domingo, 21 de junio de 2009

DONDE EL EGOÍSMO NOS LLEVA...



Desde el interior del tanatorio y a través de unos grandes ventanales, se podía observar el hermoso jardín que rodeaba el edificio; la exultación provocada por la policromía de sus flores, contrastaba con la tristeza que en el transcurso de los años se había ido impregnando en aquellos gruesos muros, forzosos y a la vez silenciosos testigos, que de haber obtenido licencia, se habrían girado para no presenciar tanta angustia y dolor.
Ese día, en contra de todo pronóstico, la capilla del tanatorio se encontraba casi vacía. A la ceremonia sólo habían acudido unos cuantos familiares, muy pocos amigos y apenas algún conocido.
Mientras el sacerdote hablaba sobre el sentido de la vida, de cómo debíamos estar preparados para este momento; unas lágrimas difíciles de contener se deslizaban apresuradamente por las mejillas de una de las personas allí reunidas, su pareja durante los últimos doce años. Sin poder apartar la mirada de aquel ataúd oscuro y tétrico que le hacía estremecer, le fueron aflorando recuerdos; algunos muy felices, como el día en que se conocieron, el nacimiento de su primer hijo y otros, tan tristes, que desearía hacerlos desaparecer de inmediato de su memoria.
Sería difícil determinar cuándo o cómo comenzó aquel calvario, más bien fue la acumulación de unos sucesos, que hicieron que aquella relación no funcionase como ellos hubieran anhelado.
Jaime, era comercial informático y viajaba constantemente por Europa. Sus compañeros le llamaban “el androide”, porque podía pasar un mes entero trabajando, sin evidenciar un atisbo de cansancio.
Susana, por el contrario, odiaba por sistema aquello que le pudiera provocar estrés, como viajar en avión, guardar cola en un cajero de supermercado…
Cuando aprobó la oposición a la plaza de bibliotecaria, lo celebró por todo lo alto, se sentía afortunada porque ese trabajo reunía requisitos indispensables para ella, era tranquilo, silencioso y sobre todo con la oportunidad de dedicarse a su gran pasión, los libros y la lectura.
Precisamente, en ese marco tan ideal se conocieron; un día, doce años atrás, Jaime subió apresuradamente las escaleras de la biblioteca, franqueó la puerta principal y se acercó al mostrador, el funcionario no estaba en su puesto de trabajo y él no podía esperar, un cliente le aguardaba. Así que, sin pensarlo dos veces se aventuró a buscarlo sin ayuda.
-¡Con tantos libros de informática, va ser imposible encontrarlo! –exclamó para sí, dando por perdida la venta.
De pronto, una joven bellísima se le acercó, preguntándole:
-¿Le puedo ayudar?
-Sí, por favor. En el aeropuerto han extraviado las maletas y necesito urgentemente encontrar un determinado manual…
Dicho esto, la bibliotecaria se acercó sin más dilación a una estantería, eligió un ejemplar y se lo entregó a Jaime, que lo recibió estupefacto. Aquella joven le había solucionado su grave problema en tan sólo unos segundos. Cuando lo hubo consultado lo dejó encima de la mesa donde se encontraba ella. Se miraron a los ojos; a Jaime no le surgieron las palabras, únicamente le dio las gracias y fugazmente se marchó.
Después de aquel día, ninguno de los dos dejó de pensar en el otro.
Susana no sabía cómo localizarlo.
Jaime no se atrevía a visitarla.
Regresó a su ciudad, pero un sentimiento desconocido para él, le arrastró una semana más tarde, a coger de nuevo el avión y a presentarse en la biblioteca donde trabajaba aquella maravillosa persona que le había robado el corazón. Al cabo de unos meses se casaron.
La convivencia era inmejorable, transcurrieron así unos años y nació su hija Sara, una preciosa niña que les colmó de alegría. La felicidad de ambos era desmesurada, pero dos años más tarde nacieron los gemelos Guillermo y Victor y con ellos llego el caos. No había forma de organizarse. Él viajando de lunes a viernes. Ella en casa con la baja maternal y a punto de darle un infarto.
Cada fin de semana lo mismo:
-Así no puedo continuar, yo sola soy incapaz de llevarlo todo –suplicaba Susana, con unas enormes ojeras oscuras bajo sus ojos.
En contra de su voluntad y presionado por la situación, Jaime solicitó a la empresa un cambio en el puesto de trabajo. Le asignaron un nuevo destino. Se trataba de una oficina cerca de casa y debía atender a los clientes por teléfono.
-Cariño, inténtalo, espera unos meses, ya verás cómo te adaptas. –le aconsejó.
-Estoy seguro de que el tiempo no lo suavizará, me muero por viajar, no quiero más teléfonos… -se lamentó él.
Encerrado en sí mismo y envuelto en una tristeza continua se transformó en un ser mustio, desconsolado y abatido.



