jueves, 12 de junio de 2008

La soledad de Rose

Rose había sido soltera durante toda su larga vida, igual que su hermana menor – que en paz descanse-, y su hermano Louise, muerto también desde hace tiempo ya. Rose y su hermana Clarette siempre había compartido el gusto por las artes, Rose solía escribir en el porsche de la gran casa que habían heredado (junto a una nada despreciable fortuna) mientras su hermana se dedicaba con esmero a pintar los paisajes de los grandes campos que eran también parte de sus bienes familiares. Louise, en paralelo, cumplía con las obligaciones de “hombre de la casa” y llevaba las finanzas, aunque su actividad preferida consistía en pasarse tardes enteras jugando al ajedrez desafiando a su propio intelecto, en partidas donde las blancas y las negras batallaban bajo sus mandos.
Junto a la casa, había una vivienda más humilde y sencilla que habitaban sus caseros Greta y Sam, sus tareas consistían básicamente en mantener limpios los establos, cuidar de los jardines y los animales, preparar las comidas y cosas similares.
El invierno en que Louise murió de neumonía, sus hermanas, de fuerte temperamento, tomaron las riendas del hogar sin problemas, ejercieron así el papel de jefas de los peones que trabajaban en los campos y no perdieron ni un ápice de autoridad frente a sus criados Greta y Sam. Sus vidas realmente no se vieron afectadas por la ausencia de su hermano, en cambio cuando Clarette murió de una enfermedad que los médicos no lograron diagnósticar, Rose se encontró perdida, y con sus más de setenta años, estaba débil pero obstinada a continuar ella sola con la responsabilidad de matriarca solitaria que sentía le pertenecía. Siempre pensaba en sus largas conversaciones con Clarette acerca del misterio del más allá, y nunca olvidaría las últimas palabras de su hermana: “si hay algo más luego de ésto, te lo haré saber”. fueron para ella una promesa de reencuentro y la calmaban mucho cuando la extrañaba.
Greta y Sam nunca habían sentido verdadero cariño por sus patrones, pero habían trabajado en esos apartados campos durante más de la mitad de sus vidas, y si bien nunca vivieron como criados normales, ya que el dinero jamás había sido un problema para ellos, se sintieron defraudados cuando tras la muerte de Louise en su testamento sólo legaba a sus sirvientes la casita donde estaban y algunos campos.
Rose estaba en el porsche cuando escuchó el sonido de pasos en las escaleras que llevaban al segundo piso “¿Greta eres tú? ¿Sam?”, preguntó mientras se levantaba, los pasos cesaron. Encendió una vela y entró a la casa en silencio, parecía que allí no había nadie más que ella, y hasta donde tenía entendido, sus empleados en ese momento estaban aún limpiando las caballerizas, así que supuso que debían de ser imaginaciones suyas. Se sentó a bordar a la luz de un farolito de queroseno frente a la chimenea cuando nuevamente sintió el sonido de alguien caminando dentro de la casa, sintió un escalofrío en las vértebras y volteó para mirar las escaleras que a sus espaldas asomaban por el arco que separaba el salón del recibidor “¿Sam? ¿Greta?”, nadie respondió. El reloj de pie sonó ocho veces, se alegró al pensar que sus criados estarían pronto de vuelta para preparar la cena. Los pasos una vez más, hizo la pregunta nuevamente, y otra vez el silencio regresó a ella. Cogió su bastón y el farol, luego subió las escaleras, uno a uno los escalones se mostraban bajo la tenue luz y al llegar al último peldaño observó que la habitación que solía ocupar su hermana estaba abierta, Rose sólo pudo pensar en lo que Clarette le había dicho antes de morir. Avanzó por el pasillo en penumbras hasta la entrada del dormitorio, había un vestido sobre la cama, y retrocedió entre confusa y asustada, luego los pasos retumbaron nuevamente, ya un poco desesperada gritó “¡¿Quién anda ahí?!”, escuchó un extraño sonido, como un susurro en las escaleras, y se dirigió a ellas, no con el propósito de investigar, sino el de salir de la casa. Sus manos temblaban, y la desesperaba no poder ver más allá de lo que alumbraba su farolito, objeto al que se aferraba como si fuera lo único que le quedaba en el mundo, dió un paso, luego otro, quería mantener la calma pero arrebatada por la ansiedad avanzaba a toda velocidad, se sentía observada. Al llegar al último escalón vió una serpiente de cascabel, asustada intentó correr, pero resbaló y cayó por las escaleras.
