lunes, 9 de enero de 2012

La brujería - Stasa Durdic

Aún era de día cuando Marco llegó al piso donde vivía su novia Ana. Se sentía incómodo y no pudo sonreír a los amables vecinos que le saludaban mientras subía las escaleras. La causa de esa incomodidad se hallaba en su intención - estaba seguro de ella - de romper la relación con Ana, todo y no saber cómo. ¿Debería comenzar de forma indirecta? ¿O provocarle para que se pelearan? No conseguía decidirse, ni se atrevía a pulsar el timbre después de incluso quince minutos de pie en la puerta.

Sin embargo, su miedo se interrumpió pronto, en el preciso instante que la madre de Ana, yendo hacia algún lugar, abrió la puerta desde el interior del piso. De hecho, la mujer, viendo a Marco en frente suyo, le saludó, le dijo que Ana se encontraba en su habitación y le invitó a entrar libremente. El chico obedeció, aunque sus pasos pesaban mucho y no se parecían en nada a los de una persona libre.

Justamente al entrar en la habitación y buscar un sitio para sentarse, Marco obtuvo la idea de cómo manifestar su intención pese a que – sin ser capaz de explicar por qué razón - Ana todavía le atraía. Por otra parte, fácilmente lograba enumerar las cosas concretas que le molestaban de ella. La primera cosa, fumaba demasiado. La segunda, debido a su pelo denso, la cabeza de Ana daba la sensación de ser muy grande en comparación con su cuerpo delgado. Y la tercera, la más grave, ella reaccionaba chillando cuando alguien le dirigiría una crítica negativa (como una bruja, opinaba Marco); por eso, él no se atrevía hacerlo. Aparte, a Marco también le fastidiaba que, como consecuencia de su enorme interés por la fotografía, la habitación de Ana estaba llena de fotografías dispersas y no había suficiente sitio para acomodarse. No obstante, estas fotografías le acabaron de dar la idea de, indirectamente, aclararle el mayor motivo de sus ganas de romper: la falta de su libertad en la relación.

– ¿Sabías que los indios americanos tenían miedo de fotografiarse ya que creían que la cámara robaba y capturaba la libertad de sus almas? – hizo cuidadosamente la introducción.
– Una acción similar a la brujería, ¿eh? – respondió Ana, sonriendo.

Marco no esperaba tal respuesta y menos acompañada por aquella sonrisa en la cara de su novia sentada en el marco antiguo de la única ventana abierta. Pero lo que Marco incluso menos esperaba era la aparición. De hecho, le parecía que, en vez de su pelirroja novia de ojos claros, iluminada por la luz del sol poniente y envuelta en el humo del cigarrillo que fumaba, una bruja medieval - en la edad media las mujeres pelirrojas con ojos claros a menudo se consideraban brujas - le seducía con su sonrisa a través del humo proveniente del fuego de una hoguera. Sin embargo, rápidamente se contuvo y volvió a ver únicamente a Ana y a las llamativas mangas anchas de la camiseta blanca que vestía; precisamente ellas le inspiraron para que cambiara su táctica e intentara provocarla.

– ¡Con esas mangas ridículas sólo falta que vueles! – exclamó Marco – Como una lechuza.
– ¿Una lechuza blanca? – contestó ella tranquilamente, refiriéndose al color de las mangas.

Marco se sorprendió por esta inesperada tranquilidad y empezó a preguntarse. ¿Cómo es que no se le había ocurrido que su bruja “mala” podría volar usando las alas blancas de una lechuza sabia? ¿Y por qué todo el rato se fijaba en sus cosas más negras cuando ella - lo veía claro - también era sonriente y tranquila a veces? No sabía cuál era la respuesta tanto cuanto anteriormente no era capaz de explicar por cual razón Ana le atraía. Por otra parte, estaba seguro de que en ese caliente atardecer de verano inesperadamente comenzó a amar y a aceptar lo bueno y lo malo de Ana. Por lo tanto, tuvo que asegurarse que hubiera una próxima quedada:

– ¿Qué rápido se hizo la noche, no? Debería irme. ¿Nos vemos mañana?

Tan pronto como ella asintió con la cabeza, Marco se levantó. Sonriendo e imaginando sus dos caras felices en las fotografías de un futuro mutuo, se dirigió hacia la salida. Al parecer, caminaba de la misma manera como media hora antes, mientras entraba al piso (solamente al parecer ya que sus pasos de la entrada pesaban mucho). Por lo contrario, los de la salida, los que le acercaban a la oscuridad del pasillo, así como a la de la noche, eran ligeros. En otras palabras, ahora Marco se sentía cómodo y más libre que nunca, aunque bastante desorientado. Como si estuviera embrujado.

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