indicó el abuelo- Emilio también se quedará a comer.

Ni a Pablo ni a Manuel les pareció la mejor noticia del día, pero al fin y al cabo tampoco era ningún drama, o al menos eso pensaron ellos...

Siguiendo las instrucciones del abuelo fueron a la cocina a buscar unas patatas y un paquete con carne que había en la nevera, haciendo carreras como siempre, se dirigieron hasta el fondo del patio al cobertizo donde el abuelo ya había comenzado a preparar el fuego.

La comida transcurrió de una forma mágica para los niños. Emilio les explicó varias historias de su niñez en el pueblo.

- No es tan mal tipo- pensó Pablo, por quién se preocupó especialmente al hacer su exposición de aventuras infantiles. Tan atentos estaban de las palabras de Emilio que ni se percataron de que la lluvia había hecho acto de presencia, de modo que los planes de la cometa quedaron aparcados para otro día.

Ante el cambio de planes, Manuel propuso que ambos fueran a su casa a "tirar al gato", un juego -invento por supuesto de Manuel- que consistía en torpedear a bolazos de trapo un viejo gato de cartón, muy apropiado para los días en que la aventura en el interior era más aconsejable que en el exterior.

-De acuerdo- dijo el abuelo -en un par de horas te vendré a buscar Pablo, así aprovecharé para comentar unas cosas con el padre de Manuel- -No dar mucho la lata -remató.

Tras este último comentario los chicos corrieron montaña abajo hacia la casa de Manuel, llovía tan fuerte que no era aconsejable chapotear en algún charco por si éste se los "tragaba".

Llegaron a casa de Manuel, la lluvia caía con más intensidad, así que se refugiaron rápidamente a través del patio hacia la puerta de entrada. La puerta estaba cerrada.

-¿No hay nadie? preguntó Pablo mirando a Manuel.
- Mi madre está trabajando y mi padre seguro que "en los conejos"- contestó Manuel.

Ambos se miraron y salieron corriendo hacia la parte trasera de la casa donde el padre de Manuel tenía una especie de granero en el que, entre otros animales, tenía unos conejos con los que Pablo y Manuel de vez en cuando también se divertían.

Así era, allí estaba el padre cuidando de aquellos animales que un día u otro acabarían siendo homenajeados en la mesa. Estuvieron un buen rato incordiando a aquellas pobres bestias indefensas y después, tal y como habían planeado, fueron a la casa a "tirar al gato".

Después de una buena tanda de bolazos a aquel destartalado gato de cartón llegó el padre de Manuel y les propuso que mientras padre e hijo recogían unas plantas, Pablo fuera a casa de su abuelo y le propusiese venir para preparar una buena merienda con ellos. Estaban encantados con la idea, como otros sábados aquella merienda acostumbraba a estar acompañada de un chocolate muy especial que, sólo el padre de Manuel -según el mismo decía- sabía de donde procedía.

Dicho y hecho, Pablo enfiló veloz el callejón de piedras que conducía a casa de su abuelo. Poco antes de llegar vió como aún humeaba la chimenea del cobertizo y hacia allí se dirigió con el firme propósito de dar a su abuelo un susto de "muerte". Sigilosamente se acercó hasta la puerta del cobertizo y de un hábil salto se coló en el interior. Para su decepción el abuelo ya no estaba allí, así que su susto quedo sólo en intento. Dió media vuelta y se dirigió a través del patio al interior de la casa, se imaginaba que, como en otras ocasiones, el abuelo debía estar ordenando "cachibaches" en aquella especie de taller. Sin pensarlo dos veces se plantó en la puerta y apenas sin aliento volvió a intentar "matar" a su abuelo de un buen susto.

-¡Abuelo!- gritó, abriendo la puerta con un sonoro manotazo.

Sabía que ese tipo de bromas a su abuelo no le entusiasmaban, pero siempre acaban los dos riendo.

Sin embargo ese día fué ...muy diferente.

La imagen que se apareció ante sus ojos lo dejó absolutamente paralizado...

...Hoy también es sábado, un sábado triste y lluvioso.

Toda la familia está reunida en el cementerio. Todos alrededor del féretro del abuelo. Pablo, junto a otros familiares, lo han dejado al pie mismo de la tumba.

Hoy Pablo, ya convertido en un "feliz hombre de provecho", abraza a sus padres en un vano intento de consuelo ante tan grande pérdida.

Con una mano sobre el ataud y los ojos absolutamente encharcados Pablo murmura,

- Querido abuelo, te querré y te admiraré siempre, y conmigo morirá nuestro secreto. Después de tantos y tantos sábados maravillosos... sé lo duro que fué para tí aquel sábado de hace ya muchos años...aún recuerdo tu ojos llenos de lágrimas intentando explicarme que los hombres no sólo aman a mujeres, que en ocasiones también pueden amar a otros hombres...

-Hoy si puedo entenderlo.

Mirándole, al otro lado del féretro, llora desconsoladamente un ya anciano Emilio.

Conrado S.

3 comentarios:

Sonia dijo...

Hola Conrado,

Veo que has introducido algunos cambios en el relato, y que también lo has acortado, no? Creo que la historia ha ganado, se hace más ligera.
Ya te lo dije en clase, que a mi me gustó mucho, sobretodo el final, que es brutal! Me encantó, me sorprendió, me dejó a cuadros!
Y también me da la sensación de que de aquí se puede sacar una novela. Me gusta la manera en que está narrado. Muy bien.

milagros dijo...

Un final muy inesperado, estupendo. Temía que hubiese sido un final trágico. Me ha gustado mucho la historia, el vínculo entre abuelo y nieto, la descripción de aquellos "lugares rurales" y los protagonistas, muy acertados.

CONRADO dijo...

Gracias por vuestras críticas. Acabo de incorporarme a este mundillo así que iré leyendo y comentando.