Despertó en su cama, junto al médico de la familia “Qué susto nos ha dado Rose, tiene usted los huesos débiles y debe ir con más cuidado”, ella preguntó por la serpiente y el doctor la miró con un gesto de sorpresa en el rostro “No había ninguna serpiente, Sam estaba en la cocina cuando la escuchó gritar en la caída, no es bueno que entre en la habitación de su hermana, sé que es reciente su pérdida, pero quedarse entre las cosas de Clarette puede confundirla mucho, lo mejor es que descanse y ya verá como el tiempo cura las heridas”, Rose le explicó lo sucedido y el doctor, tras una silenciosa pausa le dijo que tras la pérdida de un ser querido es normal tener lagunas en los pensamientos y que a su edad –sin ánimos de ofender- lo era aún más. Greta entró en la habitación “Aquí le traigo un zumo señora, ¿se encuentra mejor?”, Rose estaba confundida “¿Dónde estaba usted cuando me caí? ¿y Sam? los he llamado repetidas veces”, preguntó de forma incisiva. “Yo estaba en las caballerizas, y Sam preparándole la cena, él no quiso molestarla cuando notó que usted estaba en el cuarto de Clarette, aunque como pasó bastante tiempo allí estaba preocupado”, repondió la mujer con tono cariñoso. “Bien yo debo irme”, dijo el médico, “Cuídese ¿vale? Greta tiene unos calmantes que le administrará para el dolor. Debe descansar”, le palmeó la mano y ambos salieron. Mientras bajaban, Greta le expresó lo preocupada que estaba por su ama, y el doctor, que conocía muy bien a la familia, le dió unos sedantes mientras le decía: “Ella nunca accedería a tomarlos, pero creo que el episodio que tuvo es una mezcla de dolor por la muerte inesperada de Clarette y demencia senil, ésto la tranquilizará, yo vendré a ver como sigue en dos días.” Greta le agradeció al hombre su ayuda y lo acompañó hasta la salida. Luego se dirigió a la cocina para hablar con Sam acerca de lo ocurrido.
Rose miró a su alrededor con espanto, le dolían mucho los brazos y el costado, y no lograba explicarse lo sucedido. En la mesa de noche el zumo de zanahorias junto a la campanilla que usaba para llamar a sus sirvientes le recordaron de alguna manera lo vieja y sola que se encontraba, explotó en llanto. Luego, para calmarse, bebió un poco de zumo y tras ello se sintió algo mareada, se quedó dormida. Despertó cuando era ya noche cerrada y la oscuridad le asustó bastante, entonces encendió una vela. Notó que la cena estaba sobre una mesita al costado de su cama, se enderezó y comió un poco, aunque la dejó aparte al advertir que estaba fría, vió que había calmantes junto a la bandeja, así que los tomó con más zumo de zanahorias. Se puso las zapatillas de cama y se dirigió con la vela en la mano hacia el lavabo, al salir al pasillo la oscuridad lo cubría todo, con excepción del radio de luz que provocaba la llama. Avanzó por la casa, sólo se oía el crujir de algunas maderas del suelo bajo sus pies. Todo parecía normal pero seguía percibiendo esa horrible sensación de unos ojos en su nuca. Entró al lavabo y orinó, luego puso la vela frente al espejo para lavarse las manos, sintió frío y al levantar la vista notó que algo pasaba por detrás de ella dibujándose como una sombra en el espejo, lanzó un grito ahogado y cogió la vela como si fuera un arma apuntándola en dirección a la bañera, pero en el brusco movimiento la llama se apagó, sintió pánico, un pánico irracional que nacía desde sus entrañas y la revolvía por dentro, fue hacia la puerta, pero no la encontró hasta varios intentos después, y al intentar abrirla sentía que alguien la cerraba por fuera, tirando hacia el lado opuesto. Quiso gritar pero no pudo, estaba segura de que no estaba sola en el lavabo e iba notando poco a poco como sus músculos se aflojaban cada vez más, estaba temblando y no conseguía abrir la puerta. De repente la puerta se abrió y ella cayó al pasillo, intentó levantarse pero no pudo, no veía nada y eso la desesperaba aún más, el agotamiento que sentía se apoderó de ella y se desvaneció. Abrió los ojos cuando Sam la tenía cogida por las piernas, ella no lograba establecer un contacto con la realidad, estaba mareada y veía borroso, tampoco podía escuchar con claridad las voces de quienes estaban allí, también había notado que alguien más la tenía levantada, ya que Sam le hablaba a una persona que la tenía sostenida por el torso. Reconoció el camino a su habitación, al pasar frente a la habitación de la difunta Clarette vió que la puerta estaba abierta y todo en su interior estaba revuelto. La pusieron en la cama, y se quedó dormida intentando entender lo que Sam decía. Despertó por la luz del sol en su cara, Greta estaba sentada a su lado. La miró y le preguntó que qué había sucedido. Greta le explicó que el médico acababa de irse y que había sufrido un desmayo en mitad de la noche. “¿Quién estuvo metiendo mano entre las cosas de Clarette Greta?.” “Usted señora mía”, dijo Greta con tono maternal, “¿Acaso no lo recuerda?.” “No es verdad, yo sólo fui al baño, alguien me dificultó abrir la puerta y caí.” “Señora Rose, en el baño había ropa de su hermana, ésta muy confusa, dijo el doctor que es normal que usted se olvide de ciertas cosas, lo llamó algo así como bloqueo emocional.” “Me duele la cabeza”, contestó Rose con tono exigente para disimular su confusión aún mayor al observar que el cuadro que estaba en su pared era uno distinto pero del mismo paisaje, que también había pintado Clarette. Prefirió no decir nada al respecto, bebió los calmantes que el médico le había prescripto, ordenó a Greta que se retirase y se quedó dormida tras una sensación de mareo.
