sábado, 30 de octubre de 2010

KARMA Maria Maymó

De camino a la agencia de viajes, solo le queda silbar. Menudas vacaciones se va a pegar. Después de diez años sin ellas, ahora las tiene a la vuelta de la esquina.
¡París! ¡Oh París! Ya ve la Tour Eiffel, el Sena, MontmaItre… Sonríe. Por fin, su mujer relegará al baúl de los recuerdos, el agotamiento almacenado tras la larga y tortuosa enfermedad de su madre, y los chicos asomaran su cabeza más allá del consabido tour de barrios, frecuentado por la liga de baloncesto escolar.
La vibración del móvil en su bolsillo interrumpe sus pensamientos. Lo extrae apurado sin dejar de andar y se lo acerca al oído. La luz del día, a duras penas se abre camino en esta oscura y nubosa mañana.
- ¿Sí?
- ¿Señor Manuel?
- ¿Juani?
- Sí.
Manuel se detiene y echa un ojo al reloj.
- ¿Dígame?
- Estoy aquí en casa de su suegro y no me abre la puerta.
Manuel reemprende la marcha esquivando a los transeúntes que parecen hoy, haber decidido ir en sentido opuesto al suyo.
- ¿Cómo, que no le abre la puerta?
- Llevo media hora tocando el timbre y no responde.
- No puedo creer que se haya olvidado. Ayer le recordé que usted empezaba hoy. Se habrá dormido, aguarde un segundo que lo llamo y la…
- Ya lo llamé al móvil y no responde.
Manuel vuelve a examinar el reloj. Su suegro suele madrugar, gusta de escuchar en pijama las noticias matutinas en la radio…, Juani lo reclama de nuevo.
- ¿Habrá salido a algún recado?
- ¿A esta hora? El periódico se lo dejan a pie de puerta.
- Quizás fue a por pan.
- No. Seguro que no, desayuna fruta.
- Además…
- Además ¿qué Juani?
- No se ha llevado el móvil, lo oigo sonar cuando marco su número.
Manuel empieza a agitarse y para un taxi.
- Buenas, ¡por favor! A la calle de Los sueños. ¡Juani!
- Sí.
- ¿La cerradura está forzada?
- No. Parece intacta.
- Siga tocando el timbre. Yo ya voy de camino.
El taxista avanza dos manzanas más y se detiene en una esquina. Manuel registra su cartera y le entrega un billete.
- Quédese la vuelta.
Sale disparado, ignora al ascensor y sube a zancadas por las escaleras hasta el primer piso. Juani aguarda delante de la puerta pulsando el timbre. Colorado, hurga en su llavero e introduce una de las llaves en la cerradura. El piso está a oscuras y en silencio. Enciende el interruptor de la luz y aguarda. Llama a Miguel. No hay respuesta. Unas gotas de sudor se deslizan por su espalda, sin saber exactamente a qué le teme. Avanza por el pasillo con prudencia, todo parece estar en su lugar y es precisamente esa apariencia de normalidad lo que más le alarma. Al fondo, la puerta del dormitorio permanece cerrada.
Manuel golpea con los nudillos. No hay respuesta. Gira la manilla como si temiera hacer ruido y le llega un débil sonido procedente de la cama.
Automáticamente prende la luz y se acerca al lecho.
- ¡Miguel!
Los ojos del anciano lo miran desesperados. Intenta gesticular alguna palabra con dificultad y babea de la comisura derecha de la boca.
- ¡Miguel, Dios mío!
Manuel marca el número de emergencias en su móvil.
- Una ambulancia. ¡Urgente!
Se sienta al borde de la cama mientras termina de facilitar los datos que le solicitan en la centralita y acaricia cariñoso el brazo de su suegro. Aprieta su mano a modo de consuelo y comprueba lo que ya sabe por experiencia, la extremidad derecha no responde, está inerte, posiblemente le suceda lo mismo a su pierna.
- Todo irá bien Miguel.
El servicio de ambulancias instala al hombre en la camilla, baja las escaleras y lo sube al coche. Manuel marca un número en su móvil. Aguarda. Comunica. Zarandea la cabeza y sin dirigirse a nadie, ni siquiera a Juani, musita echando a andar:
- ¿Habremos sido unos hijos de puta en otra vida?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha emocionado mucho. He vivido en mi los sentimientos del protagonista. Felicidades.
Mary Aranda

Anónimo dijo...

Gracias. Eso da mucho ánimo.