miércoles, 17 de junio de 2009

ASHY Y LA PRINCESA

Para los ceniceros el tiempo carece de importancia; de hecho, para los ceniceros como Ashy lo importante era mantener el tipo, ser íntegro, no resquebrajarse jamás. Acabar magullado, o reparado torpemente con hilos de pegamento por el cuerpo era lo peor que el destino le podía reparar. Ashy no era un cenicero convencional. Tenía cincuenta años, una porcelana intacta de elegante color metalizado y, aunque odiaba el tacto áspero y desagradable de los cigarrillos, no era cenicero contra natura. A él le gustaba el tabaco. Su mejor placer eran las largas conversaciones con los puros habanos que le hablaban del mar, del compás de las olas y el olor de las algas. Y de la pipa del señor Bellman, su amo, le encantaba la suave caricia de la ceniza al resbalar muy suavemente por su interior cóncavo con un olor a hierba fresca, evocador de un mundo que él posiblemente nunca conocería.
Ashy había paladeado hacía poco el sabor agridulce del amor. El objeto de sus pasiones había sido una vela esbelta y orgullosa, de intenso color rojo, que sólo se dignó a dirigirle una mirada lagrimosa y blanca cuando se vio desfigurada y consumida por una llama encendida por el señorito Bellman para enamorar a miss Swan. La desaparición de Cenicienta -que era como él llamaba a su amada- le había acercado al cortapuros de plata, Zack, que había aparecido años atrás debajo del árbol de navidad y que, como él, en su tiempo había bebido los vientos por una vitola bellísima de color dorado, a la que sólo había visto una tarde y que tras varias horas de amor tranquilo acabó sus días, arrugada y maltrecha, en la papelera.
Zack acompañaba a menudo al señor Bellman: al club de campo, al teatro, a casa de la señora Potsie, que no era la señora Bellman, pero que era muy cariñosa con el señor Bellman, y al Zoo, un lugar que era motivo de un sinfín de charlas entre Zack y Ashy. Gracias a las expediciones de su amigo, Ashy sabía que los tigres eran feroces y olían mal, que las jirafas tenían un cuello largo como un puro inmenso, imposible de cortar, y que el mundo no sólo estaba habitado por los Bellman, su personal y sus amistades.
Un día Zack volvió muy excitado de la visita al zoológico.
-Ashy, -dijo-. Hoy he visto un elefante. ¡Qué animal tan enorme!
Y Zack empezó a describir a su amigo la forma fantástica del paquidermo que se exhibía desde hacía poco en el zoo, y le habló de su trompa y de la enorme corpulencia del animal. Ashy entornó los ojos y trató de hacerse una idea de cómo podía ser aquella fiera. Le puso unos ojos grandes y tristes, unas orejas dulces y lánguidas, una piel áspera y de un bello color ceniza.
-Cuéntame más cosas, Zack, ¿a qué huele? ¿Y dices que es muy grande? ¿Es como Parker, el mayordomo del señor, o más?
Zack le explicó todo lo que había visto de aquel animal; le contó que le había parecido un animal tímido, pero refinado, que no comía carne y que parecía bastante limpio.
-¿Eso de la trompa es como una nariz, no? ¿Y es verdad que la usa como los humanos utilizan la mano?
Zack el cortapuros suspiró e intentó describir a su amigo la tristeza de la mirada del animal, la cadencia con que agitaba las orejas, que eran muy grandes, y sus barritos, ora guturales ora agudísimos.

Como no podía ser de otro modo, la llegada de la elefanta Wushai al zoológico de la ciudad ocupó durante unos días las noticias de los periódicos y las comidas de los Bellman. Ashy se valió de las conversaciones que oía y de las descripciones de Zack, para convertir en su cabeza al animal en una fiera hermosísima. Al saber que procedía de la India, imaginó que Wushai era una princesa elefante que había sido arrebatada de su familia por unos cazadores desalmados. Decoró la piel cenicienta de la elefanta con telas exóticas y festoneadas. En su imaginación, le alargó las pestañas y le pintó un poco los ojos. Le colgó en las orejas perlas y abalorios que al agitarse producían un bello ruido. Al poco, en la cabeza de Ashy sólo había sitio para la bella e inalcanzable Wushai.
-Ashy, ¿no te habrás enamorado, verdad? -le preguntó con recelo Zack, harto de que las conversaciones con su amigo sólo giraran en torno del paquidermo del zoo.
Pero Ashy —Zack ya lo sabía— estaba resquebrajado de amor, tenía su pequeño corazón gris roto por aquel enorme animal que nunca había visto. El pobre cenicero sabía que estaba condenado a no verla jamás, que nunca aspiraría su olor a almizcle y hierba fresca, que nunca oiría sus barritos tan dulces y penetrantes... Ashy tenía la certeza de que, aunque lograra, de algún modo imposible, conocer a su amada, la corta vida de los elefantes la haría desaparecer en poco tiempo, como a Cenicienta, y que él seguiría ahí, en la repisa de los Bellman, charlando con Zack hasta que el tiempo se encargara también de su amigo o que las manos regordetas de algún niño lo destrozaran sin remedio.
Y ocurrió que un día, de improviso, la edición vespertina de un periódico trajo la fotografía de Wushai en blanco y negro, y Ashy la vio y pudo ver y admirar largamente a su amada grabada en el papel. El esmalte de su porcelana se resquebrajó un poco. Claro que Wushai no era exactamente cómo él la había imaginado, pero Ashy reconoció en ella a su auténtico amor. Nunca hasta ese día había querido tener manos y piernas, como los humanos, para alcanzarla. Se hizo de noche y la luna se coló entre los visillos de la sala y Ashy, con la vista fijada en Wushai, saltó al vacío y estalló en mil pedazos sobre su fotografía.
Por la mañana el servicio recogió el cenicero y lo abrigó con aquella hoja de periódico. Y Zack supo que eso estaba bien. Que así había de ser. Y recordó entonces la vitola dorada y lloró partido de un dolor agudo, que sólo un cortapuros es capaz de sentir. ¡Ah, el amor!

Marta M.
Curso Creatividad, estructura y técnicas narrativas

4 comentarios:

milagros dijo...

¡Qué relato tan bonito! Me encanta el tono que le das, las descripciones y hasta la historia...muy tierna. ¡Ah el amor!.
:-)

Sonia dijo...

Pues a mí también me ha gustado mucho esta historia de amor entre un cenicero y un elefante... y es que en el amor, cosas más raras se han visto, jajaja.
Me ha parecido muy original, entretenido y narrado con gracia. Hay algunas frases muy buenas "no era un cenicero contra natura".

Quizás la primera parte del relato se me ha hecho un pelín larga, hasta que se introduce el zoo en la historia, pero en general está muy bien.
Un saludo.

CONRADO dijo...

Me ha encantando el relato y el tono en que está escrito. Genial el final, la unión de la muerte del cenicero con su amor.

Mar dijo...

Muchísimas gracias por dedicar un ratito a estas líneas. Y todavía muchas más gracias por vuestros comentarios.