María, la vecina, iba a echarles una mano con los niños todas las tardes y a menudo encontraba a Jaime acostado boca arriba sobre la cama y con la luz apagada. Un día presenció cómo Susana al regresar del trabajo le preguntó a Jaime:
-¿Por qué casi nunca vas al trabajo? ¿Qué te ocurre?
-¡Me encuentro fatal! cada día me cuesta más acudir a la oficina. ¡No sé cómo solucionarlo! –contestó llorando
-Yo también lo estoy pasando mal…
-¿Tú, pasándolo mal? Todo esto es por tu culpa, si no te hubieras quejado, todo seguiría como antes. He tenido que abandonar los sueños por los que tanto he luchado. –gritó con desesperación.
-Yo también tengo sueños y una profesión, y las tareas de casa y los niños son de los dos.
Llegado este punto quise marcharme, no quería que estuvieran incómodos por mi presencia, pero Susana me lo impidió y me quedé, total no tenía secretos conmigo.
Jaime se sentía preso de su propio egoísmo. No le importaba lo más mínimo las necesidades o deseos de su mujer, sólo le preocupaba volver a ser el de antes.
Según me contó ella, las discusiones eran cada vez más frecuentes y violentas. Más de una vez, le vi morados bajo la camisa que ella rápidamente justificaba con caídas fortuitas. Cuando regresaba del trabajo le registraba el bolso, buscando una nota o alguna pista que le indicara que tenía una aventura. Dentro de su enajenación llegó incluso a decirle en tono amenazante:
-¡Si me dejas, mato a los niños!
La verdad es que cuando lo escuché me asusté y le sugerí a Susana que sería mejor que se separaran, pero ella le quitó importancia al asunto.
Una noche, después de que se acostaran los niños, se sentó en un sillón frente al sofá donde se encontraba Jaime viendo la tele y se dispuso a arreglar un descosido del dobladillo de una falda. Jaime sin mediar palabra se levantó bruscamente y le quitó con violencia la falda de las manos gritando fuera de sí, diciendo que era una fulana, que la falda era demasiado corta y que seguro que era para agradar a su amante.
Sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando y viendo que su marido se encontraba trastornado y muy excitado, optó por no decir nada para que no se alterara más y corriendo se dirigió hacia la habitación de los niños con idea de refugiarse en ella.
La siguió y en mitad del pasillo le dio alcance y con una fuerza descomunal causada por la propia exaltación, comenzó a darle golpes, primero con el puño y después con un taburete que por allí encontró. Susana, sangraba por la nariz, la boca y por todas aquellas heridas ocasionadas por la maldita paliza que le estaba propinando su marido. Perdió el conocimiento en varias ocasiones, cada vez que recobraba el sentido rezaba para que aquello se acabara cuanto antes; ya no notaba dolor, no tenía fuerzas ni para pedir clemencia y se abandonó a su suerte.
Cuando yacía en el suelo, inmóvil y ensangrentada, Jaime dejó de apalearla y comenzó a llamarla con desesperación, pidiéndole que le perdonara, que no lo volvería a hacer, pero que no se muriera, que él no era nadie sin ella y que los niños la necesitaban.
Se acercó con rapidez a la cara para comprobar si seguía respirando y al no notar exhalación alguna, corrió hacia el balcón y desde allí comenzó a vociferar entre gritos y llantos que había matado a su esposa, todo el vecindario salió al escuchar tanto escándalo y de inmediato llamaron a la policía.
La puerta de la vivienda tuvo que ser forzada para poder entrar, encontraron a Susana tendida en el suelo muy cerca de la puerta de entrada a la habitación de los niños, la colocaron en una camilla transportándola de inmediato hacia la ambulancia. Cuando llegaron a la calle un tumulto de gente murmurando, hizo que Susana recobrara el conocimiento. Miró hacia donde se hallaba el gentío formando un corrillo y a través de un hueco distinguió el cuerpo de su marido estirado sobre la calzada teñido de sangre.
Al día siguiente, en los periódicos se podía leer en grandes titulares:
“La Violencia Doméstica azota de nuevo nuestra ciudad, J.C.F. se suicida lanzándose desde un séptimo piso, después de creer que había asesinado a su esposa tras una brutal paliza”
Después de dar sepultura a Jaime, todos me han dado ánimos para seguir adelante. Las heridas aún me duelen, aunque sé que con el tiempo sanarán, lo que más me preocupa es cómo conseguiré anular la huella que ese desgraciado desenlace ha dejado en mi corazón. No sé si lo superaré, pero de lo que estoy segura es que al menos lo intentaré…
ROSA GARCÍA CALLEJA
Alumna relato I

3 comentarios:

Sonia dijo...

Hola Rosa,

Me ha gustado la historia, tan dura y a la vez por desgracia tan repetida.
Veo que has introducido cambios de narradores, y aunque me ha parecido raro, no me he liado en ningún momento. El ritmo de la narración es fluido y se lee de un tirón.

rosa dijo...

Hola Sonia, el caso es que es un ejercicio con cambio de narradores, no sé si lo he logrado, pero si tú me dices que no te has liado ya me quedo más tranquila, muchas gracias por tu comentario que por lo que podido ver en otros relatos, siempre procuras que sean constructivos y eso es de agradecer
un saludo

Marien dijo...

Una historia dura pero muy bien contada.