viernes, 19 de junio de 2009

"D" de Derrota

Con el corazón acelerado por la adrenalina, escondido tras una de las pilas de cajas de aquel enorme almacén, espero a que aparezca y me mate.
¿Quién nos mandaba quedarnos hasta tan tarde? Si no me había ido era por mis compañeros, pero no hacíamos nada que no pudiéramos dejar para mañana.
Entonces irrumpieron ellos, muy bien armados.
Por fortuna, el que se hacia llamar “Rata” era bastante inepto: incluso yo, el “Jodido novato” de informática, fui capaz de acercarme hasta él por detrás y enviarlo al otro barrio, con la ayuda del martillo que encontré en el taller.
Pero el jefe, “Boss”, es otra clase de pájaro: cuando “Rata” cayó por las escaleras y mis compañeros se apropiaron de sus armas, los certeros disparos del “Boss” nos obligaron a huir y dispersarnos por todo el almacén.
Una figura emerge por una puerta a unos veinte metros: Eusebio “Gordo cabrón”, de contabilidad, apunta aterrado en todas direcciones con lo que parece una pistola; ¿soy el único sin un arma decente? No me decido a llamar su atención; parece tan nervioso que es capaz de dispararme por error. Joder, oigo como sus pasos se acercan; no sé si me ha visto, pero no tardará en descubrirme.
Justo cuando decido salir de mi escondite, una detonación resuena por todo el almacén.
De la cabeza de Eusebio frota una salpicadura tan escarlata como su pelo, y su voluminoso cuerpo pecoso y peludo cae de rodillas desparramándose hacia mí. Una pistola resbala sobre el cemento hasta topar con mis botas; me agacho, la recojo y vuelvo a hundir la espalda tras la pila de cajas.
“¡Ese cabrón tiene un rifle de francotirador!” pienso, dejándome llevar por el pánico.
—¡Muere, hijo de puta!
El corazón me va como loco cuando miro hacia arriba y descubro a Eva “Culito prieto”, de marketing, que corre haciendo resonar sus tacones por la pasarela metálica sobre mi cabeza, mientras dispara con una escopeta a alguien que está a su misma altura.
Con esos dos ocupados, aprovecho para salir por pies, cruzando media sala hasta entrar por la puerta que lleva a los vestuarios.
Me quedo helado al oír la explosión. A través de la puerta abierta, veo el cuerpo de Eva caer desde la pasarela.
Se me han quitado las ganas de asomarme: ¡También tiene granadas!
No hay que ser matemático para contar los cadáveres; sólo queda una persona a parte de mí: el “Boss”, el hijo de la grandísima que nos está matando a todos.
Y yo con mi triste martillito y una pistola con poca munición. ¡Joder!
Mejor no me muevo de donde estoy; aquí tengo una buena visión del laberinto de pilas de cajas. Que venga a por mí, si tiene cojones.
Me aguanto las ganas de salir corriendo y pronto soy recompensado: cuando oigo sus pasos, le veo cruzar por delante de la puerta a tan poca distancia que podría haberle tocado.
No me ha visto ¡No me ha visto!
¡Esta es la mía! Me da la espalda, mientras corre hacia la escalera de reja metálica que sube hasta las oficinas. Por una vez sé lo que quiere hacer: desde allí arriba dominará todo el almacén.
¡Ya eres mío, cabronazo!
Le sigo despacio, mientras llega a la escalera; cuando la sube, yo estoy a unos pocos metros de él, quieto, al lado de una columna. En cuanto entra en la oficina, subo los peldaños tras él, procurando no hacer el más mínimo sonido. Mientras lo hago, veo como se asoma el cañón de su rifle por la ventana, pero yo ya no estoy a la vista, estoy aquí, justo debajo de su arma. Nunca pensará que en el tiempo que ha tardado en subir la escalera yo me he podido acercar tanto.
Entro a saco.
Afortunadamente, no me espera: está de espaldas, apuntando a la pila de cajas donde me encontraba hace unos minutos.
No abro la boca y empiezo a disparar, apuntando a su cabeza.
Le acierto en el hombro, pero el muy mamón lleva algún tipo de armadura y es resbaladizo como una anguila: rueda por el suelo y el resto de mis disparos salen por la ventana.
Cuando me quedo sin munición, mi triunfo se va al traste: sólo me queda bajar corriendo por la escalera.
Por un instante, miró hacia atrás y le descubro apuntándome con una enorme escopeta.
Oigo el disparo a la vez que mi cuerpo sale despedido por encima de la barandilla de la escalera.
Quedo paralizado en el aire. Su expresión de loco peligroso también se congela.

En la pantalla aparece el resultado:

¡”Boss” gana el torneo!
“Boss” 3 muertes.
“Jodido novato” 1 muerte.
“Culito prieto” 0 muertes.
“Gordo cabrón” 0 muertes.
“Rata” 0 muertes.

Aparto el teclado y el ratón. ¡Mierda de escenario!
La cara del muy cabrón del jefe se asoma por detrás de mi monitor, sonriendo tanto que luce todas sus encías.
—¿Otra partidita?

Joan Villora Jofré
Relato de aventuras primera persona en tiempo presente

2 comentarios:

Irène dijo...

Joan,

!Qué bueno!
Como me he reído, es muy gracioso y el tema de la gente de oficinas que se pasan horas jugando en horrio de trabajo bien valía un relato un poco crítico.
Los personajes de oficina transformados en assinos de video juegos, la verdad: es un golpe genial!

Felicidades Joan!!!

Irène

Sonia dijo...

Hola Joan,

A mí también me ha gustado. La verdad es que he empezado a leer y estaba descolocada, pensando a ver cómo sale de ésta, qué hacen todos los miembros de una oficina armados con pistolas y granadas, será un sueño, y no me imaginaba para nada el final, porque de la manera como está narrado, se siente la ansiedad y el miedo del protagonista.
Pa que después sea un videojuego jajaja... Muy bueno.