sábado, 14 de enero de 2012

DUÉRMETE NIÑO, DUÉRMETE YA ...(David Rubio Sánchez)

Llegué tarde a la escena del crimen, como me gustaba. Prefería llegar cuando la policía científica ya había avanzado en la recopilación de pruebas y los de apoyo psicológico habían tranquilizado a la víctima. Eso me daba perspectiva para investigar, sin todos esos dramas emocionales tan molestos para el razonamiento. Sobretodo cuando se trata de la desaparición de un bebé de dos meses, como era el crimen denunciado por la madre, la Sra. Díaz, quien, parece ser, se despertó por la mañana y no encontró a su hijo en el moisés. Vivía sola en un piso de una escalera de pocos vecinos, solamente dos plantas y tres viviendas en cada una. Pregunté a la científica si la puerta de entrada había sido forzada y me dijeron que no. Tampoco habían encontrado huellas y la casa no presentaba mayor desorden que el normal. El piso era pequeño un comedor, un lavabo y un pasillo que conectaba las dos habitaciones. Pregunté a la de apoyo psicológico si había podido sacar algún dato relevante de la madre. Me dijo que no, estaba en estado de schock. Salí al rellano, en la vivienda que daba a la izquierda vivía el matrimonio González, el agente Martínez estaba hablando con el marido, de unos cuarenta y tantos años que vestía un mono azul de trabajo. En la que daba a la derecha parecía que el dueño se había ido un mes antes. Subí a la segunda planta, un agente estaba acabando de interrogar a una anciana le comentó que no sabía que estaba embarazada dado que la Sra. Díaz no salía mucho a la calle desde que se separó, si que sabía que el matrimonio vecino, los Sres. González, habían tenido un niño hacía poco. En las otras dos viviendas vivían dos estudiantes y un matrimonio con dos hijos. Corroboraron lo dicho por la anciana y añadieron que las peleas de la Sra. Díaz con el exmarido eran habituales antes de separarse un año antes. Bajé a la primera planta. El agente Martínez me dijo que el Sr. González no escuchó nada raro esa noche. Con la mujer no había podido hablar, se encontraba durmiendo. Entré otra vez en la casa, la madre se encontraba sedada, ya no la oía gritar. Una agente me llamó, encontró en el lavabo muchos fármacos que la psicóloga de apoyo reconoció que se recetaban a enfermos de esquizofrenia. Me quedé mirando el moisés vacío. Llamé a comisaría para que localizaran en el Registro civil si la madre había inscrito a algún niño. También pedí que se consultara en todos los hospitales de la ciudad por sí habían asistido a la Sra. Díaz en algún parto. Mientras revisaba los armarios donde encontré numerosa ropa de bebé, me confirmaron que habían localizado al exmarido. Dijo que la última vez que la vio fue un año antes más o menos, textualmente comentó que no quería saber nada de esa loca. Busqué fotos del niño mientras la psicóloga apuntaba la necesidad del ingreso de la mujer en un centro. No encontré ninguna foto. En comisaría me informaron que no había inscrito ningún niño en el Registro y que no constaba historial médico del parto en los hospitales a nombre de la mujer. Había oído hablar de embarazos psicológicos e incluso de que algunos animales se apropiaban de muñecos a los que trataban como a sus crías. Parecía que ello también se podía dar en humanos.

Una semana después me acerqué al centro donde ingresaron a la Sra. Díaz. Hablé con la psicóloga que la trataba. Le seguían la corriente diciéndole que la policía buscaba a su hijo. Tampoco decía gran cosa, solo dibujaba. Pedí ver esos dibujos por si me servían de algo. Eran solo caras esquemáticas de niño, y en todas tenía un pequeño punto en la mejilla. La psicóloga me dijo que a veces eran signos de reafirmación. También me llamó la atención una hoja donde se mostraba a ella misma tumbada, y un niño sostenido por una figura masculina de color azul. Del niño todavía colgaba el cordón umbilical. Le pregunté si sabía que podía significar esa figura azul, no lo sabía a veces podían significar algo y a veces nada.

Quería ver el piso por última vez y, en silencio, observar si las paredes podían decirme algo más. Cuando llegué me encontré con la Sra. González en el rellano. Llevaba a su bebé durmiendo en el cochecito. Observé una tirita sobre su mejilla. Me dijo que tenía unas uñas muy afiladas y le ponía calcetines en las manos para que no se arañara. Me fijé en que en ese momento no los llevaba. Le comenté que iba a cerrar el caso, la Sra. Díaz estaba desequilibrada y había fantaseado su maternidad. Me confirmó que era muy rara mientras rebuscaba las llaves en su bolso. Estaba nerviosa. Miré al bebé, recordé el mono azul de trabajo que llevaba su marido en la mañana de la desaparición y exclamé — De todas formas perder a un hijo es lo peor que le puede pasar a una madre—. La mujer dejó de rebuscar las llaves. Sollozó mientras yo le quitaba la tirita al bebé dejando visible un negro lunar en su mejilla, el mismo de los dibujos que a veces sólo reflejaban la realidad, sin más significado.

Devolví el bebé a su madre, todavía ingresada. La mujer rompió a llorar cuando lo puse en su regazo. La psicóloga sorprendida se me acercó. Le expliqué que la Sra. Díaz había llevado su embarazo en secreto por temor a que, por su enfermedad, le quitaran la custodia. Por otro lado el matrimonio vecino, los Sres. González llevaban mucho tiempo deseando tener un hijo, habían sufrido varios abortos, hasta que por fin lo tuvieron. En la noche del parto la Sra. Díaz se asustó, les pidió ayuda. El vecino la asistió en el parto y también le prometió no decir nada a nadie. Sin embargo el bebé del matrimonio murió, y el vecino desesperó. Fue entonces que le pasó por la cabeza que él y su esposa se merecían ser padres y podrían dar un futuro mejor al bebé de la Sra. Díaz, que al fin y al cabo estaba loca. Enterraron a su bebé en la montaña y utilizaron una llave que le sustrajeron en una visita por la mañana. Pensaron que como nadie creería que había tenido un bebé, la policía no lo buscaría. El lunar del bebé era el único signo distintivo por eso lo taparon con una tirita hasta que nadie notara que el suyo no lo tenía cuando nació.

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