Al despertar, lo primero que vió fue el rostro de Sam, intentó hablar pero no pudo, estaba muy mareada y no comprendía lo que decía el hombre. Greta entró en la habitación también, ambos sonreían y hablaban, pero ella no lograba entender. Sam se acercó, ella tuvo miedo, se sentía impotente, apenas podía racionalizar las cosas, y le resultaba imposible moverse, sentía sus miembros entumecidos y le dolía mucho la cabeza. Sintió como las manos de Sam le abrían la boca ejerciendo una fuerte presión sobre su mandíbula, le dolía mucho, luego esas manos sucias le echaron zumo de zanahorias directo a la garganta, la obligó a tragar y tras unas arcadas notó como el zumo iba avanzando lentamente hacia su estómago, espeso y tibio se abría paso por su cuerpo. Sintió más debilidad que antes, hubiese querido gritar, despedirlos, pero no podía hacer nada. ¡El médico había entrado!, ahora se iban a enterar éstos dos; el hombre la examinó y le dijo algo a Greta, luego meneó la cabeza y se fue. Ella se quedó dormida nuevamente.
Al abrir los ojos seguía en la misma situación, sin capacidad de moverse ni de hablar, se sentía húmeda, seguramente se había meado. La oscuridad le aterraba, escuchó ruidos provenientes del cuarto contiguo, del de Clarette, no pudo resistir despierta y sus párpados se cerraron otra vez.
Cuando despertó, Greta le metía zumo en la boca y ella lo escupió, la sirvienta se puso histérica, gritó cosas que Rose no entendía, entró Sam y le hizo beber el vaso entero. Estaba desesperada, intentó resistir despierta, pero no lo consiguió. Al espabilarse le aterrorizó la imágen de un sacerdote haciendo gestos de cruces sobre su cuerpo, intentó gritar, pero su lengua entumecida sólo le permitió que un hilo de voz rasgada escape. El cura se fue tras la extrema unción. Hizo fuerzas para levantarse, sus uñas se clavaron contra el colchón húmedo, el fuerte olor a pis le penetraba la nariz provocándole aún más náuseas de las que ya tenía, sus músculos estaban débiles y temblorosos, tanto que no le permitieron ningún movimiento. Las lágrimas brotaban de sus ojos rodando hacia las comisuras de su boca pero no podía llorar a gritos como hubiese deseado, poco a poco fue durmiéndose de nuevo.
Cuando volvió en sí Sam estaba a su lado, pero no había forma alguna para ella de comprender lo que él le decía, de repente y a su vez de forma lenta, ya no era Sam quién se dirigía a ella, sino Clarette, pero tampoco comprendía sus palabras. Rose parpadeó para aclararse un poco y con cada uno de sus pestañeos la imágen de su hermana se hacía mayor y más cercana, hasta que ésta le pidió: “Rose firma tu también ésta carta para Louise, él también te espera querida.” Rose se tranquilizó al escuchar la voz de su hermana, “Tengo miedo Clarette, tengo mucho miedo”, dijo mientras firmaba. La imágen de Clarette metamorfoseó en la cara risueña de Sam, le asustó aún más la mirada malévola del hombre, en realida hacía tiempo que les temía a sus criados. Sam le dijo algo que ella no comprendió, sólo vió como un almohadón blanco se acercaba lentamente hacia su rostro, nuevamente parpadeó y la imágen de Clarette se abalanzaba sobre ella, “Vamos a darle la carta juntas, hermanita”, dijo Clarette. Rose sintió como poco a poco su tráquea le dolía más y más, aspiraba con fuerza pero sus pulmones se hundían en su pecho vacíos de oxígeno, sus uñas se clavaron en las sábanas mojadas deformándole los dedos por la fuerza que realizaba para zafarse, sintió una fuerte presión en los ojos y un dolor punzante en el pecho, el almohadón cayó al piso, y antes de morir vió una mano sucia con un papel firmado que decía “testamento”.
Rose escribía mientras Clarette pintaba frente al porsche la imágen de Louise que jugaba al ajedrez más allá, a lo lejos se veían sus caballos correr por los campos de la familia.

Lucía Vicat

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