viernes, 29 de octubre de 2010

Fin del juego - Mary Aranda

El día estaba siendo duro. Desde que sonó el despertador como cada día, a las siete en punto, no había parado. Odiaba el papeleo y por eso se le acumulaban las gestiones. Fingía ignorarlas hasta que no tenía más remedio que armarse de paciencia y dedicar su tiempo a resolverlas. Y en eso se le había ido la mañana. Ya iba camino a casa cuando se averió el autobús.
-En veinte minutos llegará otro- dijo el chófer.
”Demasiado tiempo”-pensó Emilia- Me voy andando o cojo un taxi. No conocía aquel barrio, a pesar de que lo atravesaba a menudo en bus camino a casa, pero eso no la detuvo. Hasta que empezó a llover.
”Lo que faltaba” se dijo para sí buscando un lugar donde resguardarse. En la esquina se veía una cafetería y hacía allí se encaminó tapándose las gafas con la mano a modo de visera.. El local no era muy grande. De forma rectangular con una barra en forma de ele que medio ocultaba las mesas del fondo, en las que se adivinaba una pareja. O eso creyó ver. Con el calor se le habían empañado los cristales de las gafas.
-Un café solo- pidió mientras las limpiaba.
-¿Algo para comer?- le preguntó el camarero.
Aunque eran las doce pasadas y no había desayunado dijo que no con un gesto de cabeza.
Ya con los cristales nítidos, se quitó el abrigo. Allí dentro hacía mucho calor y desde que paso de los cuarenta y cinco, su cuerpo no regulaba bien los cambios bruscos de temperatura. Igual le daba por congelarse como por sudar copiosamente como en aquel momento.
”Estoy menopáusica perdida” pensó mientras se fijaba en que el local. Estaba decorado en tonos blancos y rojos. De estilo moderno. Muy austero. Apenas un par de fotografías en la pared del pasillo que conducía hacía las mesas y a los lavabos, que como siempre estaban al fondo. “Quizás también a la derecha” pensó y se sonrió por la ocurrencia.
Aparte de la pareja, el camarero y ella no había nadie más en aquel momento. Y no paraba de llover.
La risa de la mujer hizo que se fijara en ellos. El le pasaba un brazo sobre los hombros y la atraía para besarla y ella fingía rechazarle dándole un pico mientras se separaba riéndose.
”Qué suerte tienen algunas” se dijo removiendo el azúcar de forma maquinal. José hace años que no le hacía algo parecido ni en público ni en privado. Y aunque nunca había sido demasiado cariñoso, ella siempre había pensado que con el tiempo cambiaría un poco. Pero la que había cambiado era ella. Se había vuelto más reflexiva y menos emotiva. Pero cuando veía a las parejitas haciéndose arrumacos no podía evitar sentir envidia.
No estaba cómoda. No solía frecuentar bares a no ser que quedará con alguien. Nunca le había encontrado sentido ir a tormarse algo fuera de casa ella sola. Así que busco algo para leer y vio una fila de diarios al final de la barra. Hacía allí se encaminó decidida. “Al menos leeré algo mientras espero que escampe. Menos mal que la comida ya esta hecha. Ya es casi la una y yo aquí” se dijo para sí misma.
Desde aquella esquina distinguía a la pareja con claridad, bueno más a ella que a él, ya que en ese momento él volvía a besarla y le daba la espalda. “Lleva un jersey como el de José -se sorprendió- ¡Menos mal que era original!” Todavía recordaba la cara de la vendedora cuando se lo dijo. “Debía ir a comisión” concluyó.
Lo cierto es que de espaldas tenía cierto parecido con su marido. “¡Qué curioso! -pensó-. Aunque dicen que todos tenemos varios dobles escampados por aquí y por allá”. Le picaba la curiosidad y mientras removía la pila de diarios buscando alguno que no fuera deportivo, miraba a la pareja de reojo intentando distinguir la cara de él. Estaba inquieta sin saber muy bien por qué.
“Debería irme, parece que esta dejando de llover”- pero no se movió de ahí-. Simulando ojear un diario siguió plantada ahí mientras el café se le enfriaba en la otra punta de la barra.
“Si al menos consiguiera verle” Pero él parecía muy aficionado a los labios que besaba y no se despegaba de ellos.
“¿Por qué estoy pensando cosas que no son? -se dijo- José sería incapaz de eso. ¡Con lo soso que es!” Pero la duda implantada, crecía. “Con esos horarios tan irregulares, sería fácil”. No era la primera vez que lo pensaba, pero siempre lo había descartado. Nunca le había dado motivos. Claro que, hacía tiempo que no se besaban, que no se tocaban y no podía recordar cuando fue la última vez que hicieron el amor. ¡Pero eso son cosas de juventud! La vida es trabajar y salir adelante. Y el amor es tener alguien al lado que te apoye y te escuche. Que más da que haya sexo o no. Aunque ahí estaba su amiga Marita, a sus cincuenta más fresca que una rosa y acostándose con cualquiera que se lo propusiera y le gustara. ¡Y sin complejos!. Si parecía que había rejuvenecido y todo desde que se divorció de su marido. “¡Es una fresca! -decía José- el pobre Antonio lo esta pasando muy mal y ella por ahí de picos pardos. Si ya se veía venir”. No sé de donde lo veía venir él. Yo siempre vi una pareja muy enamorada y formal. Como nosotros.
“Nada, que no hay manera de verles la cara” Emilia cogió La Vanguardia y regresó junto a su café, que por supuesto ya estaba frío. Se lo tomó de todas formas. Afuera el aguacero había aminorado y empezaba ha haber más claridad. “A ver si para del todo. José viene a comer a las dos y no se si llegaré a tiempo”. En el diario los titulares de cada día: política, crisis, corrupción, muertos en Haití, Iraq e Indonesia. “Qué poco valemos todos” -se dijo- dándose cuenta de la indiferencia que provocaba en ella esas noticias.
¿Me cobra?- le dijo al camarero.
Uno veinte- contestó este.
Mientras rebuscaba en el bolso buscando el monedero empezó a sonar su móvil. “Qué oportuno” -pensó mientras lo cogía- Era José.
¿Si?
Emilia, hoy no podré venir a comer, tengo una reunión a primera hora y no me da tiempo.
Vale, no pasa nada. Nos vemos luego. Emilia suspiró. “Siempre lo mismo” y colgó.
No había guardado todavía el teléfono cuando recordó que esa noche tenía cena de empresa. Marcó el número. Una melodía conocida se extendió por el local. El nudo del estómago regresó y se estrechó. No quería mirar pero no pudo evitarlo y su vista se dirigió a la pareja del fondo. Él de pie buscaba el teléfono en la americana que colgaba en el respaldo de la silla. Le temblaron las piernas y el móvil se le cayó al suelo. Se agarró a la barra para no caerse sin dejar de mirarle.
Señora, ¿Se encuentra usted bien?, señora, ¡señora!
José miró hacía la puerta y la vio. Blanca, pálida, con los ojos fijos en él. No supo que hacer y no fue capaz de moverse cuando ella se fue. Las cartas estaban al descubierto, se había descubierto su farol y había perdido. El juego se había acabado.

1 comentario:

Ana Muñoz dijo...

Me ha gustado sobretodo los pensamientos sobre José de ella, dan mucha información sobre el y su relación en pocas lineas.